Un mal trato
BALLBUSTING. Un chico agrede a su hermana menor y para que no se lo cuente a su madre acepta una propuesta de la que no tardará en arrepentirse.
Ángela y Martina, dos hermanas, veían una película en el sofá. En ésta apareció una escena cómica muy típica: un capullo acosaba a la protagonista y se puso agresivo ante su rechazo, lo que terminó con una fulminante patada en los huevos. Las dos hermanas rieron a la vez al ver al tipo caer al suelo con los ojos bizcos y exclamando un largo “Ohhh” antes de desplomarse definitivamente.
- ¡Bien hecho, así aprenderá ese cerdo! – añadió Ángela, la mayor.
- ¿Tanto duele una patada en los huevos? – preguntó Martina.
- No tengo huevos pero por lo que he visto es lo peor que le puede pasar a un chico.
- ¿Alguna vez lo has hecho?
- Claro, unas cuantas. Te sientes super bien viendo cómo caen tan fácil por un golpe tuyo. Se creen muy fuertes pero en cuanto les das en los huevos demuestran lo débiles y patéticos que son. – explicó Ángela entre risas.
- ¿Y a Javi? ¿Se lo has hecho? – preguntó Martina refiriéndose a su hermano mediano.
- No, a Javi no. Cuando le di una patada a un chico del colegio mamá me dijo que hice bien porque me estaba defendiendo de una agresión, pero que jamás lo hiciera con el hermano por muy enfadada que esté, porque es demasiado peligroso. ¿Y tú, le has dado alguna vez?
- No, no… como se ve tan doloroso me da pena hacérselo, aunque a veces he tenido muchas ganas. – dijo Martina riendo con su hermana y continuaron viendo la película.
Unas semanas después, Martina tuvo una fuerte discusión con Javi, algo habitual pero que esa vez llegó más lejos de lo normal. Javi la sentó en el sofá del salón de un empujón y se quedó frente a ella mirándola de forma intimidante. La enfadada chica tenía la entrepierna de su hermano a su alcance, tan solo tenía que levantar la pierna, o echarse hacia delante y golpear sus pelotas con el puño. Pero no lo hizo, ya que pensó en las palabras de su hermana mayor y se contuvo.
No obstante, se levantó y le plantó cara a pesar de la mayor envergadura de su hermano, que aceptó el pulso de miradas. Una vez más la chica tenía acceso a los genitales de su hermano, pues solo tenía que levantar la rodilla para desmontar su fachada de poderío y confianza. Pero de nuevo se controló y prefirió darle una buena bofetada en la cara.
Esto a Javi no le hizo ninguna gracia y respondió con un desproporcionado puñetazo en la cara que volvió a sentarla en el sofá. La chica se echó a llorar agarrándose la cara, tan asustada como sorprendida por la violencia de su hermano.
- Vete o te daré otro. – la amenazó Javi acercándose más.
La asustada niña salió corriendo a su habitación y se quedó allí llorando. Javi se acostó en el sofá a ver la tele, satisfecho por la victoria. Martina no podía estar más arrepentida de no haber aprovechado las oportunidades de golpearle los huevos al bárbaro que tenía por hermano. Se sentía muy estúpida
Un rato después, Angela pasó por la habitación de su hermana y oyó su llanto. Cuando entró la encontró en la cama con un moratón en el pómulo.
- ¿Qué te ha pasado? – le preguntó inmediatamente.
- Javi me ha pegado. – respondió Martina entre lágrimas.
- Sécate las lágrimas y tranquilízate, ahora mismo vamos a pedirle explicaciones a ese bruto.
En cuanto Martina estuvo mejor fueron directas al salón, donde estaba su hermano, que apenas reaccionó a la irrupción de las chicas.
- ¿Por qué le has pegado? – preguntó Ángela sin rodeos.
- Me estaba molestando y me dio una bofetada. – respondió él sin apartar la mirada del televisor.
- Eso no es excusa para darle un puñetazo en la cara, mira lo que le has hecho, pedazo de animal.
- Así aprenderá a respetarme.
Ángela estaba muy molesta con la actitud de su hermano, por lo que agarró la mano de su hermana y la arrastró a su habitación.
- ¿Quieres darle una patada en los huevos? – le preguntó una vez a solas.
- ¿Qué? Si me dijiste que nunca se lo hiciera a él.
