Un mar de botas para el profesor (1)

Todos los días mi vista tropezaba con un reluciente mar de botas negras y lustrosas que causaban en mí toda clase de pensamientos eróticos.

UN MAR DE BOTAS PARA EL PROFESOR I

Todo comenzó en el mes de marzo de 2.004. Me contrataron para dar clases de Geografía e Historia en un cuartel militar de la ciudad donde vivo. A mis 34 años he tenido más de una década formando niños y adolescentes pues soy profesor. Esta era una oportunidad inédita pues no sólo trataría con militares, sino que, como son mayores de edad, podría admirarlos sin ningún tipo de rubor. Esto lo digo porque soy gay y me fascinan los varones. Lo bueno de mí es que soy muy viril en mi forma de ser y casi nadie se da cuenta de mis gustos.

El primer día de clases entré al salón y observé mi nueva tropa, eran alrededor de 30 alumnos con edades comprendidas entre 18 y 25 años. La mayoría eran de procedencia humilde y estaban en el servicio militar de mala gana, sólo para cumplir con un precepto de Ley. Sin embargo, muchos eran lindos y provocativos. Había morenos, rubios, aindiados, negros, etc. La verdad era muy gratificante ver cada semana a esas bellezas.

Existe un detalle en el cual me fijo mucho: el calzado. Soy un fetichista sin remedio. Es fascinante observar los zapatos de los chicos. Me excita oler y besar unos pies calzados con zapatos deportivos, ya que le dan un fuerte y agradable olor. Mención aparte merecen las botas (mi calzado favorito), sobre todo aquellas de cuero. Para mi delicia, cada vez que impartía clases, mi vista tropezaba con un mar de botas negras y lustrosas que causaban en mí toda clase de pensamientos eróticos, los cuales me obligaban a masturbarme al llegar a casa.

En algo estaba claro: si quería probar a aquellos chicos y sus botas, tendría que ser con los más discretos, lo menos que deseaba era perder un buen empleo, es de conocimiento público que en el ejercito pagan bien por los servicios que se le prestan.

Algo que me ha ayudado es mi carácter jovial y tolerante. No tardé en hacerme amigo de mis chicos, además de convertirme en su confidente y, por ende, en su profesor consentido. Entre ellos estaba uno que era más el más especial de todos: Raymond, un chico de 23 años, alto, delgado, moreno claro, cabello liso y negro, cara linda y con unos labios algo carnosos. Además era muy respetuoso y amigable. Él venía de un barrio humilde de una ciudad cercana y deseaba terminar su servicio militar para continuar estudios superiores. De inmediato este muchacho llamó mi atención y bien pronto nos hicimos muy buenos amigos.

Raymond manejaba el vehículo de un coronel y le encomendaron que me llevara a casa pues algunas veces terminaba mi labor de noche. Las primeras semanas no me atreví a decirle nada. Pero la tentación iba creciendo cada vez más. Lo fui estudiando y me dio la impresión de ser una persona seria y discreta, ideal para intentar hacer lo que estaba deseando desde el primer día. Una noche me llevó a casa y le pedí que me ayudara a bajar unas cajas con exámenes y trabajos escritos de mis alumnos. Cuando estábamos adentro lo invité a sentarse y a tomar algo. Me dijo que no, que lo reprenderían si llegaba oliendo a licor. Le pedí que se quedara un rato para conversar y accedió. En medio de la conversación miraba mucho sus botas, las cuales llevaba puestas junto con su uniforme de campaña. Mi mente fue invadida por toda clase de pensamientos voluptuosos con Raymond y sus botas. Después de un rato no pude resistir la tentación y le dije:

  • ¡Qué gustan muchísimo las botas que tienes puestas!

  • ¿Le gustan profesor?- dijo sin entender nada-

  • Sí y mucho, qué lastima que no pueda tenerlas para mí.

  • Yo podría conseguirle un par en el almacén si Usted lo desea.

