Un lugar en el mundo (1)

Un hombre tímido, conflictuado, y con grandes inhibiciones sexuales descubre repentinamente el placer de la sumisión.

-Dígame, ¿por qué quiere empezar a hacer terapia?

-Yo soy...impotente, licenciada.

-Ajá. ¿Cuántos años tiene Ud. ahora?

-Cuarenta y dos.

-¿Y desde cuándo le viene pasando eso?

-Desde hace como...dos años.

-¡Dos años! ¿Y recién ahora se decide a pedir ayuda?

-Ud. sabe...no es fácil hablar de esto y...

-Puede ser. Pero si no lo enfrenta no lo va a poder solucionar. ¿Se hizo algún chequeo médico?

-Sí, justamente...El médico no encuentra ningún problema físico y por eso...

-¿Cómo es lo que le ocurre? ¿Es una incapacidad para mantener la erección o una falta total de erección?

-E-es una falta...total de erección.

-¡O sea que hace dos años que Ud. no tiene relaciones sexuales! Y antes ¿cómo se desempeñaba en su vida sexual?

-No muy bien, sinceramente...

-¿Qué le pasaba?

-E...eya...e-ya...

-Eyaculaba precozmente. ¿Y eso desde cuándo?

-Creo que...desde siempre, licenciada.

-Es decir, si no le entendí mal, que Ud. jamás tuvo una vida sexual muy satisfactoria que digamos.

-A-así es, licenciada.

-Bueno, vamos a empezar el tratamiento la semana próxima. Y tenga confianza: va a ver que esto se va a arreglar de algún modo.

Aquí debo abrir un paréntesis y describir a Paula, la psicóloga. Porque era terriblemente perturbador tener que contestar semejantes preguntas a una hermosa mujer de unos treinta años, alta, estilizada, de piel morena, pelo azabache hasta los hombros y unos grandes ojos castaños que cuando me miraban fijo me hacían derretir sintiendo una mezcla de deseo y vergüenza. Ese mismo día tuve una cantidad de fantasías eróticas con ella, que fueron aumentando cada vez que la veía. Y con el tiempo me empezó a atormentar la idea de que ella podría estar en pareja. Secretamente, me iba enamorando de ella...

Poco a poco fuimos viendo una cantidad de aspectos de mi vida que yo había querido ignorar hasta ese momento: mi falta de iniciativa con las mujeres, mi timidez, mis temores. Me fui dando cuenta de que toda mi vida me había dejado manejar por los demás, que en el fondo nunca había hecho lo que quería. Me sentía abrumado al comprobar que siempre había sido un juguete de las circunstancias, que me había dejado basurear por mis superiores, traicionar por mis amigos, y así hasta el infinito.

Hacía ya algunas semanas que estaba atendiéndome con ella, cuando una tarde me dijo:

-Yo creo que ya es hora de que se decida a volver a tener relaciones sexuales. ¿Qué es lo que le pasa que todavía no se anima a volver a acercarse a una mujer? ¿Es que no tiene deseos?

-Eh, sí.

-¿Tiene fantasías?

-S-sí, claro.

-¿Con...alguien en particular?

(Sí, con ella, y en ese mismo momento.)

-Eh, no...

-¿Y a qué le teme?

-Bueno, ante todo...me pregunto si una mujer no podría darse cuenta de que yo...hace tanto tiempo que no...

-Eso es absurdo. ¿O Ud. cree que tiene un cartel en la frente que dice "HACE DOS AÑOS QUE NO ESTOY CON NINGUNA MUJER PORQUE SOY IMPOTENTE"?

-Bueno...yo...Ud. sabe...nunca fui, digamos, muy...hábil y...

-¡Entonces, es hora de empezar! Y si se deja llevar por la situación va a ver que el instinto le va a ir indicando todo lo que tiene que hacer y no va a tener ningún problema. ¿Alguna otra cosa?

-Eh, sí...Yo nunca le dije que a mí me parece que yo...eh...yo...este...

-Lo escucho...

-Es que nunca estuve muy conforme con...eh...yo...