- Olvida lo que te dije. Se merece una lección y solo lo harás si él está de acuerdo, ¿Vale? Pero tienes que prometerme que no le darás con todas tus fuerzas.
- Te lo prometo, pero cómo va a dejar que le haga eso?
- Eso déjamelo a mí. Vamos.
Volvieron al salón.
- Escucha capullo, podemos hacer dos cosas: 1 puedo llamar ahora mismo a mamá y que vaya pensando un buen castigo para cuando vuelva del trabajo…
- ¡No! No se lo digas a mamá. – reaccionó por fin el chico, que al fijarse en el moratón de su hermana le preocupó bastante el castigo de su madre. – mamá seguro que me deja sin internet y sin móvil durante un mes. Por favor no lo hagas, le pediré perdón, de verdad, pero no se lo digas a mamá. Martina lo sient…
- ¡Déjame terminar! No te vas a librar con una simple disculpa. ¡Dos! puedes dejar que Martina te de una patada en los huevos. – dijo Ángela con una sonrisa sádica.
- ¿¡Qué!? ¿En los huevos? – a Javi no le gustó nada la propuesta y se puso todavía más nervioso. - ¿No prefieres que te haga los deberes durante una semana? O dos…. – le preguntó a Martina mostrando su desesperación por olvidar el tema de golpear sus partes blandas.
- Prefiero la patada en los huevos. – le dijo Martina todavía con rostro serio.
- No dejaré que me patee ahí. Me niego. – replicaba Javi a su hermana mayor.
- Martina no te va a dar con todas sus fuerzas, me lo ha prometido. ¿Prefieres estar un mes sin internet y sin móvil o pasar un ratillo llorando?
- No voy a llorar. – respondió Javi ofendido por las palabras de su hermana.
- ¿Entonces de qué tienes miedo? – Ángela sabía que lo tenía donde quería. Atacar su patético orgullo de macho siempre funciona. – pensó.
- Ehh bueno… está bien, acepto. Pero como le digáis la verdad a mamá y me castigue tendréis que dejarme que os patee el coño.
- De acuerdo. – dijo Ángela y Martina asintió con la cabeza. – Martina, como nunca has pateado vas a practicar un poco conmigo, y así te diré con la fuerza que tienes que darle. Quítate los zapatos. – explicaba la mayor mientras se quitaba los pantalones y se quedaba en bragas.
Cuando Javi vio a su hermana en ropa interior supo que la cosa iba en serio y su preocupación aumentó. Pero se repetía una y otra vez que merecía la pena. Solo serán unos minutos de dolor, y es una niña, no creo que sea para tanto, se decía autoconvenciéndose.
- Yo no quiero patearte. – dijo Martina a su hermana un poco desconcertada.
- No te preocupes, a las chicas apenas nos duele. Venga, practica tu puntería. – la animó con las piernas separadas y las manos en las caderas.
Martina titubeó un instante, pero finalmente pateó a su hermana sin demasiada convicción ni fuerza. Javi llevó la mano derecha a su entrepierna y puso cara de estreñido imaginándose esa patada en su propia entrepierna, pero al instante se sorprendió al ver que su hermana no reaccionó. Ni una sola mueca.
- Buena puntería, pero ni la he notado. ¡Vamos, puedes hacerlo mejor! – la motivó Ángela.
Martina estaba tan sorprendida como su hermano ante la impasividad de Ángela. Nunca había visto un golpe bajo a una chica y siempre se había preguntado si dolería tanto como a los chicos. Al ver a su hermana tan campante se sintió muy feliz y esto le dio ánimos para patear con más fuerza.
Se concentró e imaginó que su objetivo era su hermano y sin más dilación pateó con todas sus fuerzas. Ángela, que no esperaba tal aumento de fuerza, soltó un quejido agudo y se inclinó hacia delante, pero mantuvo las manos sobre sus caderas. La reacción del chico al ver la brutal patada fue similar, aunque él si se agarró los genitales.
- Esa patada ha hecho daño. Espero que se dé cuenta de la estupidez que estamos haciendo y olvidemos el tema. – pensó Javi.
Pero cuando parecía que su hermana iba a sucumbir, ésta se irguió totalmente recuperada. En realidad tuvo molestias varios minutos, pero nada que no pudiera ocultar a sus impresionados hermanos.
