Un mal día

No es un relato para masturbarse, lo siento...

Fatal, estoy cansadísima. He discutido con mi jefe, he perdido un Word que estaba haciendo, toda la mañana con llamadas... Un día de esos que no tenía que haberme levantado.

Tranquila, verás como mejora, ánimo, que ya te queda poco.

Me despido como siempre, con un "te quiero, mi niña" y un beso. Lo hago rápido, porque sé que estás ocupada y no quiero entretenerte más. El trabajo y las preocupaciones te hacían parecer seria, como enfadada conmigo, aunque sé que no lo estás.

Pienso en ello mientras pongo un correo a personal avisando que hoy salgo una hora antes por motivos personales. Como me adelanto en mi hora de salida y no voy al gimnasio, tú aún no estás en casa, justo lo que pretendía.

Bajo todas las persianas dejando la casa a oscuras, como si fuera de noche. Lleno la entrada, el salón y el pasillo de velas perfumadas y, una a una, voy encendiéndolas, con la sonrisa de un niño preparando una travesura. Para acompañar a las velas, prendo una barrita de incienso, con olor a aguamarina. Termino de componer el ambiente sintonizando en Internet una emisora de música relajante. Me visto cómodo y coloco las toallas en el sofá, dejando todo preparado para cuando entres.

Aún queda media hora para que llegues, tengo tiempo de preparar la cena. Algo simple, ligero, a base de entrantes. Una ensalada de mozzarella con tomates cherry, óregano, albahaca, aceite y vinagre de módena para empezar. El guacamole te gusta bastante, así que preparo un cuenco. Unas endivias abiertas con salsa agria, salsa de curry y roquefort y, para terminar, unos emparedados de lechugas y gambas con salsa mil islas. Creo que será suficiente. Me esmero en la presentación, pensando en la cara que vas a poner a medida que veas los platos.

Apenas espero unos minutos cuando oigo la llave girando en la cerradura. Traes cara de cansada y algo tristona. Las ojeras me indican que, efectivamente, el día no ha sido muy bueno. Pero puedo ver la primera sonrisa en tu cara cuando ves las velas. Me acerco a ti, te abrazo muy fuerte y te beso en el cuello, mientras te susurro un "hola, mi vida". Me abrazas fuerte y noto nuestros cuerpos pegados.

Ven

¡Ay!... miedo me das… ¿qué has preparado?

Te llevo al salón, todo iluminado con las velas. Ya sonríes abiertamente porque sabes lo que te espera. Tomo tu bolso y lo dejo encima de una silla. Sin dejar de besarte te voy desnudando mientras te digo en voz suave lo preciosa que eres y lo que te quiero. Cuando estás completamente desnuda, con tu mirada tímida, no puedo evitar recorrer tu cuerpo y tengo que hacer esfuerzos para no hacerte el amor en ese mismo momento. Paciencia… eso vendrá luego.

Te tumbo en el sofá, boca abajo. Acomodo tu cabeza en los almohadones, te pregunto si te gusta el incienso, si alguna vela te molesta, si la música está alta. Entre suspiros me dices que no, que todo está bien.

No espero más. Me pongo de rodillas a la altura de tu trasero, poniendo una rodilla a cada lado, evitando que mi peso te moleste y vierto el aceite relajante al aroma de lavanda en tu preciosa espalda. Comienzo el masaje por los hombros, donde tienes acumulada la tensión. Poco a poco vas cediendo, entre gemidos a mis caricias. Tienes la cabeza de lado y no puedo evitar pensar en lo guapa que estás, aún cansada. Tu cuello, tus hombros, tu boca entreabierta suspirando… no me resisto e intercalo el masaje con mis manos con besos y ligeros mordiscos.

Al fin me concentro en el masaje, intentando hacerlo suave pero firme, que sean caricias reparadoras. Me extiendo por toda tu espalda, vertiendo más aceite cuando noto que las manos no deslizan con la suficiente suavidad. La música suave junto al tacto de mis manos empiezan a surtir efecto y veo por tu cara como estás absolutamente relajada, disfrutando.

Prolongo un buen rato el masaje en la espalda, sin prisas, sin mirar el reloj, hasta que noto como todos tus músculos están relajados, como la tirantez de tus hombros ha desparecido. Me despido de tu espalda con besos que la recorren desde la curva de tus nalgas hasta detrás de las orejas.

