Un lugar dentro del edén

Susana se vio esposada a las cadenas que caían del techo. Con los brazos en alto, con sus piernas separadas, con la cabeza de Alberto lamiendo su sexo, con Pedro arrebatando su virginidad anal, con Pit, su admirado y deseado Pit, besando su boca y cambiando sus salivas...

UN LUGAR DENTRO DEL EDEN

Tras una larga jornada laboral, llegué a mi casa destrozado físicamente. No, no era el mejor momento para emprender un viaje en el cual debíamos cruzar el Atlántico. Sin embargo, era el viaje soñado por muchas personas, y nosotros, gente con inquietudes comunes al resto de los mortales, pensábamos aprovecharlo al máximo.

Mientras Susana me llenaba la bañera de agua, me tomé un wisky a escondidas de ella. Ya se sabe, medicamentos y alcohol, cóctel mortal. Tenía un problema de dermatitis en un tobillo. El médico me había recetado “ Fuoxetina ”, una cápsula cada noche, “ Loratadina ”, tres veces al día y, por gusto, remataba el día con “ lactobacilos ”. Una buena composición si no fuera porque me producía sueño. Pero esa tarde había que viajar. Serían quince días extraordinarios.

Entré en el baño y me despojé de la última prenda que aún me quedaba adosaba al cuerpo. Cuando los calzoncillos se estrellaron en el suelo, mi pene cabeceó de un lado a otro. Solté un largo y sonoro bostezo, el cual achaqué  al cansancio de la mañana y a los nervios del viaje. Primero con un pie, después arrastrando el otro, me metí dentro de la bañera y me senté en el fondo. El cálido y agradable ambiente que Susi me había preparado hicieron que cerrara los ojos y las imágenes de la terminal 4 del aeropuerto de Barajas acudieron a mi mente. Eran las cuatro de la tarde y en poco más de cinco horas, estaríamos en un avión rumbo al complejo residencial-vacacional “El Seto”. Me encendí un cigarrillo y aspiré su humo pleno de satisfacción.

El día era precioso. El azul del cielo y los 26 grados de temperatura exigían con insistencia una visita a la playa. Nada nos iba a detener. Era nuestro primer día de vacaciones. El lugar, el idóneo. El clima, el adecuado. El paraje, el soñado.

Habíamos viajado sólos. Siempre nos acompañaba alguien de nuestro entorno, pero en esa ocasión, nos aventuramos los dos sólos. Ese viaje tenía que pasar a nuestros recuerdos como algo único e irrepetible. Los casi siete mil kilómetros de distancia entre Madrid y nuestro punto de vacaciones eran un largo trecho. Los dos nos habíamos jurado aprovechar al máximo esas merecidas vacaciones.

El complejo de alojamiento se llamaba y se sigue llamando “El Seto”. Es un lugar mágico, retirado de la civilización. Cubierto por palmeras y una exuberante vegetación,  sólo pueden acceder a el unos pocos privilegiados. Se habla español, entre otras lenguas. Pocos turistas, pocos empleados. Ocho habitaciones por bloque. Cuatro bloques. Mucha libertad.

Nuestro primer día tenía que ser genial. Nuestros cuerpos cansados del viaje exigían más alivio. Y nosotros se lo íbamos a dar. La blanca y fina arena de aquella playa paradisíaca salpicada de palmeras, nos llamaba silenciosamente a través del susurro de sus aguas.

Antes de acercarnos hasta la playa, pasé por la recepción del complejo turístico. Walter, que así se llama el recepcionista, custodió la llave-tarjeta de nuestra habitación.

-Sólo hay cuatro habitaciones ocupadas. Las otras cuatro están libres hasta el día 30, fecha en la que ya se habrán marchados todos ustedes y, entonces si, tendremos un lleno absoluto. No será necesario que porte con la tarjeta de un lado para otro. Nadie tocará sus cosas. Por otra parte, es costumbre tener las habitaciones abiertas. Somos una pequeña familia. No obstante, si lo desean, cada vez que salgan pueden dejar cerrado. Con mucho gusto me quedaré con su tarjeta.

No me hacía mucha gracia dejar la tarjeta en recepción, soy muy desconfiado y no ignoraba que en la banda de dicha tarjeta, se almacenan datos como por ejemplo: Nombre del huésped, el domicilio, el número de la habitación, número de la tarjeta de crédito y el DNI. Pero Walter y mis deseos de empezar con buen pie, me convencieron de olvidarme de la dichosa ficha. Por otra parte, si sólo habían cuatro habitaciones ocupadas…, sería como en el servicio militar, todas las puertas de las taquillas abiertas, y si faltaba algo de alguna, los culpables seríamos todos. Nunca faltó nada.

Mientras esperaba a Susana, tomé unos folletos de propaganda y estuve perdiendo el tiempo en informarme de las diversas excursiones programadas. Ninguna me interesaba. Yo había ido allí en busca de sol y agua. El paquete vacacional incluía todo, pero las excursiones, se pagaban por parte. Walter me miraba de vez en cuando y me sonreía. Parecía buen tipo. Servicial y amable.

Abandoné los folletos informativos y me encaré con una pizarra donde, con costoso orden, estaban anotados los nombres de las personas que nos alojábamos allí, y al lado, el número de la habitación correspondiente. Un título me sugirió leer aquel tablero: CUADRO DE HOSPEDAJE.

Así, sin discreción alguna, me puede informar que en la suite núm. 1 se alojaban Pit Lodge y Wendy Clairy. Ambos ingleses. En la núm. 2, Ralf Kessel y Olga Feldman, una pareja alemana. En la núm. 3, ¡Aleluya!, Pedro Vargas y Carmen Morales, junto a sus dos hijos María y Alberto. Un nexo nos unía, ellos eran mexicanos y nosotros españoles. En la núm. 4, tras el dígito, estaban nuestros nombres, Federico Montalbán y Susana Martínez.

Entretenido en sacar estúpidas conclusiones sobre la información obtenida, sentí su aliento en mi cuello. Susana estaba allí. Al girarme hacia ella para recibirla con un beso, observé el amable rostro de Walter. Las comisuras de su boca se alargaron hasta sus orejas. Simpático moreno, pensé.

Mientras avanzábamos hacia la playa, puse al corriente a mi mujer de la conversación que había mantenido con Walter. Así como también la informé de los nombres de nuestros vecinos y, ¡cómo no!, de las conclusiones que había sacado.

-Si las puertas están abiertas, pues… abiertas. No vamos a dar la nota. Haremos lo que haga la gente. Y si sólo hay cuatro parejas, y una de ellas con sus hijos, pues mejor, más tranquilidad. ¿No es lo que buscabas?.

-Si, si. Si me parece muy bien-Admití ante ella-. Lo único que me extraña es eso de los mexicanos con sus hijos. No es el clásico lugar donde se viaja con los hijos.

-Igual no son sus hijos. ¿No se te ha ocurrido pensar que pueden ser unos amigos?.

-No. Pone que son sus hijos.

-Pues a lo mejor es un hijo con su mujer o la hija con su marido.

-A lo mejor. Aunque no lo creo. Tampoco pone las edades.