Javi no daba crédito, esa patada hubiera tumbado a un hombre adulto con toda seguridad, pero en cambio su hermana permanecía en pie, impasible. Sabia que a las mujeres les duelen menos los golpes bajos, pero no esperaba una diferencia tan abrumadora.
A Martina le sorprendió mucho la reacción de Javi, el cual parecía el golpeado en vez de Ángela. Le había sorprendido la reacción del chico con la primera patada, pero su reacción con la segunda la fascinó. Estaba deseando darle la misma patada a él.
- ¿Así está bien? – le preguntó a su hermana con entusiasmo.
- No, definitivamente no. Eso es demasiado fuerte, tiene que ser algo intermedio entre las dos patadas que me has dado. – respondió Ángela.
- ¿Demasiado fuerte? Pero si estás como si nada… - dijo la pequeña.
- Claro, porque no tengo huevos. Si le das esa patada a él se los puedes reventar… y no quiero tener dos hermanas.
A Javi le ofendieron las palabras de su hermana mayor, pero no protestó ya que estaba de acuerdo en que no quería recibir una patada igual.
- Prueba otra vez.
La tercera patada tuvo una fuerza intermedia como Ángela había pedido, y esta vez la chica apenas reculó un instante. Nadie hubiera dicho que hace un minuto le habían dado una patada fortísima.
- Así, perfecto, esa es la fuerza que debes utilizar. Venga, quítate los pantalones. – le ordenó a su hermano.
Javi miraba a su hermana andar como si nada y no podía creérselo. Se quitó los pantalones muy dubitativo y separó las piernas y colocó los brazos como había hecho su hermana. Tengo que aguantar igual que ella, aunque me duela tengo aguantar como sea. Si ella ha soportado tres patadas yo puedo hacerlo con una, se decía.
Martina pensaba en la fuerza que debía utilizar. Creía que una patada con una fuerza media no sería suficiente castigo para su hermano, pues si su hermana había resistido tres patadas, una sola sería muy poco para el chico, así que decidió volver a emplear toda su fuerza. Total, a simple vista no sería fácil identificar la fuerza que había empleado.
Javi la miraba intentando parecer duro, aunque en su mirada se apreciaba el miedo y la preocupación por no estar a la altura. Su hermana lo miraba fijamente a los ojos con una pequeña sonrisa que no le gustaba nada al chico. Pasaron unos eternos segundos hasta que por fin la chica alzó la pierna con velocidad y su empeine aplastó el bulto que había en los calzoncillos del chico. Bulto que adaptó su forma a la del pie hasta que no hubo espacio y fue aplastado contra el cuerpo del joven.
Un gemido se escapó de los pulmones del chico y su tronco se inclinó de inmediato. Sus manos permanecieron en sus caderas e intentó enderezarse tal y como había hecho Ángela, pero a los dos segundos un dolor súbito lo invadió y le obligó a agarrarse con un segundo gemido más largo y profundo.
Desde el momento en que sintió el pie de la niña en ambos testículos supo que había sido demasiado optimista y que jamás podría aguantar en pie como lo había hecho su hermana mayor. Aún así quería reducir la humillación y miró al sofá con la intención de sentarse en él, pero una vez más tuvo que aceptar que estaba siendo demasiado optimista ya que sus piernas no reaccionaban y pronto no tuvieron fuerzas para mantenerlo en pie. Cayó de rodillas sin parar de gemir y miró a sus hermanas, que sonreían con orgullo desde arriba, sobre todo Martina.
- ¡Joder, cómo duele, es insoportable! ¿Cómo lo hizo ella? ¡Y con tres patadas! No es justo, esto duele demasiado, ¡Dios mío qué dolor! – pensaba Javi mientras el dolor empeoraba por segundos. La gran diferencia con la chica era muy humillante.
Dadas las circunstancias se conformaba con no llorar delante de sus hermanas, pero el dolor era cada vez mayor y aún de rodillas tuvo que inclinarse contra el suelo. Su cara quedó sobre el pie desnudo con el que Martina lo había pateado. Finalmente cayó hacia un lado en posición fetal ofreciéndole a sus hermanas un amplio repertorio de quejidos varoniles.
- ¡Qué exagerado, si solo ha sido una patada! – se burló Martina desde las alturas mirando a su hermano retorcerse de dolor.
- Zorra… - fue lo único que pudo decir el chico, pues al abrir la boca estuvo a punto de romper a llorar.
