Un mar de botas para el profesor (2)

Todos los días mi vista tropezaba con un reluciente mar de botas negras y lustrosas que causaban en mí toda clase de pensamientos eróticos.

UN MAR DE BOTAS PARA EL PROFESOR (PARTE II)

En el anterior relato les conté cómo empecé a dar clases a los reclutas de un cuartel y cómo me hice amigo de uno de ellos llamado Raymond, con quien tuve contacto sexual y fetichista. Las relaciones entre Raymond y yo se profundizaron después de estar juntos. Frecuentemente, teníamos encuentros en los que sus pies y sus botas eran los protagonistas principales. Hablábamos mucho cuando no estábamos en clase. En las conversaciones que teníamos le expliqué detalladamente mis gustos homosexuales y fetichistas. Le hice entender que era un adorador de pies y calzado. Raymond me propuso que experimentara con sus compañeros del cuartel. Al principio pensé que podría ser peligroso, pero él me dijo que algunos eran de confianza, y que además necesitaban alguien con quien descargar su apetito de sexo.

La oportunidad no tardó en llegar. Una noche Raymond se presentó en mi casa con varios amigos, un total de cinco con él. Habían salido de permiso y fueron a buscarme para beber un poco. Yo por supuesto accedí. Compramos whisky y comenzamos a tomar. Después de un rato les propuse ver una película pornográfica, cosa que no rechazaron. Al rato todos estábamos calientes, pero yo no sabía como entrarles. Raymond rompió el hielo cuando me llamó y me pidió que le quitara las botas. Yo acepté con un poco de temor al reproche de los demás. Comencé besando y lamiéndole las botas, luego se las quité, besé y olí sus medias y finalmente pude probar sus ricos y sudados pies.

Los demás chicos estaban asombrados y calientes por lo que veían. Esperaban a que terminara con Raymond, para tomar su lugar. Uno de ellos tomó confianza y me dijo:

-Hey profesor, ¿Qué no piensa terminar nunca con ese?, estamos esperando.

Entonces supe que podía escoger a otro para seguir con la diversión. Vi a todos los presentes y no supe con cuál empezar. Al mismo tiempo todos me pusieron sus botas en la cara. Yo estaba muy complacido y excitado. Besaba y lamía las botas de todos, ese mar de botas que me enloquecía. Después las medias y los pies de cada uno. Finalmente, chupé sus penes y tragué su semen. Terminé exhausto, pero complacido.

Cada día de clases era una delicia contemplar ese hermoso y excitante mar de botas. Los que sabían mis gustos me guiñaban un ojo, se tocaban el pene o con la vista señalaban sus botas para excitarme. Recuerdo que una vez, después de finalizar la clase, estaba en mi oficina del cuartel y entró uno de los chicos. Era Enmanuel, el mejor amigo de Raymond, unos de los muchachos que estuvieron en mi apartamento.

  • ¿Qué está haciendo profesor?

  • Estoy transcribiendo las notas de Ustedes en los formatos para entregarlas al Departamento de Evaluación.

-¿Y está muy ocupado para atenderme?

  • No, nunca estoy muy ocupado para mis alumnos.

  • La verdad es que me da muchísima vergüenza, pero no tengo crema para lustrar mis botas y si no lo hago me pondrán un castigo. Lo que necesito es que me dé un poco de crema, si tiene.

  • Claro que sí Enmanuel, siempre compro algunas cosas para dárselas a mis alumnos, porque sé que Ustedes no pueden salir todos los días; aquí tienes el envase, usa la que necesites.

  • Gracias profe, usted es lo máximo, pero me gustaría aún más si usted me las lustra.

Esa expresión fue un detonante sexual para mí. El chico sabía que no podía decirle que no. Entonces, cerré la puerta con seguro y me arrodillé ante sus pies; estaba asustado, entre la excitación y el miedo a que nos descubrieran. Lo primero que hice fue acariciar el cuero de sus hermosas botas. Me provocaba mucho morbo sentir la textura de ellas en mis manos. Luego, le quité la bota derecha para no manchar su pantalón. Antes de empezar Enmanuel me dijo:

  • Profe, mis pies aguardan por su boca, me gustó muchísimo lo que me hizo la otra noche en su apartamento, le aseguro que nunca nadie me había hecho sentir tan bien.