-¿Con el tamaño de su pene? ¿Es eso?

-Este...sí...

-¿Le parece chico?

-S-sí...

-¿Muy chico?

-S-sí...yo...

-Todos los hombres están obsesionados con esa bendita historia del tamaño. Pero como Ud. sabrá, la sexología actual considera que eso no tiene ninguna importancia en la satisfacción sexual de la mujer. Así que olvídese de ese asunto. ¿Hay algo más?

(El tono de su voz no me pareció muy sincero, pero preferí seguir adelante y no discutir.)

-Sí, mire...Desde hace tiempo tengo una fantasía...horrible. Me imagino que... si vuelvo a estar con una mujer, ella... me va a obligar a hacer...cosas...cosas que no deseo...y...

-¿Qué cosas, concretamente?

-No, n-no sé...no...sabría decirle...

-Ud. se siente como un niño indefenso a merced de la voluntad de los adultos. Es algo típico de alguien que no quiere enfrentarse con una situación que le asusta. Pero enfrentarse es la única manera de que esa fantasía se le vaya de la mente. Mire, yo le voy a pedir que haga algo. Tiene que tomar una decisión, de lo contrario no vamos a poder seguir avanzando en la terapia y ni vale la pena que se moleste en seguir viniendo. Este sábado se va a algún pub, se busca a alguien que le atraiga, y trata de hacer que pase algo. Después veremos. ¿Estamos

de acuerdo?

-Sí, licenciada.

-Ya que estamos, le voy a comentar algo...Aquí a pocas cuadras, yendo para el lado de la avenida, abrieron hace poco un lugar muy lindo, y me dijeron que van muchas mujeres solas. ¿Por qué no prueba suerte ahí? Bueno, lo espero el lunes. Y cuando venga me gustaría oír algunas "novedades"...

El pub estaba casi vacío, todavía era temprano. Pedí un whisky y me senté en un rincón que estaba casi a oscuras, para poder mirar el movimiento del lugar. Pasó un cuarto de hora cuando apareció una cuarentona impresionante. Rubia, de pelo lacio hasta mitad de la espalda, alta y con unas curvas terribles. Vestía toda de negro. Tenía una pollerita minúscula, con un grueso cinturón de cuero, y que dejaba ver unas piernas largas y bien torneadas, y por el escote de la remera sus pechos turgentes parecían a punto de escaparse en cualquier momento. Caminaba como una reina desde la altura de sus zapatos de taco aguja. Todo el mundo la siguió con la mirada, hasta que ella se sentó en la barra.

Esperé un rato para ver si no entraba alguien a buscarla, me tomé de un trago todo lo que quedaba en el vaso, y me fui a sentar a su lado. Es ahora o nunca, pensé.

-H-ho...hola.

Me miró de arriba a abajo.

-Hola.

-¿E-estás so-sola?

Parecía asombrada de mi pregunta.

-Ya lo ves: sí.

-E-entonces, ¿pu-puedo invitarte a tomar algo?

Me sonrió.

-Bueno.

Pedimos unos tragos largos. Enseguida se rompió el hielo y nos pusimos a charlar. No pasó tanto tiempo hasta que, acercándose, me dijo al oído:

-¿Querés que vayamos a mi departamento?

No podía creer que todo podía ser tan, pero tan fácil...Tenía razón la psicóloga: era cuestión de decidirse, y punto. Salimos de ahí. Vivía a pocas cuadras y fuimos caminando. Por la calle seguíamos conversando, pero yo estaba un poco cohibido y caminaba con la cabeza agachada. Mi vista se terminó fijando en sus pies que daban pasos firmes, seguros, dentro de sus zapatos de taco alto.

Cuando subíamos en el ascensor, me miraba, sonriente, con los ojos entrecerrados, como estudiándome. No pude soportar más su mirada y agaché

otra vez la cabeza.

-¿Te gustan mis pies?

-¿Eh...?

Justo en ese momento llegamos al departamento y entramos. Ella sonrió.

-Digo, que parece que te gustan mis pies...hace una hora que me los estás mirando...