Te digo al oído lo mucho que te quiero y bajo hasta tus piernas. Más aceite y más masaje en tus cansadas piernas. Hago como con la espalda, utilizo mis dedos, las palmas completas, los nudillos… recorro tus gemelos y tus muslos, evitando las ganas de acercarme demasiado a tu sexo, que veo asomarse tímido entre tus preciosas nalgas.

Cuando termino con tus piernas me bajo del sofá para poder hacerte el masaje completo. Ahora son caricias que recorren tu cuerpo desde tus pies hasta tu cuello. Extiendo más aceite y bajo hasta los pies para subir de nuevo al cuello. Lo repito hasta que veo por tu cara que estás cercana a quedarte dormida.

Me detengo entonces y te cubro con una manta para que no tengas frío.

Relájate, mi niña… ahora vengo.

Me respondes con un gemidito que me hace imposible el evitar besarte en los labios. Salgo despacio, intentando no hacer el más mínimo ruido para no molestarte.

Voy hasta el baño y enciendo las velas que he colocado en las esquinas de la bañera, en el lavabo… mientras, el agua caliente va llenando la bañera. Vierto unas gotas del gel de baño que he elegido, con aroma a océano, para que vaya preparando mucha espuma. Un par de perlas de aceite con el mismo aroma y una buena cantidad de sales de baño dejan el agua en un tono azul que invita a meterse. El olor del gel, las sales y las velas inunda el baño. La temperatura del agua es perfecta, caliente, quemará un poco al principio, pero luego lo agradecerás.

Voy a la cocina y preparo, intentando hacer el menor ruido posible, un sorbete de champagne y helado de limón. Una buena copa y dejo algo más reservado en el congelador. Llevo la copa hasta el baño y vuelvo a por ti.

Te encuentro con los ojos entreabiertos, como recién despertada. Tu cara ya está mucho más relajada y tu sonrisa delata que los problemas ya no están en tu cabeza. Te abrazo por detrás, beso tu cuello, tus hombros, tu espalda… te tomo de la mano y te pido que te levantes.

Te dejas hacer, divertida, curiosa por saber qué viene ahora. Te llevo de la mano por el pasillo hasta el baño… dejas escapar mi nombre cuando ves el baño preparado. Te ayudo a entrar, coloco una goma en tu pelo para que no se te moje demasiado. Te sientas entre quejidos por lo caliente que está el agua.

Anda, venga, métete, que te vas a quedar fría.

¡Ay!... me voy a cocer como un mejillón.

Me río de tu gracia mientras veo como tu cuerpo desaparece entre la espuma. Coloco una toalla doblada en tu nuca para que no te hagas daño al tumbarte. Tomo un par de pastillas de sales de baño efervescentes y las dejo caer adrede entre tus piernas. Te dejo un momento para ir al salón a subir el volumen de la música. Cuando vuelvo veo que ya has visto la copa del sorbete y lo estás probando.

Mmmmm… qué rico

Bebe lo que quieras, tengo más preparado.

Me coloco el guante de baño en la mano derecha y lo paso por tus hombros.

Eres preciosa… preciosa

Me lanzas una de esas miradas tuyas, tierna y pícara, de las que no sé que hacer contigo, si comerte a besos y mimos o hacerte el amor como un animal. Intento concentrarme en el baño y recorro tu cuerpo con el guante, intentando evitar, sin conseguirlo, zonas especialmente sensibles.

Terminas la copa y el agua se va enfriando. Ha llegado el momento de que salgas del baño. Voy a la habitación y enciendo las velas que he dejado antes. Vuelvo al baño y tomo tu albornoz. Te envuelvo en él mientras observo tu cuerpo. No me canso de mirarlo y tardo en cerrar el albornoz un poco más de la cuenta Te seco abrazándote, froto tu cuerpo por encima del albornoz, notando tus curvas. Miro tu cara, me sonríes y me besas. Nuestras lenguas se enredan. Tienes doble dulzor, el del sorbete y el tuyo propio.