-Fede, hazte un favor, ¿Quieres?, no analices nada. Disfruta y olvida todo. Amortiza el dineral que hemos pagado por este viaje.

Susana tenía razón. Como casi siempre. Analizar algo que iba a descubrir en poco tiempo era absurdo. Cuando llegamos a la playa, una cala de unos cien metros, me quedé absorto contemplando aquella belleza que se extendía frente a mis ojos. Arena fina, palmeras bailando ligeramente, agua azul y transparente y, moteando el paisaje, unas sombrillas de color crema donde se refugiaban unas tumbonas que parecían excesivamente cómodas.

Nos encaminamos hacia una de las sombrillas. En un extremo de la cala se ubicaba una carpa pequeña. Refugiada del sol, una mini barra de bar era atendida por un joven moreno que, a juzgar por su apariencia, no pasaría de los 19 años.

Tomamos asiento en las dos tumbonas. Fijé mi vista en el agua. Un grupo de gente se bañaba y chapoteaban alegremente mientras daban rienda suelta a su algarabía. Tanto Susana como yo, estrenábamos ropa de baño. Unos días antes de nuestro viaje, habíamos estado en El Corte Inglés y habíamos adquirido una serie de ropas y accesorios que consideramos nos vendrían bien en nuestro destino. Error total, pues en el complejo había de todo. Las bermudas que me compré, si bien es cierto que en un primer momento me agradaron, una vez allí, desestimé mi simpatía por ellas. Susana, siempre con mejor gusto, se había comprado un trikini espectacular que se adhería perfectamente a su fabuloso cuerpo. Un tanto atrevido si se quiere, no pasaba por ocultar, si no más bien por mostrar. Desde cuatro dedos por debajo de su ombligo, se elevaba hasta detrás de la nuca, moldeando una imagen terriblemente sexy.

Ensimismado en mis pensamientos, todos dentro del cuerpo de mi mujer, no noté la presencia del joven Reinaldo. Con un desparpajo clamoroso, el joven encargado de la barra se dirigió a nosotros.

-Les traigo dos bebidas que estoy seguro serán de su agrado-Su perfecto español me sorprendió gratamente. Su sonrisa, a la vez que depositaba los enormes vasos en una mesa desplegable, me cautivó-, jugo de piña, mango, naranja, maracuyá y plátano hecho puré. Les agradará. Mi nombre es Reinaldo y estoy aquí para servirles.

Observé la cantidad de hielo picado que contenían los vasos. También me fijé en el grupo que estaban dentro del agua. Era lo único sobrante del paisaje. Ellos y sus ruidos. Encendí un cigarrillo mientras Susana, oculta tras sus gafas de sol, se acomodó en la tumbona. Reinaldo volvió a visitarnos. Esta vez traía una bandeja en la mano repleta de canapés de diferentes composiciones.

-Les dejo unos canapés. Cualquier cosa que se les ofrezca, cualquier cosa que deseen, ya saben, no tienen más que pedirla. Levanten la mano y acudiré. Y si prefieren caminar hasta la carpa, allí les daré lo que quieran. Y si no lo tengo, iré al hotel y se lo traeré. Desde hoy seré su sombra…y su servidor. Pidan cuanto deseen, yo se lo daré.

-Gracias, Reinaldo-Mascullé pensando en que ya se estaba trabajando una sustancial propina.

Tras devorar cuatro o cinco canapés, me encendí un nuevo cigarrillo. Mientras fumaba desganadamente, observé que el grupo, como una horda vikinga, abandonaba el agua y buscaba arena blanca. Fruncí el ceño temiendo una rotura de mi paz. Pero rápidamente elevé mis cejas en señal de sorpresa al verlos salir del agua completamente desnudos.

-Susi, Susi…mira, mira…nuestros vecinos. Deben ser ellos. Al menos el número coincide. Son ocho.

-¿Eh?, ¿Qué?, ¿Qué pasa?.

-Mira. Salen del agua y vienen hacia aquí. ¡Están desnudos!.

-¡Joder, ya lo veo!. Todos van desnudos.

-Calla que vienen hacia aquí…joder…!Qué mal rollo de gente, coño!.

Un hombre alto, con el pelo de color oro, bien musculado y que parecía un Neptuno rubio, dirigía al grupo. Al menos, todos le seguían. Su presencia a nuestro lado nos proporcionó la sombra que no buscaba. ¡Patético!, pensé. Todos desnudos delante de nosotros.

Con un español aceptable, dejó claro que él era quien dominaba aquella situación o, cuanto menos, el más veterano del lugar. Tomó la palabra sin más preámbulos.

-Guten Tag. Hallo, mi nombre es Ralf Kesser. Ella es Olga Feldman, mi compañera. Pit Logge, y Wendy Clairy, su mujer, y estos son, Pedro Vargas y su señora, Carmen Morales, junto a sus hijos, María y Alberto.

Nos pusimos en pie ante ellos mientras el titán rubio se afanaba en la presentación del resto. Todo ello en un español más que aceptable, repito. Se abalanzaron a besarnos y estrecharnos las manos. Primero Ralf, naturalmente, y luego el resto por riguroso orden de presentación. Tras los besos y el estrechamiento de manos, decidieron acercar sus tumbonas junto a las nuestras. Teníamos invitados sin desearlo.

Ralf rondaría los 35 años, mientras que su compañera, Olga, estaría viviendo el trigésimo año de existencia. Los ingleses, Pit y Wendy serían de nuestra edad más o menos. A él le adjudiqué unos 28 o 29 y a la hermosa inglesa, unos 24 o 25. Tanto Pedro como Carmen eran un matrimonio maduro. El llevaría por la vida unos cincuenta y tantos años y ella, que no le iba mucho a la zaga, representaba unos cuarenta muy elevados. Sus hijos, algo más jóvenes que los ingleses, representaban unos 20, 21 años. Guapos y agradables, tanto el chico como la chica, eran clavados a la madre. Una mujer que, años atrás, con la piel más tersa, no habría tenido dificultad alguna en conquistar a cuantos hombres se cruzaran en su camino. Parecían un grupo con el cual podíamos congeniar fácilmente. Salvando la desnudez, a la que ya empecé a acostumbrarme, no encontré motivo alguno para parecer descortés con ellos. Ni Susana tampoco.

Habían pasado apenas treinta minutos, en los cuales no nos habían dejado tiempo a ninguna confidencia entre Susi y yo, y ya comenzaron a marcar lo que más tarde comprendí que iba a ser el comportamiento general de todos nosotros durante aquellos quince días de estancia en “El Seto”.

-Aquí, amigos-Comenzó a decir Ralf-, como ya habréis podido comprobar, estamos todos desnudos. Sería muy interesante, por lo tanto, que vosotros compartierais la libertad de los cuerpos desnudos y os dejarais acariciar por el sol y por el agua sin nada que se interponga entre la naturaleza y vuestra piel. Evidentemente a vosotros ya se que eso no os supone problema alguno, y a nosotros-Mucho suponer era eso-, nos agradará en exceso y nos evitará pensar que nuestro comportamiento no es el adecuado para vosotros-. Demasiada palabrería del alemán para obligarnos a desnudarnos. Pero aceptamos su sugerencia. Era evidente que no teníamos ganas de dar la nota ni que nos preocupaba para nada desnudarnos. No sería la primera vez que luciríamos en playas nudistas.

