Un Juego Peligroso y Placentero

Cuando Carlos conoció a Soledad supo que era la mujer de su vida, pero no imaginaba hasta que punto podría llegar a serlo.

UN JUEGO PELIGROSO

El día amaneció soleado y la vida parecía que le sonreía por fin. Cuando Carlos conoció a Soledad sintió un hormigueo en el estomago, y enseguida supo que era la mujer de su vida. Sevillana, alegre, divertida, de ojos negros igual que su pelo largo y alocado, igual que ella. Su voz era dulce, encantadora, tan solo medía un metro cincuenta y siete, pero con un culo impresionante que lo volvía loco cada vez que lo miraba, y unos pechos sugerentes que despertaban en él un único deseo, tocárselos, saborearlos, comérselos a cada momento. Quizás estaba algo entradita en carnes como le habían dicho, pero a él le gustaba así.

El viernes por la tarde después del trabajo Soledad se fue al piso de Carlos para pasar juntos el fin de semana. Esa noche en su dormitorio dieron rienda suelta al deseo y al desenfreno hasta altas horas de la noche. Por la mañana el se levanto después de las doce, poco antes lo había hecho ella que se estaba tomando un café apoyada en la encimera de la cocina. Nada mas entrar lo que sus ojos vieron fue ese precioso culo adornado con unas braguitas negras de encaje que lo hacían aun más apetecible. Sin poder resistirse se acerco sigilosamente y la dio un buen azote sinónimo de “buenos días corazón, ¿como estas?”. Soledad se giro hacia el sujetando la taza de café con su mano derecha, para frotarse el cachete castigado con su mano izquierda al tiempo que le decía.

-Pero bueno que modales son esos, ¿eh? ¡Ha picado¡

Carlos pasó cerca de ella sonriéndola con la intención de coger una taza del armario donde las guardaba y ponerse un café, pero con la intención también de darla otro azote en la otra nalga según pasaba a su lado. Y con toda la naturalidad del mundo y al revés sin que ella se lo esperara, la obsequio con esa nueva caricia.

-Auuuu, ¿a qué cobras?

Aquella frase despertaba en Carlos unos instintos ya casi  olvidados. Una de sus fantasías eróticas consistía en ser castigado por una mujer bajo cualquier pretexto. Daba igual que fuese por no fregar los cacharros, o por llegar tarde a casa borracho, sentir en su culo el picor y el ardor que él había provocado en el trasero de Soledad hacia tan solo unos segundos. Ese era un sueño que le parecía casi inalcanzable, pero al escuchar a Soledad decir frases como esa, le hacía revivirlo. Aunque con aquel desparpajo y aquella sonrisa imborrable de sus labios parecía bastante complicado.

El resto de la mañana transcurrió tranquila, prepararon algo rápido de comida y luego vieron una película juntos sentados en el sofá. Cerca de las cinco comenzaron a vestirse para ir a casa de los tíos de Carlos, pues celebraban el cumpleaños de uno de sus primos pequeños. Fue justo en ese momento cuando Carlos sin pensárselo la propuso algo.

-Podrías ponerte el lush y dejarme el control remoto, el cumpleaños de los enanos sería más divertido.

-¿Te has vuelto loco? Ni de coña encanto, no me fio de ti pero que nada, nada. – le contesto Soledad con su desparpajo y naturalidad.

-Venga anda, te prometo que no paso del nivel tres, y así te vas entonando para esta noche.

-¿Esta noche? ¿Me estás haciendo alguna proposición indecente, canalla?

Carlos abandono la habitación al ver que su novia se ponía las medias de encaje y el vestido negro escogido para la reunión familiar, dando por pérdida la petición. Sin embargo Soledad una vez sola en la habitación abrió el cajón de la cómoda, extrajo el vibrador y con una facilidad endiablada se lo introdujo en la vagina. Luego se puso los zapatos de tacón a juego con toda su vestimenta y justo cuando pasaba por delante de Carlos camino de la puerta de la calle, deposito en sus manos el mando sonriéndole picarescamente y diciéndole.

-Máximo nivel tres, o te arrepentirás bribón.

La cara de Carlos fue todo un poema, una sonrisa de lado a lado se dibujo en su rostro. Sabía perfectamente cómo y cuándo iba a probar aquel artilugio para darle algo de emoción a aquella tarde familiar, y lógicamente proporcionarle a su novia unos placenteros momentos.