El beso se hace más apasionado, mis manos ya no acarician, aprietan tu cuerpo, estrechándose entorno a tus nalgas, tus pechos. Otra vez te tomo de la mano y te llevo a la habitación, iluminada por las velas. Te tumbo en la cama y despacio, mirándote a los ojos, abro tu albornoz. Sin dejar de mirarte me voy quedando desnudo, contemplando tu cuerpo. Me miras sonriéndome y me siento el hombre con más suerte del mundo.

Me tumbo encima de ti, sintiendo como mi piel roza la tuya, tus pechos en mis pechos, tus caderas… tus manos abrazan mi espalda. Un escalofrío me recorre al tener mi cuerpo tan pegado al tuyo, notarte suave debajo de mí, sexo contra sexo. Mis dedos recorren tus labios mientras te miro a los ojos, intentando que oigas que te amo sin decirte nada. Mi boca busca la tuya que, traviesa, saca la lengua para recibirme. Los besos suben de tono, la saliva moja los bordes de mi boca, mis manos bajan a tus nalgas… no lo resisto más y tengo que bajar a tus pechos.

Tus pezones me atraen, no puedo evitar caer en ellos. Chupo, lamo, succiono, vuelvo a lamer, muerdo suavemente… nuestros gemido se entre mezclan. Tu mano se enreda en mi pelo mientras alterno de un pecho a otro sin separar mi lengua de tu piel dejando un camino de saliva entre ambos. A veces los muerdo, otras los lamo completamente, absorbo e intento meter tu pecho entero en mi boca.

La mano que tienes en mi pelo hace fuerza hacia abajo. Sé lo que quieres… lo que estás pidiendo, pero me hago de rogar. Quiero hacerte sufrir un poco… lo justo para que arquees tu pubis hacia arriba pidiendo más. Me separo para observar tu cuerpo desnudo y me lanzo de cabeza a lamer tu sexo.

Juego con tu clítoris con la punta de mi lengua. Tu sabor es delicioso y me obliga a hundir mi cara a sabiendas que me voy a empapar en tus jugos. Mi lengua lame a lo largo de tus labios y se entretiene en tu abultado clítoris, que muerdo suavemente absorbiendo. Mi dedo entra en tu vagina y acaricia donde sé que más gusto te da, sin dejar de chupar con mi lengua. Gimes y te mueves, obligándome a torcer la cabeza, a seguir tu sexo con mi lengua.

Aguanto unos minutos, pero no puedo más. Vuelvo a ponerme encima de ti y dirijo mi pene a la entrada de tu sexo. Juego con él, frotándolo, apuntando hacia la entrada y presionando, pero sin llegar a meterlo. Lo dejo que resbale y recorra tus labios, que se empape en tus fluídos. Hasta que no puedo más y, suavemente, voy entrando en ti. Te noto abrirte a mi paso, tus piernas se separan para recibirme mejor. El placer me puede y, a pesar de que intento mirarte a los ojos, tengo que cerrar los míos cuando mi pene entra completamente dentro de ti.

Te hago el amor suavemente, despacio, sin dejar de mirarte a los ojos. Tú me miras con tus preciosos ojos y tengo que decirte que te amo. Te penetro muy despacio, notando cada entrada y salida de tu sexo, sintiendo tu piel en la mía, frotando tus pechos con mi pecho. Gimes de placer y te beso.

Así estamos un rato hasta que, inevitablemente, mi ritmo se acelera. La ternura no desaparece, pero viene acompañada de la pasión. No puedo frenarme, me vuelves loco, me gustas tanto que mi sexo pide más. El ritmo crece, lo que antes eran suaves entradas y salidas se convierten ahora en empujones para intentar meterte mi pene hasta el fondo. Tus gemidos se aceleran, tus ojos se cierran, tu cabeza se echa hacia atrás y me ofreces tu delicioso cuello. Intento no dejarte huellas cuando lo beso, lo muerdo, lo lamo

Mis manos están ahora en tus nalgas para hacer más fuerza y mis movimientos son tan rápidos que apenas puedes respirar entre gemidos. Luego soy yo el que separa las piernas y tú quien las cierra, para penetrarte con ellas cerradas. Mis manos cogen las tuyas, nuestras bocas se unen. Subes tus piernas hasta colocarlas en mis hombros y te penetro aún más profundamente. Nuestros cuerpos chocan emitiendo un sonido como de palmada.