-No hay problema-Respondí a la sugerencia del alemán-, si vosotros estáis más cómodos desnudos, nosotros no supondremos un impedimento a vuestra libertad.

Tanto Susi como yo, nos deshicimos de nuestras prendas. Ella de su trikini recién estrenado y yo de mi asqueroso bermudas recién comprado. Las miradas de todos fueron discretas, naturales, lo cual agradecí de corazón, pues su discreción hizo que no nos sintiéramos apurados.

En un círculo donde fuimos charlando, bebiendo, fumando e intimando, donde Reinaldo fue nuestra única visita admitida, comencé a darme cuenta que nuestras vacaciones iban a ser lo que pretendía: inolvidables. Pero no por los motivos que yo deseaba, si no por los que me iban a imponer.

Es verdad que yo no apartaba los ojos de María, pero no es menos cierto que Susi se fijaba demasiado en el inglés. No nos provocó disputas, pero no nos pasó desapercibido el detalle. Tal vez ambos comprendimos que, probablemente, allí estuvo nuestra inclusión de pleno en ese singular grupo donde los padres se mostraban desnudos delante de sus hijos adultos.

María se presentaba joven, morena, guapa, con un cuerpo precioso, arrogante, clamoroso. Sus pechos duros, aún no me parecían acabados. Compensados con unas nalgas infartantes, mostraba un pubis aseado y apetecible. Su hermano, de gesto adusto, se mostraba cortés y silencioso. Un adonis aún en formación. Pit, más o menos de mi edad, era un claro exponente de lo que podría llamarse un extraordinario competidor. Guapo, atlético, agradable, bromista…y bien dotado, se desvivía en atenciones para con Susi, a las que ella, muy ufana, correspondía con la mejor de sus  sonrisas.

Su mujer, Wendy, había clavado sus ojos en mi cuerpo. Aquello les proporcionaba a los alemanes un intercambio de sonrisas que yo consideraba absurdas cuando no de burla hacia lo que otros hablaban. Tanto Pedro como Carmen, más amueblados y padres ya, mostraban la serenidad que sólo los años dan. Siempre sometidos a la tutela de Ralf, trataban de no desentonar dentro del grupo. ¡Qué equivocado estaba yo!.

La mañana pasó entre bebidas tropicales, confesiones más o menos íntimas y deseos estrechos y comunes de una buena amistad que, de no remediarlo nadie, debería continuar tras nuestras vacaciones. La siguiente parada: la comida.

Cuando les abandonamos allí en la playa, decidimos irnos caminando como estábamos: desnudos. Reinaldo, en exceso voluntarioso y complaciente, nos dijo que él se encargaba de llevar todo a nuestra habitación.

Ya en nuestra suite, me di una ducha mientras Susi terminaba de colocar algunas prendas dentro de uno de los armarios. El chorro de agua era limpio y fresco. Mi piel congenió rápidamente con tan preciado bien de la naturaleza.

Terminé de ducharme y me senté en un gran sillón, encendí el TV y localicé un canal de un Satélite. Levanté despacio el teléfono. Me contestó la voz de Walter y le rogué que me subieran una cerveza fresca. Decidí tomarme una buena “birra” y hojear un periódico en inglés que había por allí, mientras me mujer se duchaba. Al cabo de tres minutos entró en la habitación una muchacha de edad similar a la de Reinaldo con una bandeja en la mano. Era tremendamente morena, creo que era brasileña o algo así. Me saludó en un perfecto español, depositó la bebida en la mesa y se marchó no sin antes interrogarme acerca de si deseaba algo más. Respondí que no y se marchó.

Verdaderamente la cerveza estaba helada y decidí dársela a probar a Susi. Atravesé el salón en cuatro zancadas y circulé por una especie de pasillo que, a ambos lados, estaba dividido por sendas cortinas. Al pasar por allí, me pareció que una de las cortinas se movía. No le di más importancia, pues aunque no creo en espíritus y fantasmas, rápidamente saqué la conclusión de que la velocidad con la que lo atravesé, habría sido la causa del bamboleo de la cortina. “Huracán Fede”, pensé.

Mi mujer estaba allí. Su cuerpo desnudo bajo la ducha, recibía los finos chorros de agua. Ahora en la cabeza, al girarse en la espalda, después en los pechos, luego en sus nalgas y en un cara a cara de agradecimiento, en pleno rostro. La veía feliz, relajada, emocionada con nuestro viaje y radiante a más no poder.

El baño era grande. Un Jacuzzi enorme, un par de duchas y los sanitarios habituales…pero todo doble. Me imaginé a Susi sentada en el inodoro mientras yo usaba el otro. La puerta del baño estaba abierta, como por otra parte era lo razonable. De esa manera, con un simple giro de cabeza, desde el salón la veía.

-Toma. Da un trago. Verás qué fresquita y qué buena está-Dije mientras ofrecía la jarra.

-Gracias. ¡No sabes como está el agua, Dios!.

-¡Claro que lo sé!, me acabo de duchar, Susi.

-¡Es verdad!. Estoy tan emocionada que no lo recordaba, ja, ja, ja.

Me devolvió la jarra, tras obsequiarse con otro trago más, y me alejé al sillón del salón antes de que mi cerveza mermara su existencia dentro del vidrio. Al pasar nuevamente, jarra en mano, por el pasillo formado por ambas cortinas, vi un pie desnudo bajo el borde de una de ellas. El respingo que di fue fenomenal, casi derramo la cerveza, pero a duras penas, me rehice y me autocontrolé. Proseguí hacia el sillón y dejé la cerveza sobre la mesa. Giré en redondo como si fuera hacia la parte del dormitorio y entré, pero salí de inmediato cerrando la puerta tras de mi.

Camuflado tras un enorme jarrón y su correspondiente planta que se elevaba casi hasta besar el techo, obtuve mi premio. La cortina se movió y allí estaba él. Un pantalón corto bajado hasta las rodillas y el torso desnudo. Apresuradamente se componía para salir de la habitación sin ser visto. Esperé pacientemente hasta que su pantalón estuvo nuevamente en su lugar y le di la oportunidad de salir sigilosamente de nuestra suite. Pensé descubrirle, pero tal vez eso podría haber supuesto su despido fulminante. Cuando me acerqué hasta la cortina pude ver los restos de la historia. Se había masturbado observando el cuerpo desnudo de Susi.

Si, me cabreó, pero no me iba  a arruinar las vacaciones por una estupidez de ese tamaño. Es verdad que me preguntaba una y otra vez el porqué de esa actitud, pues él estaría harto de ver a gente desnuda y más cosas…

El joven Reinaldo salió de mi mente cuando escuché la voz de Susi.

-¡Terminé!-Exclamó con una toalla envolviendo su cabeza por toda vestimenta.

-Bien, yo también terminé mi cerveza.

-Pídete otra…

-Lo haré. ¿Te vestirás ahora para la comida?.

-Si. Mientras te bebes la cerveza, veré a ver que me pongo. No quiero ir mal vestida.

Llamé a Walter y le encargué otra cerveza. Reinaldo apareció con ella casi de inmediato. El color de mi cara desapareció cuando el muchacho me habló.

