Un lugar, una mirada (1)

Un lugar, una hora, una mirada… Y algo imposible de imaginar.

Los tenues rayos de luz matinal iluminaron lentamente su rostro mientras dormía plácidamente. Siempre dejaba la ventana abierta, por lo que el bullicio de Madrid, siempre puntual a su cita diaria, no inmutó a Eva. Sin embargo, una fría corriente de aire se coló entre las sencillas cortinas de su habitación y golpeó suave, pero firmemente, su mejilla izquierda. Como si de una descarga eléctrica se tratase, Eva saltó rápidamente de su cama; jadeaba, y una fina capa de frío sudor impregnaba su cuello. Esa pesadilla, esa dichosa pesadilla que comenzó a atormentarla hace diez años, había vuelto a aparecer esa noche. << No sé de qué me extraño… A estas alturas ya debería haberme acostumbrado >>, pensó con tristeza.

Volvió a tumbarse en la cama; inconscientemente, su mano derecha intentaba atrapar los rayos de luz que incidían sobre su cuerpo. De repente, Eva recordó algo; se levantó con tanta precipitación que se le nubló la vista durante un breve instante. Sin esperar a que el mareo desapareciese miró el reloj de su mesita de noche.

-No puede ser, ¡me he dormido! –Como una exhalación corrió hacia el baño. Por suerte era la primera en levantarse y el baño estaba libre. Se concedió unos minutos para mirarse al espejo. Se sintió extraña y decepcionada. << Parezo un fantasma >>, se dijo a sí misma. Su piel era pálida, demasiado pálida para vivir en un país como España. Unos grandes ojos castaños le devolvieron la mirada mientras unas marcadas ojeras dibujaban sus contornos. El pelo moreno y rizado caía formando mechones desordenados y rebeldes por sus hombros y espalda. Eva no tenía un cuerpo perfecto, un cuerpo de ensueño. Siempre fue muy delgada, demasiado. Todo el mundo le instaba a que comiese más, sin saber que ella ya comía lo suficiente. La comida nunca constituyó un problema.

Mientras estos pensamientos rondaban por su mente recordó de golpe que llegaba tarde a su primera clase práctica de conducción. Hacía poco había aprobado el examen teórico y sentía mucha ilusión por empezar con las prácticas. Por suerte había terminado recientemente el tercer año de medicina, por lo que tendría todo el verano por delante para poder practicar y examinarse.

Ante la idea de obtener por fin el carné se mostró más alegre. << ¿Qué mas puedo pedir? Estoy haciendo la carrera de mis sueños, tengo unos abuelos maravillosos, tengo expectativas… ¿Por qué siempre tengo que estropear mis ilusiones con pensamientos tan negativos? >>. Comenzó a cepillarse el pelo con rapidez; se lavó la cara, se lavó los dientes y salió a la carrera del baño. No era una chica coqueta, más bien se podría definir como sencilla. Nunca se fijaba en el aspecto físico; le importaban otras cosas. Amabilidad, esperanza, inocencia… Esas cualidades la describían a la perfección. Era una pena que Eva, aunque no lo reconociera, se sintiera incompleta.

Una vez en la calle comenzó a correr. Su autoescuela estaba prácticamente al lado de su casa, pero ya llegaba tarde. Un calor sofocante invadía las calles de Madrid y pronto de sintió cansada, aunque no dejó de correr. Entró sin miramientos en la autoescuela y se agachó para poder recuperar el aliento.

-Lo siento Belén, sé que llego tarde. No volverá a ocurrir –logró decirle a la secretaria con una sonrisa en los labios.

-No te preocupes Eva, tranquila. Es la primera vez que llegas tarde, deberías darte un respiro de vez en cuando –Belén era una mujer alegre y simpática que caía bien a todo el mundo. –¿Te he presentado a tu profesor? ¿No? Mira, éste es Ángel. Pasareis mucho tiempo los dos juntos en ese coche si quieres aprobar antes de agosto –Añadió con una risa alegre.

