Un lapsus

Una noche ardiente, un pequeño error y un final más o menos feliz

―Buf, tenerme que ir ahora a casa…

―Quédate a dormir aquí. En mi cama hay sitio de sobra…

¡Objetivo conseguido! ¡Por fin había logrado que Christian me invitase a dormir con él! Había un 90% de probabilidades de que la invitación fuese para «algo más», ese algo que yo deseaba desde hace tiempo, pero que no tenía muy claro que fuese un deseo compartido. Christian llevaba algunos meses lanzando señales ambiguas: parecía que yo le gustaba, me pasaba la mano por el brazo, o por el hombro, incluso me acariciaba un poco el pelo, y yo estaba ya decidido a lanzarme cuando de repente se echó un novio con el que, presumiblemente, mantenía una relación sólida. Tan sólida que no duró más de diez semanas. Pero tras la ruptura, me había confesado que durante algún tiempo iba a permanecer en el dique seco, lo que no supe muy bien cómo interpretar.

―Me tendrás que dejar un pijama ―dije irreflexivamente. Quizás la posibilidad de vestir una prenda suya era lo más lejos a lo que iba a poder llegar.

Christian me miró con guasa.

―¿Pijama? ¿Es que tienes cinco años? Yo duermo en gayumbos desde que tenía dieciséis.

Creí que me daba un síncope. ¿Quería decir con eso que… que iba a dormir en calzoncillos? ¿Qué los dos íbamos a dormir en calzoncillos? ¿Qué yo iba a estar semidesnudo en la cama con el puto dios de la belleza Christian, que además estaría en calzoncillos?

―No tengo pijamas ―siguió diciendo―. Además, es obligatorio que duermas en gayumbos. Mi casa, mis reglas.

Sonrisa picarona, hablando medio en serio medio en broma. Ahí estaban otra vez las señales.

―Pues no sé si para estar en el dique seco ―respondí― será conveniente que nos metamos juntos en tu cama, los dos casi en pelotas. Al fin y al cabo, tú eres maricón, yo soy maricón…

―Bueno, yo he dicho que no quiero saber nada de amores por una temporada. Pero el sexo es otra cosa ―añadió guiñándome un ojo.

―Asumo, pues, que te apetece follar ―le contesté mientras me inclinaba para besarle.

―Más que nada en el mundo. ¿Creías que te invitaba por amabilidad?

―Algo así.

―Pues no, ha sido por egoísmo.

―Pues bendito seas…

Estuvimos comiéndonos las bocas un buen rato. Las caricias no tardaron en hacer su aparición.

―¿Vamos a la cama? ―preguntó.

El resto es la historia de siempre. Éramos dos maricones con ganas de follar, y ya lo creo que lo hicimos. Hicimos todo lo que estábamos deseando hacer. Para empezar, nos desvestimos rápidamente.

―Déjate el «pijama» ―dijo Christian cuando vio mi slip azul marino. Él ya se lo había quitado todo menos sus Calvin Klein blancos.

―Pero me va a reventar…

―Gajes del oficio. Mi casa, mis reglas.

Estábamos acariciándonos los paquetes mientras volvíamos a besarnos.

―Ya me imaginaba yo que mi polla te iba a gustar.

―Me encanta. Estoy deseando tenerla dentro.

―Me gusta que seas tan puta…

―¿Más puta que tú?

―Eso es imposible.

―Ya lo veremos.

Nos embarcamos en una especie de competición por dar placer a nuestros cuerpos ardientes. No tardamos en quedarnos desnudos y en comenzar el sesenta y nueve más morboso que he llevado a cabo nunca. Mis labios rodearon el rabo de Christian y comenzaron a succionar ávidamente. Él hacía lo mismo, lamiendo mi polla con lujuria.

―Qué dura la tienes, cabrón.

―Pues aprovéchate, que en cuanto me corra ya no podrás.

―¿Estás a punto?

―Aún puedo aguantar hasta que me folles bien follado.

―Mmmmm, quiero probar ese culete.