-Yo...

-¿Tenés ganas de besármelos?

-¿Qué...?

-Besálos, dale...

Me sentía raro, no sé si en parte por el alcohol, y no sabía qué decir.

-Vamos, besálos...si es lo que estás deseando hacer desde hace una hora... Arrodillate en el piso, que vas a estar más cómodo...

Hice lo que me pedía, un poco mareado. Todo esto me parecía muy raro...

-¿Me deseás?

-¡Sí!

-¿Mucho?

-¡¡Síí!!

-¿Me querés coger?

-¡Me muero por cogerte...!

-Y... ¿cómo lo vas a hacer? Porque...sos impotente, ¿no es cierto?

-¿Eh...? ¿Cómo?

-Te estoy preguntando si sos impotente... ¿Sí? ¿Qué cómo lo sé? ¡Si con esa carita que tenés se nota a la legua de que hace rato que no se te para!

Me levanté de golpe, decidido a irme, cuando sentí un cachetazo en plena cara que me hizo perder el equilibrio.

-¿Adónde vas?

Vi que ella se sacaba el cinturón, y después de doblarlo, lo empuñaba en una mano.

-Ahora te voy a enseñar quien manda aquí... ¡Sacáte la ropa!

Intimidado y confundido, no atinaba a sino a obedecer. Me sentía indefenso y ridículo. Me hizo arrodillar sobre un sillón, con la cara hacia el respaldo, me ordenó poner las manos en la nuca con los codos apuntando hacia arriba, me bajó los pantalones y el slip dejándome las nalgas al descubierto y comenzó a azotármelas sin piedad.

-Y no grites porque te voy a dar todavía más fuerte...

Me tuvo así un rato. Mis ojos estaban llenos de lágrimas y la piel del culo me ardía como si me hubiera quemado con fuego. Me ordenó levantarme, me condujo al dormitorio y me hizo arrodillar a los pies de la cama. Con una correa de cuero me sujetó las muñecas a la espalda y me puso al cuello un collar de perro que ató a una de las patas de la cama. Me sentía completamente humillado, incapaz de entender la situación. Me animé a preguntarle:

-No...n-no entiendo por qué... me trajiste hasta acá si...

-¿Qué? ¿Te habías pensado que un pedazo de hembra como yo se va a rebajar a tener sexo con una cagadita como vos? Yo te traje porque...

En ese preciso momento sonó el teléfono y ella corrió a atender.

-¿Hola? ¿Carlos? Justo te iba a llamar...Todo bien...Sí, sí...te espero. Besos. Chau. Colgó y se acercó.

-El que llamó recién es Carlos, mi novio. Está por llegar de un momento a otro. Nosotros somos una pareja un tanto...especial. Quiero decir...que nos gusta que nos miren cuando estamos haciendo el amor. Pero no es sólo eso...no es cuestión simplemente de entreabrir una persiana y que un vecino nos espíe... Nosotros queremos que quien nos esté mirando se sienta humillado... eso nos excita terriblemente. Sabés...yo soy una mujer dominante, agresiva... disfruto humillando a los hombres...Y hacerlo delante de Carlos es como demostrarle que él es para mí el único macho en la tierra... Él también lo entiende así y se calienta como un degenerado...Y cuando después me agarra en la cama...¡me destroza! ¿Ahora entendés para qué estás aquí? ¿Te vas a someter...o vamos a tener que obligarte?

-V-voy a...o-obedecer...

-Perfecto. A partir de ahora no me tuteás más. Vas a decirme "Sra. Elena", y a mi novio, "Señor". ¿Entendiste, gusano?

-Sí, Sra. Elena.

En ese momento llegó Carlos. Era un hombre bastante más joven que ella, alto y muy atlético.

-¡Hola, mi amor! Mirá, éste es el gusano del que te hablé...no es gran cosa pero puede llegar a servir para algo.

Puso un pie por debajo de mi entrepierna y empujando hacia arriba con la punta del zapato me levantó el pito y los huevos.

-Mirá, querido... ¿a esto se lo puede considerar un hombre?