Después de los pertinentes saludos y besos, los tíos de Carlos les invitaron a que pasaran al salón para charlar y contarse las últimas novedades de la familia, en espera de la llegada del resto de los invitados, pues eran los primeros en llegar. Al rato llegaron los padres de Carlos y un poco más tarde su prima junto con su marido y sus dos hijos pequeños. Sentados ya todos en la mesa grande del salón, la  anfitriona comenzó a sacar unos entremeses, patatas fritas, aceitunas, sándwich y refrescos para todos. Como en casi todas las reuniones familiares los hombres se sentaron a un lado, y las mujeres en el lado opuesto de la mesa. Las conversaciones serian diferentes, y lógicamente lo que parecía interesante para unos, era aburrido para otros.

Lo que no era aburrido era el juego entre Carlos y Soledad, y el depositario del mando comenzó poniéndolo en el nivel uno al poco de comenzar el picoteo. Soledad recibió aquella nueva sensación en su vagina dando un pequeño respingo, que paso casi imperceptible para el resto de los presentes. Sus miradas se cruzaron cómplices, y se sonrieron. No habían pasado ni cinco minutos cuando Carlos pasó del nivel uno al tres de golpe, lo que produjo un leve gemido de Soledad, derramando parte del refresco de su vaso sobre el mantel. Aquello no comenzaba a pasar desapercibido.

Después de un rato sintiendo vibrar su vagina intensamente, Carlos paso al nivel dos con el mando sin quitarla un ojo de encima, no quería perderse nada de lo que pasaba dos asientos más allá del suyo. Las piernas de Soledad dejaron de temblar y se relajaron algo al bajar la intensidad, aunque aun sentía un gran  placer entre sus piernas, y de vez en cuando sus frases sonaban raras, como al adolescente al que le sale un gallo en mitad de una de ellas al estar cambiándole la voz.

-¿Estas bien Soledad? – la pregunto la que algún día sería su suegra.

-Si, si. – contesto Soledad cambiando su culo de posición sobre la silla, intentando resistir el placer que le proporcionaba el lush, que había pasado del dos al  nivel cuatro.

Soledad busco con la mirada a Carlos de forma recriminatoria, pues sabía perfectamente que se había pasado de nivel. Carlos reacciono bajándolo nuevamente al nivel dos, y así entre subidas y bajadas fue pasando la tarde, eso sí  las braguitas de Soledad estaban cada vez mas mojadas. Llego el final de la velada y tras los besos de despedida ambos se dirigieron al  coche para comenzar el camino de retorno a casa. En esta ocasión fue Soledad la que se puso al volante, ya que a la ida había sido Carlos el que condujo.

Música relajante y una conversación agradable hasta que a Carlos se le ocurrió volver a poner el vibrador en marcha. Soledad sintió de golpe la vibración del lush y sin querer dio un pequeño volantazo.

-¡Carlos páralo!, conduciendo no cariño. – le dijo sonriéndole.

La tentación no es fácil de vencer y Carlos a los pocos kilómetros decidió nuevamente poner el vibrador en marcha y directamente al nivel 5. Quería ver la reacción de su novia ante aquella sacudida inesperada. Soledad la recibió como si algo explotase en su interior, obligándola a dar volantazos sin querer hacia uno y otro lado. Por un momento creyó que se iba a estrellar contra el muro que dividía ambos carriles de la carretera, hasta que consiguió hacerse con el coche finalmente frenando en seco sobre el arcén. La cara de Carlos palideció, aquello no había sido una buena idea.

-¡Estas loco Carlos! ¡Podríamos habernos matado joder! – le grito Soledad desde el asiento del conductor, para acto seguido meter sus manos bajo el vestido en busca de aquel artilugio de placer y que en esta ocasión casi les mata. – Ten el puto lush de los cojones gilipollas, pareces un niño.

La voz de Soledad sonaba totalmente diferente. Nunca antes Carlos la había visto tan cabreada. Esa dulzura, ese encanto andaluz había desaparecido de golpe como por arte de magia. Soledad reemprendió la marcha con la mirada encendida.

-¿Tu querías una noche especial, no? – le pregunto a Carlos.

-Si, había pensado ir a cenar ahora a algún sitio y seguir jugando con el lush. Y luego acabar la velada en casa, juntos, ya sabes.

-De ir a cenar vete olvidando, y lo mismo de follar esta noche machote. Ahora te adelanto que de esta no te vas a ir de rositas. ¡Esta noche vas cobrar! ¡Vamos que si vas a cobrar, como que me llamo Soledad!