―Déjame que te la chupe un poco más.

―Mira que eres maricón. ¿Te está gustando mi polla?

―Mu ustú vulvundu lucu.

―No hables con la boca llena.

Cinco minutos después, Christian se apartó un poco.

―Como sigas chupando me voy a correr, y quiero descargar en tu culo.

Sin decir nada, me tumbé de espaldas en la cama y alcé las piernas. Christian se colocó de rodillas frente a mí, se puso mis pies en los hombros y llevó la mano a su pene para guiarlo hacia la entrada de mi cuerpo.

―Ahora vas a ver lo que es bueno ―me dijo.

Dura y caliente, su polla se abrió paso en mi interior. Me hacía daño, un daño increíble, pero yo sabía que aquello no iba a ser así siempre. En efecto, el dolor comenzó a combinarse con el placer. Christian, por su parte, empujaba rítmicamente, resoplando a cada embestida. Su cara reflejaba el placer que se había adueñado de su ser.

―¿Te gusta, marica? ¿Te gusta?

―¡Síííííííííííííííííííííííííííííííííííííííííííííííííííííííííííííííí! ¡Fóllame! ¡Fóllame más!

―¡Aprieta el culo, cabrón! ¡No dejes de apretar para que me corra dentro de ti!

―¡Cómo me gusta que me digas guarradas!

―¡Porque eres la más guarra de todas las maricas! ¡Sólo vives para recibir pollas!

Mi mano no estaba ociosa. Aquellos diálogos me estaban poniendo cada vez más cachondo, así que me meneaba la polla frenéticamente. El placer me invadía por oleadas.

―Christian, me voy a correr. ¡Me voy a correr ya!

―¡Yo también! ¡Te voy a preñar, hijo de puta! ¡Te estoy preñandoooooooooooo!

En ese instante, el rabo de Christian se hizo algo más grueso, señal de que se estaba corriendo. Mientras descargaba toda la lefa que había estado acumulando esos días, mi polla comenzó a babear incontrolablemente. El placer del orgasmo me invadió de repente y mi pene comenzó a chorrear leche, salpicando a Christian y derramándose, caliente y espesa, por mi abdomen y mi pecho.

―¡CHRISTIAN! ¡ME CORRO, AMOR MÍO! ¡TE QUIERO! ¡TE QUIERO!

Christian sacó la polla de mi culo y me echó una mirada extrañada e inquisitiva.

―¿Qué has querido decir?

―Nada ―respondí, muerto de vergüenza.

―¿Tenemos que hablar?

―No, si no quieres.

―Ya te he dicho que ahora no tengo ganas de embarcarme en una relación…

―Perdona. Sólo es que me he dejado llevar.

―¿Estamos bien?

―Claro que sí. Esto sólo ha sido una noche de sexo salvaje.

―Yo no estoy enamorado de ti.

―Vale, lo cojo. Pero no pasa nada. Estamos follando, y nada más.

―Si no quieres seguir, lo entenderé.

―Perdona por confundirte. Pero quiero dejar las cosas claras. Me ha gustado follar contigo. Me ha gustado tanto que, si quieres, podemos seguir. Y si mañana por la mañana te apetece follar otra vez, seguiré teniendo ganas de darle gusto a nuestras pollas. Pero ahí se acaba todo. No quieres nada serio, de acuerdo. Por mi parte, no hay problema.

―Por la mía tampoco.

―Aunque se me haya escapado, no te amo.

―Me alegra oír eso ―replicó Christian, y concluyó la conversación inclinándose sobre mí para besarme.

No tardamos en volver a la carga. Yo estaba algo distraído, porque mi secreto había quedado, más o menos, al descubierto. No me hubiera importado mantener una relación sentimental con Christian, y su negativa me había dolido un poco. Pero me quedaba el consuelo del sexo. Follar como animales puede saberte a poco si aspiras a más, pero debo reconocer que cuando el que te folla es un semental como Christian, una migaja se convierte en todo un banquete.