  • Es que no quiero cualquier par de botas, quiero las tuyas

  • No lo comprendo, mis botas están usadas, podría conseguirle una nuevas -me dijo un tanto extrañado-

Por experiencia sé que hay cosas que no deben decirse, sino hacerse y entonces me arrodillé ante él y comencé a acariciarle las botas.

  • Insisto muchacho: me gustan tus botas

  • ¿Y qué quiere que haga?, no puedo ir al cuartel sin ellas y aún no me toca que me den un par nuevo.

  • Yo sólo quiero que me permitas quitarte las botas.

En ese momento pensé que Raymond podría incomodarse o en el peor de los casos molestarse, pero sin mucho pensarlo dijo:

  • Quíteme las botas profe, son todas suyas.

Me incliné más aún y comencé a besarle las botas, mientras se las acariciaba desesperadamente. Luego, le desanudé la bota derecha y lo descalcé. Le bese la media y también se la quité. Tenía ante mis ojos mi manjar preferido: un lindo pie oloroso, aunque no fétido, de tamaño grande, hermoso y torneado el cual empecé a besar y chupar. Primero los dedos, después la planta y al final el empeine. El chico había acelerado levemente su respiración. Parecía disfrutar de mi acción, cosa que corroboré cuando me musitó que nunca le habían hecho tal cosa. Repetí la misma operación con su pie izquierdo. Seguidamente tomé ambos pies y los puse uno junto al otro y chupé sus pulgares. Raymond estaba tan excitado como yo. Antes de terminar con sus pies se bajó el cierre del pantalón y se sacó su pene en total erección. Era un miembro grande, aunque no demasiado, moreno como él y totalmente recto. Tomó mi cabeza y la puso cerca de su órgano. Inmediatamente, lo besé y pronto lo chupé con fuerza. Tragaba aquel monumento erecto y deseaba engullir también su semen. Raymond se desabrochó la camisa y se la quitó y también la camiseta blanca que tenía debajo. Me apartó de su pene y me acercó a su pecho, chupé entonces sus tetillas y sus axilas cuando alzó los brazos. Él me abrazaba con ternura, pero al mismo tiempo con firmeza. Al rato colocó nuevamente mi cabeza en su pene y seguí con mi felación unos minutos más hasta que el muchacho eyaculó con fuerza una gran cantidad de semen, del cual no desperdicié absolutamente nada. Al final fue al baño y se lavó su miembro, yo le ayudé a vestirse y a calzarse. Como debía irse para que no lo sancionaran nos despedimos dándonos la mano y lo abracé para que tuviera bien claro que era alguien especial para mí.

Recuerdo que una mañana Raymond y los chicos salieron a trotar como todos los días. Recorrieron un largo trecho y después de casi una hora regresaron. Me di cuenta de ello porque los militares cantan mientras trotan y los escuché al volver. Yo había llegado temprano esa vez. Por supuesto que al llegar los chicos querían bañarse. Raymond fue a mi oficina y le propuse que se bañara después para que me diera una dosis de sus pies. No pudo haber sido una mejor experiencia, ya que por efecto del esfuerzo y del tipo de calzado deportivo, sus pies estaban muy olorosos y sudados.

Al llegar se sentó en un sillón que tengo para atender a mis alumnos. Me senté frente a él y comencé por acariciar sus zapatos. Mi pensamiento se inquietó bastante, pues el sólo hecho de tener la posibilidad de experimentar los niveles de fetidez de esos deliciosos manjares, me enloquecía, ya que sus pies y sus zapatos estaban más perfumados y transpirados que nunca. Bajé mi cabeza y aspiré fuertemente el olor de la tela de su calzado, el cual, aun sin habérselos quitado, era realmente exquisito. Halé con mi boca la trenza de uno de sus zapatos y con suavidad lo saqué. Su media estaba húmeda y no quise quitársela para tener contacto un rato con ella. Estaba sucia y ese detalle me gustó enormemente. Introduje su pie en mi boca y chupé todo el sudor y el sucio que acumulaba la media. Tal fue mi excitación que tuve que quitarle el otro zapato y chupé también esa media. Luego tomé sus zapatos e inhalé con mucha determinación sus aromas, mientras Raymond me acariciaba el rostro y el cuerpo con sus pies, aun enfundados en medias. Para un fetichista como yo esos son momentos verdaderamente deliciosos y debemos aprovecharlos.