“Vas a cobrar” esas fueron las palabras mágicas que hicieron que a pesar del susto de hacia unos minutos, Carlos tuviera una erección mayor de la que nunca hubiera tenido. El resto del camino el silencio reino en el ambiente. Carlos miraba de reojo a Soledad, ni una sola sonrisa, ni un solo comentario más. No tardaron en aparcar, lo hicieron al lado de casa, por lo que tan solo unos minutos después ya estaban subiendo por las escaleras. Soledad iba delante, y Carlos detrás, por lo que lógicamente los ojos de este se fueron directos al culo de su novia, y una vez más la tentación le pudo jugándole otra mala pasada. Sin pensárselo dos veces metió su mano por debajo del vestido en dirección al sexo de Soledad. Era algo que solía funcionar, ella se dejaba tocar por encima de las bragas, se giraba y le decía aquello de “¿no puedes esperar hasta llegar a casa?”, o esa frase que sonaba tan deliciosa en sus labios “¿a qué cobras?  Sin embargo esta vez cuando Soledad se giro enfrentándosele de cara, no le dijo nada, simplemente le miro y actuó dándole una sonora y fuerte bofetada en la cara que le dejo la mejilla bien colorada y calentita. Continuaron subiendo, Carlos consolando su mejilla con la palma de su mano y pensando que aquello iba a pasar de verdad.

Soledad abrió la puerta y soltó el bolso en el perchero de la entrada. A continuación se giro sobre sí misma para coger de una oreja a su novio y llevarlo a trompicones hasta el salón, donde le dejo mirando a la pared en la esquina derecha del fondo. Desde atrás, pegada a su espalda, comenzó a desabrocharle los pantalones, primero el cinturón, luego el botón y finalmente bajándole la cremallera, se los bajo hasta los tobillos. Su ropa interior siguió el mismo camino segundos después, quedando así desnudo de cintura para abajo.

-De rodillas y con la manos sobre la cabeza. ¡Estas castigado! Me esperas aquí y sin moverte, ¿entendido? – le  dijo Soledad con voz firme y seria.

-Sí. – contesto Carlos.

-¡Ea! – y dándole un sonoro azote en el trasero con la mano derecha Soledad se perdió en el interior de cuarto.

Pasaban los minutos y Carlos se impacientaba. Su novia no daba señales de vida, y aquella larga espera le desesperaba. Soledad se había quitado los zapatos y se había calzado una de las zapatillas que utilizaba para estar en casa, luego con la otra en la mano comenzó a sopesar la situación. Tenía a su novio en el salón castigado de rodillas, con las manos en la cabeza y con el culo al aire esperándola para que ella le diera una buena azotaina. Jamás hubiera pensado que aquello pudiera suceder, pero los acontecimientos les habían llevado a esa situación. Se había asustado mucho por el incidente con el coche, pero también se lo había pasado muy bien sintiendo el vibrador dentro de su vagina en la casa de sus tíos. Por una parte pensaba que su novio se merecía un buen castigo por aquella travesura, por aquella imprudencia, pero se sentía también culpable porque en cierta manera había sido participe de ella, permitiéndoselo. Se sentía muy excitada por tener a su novio a su merced, a su entera disposición, se sentía poderosa, pero también tenía algún reparo por si aquello repercutía en su relación, por ningún motivo deseaba perderlo.

Una vez más miro la zapatilla abierta por detrás de color azul oscuro que tenia sujeta con su mano derecha, y golpeándose con ella en la mano izquierda se dio cuenta enseguida de que aquella zapatilla debía de picar de lo lindo en el culo. La suela de goma era lo suficientemente gorda como para dejar un trasero bien caliente con tan solo un par de zapatillazos bien dados. Ese pensamiento final es lo que hizo a Soledad tomar una decisión, tiro la zapatilla al suelo, se la calzo con estilo, suspiro, se levanto, se presigno y se dispuso a aplicar el castigo prometido.

Carlos continuaba de rodillas mirando a la pared fijamente, pero pudo presentir la presencia de su novia en el salón nada más entrar esta en el. Soledad se le acerco, y agarrándole del brazo izquierdo se inclino lo suficiente para dar comienzo al castigo. Su mano derecha comenzó a azotar las nalgas de Carlos intermitentemente, primero la derecha, luego la izquierda, sin pausa alguna. Carlos miraba al suelo y callaba, su fantasía erótica se estaba cumpliendo sin ni siquiera habérselo tenido que contar a su novia.

-Veras como la próxima vez seguro que te lo piensas dos veces campeón.- le dijo Soledad contemplando como las nalgas de su novio comenzaban a enrojecerse.