Era demasiado apasionante ese cuadro: botas, medias y pies olorosos, por tanto, no pude resistirme. Me incliné ante su pie y quité su media, no sin antes besarla. Inmediatamente, chupé uno a uno sus deliciosos dedos sudados. No hay manjar más delicioso para un fetichista que unos pies para adorar, acompañados del olor de su sudor. Chupé su empeine y su planta, tomé su pie izquierdo y lo liberé de su yugo de cuero negro y su media y también chupé delicadamente toda su extensión. Finalmente, lustré con mucha dedicación las botas de Enmanuel, quien era presa de un fortísima erección. Por supuesto, que debí rematar chupando su pene y tragando su riquísimo semen.

La confianza en mis alumnos era plena, sobre todo en Raymond y Enmanuel, aunque pude notar una pequeña rivalidad entre ambos por relacionarse conmigo. Tuve que manejarme muy bien para que esa rivalidad no se convirtiera en enemistad. No obstante, siempre dejé muy en claro que mi atracción amorosa era por Raymond.

Una vez, Raymond y yo estábamos en un salón poco concurrido del cuartel. Como creíamos estar solos, comencé a acariciar las botas de mi chico. Mis manos recorrían toda su extensión de cuero, al poco tiempo le aflojé una, se la quité y besé sus transpirados pies. Fue un acto demasiado temerario; sin darnos cuenta, un par de ojos nos espiaban desde un rincón y fueron testigos de todo lo que hicimos. El chico que nos espió era nada menos que un muchacho llamado Johan. Él no era bien visto por Raymond y los demás chicos, ya que tenía fama de soplón.

Johan se presentó una noche en mi apartamento. Cuando tocó a la puerta me asombré de verlo allí, pero, como era mi alumno, lo dejé pasar. Se sentó en un sillón y me dijo que estaba libre ese fin de semana. Al rato, cuando habíamos conversado un poco de las cuestiones del cuartel, me dijo:

  • No perdamos más tiempo, arrodíllate y acaríciame las botas.

  • ¿Cómo?, no te entiendo –dije balbuceando-

  • No finjas, sé que te gusta mucho hacer eso.

  • Está equivocado, ¿Quién te dijo semejante disparate?

  • Nadie, te vi tocando las botas de Raymond en el cuartel.

  • Pero es que yo...

  • Comienza, sabes que no puedes resistirte, tu boca se está haciendo agua.

Estaba descubierto, no podía negar mis gustos con ese chico, pero no me inspiraba confianza. Sin embargo, el deseo me dominaba y le dije:

  • ¿Desde cuándo no te lavas los pies?

  • Desde esta mañana, los estoy añejando para ti, además me puse estas medias durante varios días y quiero confesarte que tengo fama por el mal olor de mis pies, no sabes de lo que te estás perdiendo.

Al oír esto no me pude resistir, me arrodillé y comencé a pasar mis manos por sus botas. Johan me detuvo con sus manos y me propuso colocarme una venda en los ojos para que sólo mi tacto, mi gusto y mi olfato tuvieran contacto con sus pies y sus botas, así sería más excitante. Yo acepté y me coloqué la venda. Posteriormente, mis manos se posaron de nuevo en sus botas. Las besé y las lamí. Luego, se las quité y tuve contacto con sus medias. Tenía razón, su olor era muy fuerte y al mismo tiempo excitante. Besé sus medias y se las arranqué para probar sus pies. En verdad, nunca había probado unos pies tan ricos y olorosos. No podía parar de chuparlos y olerlos. Después de un rato de disfrute, me pidió que le chupara su pene, a lo cual accedí sin ningún problema. Duró un rato y a los pocos minutos eyaculó en mi boca y me quité la venda. Le noté una sonrisa extraña, casi burlona, pero no hice mucho caso de ello. Antes de marcharse le pedí total discreción y él prometió no decir nada a nadie.