-Sé que me ha visto. Se que ha visto lo que he estado haciendo tras esa cortina-Dijo señalando el lugar de su clímax-, pero le puedo explicar.

¿Explicar?, ¿Acaso aquél imberbe me podría explicar algo?, ¿Acaso pretendía justificar de cualquier modo su lamentable actitud?. Me armé de paciencia por no tener un escándalo en la suite y por no perturbar a Susi, que nunca entendería que ella habría sido la causa del más que posible golpeo al que hubiese sometido el cuerpo del lampiño que me miraba fijamente.

-¿Explicar?-Pregunté alucinado.

-Si, pero ahora no. Tendrá que esperar un mejor momento.

Si, porque Susi salía de la habitación lista para irnos a comer con el grupo de nudistas. Iba espectacular. Como siempre. Cualquier trapo, en su cuerpo, era algo más que tela. Decidí guardar silencio sobre todo lo que había ocurrido. No compartiría con ella nada de lo que había sucedido con Reinaldo.

La comida transcurrió con normalidad. Bromas, buen apetito, exquisita comida y excepcionales caldos. Tertulia a los postres y preparativos para la noche. Ralf dirigía, y sus directrices decían que la noche habría de ser larga, como “era norma por allí”. La tarde se dedicaría a enseñarnos el complejo. Todos en grupo.

La visita guiada culminó frente a una puerta cerrada. Cuando pregunté que es lo que había tras aquella puerta, tras las sonrisas de todos, Ralf me dijo que ese era el “ lugar ”. Interrogado por tan singular zona, volvieron a reírse, lo cual  nos dejó, tanto a Susi como a mi, perplejos.

-Tendremos oportunidad de visitarlo pronto. Espero-Dijo él.

Cuando Susi, más curiosa que yo, incidió en la pregunta, la respuesta nos dejó aún mas desconcertados…y a los demás, más expectantes.

-A su debido tiempo, Susana. Os habéis adaptado bien al grupo, pero tengo ciertas reservas de si aceptaréis nuestras costumbres.

Mientras ambos divagábamos en nuestras mentes sobre lo que Ralf nos había dicho, nos vimos en el jardín en el cual íbamos a pasar la velada. Nos quedamos ensimismados admirando la belleza del lugar. El aire se llenó de mentas, cardamomo, chocolate, cítricos, vainilla, piña, mango, romeros, lavandas…, eso no era un jardín, eso tenía nombre: El seto del Edén. Todavía embriagado por cientos de aromas, reparé en el contingente de cojines que había esparcidos por el suelo verde de tan hermoso lugar.

-Aquí pasaremos la velada-Aseveró Ralf-, es un lugar único.

Y lo era. Aún boquiabierto, desestimé las muchas preguntas que deseaba hacer. Aquello me dejó sin palabras. Si hay algo precioso, es ese jardín. Imposible calibrar con exactitud, la cantidad de plantas traídas de los cinco continentes reunidas allí.

Cuando llegó la hora fijada, nos reunimos en el hall del bloque que habitábamos. Walter seguía allí, como casi siempre. Tras interesarse por nuestra comodidad, entregó una llave a Ralf. Con la llave custodiada por el puño del alemán, nos encaminamos al Edén de nuevo.

Noté algún cambio en el paisaje. El olor era el mismo. La intensidad idéntica. La vista…si, la vista cambiaba algo. Los cojines ya no estaban apilados, si no ordenados en redondel.

Nos sentamos en círculo. Cualquier espacio de suelo, por pequeño que fuera, estaba cubierto, al menos, por dos cojines. La armonía en estado puro se daba cita en ese espacio. Olor, visión y comodidad, estaban estrechamente unidos por un nexo común: nuestro bienestar.

Tomé asiento en el lugar que me pareció más adecuado. Tal vez fue porque era el más cercano. Sólo tuve que agacharme en cuclillas, estilo indio, y la emoción me embargó nuevamente. Si de pies el aroma era extraordinario, al bajar de nivel era simplemente contundente. María tomó asiento a mi lado, a continuación su padre y su madre, luego Pit, Wendy, Olga, Alberto, Ralf y mi mujer que cerraba el círculo que se había formado de derecha a izquierda.

Nuestro “ servidor ” nos obsequió con marisco de la zona y ensaladas tropicales. Reinaldo, pese a su edad, era un excelente gastrónomo. Hablábamos de trivialidades mientras el “ mirón ” no paraba de agitar bebidas, exprimir frutas, mover botellas…Recordé vagamente el incidente de la mañana. Esperaba explicaciones, aunque todo hay que decirlo, sin demasiada convicción. Consideré que aquello había sido un hecho aislado y traté de formatearlo de mi mente. Ralf me sacó de mis pensamientos.

-Hoy hemos recibido en nuestro pequeño círculo a dos nuevos amigos. Dos amigos extraordinarios que nos pueden aportar muchas cosas. Susana y Federico, nuestros amigos españoles, van a pasar los próximos 14 días en nuestra compañía. Una compañía que espero sea de su total agrado. Unos amigos que no dudo que se instalarán en el lado de la línea adecuado. Unos amigos que, como es de suponer, sabrán estar a la altura de nuestras necesidades. Unos amigos, querida familia, que desde hoy, tras su bautismo, formarán parte de nuestra existencia-Hizo una pausa y continúo-. Como todos sabemos, siempre hemos sido muy selectivos a la hora de dejar entrar en nuestro círculo a gente extraña. Susana y Federico han dado el perfil exigido para nuestras demandas, que no son otras que libertad, cultura y deseos de vivir. Cuando esta mañana decidimos que debían  unírsenos en nuestras  vacaciones, todos adquirimos una responsabilidad frente a nuestros amigos, hacer que estos 14 días restantes, sean inolvidables para ellos y, en consecuencia, para todos nosotros. Sólo así nos aseguraremos su presencia entre nosotros el próximo año. Por lo tanto, queridos amigos, sed bienvenidos a esta pequeña familia de vividores, ja, ja, ja.

-Gracias. Contesté por educación.

-Ahora-Prosiguió Ralf-, sin embargo, me gustaría comentar algunas cosas que entiendo tenéis superadas. Nuestro modo de vida, lejos de nuestros quehaceres diarios, es muy distinto al comportamiento generalizado de la gente común. Somos swinger. Si, es una revelación que, me imagino, no ofrece dudas tras observar nuestro comportamiento en la playa. Somos un grupo que nos damos unos a otros, que nos miramos, que nos aliviamos…sin más pretensión que el mero disfrute emocional y corporal. No dudo que vosotros, gente despierta y liberal, entenderéis y comprenderéis lo que significa todo esto que os cuento. Asimismo, tampoco dudo que desde esta noche compartiréis nuestros gustos. Por lo tanto, no veo motivo alguno por el cual tengamos que dilatar más las explicaciones. Creo que, salvo objeciones o que queráis añadir algo más-Dijo en clara referencia a nosotros-, podemos dar por concluida esta introducción y pasar a disfrutar de la noche. Es el momento de mostrarnos limpios, desnudos de cuerpo y alma.