Eva desvió la mirada hacia donde Belén estaba señalando. Cuando sus miradas se encontraron Eva se ruborizó. Ángel ya estaba sonriendo desde el otro extremo de la estancia y se acercaba para estrecharle la mano a su nueva alumna.

-Encantado, Eva. ¿Nerviosa? –Su voz era sugerente; demasiado sugerente.

-Desde luego. Siempre he sido muy nerviosa. Ya lo comprobarás ahí dentro –afirmó señalando al coche de prácticas mientras le sonreía con timidez.

-Bueno, pues no esperemos más. Hasta ahora Belén –Se despidió con la mano y me acarició suavemente el hombro para que lo siguiera. Al pasar a su lado un olor deliciosamente dulce y masculino llegó hasta su nariz. Con un suspiro siguió a Ángel y se sentó en el asiento del copiloto.

-Hoy, si no te importa, prefiero explicarte cómo funciona todo –Comenzó a hablar. –Una vez que conozcas la función de todos los elementos nos aventuraremos a dejarte conducir –Acabó la frase con una sonrisa que me erizó la piel. Intenté ocultar mi brazo pero Ángel fue más rápido y notó que algo ocurría. Sus ojos volvieron a encontrarse; no estaba segura de cuánto duró aquel intercambio. Tampoco podía descifrar la mirada de aquel hombre al que nunca había visto. De repente, el contacto se rompió y Eva reprimió un suspiro.

Ángel comenzó con las explicaciones y Eva se centró en seguirlas. Siempre le gustó aprender cosas nuevas, experimentar. Asentía con la cabeza cada vez que Ángel la miraba para comprobar si su explicación era comprensible. Una vez acabada la explicación él le cedió el asiento del condutor y Eva se acomodó. Cuando colocó el asiento, los espejos y el cinturón emprendió la marcha.

-¿Puedo preguntarte algo? –Inquirió Ángel. -¿Habías conducido alguna vez?

-Para serte sincera no –Respondió Eva, algo aturdida. -¿Por qué lo preguntas?

-Se te da bastante bien para ser la primera vez que conduces –Admitió con una sonrisa.

-Algo tendría que haber heredado de mi padre además de la estupidez, ¿no? –Bromeó Eva. Los dos soltaron una carcajada.

Durante la primera clase hablaron, hablaron de muchas cosas. Ella se enteró de que Ángel había trabajado previamente en una ambulancia, de que daba clases de Taekwondo y, sobre todo, de que estaba casado.

-¿De verdad? –Inquirió ella, no sin un cierto tono de tristeza que no pudo reprimir. Maldijo en silencio su imprudencia al dejar relucir su decepción. Como era normal, a Ángel no se le escapó el tono que ocultaba esa pregunta. La escudriñó con la mirada.

-¿Cuántos años tienes, si me permites preguntártelo? –Prosiguió Eva, intentando enmendar el error.

-Espera, que a mi edad la cabeza no funciona como es debido –Reprimió una risotada. Hizo un breve cálculo ayudándose de los dedos de sus manos y respondió. –Pues 48, si mis cálculos no me fallan.

-¡Vaya! Creí que eras más joven. La verdad es que eres una caja llena de sorpresas Ángel –Respondió ella.

-Sí, cuánta razón tienes Eva –La miró largamente tras pronunciar su nombre. –No sabes cuánta razón tienes

Por su parte, Eva le resumió brevemente su vida. Sus sueños, sus ilusiones, sus pasiones... Una vez que comenzó a hablar no pudo parar. Le contó cuánto le gustaba el cine, los libros, la fotografía, el piano y, sobre todo, el patinaje y la natación. Él escuchaba atentamente; con cada palabra que salía de la boca de Eva su mirada iba llenándose de ilusión y alegría reprimida. Y un pensamiento cruzó veloz como un rayo por su mente: << ¿La habré encontrado por fin? >>

La clase llegó a su fin más rápido de lo que ninguno de los dos esperaba. Eva paró el coche y se dispuso a desabrochar el cinturón. Sin embargo, no pudo. Ángel, al observar sus infructuosos esfuerzos, se dispuso a ayudarla; sus dedos se rozaron. Y se quedaron quietos. Levantaron la vista y todo lo que habían sentido durante esa hora, esa única hora, se desbordó.