Decidí entonces quitarle sus medias y trabajar la fuente de mayor satisfacción: sus pies. Lamí con mucho cuidado cada uno de sus hermosos dedos y seguí con sus plantas. Me pasaba desesperadamente sus pies por la cara para disfrutar más de ellos. No pude chupar su pene esta vez por razones de tiempo. Raymond tenía actividades que cumplir y por lo tanto debía irse. El olor que despedían sus pies era fuerte, dado el esfuerzo físico desempeñado, cosa que me dio una buena idea.

Otro día, no muy distante, le propuse que se pusiera unas medias usadas y humedecidas con un poco de agua y que anduviera con ellas todo un día. Raymond lo hizo y al anochecer le tocó salir franco, cosa que yo sabía y llegó hasta mi apartamento. Cuando entró lo primero que le pregunté era cómo se sentía con las medias puestas. Me dijo que era un poco incómodo para él, pero que lo hacía con mucho gusto para mí. La intención de todo ello era generar un fuerte olor en sus pies, creado por la humedad y el encerramiento que le daban las botas. La verdad no estaba seguro de cuánto sería el nivel de hedor de sus ricos pies. Como estaba desesperado por saberlo, omití esta vez el ritual de iniciación con sus botas, sólo las saqué e inmediatamente tuve contacto con un fortísimo olor, quizá el de mayor intensidad con el que alguna vez me había topado en mi vida. En verdad no hallaba sitio donde ponerme sus deliciosos pies: los lamía, los olía y me los pasaba por el rostro con mucha pasión. El experimento funcionó muy bien y me unió más con ese chico. Realmente, estaba enamorado de él, aunque me daba un poco de vergüenza decírselo.

La oportunidad de acercarme más a él no tardó en llegar. Un fin de semana Raymond salió franco y me dijo que quería visitar a su novia. Yo fui muy claro y le dije que no había ningún problema. Y me pareció que era lo mejor, pues casi sentí que me estaba pidiendo permiso. Reconozco que deseaba estar con él, pero no debía hacerle sentir que estar conmigo era un peso muy grande. Sin embargo, me dejó unas medias sudadas y sus botas de campaña para que disfrutara de ellas en su ausencia. Me hizo mucha falta mi chico durante ese fin de semana. Traté de remediarlo anudándome sus medias alrededor de la cara a la altura de la nariz. Su olor me recordaba los pies de Raymond. También olí y hasta me puse sus botas en casa para sentirme al máximo. Pero nada resultó, siempre me acordaba a él.

Cuando llegó el lunes fue directamente a hablar conmigo. Se veía bastante triste. Le pregunté que la pasaba y me dijo que su novia ya no sentía lo mismo por él, que la notaba distante y cambiada. Me dijo que tuvo relaciones con ella y le propuso que le chupara sus pies. Ella le dijo que eso le daba asco y que nunca lo haría y tampoco se dejó hacer eso por él. Tal fue su decepción que decidió terminar con ella.

Ante esa situación lo consolé diciéndole que un fracaso amoroso no es el fin del mundo. Todos pasamos por ello en algún momento de nuestras vidas, inclusive, yo mismo he sido victima del corazón en algunas oportunidades. Le hice entender que él es un chico muy bueno y muy atractivo y que seguro habría muchas chicas queriendo ser su novia. Raymond se sintió un poco mejor y me dio las gracias. Esta vez fue él quien me abrazó y me dio a entender que soy una persona importante en su vida, así como también él lo es para mí. Esta historia continuará...