Todos, todos menos Susana y yo, comenzaron a desnudarse. Cuando por fin pude articular palabra, todos se detuvieron en su desvestir para prestarme la atención necesaria.

-A ver, si no he entendido mal, ¿Practicáis el swinger en todas sus modalidades?.

-Así es-Respondió el alemán.

-Eso, por lo tanto, equivale a que…¿Os acostáis unos con otros sin importar la pareja?.

-Técnicamente no es así, pues  la pareja siempre nos importa, pero prácticamente así es, pues disfrutamos unos de otros. Por cierto, nuestro amigo Reinaldo me ha contado una confidencia que creo que todos deberíamos conocer. ¡Reinaldo!-Llamó-, ¿Te puedes acercar hasta nosotros?.

-¡Jesús!-Exclamó Susana.

El joven muchacho  pateó los cojines y se presentó ante todos nosotros desnudo. Pero su desnudez no era lo que había provocado la exclamación de mi mujer, si no el tamaño de su miembro viril. Mientras Reinaldo comenzó a dar unas explicaciones que yo entendía serían sólo de mi incumbencia, los demás continuaron con su despoje de ropas. Todos desnudos ya, sentí la mano agradable de María sobre mi hombro animándome a desnudarme. Susana, bajo la influencia del hombre que tenía a su derecha, que no era otro que Ralf, mostraba sus pechos desnudos y en ese instante que nuestras miradas se cruzaron, sus pantalones acompañados de su prenda íntima, resbalaban piernas abajo.

-Esta mañana, al regresar de la playa, subí las cosas de Fede y Susi a su suite-Me gusta la familiaridad, coño-. Mientras estabais en el bar de abajo tomando una cerveza, dejé sus cosas y curioseé entre sus objetos-Casi me da el arrebato de golpearle allí mismo, pero me contuve ante la sinceridad del muchacho-, ya sabéis que nunca os ha faltado nada, pero cuando venís de Europa nos traéis cosas que aquí no abundan o no están a  nuestro alcance. No sé porqué lo hice, pero al verles llegar, me oculté tras una cortina de las que separan las habitaciones de estar. Susi se fue a la ducha y se metió bajo el agua…y aquello me excitó y…bueno…me masturbé. Fede me sorprendió y lo demás, ya lo sabes, Ralf.

Bien, el muchacho no había ocultado nada. Poco pude decir y menos cuando el gesto duro y severo del alemán se interpuso entre mi mirada y la de Reinaldo.

-Bien, Reinaldo. Puedes seguir con lo que estabas haciendo en la barra, que si no me equivoco, no es otra cosa que preparar nuestras bebidas y nuestra marihuana. ¡Ah!, prepara las pipas y el vaporizador… y los bongs.

Reinaldo se ausentó unos metros y continuó con su labor. Todos estábamos desnudos y apenas se veían nuestros sexos, pero eso no evitaba una excitación común que se palpaba en el ambiente. Observé que, tras un par de tragos a la bebida que nos había servido el “ mozo ”, el ambiente se desinhibió lentamente y, cosa rara, tanto Susi como yo aceptamos el nuevo status dentro del grupo. Nuestra integración se iba a consumar de inmediato. Pedro hizo la pequeña introducción…

-Comprende que estamos de vacaciones. Todos los años venimos aquí. En las mismas fechas. A lo largo del año hablamos unos con otros para poder adecuar nuestros días libres al grupo. Es la única forma. Lo pasamos muy bien y ello, aunque pueda parecerte raro o extraño, fomenta las relaciones dentro de nuestras respectivas parejas y nos crea una ilusión realista sobre nuestros deseos. Aquí no hay fronteras…ni barreras. ¿Quién no deja volar su mente un poco?, ¿Qué es un poco de marihuana?, nada. Es asequible y asumible. No consumimos otra droga. Es únicamente para poner un punto más en nuestras relaciones. Es el vehículo desinhibidor para nuestras fantasías. Yo mismo permito que mis hijos, educados así, crecidos así, formen parte de esta…¿Cómo dirían en Europa?, ¿Comuna, secta?...aquí decimos familia. Y lo permito porque creo que les hará crecer mentalmente. Deben prepararse para la vida y, queridos amigos, ¿Con quién mejor que con sus padres y amigos?. No, no tenemos normas de convivencia respecto al sexo.  Cada cual toma lo que le gusta. Hay respeto, pero no normas. Os expondré un ejemplo: Mi mujer, Carmen, es la más veterana del grupo dentro de las mujeres, pero es una de las más “ solicitadas ”. Reinaldo se vio en una situación habitual y dio rienda suelta a sus deseos.

-¿Forma parte de vuestro grupo?-Pregunté.

-¡Desde luego!-Afirmó Pedro-Desde el año pasado es uno más de nosotros. Walter también conoce nuestros juegos, pero Walter es…¿Cómo diría?...es color dinero. Todo, mis queridos amigos, se compra con dinero. Walter pone a nuestra disposición este hermoso jardín, estas viandas que, lógicamente, pagamos a precio muy elevado, pero a cambio, nadie nos molesta. E incluso disponemos de un espacio cerrado. La famosa puerta que os hemos enseñado esta tarde y cuya llave conserva Ralf. Pero no se mete en nada. Reinaldo, debido a su…bueno, su tamaño, ja, ja, ja, ha sido muy bien admitido en el grupo. Participa de nuestros juegos, nuestras fantasías y ¿Por qué no?, de nuestro placer. No siempre, pero muy asiduamente. Aprovechamos bien el tiempo. Hay que pensar que sólo estamos 15 días en el Seto.

Reinaldo hizo acto de presencia. Me fijé nuevamente en él. Portaba una hermosa bandeja llena de ostras sobre hielo picado. Ciertamente tenía buen tipo, pero cuando me detuve en su circuncidado pene, puede apreciar su grosor y longitud, impropios diría yo, para su edad. Tras dejar la bandeja en el centro del corro que formábamos, Carmen le llamó.

-Reinaldo…ven, acércate. Veamos cuan poderoso te sientes hoy.

Cuando la boca de Carmen se abrió y el pene de Reinaldo se adentró en la oquedad, este empezó a adquirir vigor. Me quedé estupefacto al ver a aquella mujer delante de sus hijos haciendo una felación a ese joven camarero. No tardó mucho en abandonarlo cediéndoselo gentilmente a Susi.

-Tal vez, Susi, desea probar a nuestro joven sirviente…-Dijo Carmen a la vez que apartaba su boca del joven Reinaldo.

-¡Oh!, estoy seguro que si. No debería privarse de semejante acierto de la naturaleza-Contestó Ralf.

-No, no…no quiero…

-¡Animo, Susi!, o Wendy te lo arrebatará-Terció Pit.

-¡Vamos, será tu bautismo sexual!-Animó Pedro-Todos hemos dado el primer paso una vez. Sólo así podremos caminar con seguridad.

Que si, que no, que no, que si…que Susi se vio con ese descomunal pene frente a su cara. El arrogante muchacho, enjuto de nalgas, posicionado frente  a Susi, ofrecía una media erección que mi mujer se iba a encargar de convertir en entera.