La semana siguiente, Johan se acercó al final de una clase y me dijo que tenía algo que mostrarme en privado. Yo me imaginé que quería una nueva experiencia fetichista, por lo cual mi corazón se aceleró. Nos fuimos a mi oficina y ya dentro, sacó una cámara portátil, me pidió que viera lo que tenía grabado. Cuál no sería mi sorpresa cuando me vi a mi mismo en esa grabación. Johan me había pedido que me vendara para poder grabarme en plena acción con sus pies… y su pene.

  • ¿Por qué me grabaste sin permiso?

  • No te asustes, nadie tiene por qué enterarse de esto-me dijo quitándome rápidamente la cámara-

  • Claro que no, eso pertenece a nuestra intimidad-dije con el corazón que casi se me salía del pecho-

  • Nadie se enterará, tranquilo, pero necesito de tu ayuda.

  • ¿Qué ayuda?, no te entiendo.

  • Necesito algo de dinero y yo sé que tú puedes dármelo.

  • ¿Me estás extorsionando?

  • Tómalo como tú quieras, pero si no me das lo que te pido, todo el mundo se enterará de lo que hiciste y fíjate que mi cara no aparece en ningún lado de la grabación.

Yo bajé la cabeza y me vi en la obligación de darle dinero, ese día, casualmente, había cobrado y él lo sabía. Me pidió todo lo que tenía en mi billetera.

  • Te estás portando bien, si sigues así nadie tendrá por qué enterarse. Ah, y no le digas nada al imbécil de Raymond, de lo contrario, todos sabrán lo que le hiciste a mis pies... y también a mi pene.

Cuando se fue, me senté y casi me puse a llorar. Había puesto en peligro, no sólo mi trabajo, sino también mi relación con Raymond, de quien sentía que me estaba enamorando. Desesperado salí de la oficina y le conté a Raymond todo lo que había pasado. Pensé que me reprocharía mi acción, que dejaría nuestra incipiente relación, pero no fue así. Me dijo que Johan había hecho eso porque era un drogadicto sin remedio y necesitaba dinero para mantener su vicio y que me ayudaría a resolver esto.

  • No puedo darle a entender que me contaste lo que te hizo y mucho menos lo puedo agredir porque nos reprenderían a ambos, pero, no te preocupes, ya sé cómo te puedo sacar de esto.

Sin duda alguna Raymond era mi héroe. Inmediatamente, se fue a buscar a Enmanuel y le pidió que citara a Johan esa noche. El motivo era decirle a Johan, que Enmanuel quería comprar droga, vicio que también tenía nuestro amigo. En la noche se encontraron en un lugar solitario del cuartel y Johan le vendió un poco de droga. Después, Enmanuel se alejó un poco de Johan y ambos empezaron a consumir. Sin saber este último, Raymond lo estaba filmando con otra cámara que tenía visión infrarroja.

Al día siguiente, Raymond habló con Johan y le dijo que le entregara la grabación donde aparecía yo y si él se negaba a ello, se vería obligado a entregar a las autoridades del cuartel, lo que había filmado anoche. Johan pidió ver la grabación y se asombró de verse allí drogándose, sin que apareciera Enmanuel. Al verse descubierto, cedió a la presión de Raymond, ya que él perdería más, pues sería arrestado por posesión y consumo de drogas. Fue una sopa de su propio chocolate.

Johan nos entregó la grabación y yo la llevé a casa. Esperé unos días para Raymond saliera de permiso y fuera a visitarme. Allí la vimos los dos. Era muy excitante ver esas escenas de fetichismo con mis ojos vendados, después de todo, ese chico había tenido una excelente idea. No nos quedó otro camino que iniciar un nuevo encuentro entre mi boca, las botas y los pies de Raymond, los cuales, por supuesto, estaban muy sudados nuevamente.

Después del desagradable incidente con la grabación, Raymond y yo nos convertimos en pareja, ya que descubrió que es bisexual. Siempre que sale del cuartel se queda en mi apartamento. Además, por mutuo acuerdo, le permito que tenga su novia. No podría ser de otro modo, necesita estar con mujeres y yo respeto totalmente sus gustos.

Tengo que confesar que soy un hombre muy feliz. Convivo con un excelente chico y nos queremos muchísimo. Tengo un buen trabajo, gano bastante dinero y disfruto de los mejores placeres que la vida puede dar a un fetichista como yo, un lustroso, oloroso y excitante mar de botas.