Martina estaba que no cabía en sí. El poder que sentía era inimaginable, sobre todo después de haber visto a una chica resistir tres patadas sin inmutarse.
- ¿Te traigo un poco de hielo para que no se te hinchen las pelotillas? – le preguntó Ángela al ver que estaba tan mal.
- Vete a la mierda. – fue la respuesta del chico con voz aguda y forzada.
- Como quieras. Nosotras veremos la tele un rato, con tu permiso cambiaré de canal. – le dijo Ángela sentándose en un sillón mientras su hermana se tumbaba en el sofá que antes ocupaba el chico.
Martina hacía como que miraba la tele, pero de reojo no dejaba de mirar a su hermano, el cual no daba signos de recuperación.
Javi esperaba que el dolor disminuyera para poder irse de allí y abandonar la bochornosa situación, pero los minutos pasaban y cada vez se sentía peor. El dolor de huevos era esperable, lo que no esperaba es que esa patada afectara a todo su cuerpo. Pues el dolor era tan intenso en su vientre como en los testículos, provocándole náuseas e impidiéndole respirar con normalidad. Se sentía mareado y todo le daba vueltas, y sus piernas no respondían desde el momento en que el pie de su hermana tocó su escroto.
En definitiva, su cuerpo había colapsado por un solo golpe de una niña de once años. Por mucho que quisiera era incapaz de ocultar sus gemidos y cada vez tenía más ganas de llorar.
- ¡Shhh! No hagas tanto ruido que no me entero. – le pidió Ángela subiendo el volumen de la tele.
Entonces el chico rompió a llorar desesperado y cuando las chicas lo miraron balbuceó algo con voz aguda.
- ¿Qué dices? No te entiendo. – le respondió Ángela, que sí lo había entendido, pero estaba dispuesta a humillarlo al máximo.
- Hielo… hielo… por favor. – pidió el varón entre lágrimas, arrepentido por no aceptarlo en su momento.
- ¡Ahh el hielo! ¿Cómo es que ahora sí lo quieres?
- ¡Me duele mucho, por favor, no aguanto más! – confesaba Javi, al que el insoportable dolor le había quitado la vergüenza y ahora solo quería que desapareciera.
- ¿No dijiste que no ibas a llorar? – intervino Martina, pero la única respuesta que obtuvo fueron más llanto y peticiones de clemencia.
Tras hacerlo suplicar un poco más, Ángela envió a Martina a por algo del congelador. La chica le dio una bolsa de guisantes congelados y se quedó mirando cómo su hermano separaba las temblorosas piernas y la colocaba sobre sus testículos. Al principio el frío no pareció ayudar, pues sus quejidos y llantos aumentaron, pero con el paso de los minutos sus gemidos se volvieron de alivio y el dolor remitió poco a poco.
Así estuvo un largo rato, inmóvil y sollozando. Conforme disminuía el dolor volvía la vergüenza, por lo que no dejaba de pensar en los años de burlas que le esperaban. Martina se sentó a su lado con las piernas cruzadas sin dejar de mirarlo, pensando en silencio. Tenerla tan cerca incomodaba mucho a Javi, que hubiera preferido estar a solas con su hombría y su bolsa de guisantes.
Pasados veinte minutos el dolor desapareció y con un suspiro apartó la bolsa de su frío escroto.
- Ya pasó. Al final no ha sido para tanto. – dijo levantando el tronco del suelo.
- Hombre, si lo comparas con Angy ha sido realmente patético. – le dijo Martina.
Él la ignoró levantándose del suelo, pero en cuanto se irguió y sus piernas tocaron sus testículos, exhaló un pequeño gemido y volvió a inclinarse y separar las piernas mientras un sudor frío bajaba por su pálido rostro.
- ¿Ocurre algo? – le preguntó Martina al ver la extraña reacción.
Javi no le respondió y quedó paralizado, sin atreverse a juntar las piernas ni tocarse los testículos con las manos por miedo a que sus temores fueran ciertos. Fue su hermana mayor la que confirmó estos temores con una sutil palmadita desde atrás en los desprotegidos testículos.
Este leve e inesperado contacto se sintió como un fuerte puñetazo, por lo que el chico volvió a derrumbarse entre sus hermanas, gimiendo, llorando y retorciéndose por el renovado dolor.