Si, hay muchas justificaciones. El olor de aquél edén, la bebida, el ambiente, las vacaciones, el relax, las explicaciones que nos habían dado…no sé. Podría buscar muchas justificaciones a aquello, pero si en ese instante decidí no buscar más pies al gato, ahora tampoco lo haré. Sucedió y sucedió.

La felación fue efímera. Tres sondeos en el hueco bucal de Susi y ésta se apartó. Reinaldo entendió que todo había terminado y se retiró. Susi y yo intercambiamos una mirada observada por el resto de los allí congregados. No hubo reproches, solo expectación y…conociendo como conozco a mi mujer, un gesto aprobado de travesura. Pero Ralf tomó el mando otra vez.

Tras fumar algo de marihuana, ya con nuestras mentes más allá que acá, y nuestros deseos sexuales más enfocados a otros cuerpos que los habituales, Ralf introdujo nuestra licenciatura dentro del grupo. Y lo hizo sin más preámbulos que el ordeno y mando que, unas mentes alteradas, aceptarían sin mucha discusión. Abrazó a Susana.

Susana, reía mientras los brazos del alemán abrazaban su cuerpo desnudo. Olga ni siquiera les prestaba atención. Alguien contó algún tipo de chiste o anécdota y todos reímos empujados por los efectos de la marihuana. Es sabido que la marihuana es una droga psicoactiva o alteradora de la consciencia. Y si físicamente sus efectos son despreciables, es el cerebro el que recibe la estimulación. De tal suerte que los receptores de la marihuana, todos nosotros, alteramos nuestras funciones superiores de los sentimientos, la memoria y la acción violenta. Y esa alteración, presumiblemente, nos inhibió de tal modo, que el que el alemán abrazase a Susi, no tenía importancia alguna en mi cerebro…ni en el de ella. Yo mismo sentí como los brazos de María, situada a mi izquierda, se apoyaban sobre mis hombros mientras reía desesperadamente. El colocón ya estaba servido. Y nuestra graduación lista para servirla.

Cuando Susi se dejó caer entre las piernas del Ralf, no supuse que lo hacía para hacerle una felación. Cuando él levantó su cara hacia el cielo de la noche, abrió su boca y respiró agitadamente, asistí impasible a tal evento. La mano de María masajeaba mis genitales mientras Olga se besaba apasionadamente con Alberto y tanto los padres de ambos jóvenes, como la pareja inglesa, observaban el primer movimiento.

Si el olor del jardín había sido el protagonista al comienzo de la noche, ahora lo era el olor de la marihuana y el deseo de sexo que todos teníamos. Susana se incorporó y se sentó sobre las piernas de Ralf. Frente por frente. Sobre sus muslos. Reinaldo acudió raudo con un buen puñado de preservativos. Cuando la goma comenzó a resbalar por el pene del alemán, pensé que iban a follar. A esas alturas de la noche la boca de María se desvivía por dar dureza a mi pene cargado de alcohol. La atenta mirada de la inglesa, Wendy, se insinuaba como alumna más aventajada que la hija de los mexicanos. Una ligera elevación del cuerpo de Susi y un posterior descenso, hicieron posible la penetración ajustada y adecuada. Ella misma cabalgó al ario. Me dejé caer hacia atrás sobre los cojines y cerré los ojos. María se aplicó con más intensidad. Cuando noté más manos sobre mi piel, los abrí. La inglesa, repito, alumna aventajada, tomó las riendas y endureció lo que María no era capaz de elevar. María trataba de besarme en la boca y la inglesa alojaba mi pene casi por entero dentro de la suya. Cerré los ojos de nuevo. Escuché sonidos de palabras sin sentido. Alguien me ofreció más humo. Aspiré la pipa mientras mis párpados se separaron nuevamente. Allí estaban ellos. El alemán, sentado bajo Susi, empujaba con energía y con sus empujones hacía que los pechos de mi mujer se elevasen en un lamento de placer. Me dejé ir de nuevo bajo la influencia de la boca de Wendy.

Cuando desperté, todos dormían. Observé a Reinaldo que se afanaba recogiendo bandejas, vasos, pipas, cojines, preservativos…Susi dormía profundamente, desparramada sobre el cuerpo de Pedro, que había cambiado su lugar con el alemán. Olga tenía sobre sus brazos a Alberto. Ralf mantenía abrazada a Carmen y Pit, junto a su mujer, Wendy y María, se arrebujaban sobre mi cuerpo. Reinaldo seguía con su recogida particular. Desnudo. Le hice una seña.

-¿Qué ha pasado aquí?, ¡Jesús!.

-Nada que no hayáis deseado-Respondió él.

-¿Qué hicimos?.

-¿No te lo imaginas?, ¿De verdad no lo sabes o no lo recuerdas?.

-No. A duras penas recuerdo algo…

-Tu mujer folló con Ralf, con Pedro y conmigo. Y tú te quedaste dormido mientras ellas-Dijo señalando los cuerpos que aún dormían y que correspondían a la inglesa y a la mexicana-trataban de hacer lo mismo con tu cuerpo. Pero no lo consiguieron. Pit vino en tu ayuda. Pero no respondiste.

-¿Qué….qué fumamos?.

-Marihuana. Sólo eso. Mañana os llevarán al “ lugar ”. Corrijo, llevarán a tu mujer.

La información se vio interrumpida por el despertar de Ralf. Eran las siete de la mañana. Poco a poco, el alemán fue despertando al resto. Las tumbonas de la playa nos esperaban.

Ya acoplados sobre ellas, con el relax propio del descanso, se entabló una animada conversación en la que todos parecían no dar importancia a lo que había sucedido apenas unas horas antes. Susi insistía una y otra vez a Ralf en que quería conocer el “ lugar ”. El, alemán de cabeza cuadrada, ya tenía los planes hechos para esa misma noche.

Llegada la noche, nuestra segunda noche, acudimos nuevamente al jardín de la confusión anterior. El mismo aroma me embaucaba. Las mismas pipas nos acompañaron y las mismas bebidas fueron ingeridas. Sólo una pequeña diferencia: Todos acudimos desnudos. ¿Para qué perder el tiempo?.

Tanto Ralf como Pedro me hablaron del “ lugar ”. Según ellos era aconsejable que Susi visitara lo que había tras la puerta de la que el alemán era el custodio de la llave. Interrogada sobre sus deseos, ella accedió. Probablemente víctima de los efectos de la marihuana que había preparado Reinaldo, Susana se mostraba más locuaz y desinhibida incluso que la noche anterior donde, como ya dije, la confusión aún presidía nuestras mentes.

Pedro, Pit y Alberto, el hijo del mexicano, que a la sazón fue quien tendió la mano a Susana para ayudarla a ponerse en pie, eran los encargados de “ enseñar ” a mi mujer aquél lugar que tanto interés había despertado en ella. Pero había una pega. Yo no podía ir con ellos. Cuando hice un ademán de incorporarme, Ralf me lo impidió.

-No, Fede. Tú no vas. Ellos son los indicados. A ti no te necesitan. Sigue fumando. Nosotros nos quedaremos con las mujeres. Ellas nos harán compañía.

-Pero…me gustaría ir-Protesté débilmente.

-No puedes. No te gustaría.

-¿Por qué no iba a gustarme?.

-No es un lugar para ti-Respondió él-Hoy no. Tiempo habrá en los días que restan para finalizar las vacaciones. Lo visitaremos todos.