El sudor me cae por la frente y empapa mi espalda. Estoy agotado y tú lo sabes… y además, estás deseando ser tú la que controla la situación. Invertimos papeles y ahora eres tú la que se mueve encima mío. Te retuerces con mi sexo en tu interior, frotas tu vagina hacia delante y hacia atrás, buscando que mi sexo entre y salga y que tu clítoris se estimule contra mí. Mis manos se apoyan en tu cintura, suben a atrapar tus pechos, van a tus nalgas. Te pones sentada sobre mi y dejas que tu cuerpo suba y baje. Puedo ver como mi pene desaparece en tu interior y tu cara de placer. De vez en cuando te tumbas sobre mí, puedo abrazarte y notar el sudor que recorre tu espalda.

Vuelves a bajar y pones tus manos en mi pecho. Te frotas cada vez más fuerte, la cama tiembla, tu cara de placer me excita tanto que tengo que contenerme para no correrme. Al fin llega tu orgasmo, largo, salvaje, te retuerces encima mío y disfruto de cada uno de tus gestos, arqueando mi espalda para intentar que mi pene entre en ti lo máximo posible.

Nos abrazamos mientras te ríes como una niña, temblorosa, sudorosa entre mis brazos. Pierdo la cuenta de las veces que te digo que te quiero, de los besos que te doy, de las caricias que te hago. Eres pequeña, te abarco completamente… eres mía. Soy completamente feliz.

Descansas unos minutos y vuelves juguetona a recordarme que yo aún no he acabado. Bajas tu cabeza hasta mi sexo. Sé lo que vas a hacer, lo que quieres, pero aún así siento curiosidad e intriga como si fuera la primera vez.

Me besas alrededor del sexo, lames mis ingles, tu lengua hace círculos en mi piel. Sabes lo que quiero que hagas y lo demoras adrede, excitándome. Al fin decides que ya he sufrido bastante y mi sexo entra en tu boca, entero, profundamente, hasta rozar con tu garganta. Tu nariz choca con mi vientre mientras arqueo la espalda para darte más. Vuelves a subir sacando mi pene de tu boca poco a poco, como a tramos, apretando tus labios y moviendo tu lengua. Y vuelves a bajar, y vuelves a subir. Tu lengua vuelve a jugar con mi sexo, lo sacas completamente y lo pasas por tus labios, por tus mejillas, te frotas a él mientras gimes.

Estoy apunto de correrme y tú me lo pides.

Dámela, la quiero toda.

Me masturbo mientras me miras excitada, con la lengua fuera, esperando. No sé que me da más placer, si ver tu mirada o el gusto que viene de mi pene Llega mi orgasmo y entonces tú te metes mi sexo en la boca, hasta la base, chupando deliciosamente y bebiendo todo mi semen. Me arqueo, cierro los ojos, siento escalofríos de placer al vertirme en ti.

Nos abrazamos sudorosos, risueños, felices. Como dos niños. La habitación huele a sexo mezclado con felicidad. Ya no importa nada, estamos tú y yo. Solos.

Dulzuras, mimos, palabras tiernas, caricias, besos… miramos la hora y vemos divertidos que hemos estado hora y media haciendo el amor. Tenemos hambre y nos vestimos con el pijama. Las velas se han consumido ya dejando un suave olor. Te digo entre risas que aún no han acabado las sorpresas mientras te hago sentar en la mesa. Enciendo la última vela de la noche y te sirvo un vino blanco, fresquito, para que lo disfrutes mientras coloco todo en la mesa. Sé que estás inquieta, que te gustaría ayudar, pero no, hoy no… voy poniendo la mesa y llevando uno a uno los platos que te he preparado, mientras hago bromas imitando que soy un camarero.

Al fin está la mesa servida y puedo sentarme contigo. El vino, la música, al luz de la vela y, sobre todo, tú. Tus ojos brillan de un modo especial, estás a cada momento más bella. Tomo tu mano y con la otra te propongo que hagas un brindis. Como siempre, no se te ocurre nada y con una timidez que hace que me den ganas de comerte a besos, propongo brindar por nosotros.

Comenzamos a cenar y te pregunto.

Bueno, ¿y tu día, qué tal, mal, no?

Me sonríes, miras hacia abajo, vuelves a mirarme y me contestas.

No… mi día es perfecto.

Soy incapaz de decir nada excepto que te amo