Carlos sentía por momentos que se excitaba más y más. Cerraba los ojos y los volvía a abrir, con la mirada siempre fija en el suelo. Tan solo tenía que desviar un poco  la mirada para poder ver las zapatillas que calzaba su novia, y que ya estaba seguro que las iba a probar en pocos minutos. Aquello iba a dolerle, si, pero lo anhelaba, lo deseaba, aquella mujer lo tenía todo.

Tras veinticinco azotes fuertes y contundentes a Soledad le empezó a doler la mano, decidiendo que había llegado el momento de que su zapatilla hiciera acto de presencia. ¿Qué pensaría Carlos cuando la viese quitársela? Una vez más le agarro de la oreja tirando de él hacia arriba para llevarlo hasta al centro de salón. Luego coloco una silla frente a él y sin perderlo de vista se quito la zapatilla derecha observando todos y cada uno de los gestos de su novio.

-Vamos a darle la temperatura adecuada a tu  trasero cariño.

Carlos creyó morirse cuando vio como Soledad se quitaba la zapatilla con la mano derecha, se sentaba en la silla y le amenazaba con ella  en la mano. No hizo falta nada más para que ambos supieran que aquello no era un error. Carlos deseaba aquello desde hacía mucho tiempo, y a Soledad le basto ver la erección de su novio para saber que aquel castigo le estaba gustando tanto como a ella. Ambos se sentían excitados, ambos deseaban dar el siguiente paso.

Carlos coloco su cuerpo sobre el regazo de Soledad ofreciéndola una visión completa de su culo. La zapatilla comenzó a sonar sobre las nalgas de este con una intensidad tremenda, bastando una tanda de diez zapatillazos repartidos a partes iguales alternativamente, para arrancarle los primeros aullidos de dolor. Aquella zapatilla picaba de lo lindo y sonaba atronadora obligando a Carlos a intentar protegerse el trasero con su mano derecha.

-¡Aparta esa mano si no quieres que te de ración doble! – escucho con voz amenazadora y firme.

La amenaza causo efecto, ya que Carlos volvió a situar su mano derecha sobre el suelo conteniendo las lágrimas. Su novia prosiguió con el castigo, aunque en esta ocasión la zapatilla repetía sobre la misma nalga durante cinco veces seguidas, para después volver a hacerlo de igual forma sobre la otra. Sin querer Soledad abrió sus piernas lo suficiente para que el miembro erecto de Carlos quedara aprisionado entre sus muslos. Podía sentirlo duro, grande, poderoso, aquello le estaba gustando, dolor y placer juntos. Su grado de excitación aumentaba paulatinamente según avanzaba la azotaina. Y ese sentimiento hacia que Soledad no viera el momento de parar. Una nueva tanda de zapatillazos caía una y otra vez alternativamente sobre las desprotegidas nalgas de su novio.

-¡Lo siento cariño, lo siento, auuuu! ¡Perdóname, auuuu! – imploraba Carlos.

-No, no, hoy duermes calentito cariño. Vamos que si duermes calentito. – le contesto Soledad.

El culo de Carlos no paraba de moverse en un intento vano de esquivar los zapatillazos con los que su novia le estaba obsequiando. Soledad excitada y húmeda como nunca antes hubiera estado, con la respiración entrecortada y casi exhausta, remato al fin aquella faena con una nueva tanda de veinte zapatillazos que hicieron a su novio ver las estrellas. Al final  la azotaina ceso y Carlos se dejo caer de rodillas delante de su novia, llevando sus manos al culo para consolárselo tras el castigo recibido.

-Lo siento corazón. – dijo Soledad tomando conciencia de la paliza que acaba de darle a su novio.

-No lo sientas mi vida. Has hecho un sueño realidad. Duele, porque duele de lo lindo, pero soy el hombre más feliz del mundo. Te quiero, te adoro, te amo. – le respondió Carlos mirándola con los ojos anegados en lagrimas de dolor, y al mismo tiempo mostrándole una sonrisa de felicidad. Su miembro aun continuaba erecto, mostrando todo su vigor

-En ese caso mi niño, de ahora en adelante ya sabes lo que te espera cuando te portes mal, y ahora cómeme la almeja que la tengo chorreando. – dijo Soledad con la voz entrecortada aun por la agitación, al mismo tiempo que se quitaba las braguitas negras de encaje totalmente mojadas, para abriendo las piernas ofrecerle a su novio aquel manjar que tanto le gustaba a él. Al final esta noche sí que iba a follar también