Cuando los tres hombres se llevaron a Susi, comencé a imaginar lo que probablemente iba a suceder. Aunque a decir verdad, me negaba a creerlo.

Cuando la puerta del “ lugar ” se abrió, Susi se encontró con un recinto pequeño pero acogedor. Destacaba la decoración. Paredes, asientos, taburetes, barra de bar…todo cuero negro. Todo fácil de limpiar. “ Emporrados ” hasta las cejas, se adentraron en aquella pequeña habitación. Una vez dentro, cerraron la puerta con llave. Nadie debía molestarlos. Nadie debía importunarlos.

La habitación estaba iluminada por unos pequeños focos de luces verdes, amarillas, rojas, azules y moradas que, estratégicamente, estaban adosados a paredes, mesas y lo que parecía una barra de bar, pues sobre ella se apilaban un buen número de botellas.

Unas colchonetas de cuero se amontonaban sobre una pared. Un pequeño potro de gimnasia destacaba en un vértice del local.  A su derecha, dos cadenas rematadas en sus extremos por sendas esposas recubiertas de peluche negro, dejaban claro que el lugar estaba destinado al sexo. Susi no tardó en percatarse de lo que iba a ocurrir. Mientras apuraba una chupada al porro que aún sostenía en su mano, Pedro la condujo por la habitación hasta un lateral de la misma. La colchoneta que Pedro había colocado en el suelo era el destino de su cuerpo.

Sentada sobre el cuero negro, Alberto se situó frente a ella. Con su miembro en la mano, indicó lo que esperaba de Susi. Ella, desinhibida totalmente, se enfrentó a la carne y la introdujo en su boca con prisa. Cuando el miembro de Alberto adquirió el vigor necesario para la penetración, éste se separó de ella. Pit y Pedro acudieron hasta la pareja con unos vasos en la mano. Ambos llevaban dos vasos. Los cuatro bebieron de aquél compuesto y todo se nubló en la mente de Susi.

Se vio esposada a las cadenas que caían del techo. Con los brazos en alto, con sus piernas separadas, con la cabeza de Alberto lamiendo su sexo, con Pedro arrebatando su virginidad anal, con Pit, su admirado y deseado Pit, besando su boca y cambiando sus salivas. Tras aquella aventura, percibió como era liberada y arrastrada hasta una colchoneta donde, sin dilación, notó como las penetraciones se fueron consumando una a una. El pene duro y grueso de Pit, fue recibido con complicidad. Mientras saboreaba las embestidas lentas pero profundas, Pedro acercaba la hierba a su boca. El más joven de los tres, el hijo del mexicano, saboreaba los pezones duros de ella. Lamía su sudor y depositaba castos besos en su frente. Anegada por la explosión de Pit, recibió la arrogante vara del joven Alberto quien, sin apenas control, explotó en el interior de ella.

Cuando el cuerpo de Pedro invadió el suyo, notó que su vagina era capaz de soportar cualquier penetración por dura o dolorosa que fuera. La dilatación era máxima, el placer intenso, el deseo…absorbente. Necesitaba penes, penetraciones, embestidas duras. Necesitaba que desgarrasen su vagina. Quería sentirse abierta en canal. Mientras era abatida por el más veterano de los hombres, abrió los ojos y vio suspendida en el aire la sombra que reía abiertamente y exhibía un portentoso miembro con un glande demasiado abultado. El roce del pene de Pedro en su clítoris, la sombra burlona que ahora se masturbaba sobre su cara, las sensaciones de sus pezones que amenazaban con estallar, dieron paso al estertor agónico que experimentó su cuerpo. El placer la recorrió como una ola desde la base de su cuello hasta los dedos de sus pies que se curvaron ligeramente hacía atrás al sentir el orgasmo que entre los tres hombres y la sombra la habían proporcionado. Cuando cerró los ojos, el semen resbalaba por la comisura de su vagina. Los abrió y la sombra se desvanecía a la vez que ella perdía contacto con el mundo real y se dejaba envolver por la alucinación más extrema que nunca pudo recordar.

En el otro edén, la conversación transcurría tranquila. Vigilado de cerca por Ralf, supeditado a los tejemanejes de Reinaldo y obsequiado con las atenciones de las cuatro mujeres, el alemán me daba charla.

-No te puedes imaginar lo excepcional que es esto. Tenemos suerte de poder disfrutar, en exclusiva, de este lugar. Walter reserva todos los años el mismo bloque para nosotros. Ciertamente sabemos compensarle. La marihuana es cosecha propia. El Seto es un lugar cerrado, sin injerencias de ningún tipo. Somos mas que autosuficientes…y básicos. Toma, fuma más. Te sentará bien.

Observé a las mujeres. Wendy no me quitaba ojo. Parecía la más entera. Todas fumaban. Sus miradas idas con sus rostros sonrientes parecían ver más allá del propio jardín en el que nos encontrábamos. Ralf chasqueó los dedos y María se aventuró a su lado. Cuando las manos de la joven se posaron en el pecho del nibelungo, el continúo con su perorata.

-¿Te he dicho que no consumimos otro tipo de droga?. Si, claro que si. Te lo dije ayer. Sólo marihuana. Eso si, tenemos posibilidades de tomar cocaína, pero nunca lo hemos considerado. No es necesaria. Buscamos el punto de evasión justo. Un punto que nos haga disfrutar, que nos despoje de las pocas costumbres insanas que aún nos quedan y ayuden a manifestar nuestros deseos. Si, ja, ja, ja, puede parecer que somos una secta, pero no, no te engañes. No lo somos. Simplemente somos un grupo de amigos donde, tras un año de cooperación con la sociedad, expandimos nuestras mentes y obtenemos nuestros deseos sin importarnos una mierda lo que cada uno haga con su vida. Ayer disfrute mucho con tu mujer-hizo una pausa tal vez para comprobar como encajaba sus últimas palabras-, folla bien. Romper su interior me agradó y Olga se ilusionó mucho con la posibilidad de que antes de que os marchéis, pueda pasar una noche con nosotros. Seguro que tú también tendrás compañía. Tu mujer, Federico, es una mujer valiente, extraordinariamente bella y con una claridad de ideas sorprendente. Si he de ser sincero, nunca creí que ibais a encajar tan pronto dentro del grupo. Pedro me convenció. El siempre ha tenido buena vista para eso. El fue quien nos trajo a Pit y a Wendy. Oye, te haré una confesión-Dijo bajando su tono de voz-, Wendy te desea. Deberías follar con ella ahora. Yo me follare a María mientras Olga y Carmen se divierten juntas.

-¿Cuándo volverán los otros?-Pregunté desde el más absoluto pasotismo.

-¡Oh, no te preocupes!. Ellos están bien. Susana es mucha mujer.

-¿Qué quieres decir?.