-Ja, ja...

-¡Qué diferencia con vos!

-Ja, ja. ja...

-Porque vos sabrás, gusano, que a las mujeres lo que realmente nos hace gozar es una pija bien grande...

(Me acordé de las palabras de la psicóloga y me dije que Elena no debía estar al tanto de las últimas investigaciones de la sexología.)

Carlos se desnudó y se acostó en la cama. Pude ver que tenía un cuerpo trabajado, con músculos muy marcados, y una verga impresionante que ya estaba apuntando hacia arriba. De la mesita de luz Elena sacó un pote de crema y un consolador cilíndrico, de punta redondeada; mientras embadurnaba el aparato me miraba sonriente.

-Date vuelta. Ponéte en cuatro patas y levantá la colita. Bien arriba. Mostranos lo obediente que sos.

Sentí en frío de la crema en mi agujerito y una leve presión. Hizo entrar la puntita y la mantuvo allí, revolviéndomela en círculos, suavemente.

-Ahora relajáte y gozá.

-¡¡¡Aaaaaaaaaagggggghhhh!!!

Me la había enterrado hasta el fondo de un solo empujón.

-Tenés que ser muy poco hombre para dejarte hacer esto por una mujer...Y encima, delante de su macho. Dolió, ¿no? Jeje...la vas a tener que aguantar adentro toda la noche.

Se desnudó. Me pareció hermosísima, con sus formas voluptuosas. Se acostó al lado de su novio y se pusieron a besarse y acariciarse. Estuvieron refregándose uno contra el otro un buen rato, hasta que Elena se apartó

de él, se puso boca arriba y abrió las piernas. Se llevó una mano a la entrepierna y abriéndose los labios me ordenó que le pasara la lengua.

-Quiero estar bien caliente para que mi macho después me saque la calentura... ¡Chupá, gusano! Y hacélo bien, que si no esta vez va a ser él quien te azote...y ahí sí que vas a saber lo que es bueno...

Me esforcé lo mejor que pude, y al rato sus caderas comenzaron a moverse y pude sentir mi boca inundada por los jugos de ella. Entonces, me apartó, y abriéndose aún más, se dispuso a recibir a su amante. Éste la montó y empezó a bombearla ferozmente. Yo estaba a pocos centímetros de ellos y veía cómo esa tremenda pija entraba y salía de su concha. Ella estaba como loca, gritando y retorciéndose. Cambiaron de posición varias veces, mientras ella no dejaba de acabar una y otra vez. Al fin se puso en cuatro patas y levantó el culo.

-Ahora, gusano, me vas a chupar el orto. Lo necesito bien lubricado, como te imaginarás...Pasá la lengua más arriba. Un poco más lento. Así. Ahora con la puntita...Eso.

A cada momento me sentía más y más humillado, pero me fui dando cuenta de que la humillación estaba resultando una extraña forma de placer para mí, un placer que hasta entonces desconocía. Si al principio me sometía con cierta resistencia interior, ahora lo hacía con pasión. Y lo más humillante no era el tener que cumplir esas órdenes abyectas, sino el estar obligado a ser un testigo del placer de ellos. Por eso, cuando, un

rato después, mientras Carlos estaba cogiéndola salvajemente por atrás, me di cuenta de que ellos se estaban preparando para un orgasmo descomunal, entonces mi pito, que toda la noche había estado fláccido y como muerto, tímidamente comenzó a despertarse, hasta que estuvo duro como hacía años no me pasaba, y esa erección era la confirmación de que el placer de ellos, al humillarme, era también el mío.

Cuando llegó esa acabada monstruosa, ya no tuve dudas de que mi camino era el de la sumisión, y de que la única forma de gozar que mi naturaleza me permitía era como sumiso. Ése era, por así decirlo, mi lugar en el mundo.

Un rato más tarde, Elena se acercó para desatarme, y mi mirada agradecida le hizo saber que ellos podían contar conmigo de ahora en adelante, si así lo deseaban.

Quedamos en que me llamarían por teléfono durante la semana.

(Continuará.)