Ángel se acercó a ella y reprimió un suspiro. El cuello de Eva se erizó y ella cerró los ojos. Sin pensarlo dos veces Ángel sacó la lengua y recorrió los contornos de los labios de Eva. No podía creer que se atreviese a hacer algo así con una chica, una chiquilla, a la que había conocido hacía una hora. Sin embargo un torrente de sensaciones inundaban su ser excitándolo hasta límites insospechados, y su lengua comenzó a acariciar el cuello de aquella chica.

Eva no podía aguantarlo. Un gemido salió de su boca mientras que la lengua de Ángel, en un juego explícitamente sexual, recorría su cuello. Cuando Ángel escuchó el gemido tapó la boca de Eva con una mano y uno de sus dedos comenzó a dibujar círculos alrededor de sus labios. Ella sacó la lengua y comenzó a lamer ese dedo que, simplemente dibujando círculos, tan loca la volvía. Notó que se humedecía y un nuevo gemido, un poco más alto, escapó de su garganta.

Sin pensárselo dos veces, Ángel dirigió sus manos a los pantalones de Eva; las introdujo lentamente desabrochando el botón mientras sus lenguas se encontraban y se fundían en un beso tremendamente excitante. Sus manos llegaron a las braguitas de la chica y comenzaron a acariciar su vagina, húmeda y caliente, por encima de ellas. Ante el contacto Eva no puedo seguir besando a aquel hombre que la volvía loca. La excitación podía con ella, no podía pensar en nada más que en aquellas manos de artista que la estaban acariciando hasta hacerle perder el control.

-Bésame, sigue besándome –Susurró Ángel.

-N… No puedo –Logró decir Eva entre sollozo y sollozo. Ante esta respuesta las manos de Ángel se introdujeron dentro de las braguitas y un dedo juguetón se introdujo en su vagina. El gemido quedó atrapado por la boca de Ángel.

-Sí puedes. Inténtalo criatura –Introdujo otro dedo. Su voz estaba ronca. Eva se dio cuenta de que Ángel intentaba, sin remedio, controlar la situación. Una certeza atravesó su mente: << Él está tan perdido y excitado como yo >>

Por toda respuesta Eva siguió besando. Besó con desesperación, con urgencia, con pasión. Bebieron de ese beso como si fuera el último que pudieran compartir. No pudieron aguantar más esa situación; el cinturón se desabrochó por fin con un sonoro "click" y Eva y Ángel se separaron con esfuerzo. Los dos estaban sudorosos y calientes, demasiado calientes. Se miraron y comprendieron al instante lo que había ocurrido. Mientras sus mentes divagaban un puño golpeó la ventanilla del coche, sobresaltándolos. Ángel levantó la vista.

-Es mi siguiente alumno, Eva –Logró decir con cierto esfuerzo. Su voz todavía sonaba ronca.

Tímidamente Eva recogió su bolso y ambos salieron del coche. Cuando ya estaban fuera ella miró de reojo a Ángel. Y lo que vio a continuación la dejó sin aliento, más excitada de lo que nunca lo había estado: Ángel se lamía los dedos con los que la había penetrado con una expresión de gran satisfacción mientras la miraba fijamente; sus ojos reflejaban una mezcla de lujuria, pasión y cariño. Eva no pudo más; se dio la vuelta y se dejó arrastrar hasta su casa. La ducha la esperaba y dejó que todos sus músculos se relajaran. No quería pensar en lo que había sucedido; no podía, no estaba preparada.

Esa noche Eva no tuvo pesadillas.