-Son tres-Dijo separando tres dedos de su mano derecha-, tardarán en volver. Mientras, amigo mío-Dio un respingo y se giró hacia María que no paraba de acariciar el pecho del alemán-, saborearemos los placeres que nos ha obsequiado la vida. Toma…

Un pack de dos preservativos cayó a mi lado mientras Wendy gateaba por encima de los cojines hacia mi lado. Su pelo largo, suelto, vencido sobre su cara, daba a su cuerpo un aspecto felino del que ni quería ni podía huir. Sentado como los indios, con las piernas separadas y dobladas por las rodillas, su mechón de pelo cayó entre ellas. Cuando noté su lengua sondeando el borde de mi glande, cerré los ojos. Inspiré una bocanada más de humo y tensé mi torso mientras ella, rozando sus pechos en mis muslos, envolvía con sus labios lo que ya comenzaba a ser “mi pene” nuevamente.

Abandoné el porro en una de las bandejas cercanas y apoyé mis manos sobre las nalgas de la inglesa atrayéndola hacia mi sexo con más empeño del que ella ponía. Quería furor, no calma como ella me daba.

Su boca resbalaba por el tallo perfectamente lubricado con su saliva. Sus dientes me proporcionaban un extra añadido al placer que comenzaba a sentir. Mi mano derecha se perdió entre su pelo y se abrió camino entre sus piernas hasta alcanzar su resbaladizo sexo. Allí, presionando con dos dedos, se perdieron en su interior a la vez que el primer gemido se arrancó desde dentro de su garganta. Mis dedos entraban y salían mientras ella dejaba que sus labios resbalasen bajando mi prepucio hasta más allá de lo permisible. Aquello era la hostia. Una mamada así bien valía esperar para correrme.

Ralf, impaciente, ya estaba follando a pleno rendimiento con la joven María. Ella estaba tumbada boca abajo sobre la pila de cojines y él, tumbado sobre su cuerpo, envolviendo sus deseos, perforaba desde atrás a la muchacha que gemía agitada. Mi mirada recorrió las postales mientras mis testículos se hinchaban demandando más. Algo separadas del resto, Olga y Carmen, sentadas cara a cara, enfrentaban sus sexos en un baile lento pero preciso. Ambas mujeres tenían sus brazos tras sus espaldas. Sus grupas se elevan una en busca de la otra. Las palmas de sus manos se apoyaban en los cojines y la corriente de placer se deslizaba de un cuerpo a otro tan sólo mediante sus sexos.

La inglesa tragaba hasta la extenuación. Sus gemidos pedían a voz en grito que la follara. Ralf se apretaba contra la joven María, cada vez con más violencia, cada vez con más rabia.

Incorporé a la inglesa. Mi pene estaba rojo y duro. Rojo de tanta mamada y duro de tanto deseo. La tumbé boca arriba. Sus piernas se separaron sin mi mediación. Reclinado sobre ella, sin necesidad de guía, mi pene se perdió en Gran Bretaña con un entusiasmo impropio. Las arremetidas iban y venían. Cada vez más furor, cada vez más profundas, cada vez más placenteras. Descansé mi frente sobre sus pechos mientras mis nalgas hacían el resto. Luego, tras un breve espacio de tiempo, me solacé lamiendo aquellos pezones hinchados y lamiendo aquellos labios ensalivados de Wendy. Cuando nuestras lenguas se juntaron, sentí que me corría. Frené en seco. No, no había prisa. Quería disfrutar de esa chica cada minuto. Ella, arrebujada por sus deseos, se empujaba hacia mí. Arqueaba su espalda para elevar su grupa y recibir mis embestidas.

Era inminente. O frenaba o me corría. Opté por frenar ante las protestas ostensibles de ella. Amante agradecido, salí de su cuerpo y me deslicé entre sus piernas hasta alcanzar con mi lengua su sexo. Allí, perdido en la lujuria, provoqué en ella el primer orgasmo. Tentativa de poder, elevación de rango, sólo quedé satisfecho cuando sus piernas imploraban juntarse pero mi cabeza no lo permitía. Se que las mujeres cuando se corren con la lengua, no aguantan más…quieren que sus amantes las dejen en el reposo y el relax, pero yo no era su amante. Era su verdugo. Su invasor.

Seguí lamiendo y sus dedos se crisparon entre mis pelos. Sólo el tirón de mi cabellera hizo que abandonara su clítoris y me arrodillara ante ella. Mis brazos elevaron sus piernas y me dejé caer dentro de ella nuevamente. Salvaje como nunca, golpeé con mi pubis el suyo. Eran contadas, como las salvas que habrían de llenar el depósito del preservativo, las embestidas que aún me restaban. Siete, seis, cinco, cuatro…cada vez más profundo, cada vez más fuerte, cada vez con más deseo. Mis riñones manifestaban el cansancio mientras las tres últimas embestidas, por riguroso orden y rigurosa fuerza de más a más, llegaban para que mi pene soltara el elixir de la vida, el preservativo se rompiera y el coño de la inglesa quedara anegado de semen español.

Mi mano se elevó al aire, sin control, aullando. Mis dedos se abrieron y soltaron el filtro de la colilla del cigarro que me estaba fumando. El índice y el corazón presentaban la pequeña quemadura que me había producido el cigarrillo al final de su desgaste. Sobre el agua, aún clara, unas serpientes de semen nadaban buscando la superficie…y a los lejos…la voz de Susi se abrió camino:

-¿Terminas ya, Fede?. ¡Vamos a llegar tarde al aeropuerto!.

Sus pasos, ruidosos y alterados, violaron el espacio del baño donde yo, recién quemado, recién corrido, recién despierto, pugnaba por adaptarme a la realidad.

-¿Qué, otra vez en Hawai?, ¿O fue Bombay esta vez?. Un día te quedarás dormido dentro de la bañera y te resbalarás y acabarás ahogándote. ¿Te has estado haciendo una paja o te has corrido mientras dormías?.

-No, no…me he corrido ahora, cuando me he quedado adormilado.

-Te lo he dicho mil veces, ¡Deja esas pastillas que tanto sueño te provocan!,. Tu pie está mejor. Ya verás como allí se te acaba de curar. Y…¿Qué has estado soñando?-Me dijo a la vez que se sentaba en el borde de la bañera y su mano buceaba entre mis piernas.

-¡Ni lo sé!. Ha sido muy extraño. Me estaba follando a una inglesa mientras a ti te follaban tres tipos. Y había un alemán que se follaba a una chica de nombre María que…

-¿Sabes, Fede?-Me interrumpió Susi-, cuando mañana estemos en el Caribe, como vamos a estar desnudos en la cala del complejo al que vamos, te prometo que si surge la oportunidad, haremos el intercambio de parejas que tanto deseas. Creo que es el lugar idóneo…!Pero ahora termina y vístete, que se irá el avión y nos dejarán en tierra!.

Salió del baño con su mano goteando agua. Miré el semen aún nadando sin rumbo. Luego, tras mirarme los dedos quemados, busqué con mi vista la boquilla del cigarrillo dañino y sonreí. ¡Un intercambio de parejas!. Si, algo me decía que de esta vez no pasaba. Como Susi dijo, era el “ Lugar ” adecuado. Su voz…me llegó desde la distancia…

-¡Ah, y deja esas putas pastillas, coño!. Te van a matar.

Coronelwinston

P.D. Aprovechando la publicacion del relato, mi primero de éste año, quiero desear a todos, lectores y autores, mis mejores deseos para esta travesía que acaba de comenzar. Suerte y salud.