- ¡No joder, mierda, mierda, no…! No estoy recuperado. Debí aceptar el hielo desde el principio. – se lamentaba.
- Con que no había sido para tanto, eh? – le dijo Ángela guiñándole un ojo a Martina.
- Vaya si les hace daño una patada, pobres chicos. – dijo Martina simulando lástima por él.
- Parece que sobrevaloramos sus huevos. Son incluso más delicados de lo que pensaba, tendrías que haberle dado una patada como la primera que me diste a mí. – añadió su hermana mayor.
Javi comprobó estupefacto que el dolor volvía a aumentar a medida que el frío desaparecía. El dolor y todos los desagradables síntomas como si de otra patada se tratara.
- ¿Javi, te gustaría tener una de estas, verdad? – preguntó Martina dándose palmadas cada vez más fuertes en la vagina. Su hermano no respondió, pero la miró con envidia y desesperación. Era cierto que en ese momento hubiera dado lo que fuera por no tener esas frágiles pelotas colgando entre las piernas.
Javi solo pensaba en que sus testículos estaban seriamente dañados. Fue duro asimilar que necesitaba asistencia médica por el golpe de una niña de once años, pero más duro fue admitirlo ante sus hermanas y lo que es peor: suplicar por su ayuda.
Y es que Ángela no accedió a llamar a su madre hasta que el chico les enseñó sus partes. Javi se negó rotundamente en un principio, pero temía tener daños graves y su madre podía tardar horas en volver a casa, por lo que finalmente aceptó y le enseñó los genitales a sus hermanas. Los tres se sorprendieron al ver el estado de los testículos: hinchados y amoratados.
- Wow eso lo he hecho yo?. – preguntó Martina mirando los pesados testículos con cara de dolor. – Lo siento hermano, yo creía que los chicos erais más duros.
- Y son duros, Martina, en todo menos en los huevos, ahí son blanditos y débiles. Le has hecho mucho daño, parece que se los hayas cascado – dijo Ángela.
Javi no necesitaba que su hermana intentara asustarlo, le bastaba con mirar su escroto para que le temblaran las piernas. No podía creer que su hermana pequeña le haya hecho tanto daño, y no dejaba de pensar que no soportaría perder uno o ambos testículos de ese modo. Sería demasiado humillante.
Pasado el shock por la imagen de sus genitales, Javi se subió los calzoncillos y exigió que su hermana cumpla su palabra y llame a su madre. Y Ángela lo hizo, pero antes siguió bromeando unos minutos sobre la diferencia con las patadas que ella había recibido y, por supuesto, sobre el tamaño de su pene, el cual estaba muy encogido por el frío del hielo.
Las bromas se prolongaron hasta que por fin llegó su madre, que fue a casa tan rápido como pudo. Al ver el estado de su hijo y la cara de su hija pequeña, rápidamente los llevó al hospital.
Martina disfrutó cada segundo del trayecto viendo a su hermano tirado en el asiento trasero del coche, llorando y diciendo que le dolía muchísimo. Su sonrisa fue enorme al ver como lo pasaban del coche a una camilla y entraba en el edificio llorando mientras su madre le explicaba a las enfermeras que se trataba de una pelea con ella. Las sanitarias no dijeron nada, pero tanto Martina como Javi pudieron leer sus pensamientos con solo ver la expresión de sus rostros al ver a una niña varios años menor que él.
- Menudo moretón que tienes. – le dijo a Martina una de las enfermeras que llevaba la camilla de Javi.
- Esto no es nada comparado con el que tiene él. – fue la respuesta de la niña.
- Eso parece, sí. – dijo la enfermera mirando al patético chico, que apartó la mirada avergonzado.
La enfermera se arrepintió del comentario y, junto a sus compañeras, que notaban lo humillado que se sentía el chico, se dedicaron a consolarlo una y otra vez. “No tienes de qué avergonzarte” le repetían una y otra vez dejando claro que sí que era para avergonzarse.
Finalmente sus testículos no estaban rotos, pero sí muy inflamados, lo que supuso una recuperación de más de dos semanas. Las dos semanas más largas y dolorosas de su vida, sobre todo cuando las comparaba con los segundos que tardó su hermana en recuperarse de un ataque incluso peor. Fue una humillante lección que ni el chico ni sus hermanas olvidarán jamás y que será tema de conversación en cada reunión familiar.