Un jubilado, dos francesas y un Citroën 2 CV (7)

Después de un bajón moral me di cuenta de que debía seguir mi vida y lo hice de la manera que mejor sabía y parece que no lo hice mal del todo.

Al entrar en casa estaba totalmente hundido moralmente, al ver a mi consuegra “reordenando mis cosas” fui directamente a la cama sin cenar, me costó dormirme pero cuando lo hice soñé con las dos francesas, sobre todo con sus caras que se difuminaban lentamente.

Por la mañana estaba tan deprimido que no quise levantarme, pese a que Virtudes madrugó como todos los días no le hice caso y no salí siquiera al salón.  A medio día se asomó adonde estaba acostado y me preguntó…

  • ¿Es que no lleva idea de levantarse, gandul? Pues ya es hora de mover el culo. Me voy a por el pan, ya que no veo que se vaya a mover del nido.

Por toda contestación me giré al otro lado y me cubrí la cabeza con la sábana, cuando regresó volvió a entrar en mi habitación.

  • Vaya, para ser el pueblo tan pequeño no se privan de nada, en la panadería me acerqué a un corro de mujeres y como no me conocían me han dejado escuchar, estaban contando que al parecer hay un hombre en el pueblo que les está poniendo los cuernos a casi todos los maridos y lo más chocante es que las mujeres están esperando que vaya por sus casas según parece para darles clases de cocina, está visto que cada vez hay menos decencia en el mundo, ¿usted ha oído algo?
  • ¡Grrr.!
  • ¡Usted que va a saber, si sólo sabe estar echado sin dar golpe!

Al rato el olor a brócoli hervido inundaba la casa, Virtudes parecía que no sabía hacer otra comida y por la noche guisantes o acelgas, por lo que ni me molesté para levantarme a comer.

  • ¿Qué, no piensa levantarse para comer?  Después de que estoy guisando para usted, sí que estamos bien, pues ya verá lo que hace porque no pienso hacer otra cosa.

Cuando ya no pude aguantar más me levanté y fui al baño, no me preocupé si los calzoncillos me cubrían bien o no y me recriminó por enésima vez.

  • Está visto que ni asearse, pues bien vamos y además enseñando todo, ni que fuera algo “bonito”, jajaja, si parece un pollo muerto y colgado.

Noté que la polla asomaba al andar pero no hice caso y volví a la cama, no paró en todo el día y por la noche el olor fue de coliflor hervida, me acordé de los guisos que les hice a las francesas y el que hice a Fernanda y Alicia y las tripas empezaron a gruñir pero me aguanté y me dormí.

Al despertar tenía la barba de dos días y la boca pastosa, desde buena mañana Virtudes seguía limpiando no sé qué y seguí acostado hasta que oí el pito de la pescadera, al oírlo me acordé de las sardinas y de todo lo demás y de momento oí una voz interior que me decía… -Jacq, tienes que salir del agujero en que has caído, levántate y ponte las pilas- .

Sin pensarlo dos veces salté de la cama y fui a darme una ducha, en ese momento Virtudes estaba limpiando el baño como un quirófano pero no la miré siquiera y me metí en la ducha, cuando salí desnudo me sequé como si no estuviera ella y…

  • ¡Será posible, si no se tapa delante de mí!  Si parece un elefante pero… muerto, jajaja, ¡vaya ridiculez!

No le contesté pero fui a mi cuarto y me vestí con lo mejor que tenía, me había afeitado a conciencia y con mi after shave salí por la puerta con paso decidido, antes de llegar a la furgoneta del pescado me llamaron desde el bar…

  • ¡Santiago, acérquese por favor!
  • Un momento, voy a encargar la compra primero.

Sólo había una parroquiana delante de mí y me dedicó una de sus mejores sonrisas, enseguida le hizo señas a la pescadera porque parecía que no sabía a ciencia cierta a quien se referían los rumores.

Le encargué el pescado que me interesaba y le pedí que lo guardara hasta que volviera del bar.  Al entrar se levantaron los amigos que ya estaban almorzando y corrieron sus sillas para dejarme sitio.

  • ¡A ver Juliana, atiende al amigo Santiago, hoy lo invito yo, va a almorzar como hace mucho tiempo!

Le cogí la palabra a Antón y pedí de lo mejor que tenía, con el hambre atrasada que llevaba devoré todo lo que pusieron y más que hubiera habido.

  • Caray Santiago, sí que me ha hecho caso, si no lo conociera pensaría que no come en su casa por no saberse guisar, jajaja.
  • Es que no hay nada como una buena comida en su punto, Juliana cocina muy bien.
  • Pues el otro día me dijo que hablara con usted por si le podía orientar para alguna comida…
  • Uf, no sé si podré, de momento quiero enseñarle a su mujer bien, no quisiera mezclar “platos”.
  • Eso me gusta, ¡ah! se me olvidaba felicitarle por la carne que preparó a mi mujer, me guardó un poco para la cena, estaba exquisita pero me dijo que todavía podía estar mejor pues no había entendido algunas cosas, la consolé para que no se preocupara, que ya le diría que volviera lo antes posible para rematar la clase.
  • Con mucho gusto, me encanta que mis alumnas se tomen interés y que estén atentas y dispuestas a aprender.
  • De eso puede estar seguro Santiago, ya me ocupo yo.

Cuando almorzamos los seis que rodeamos la mesa pidieron café y un chupito de coñac o whisky, quedamos hartos y sobre todo contentos, el Alcalde ponderaba mis habilidades y al oírlo Felipe, otro comensal a mi lado, me preguntó si de pescados estaba al día, le contesté que acababa de comprar un “arreglo” para hacerme una “zarzuela de pescado ”, le expliqué los ingredientes y se le cayó la baba al oírme.

  • Es que pasa una cosa… Fermina mi mujer, sabe guisar muy bien pero… sólo se le da bien la carne, como sabrá vivo en una granja en la otra aldea y tengo un rebaño de corderos, Fermina los prepara a la maravilla de todas las formas posibles pero lo que para muchos es un lujo para mi es rutina y me apetecería comer un buen pescado y de eso… mi mujer no sabe hacer.
  • Bueno, si quiere cuando termine de enseñar a la señora de Antón puedo acercarme a su granja.
  • Se lo agradecería pero estoy pensando… ¿y si… ya que está la pescadera ahí le compro lo mismo que compró usted?  lo llevo a mi casa y en un rato le enseña a mí mujer y luego le devuelvo aquí, sería una hora o dos a lo sumo, todavía le dará tiempo a usted para cocinar su zarzuela.
  • Pues no sé… no tenía previsto… pero vale, ya que está la pescadera y trae tan buen género…

Felipe se levantó y corrió para comprar lo mismo que había comprado yo y cuando vino con la bolsa en la mano sonreía de oreja a oreja.  Abrió la puerta del Land Rover y me invitó a subir, Antón me dio unas palmadas en la espalda y a Felipe le aseguró que comería la mejor zarzuela de pescado de su vida.

La granja estaba un poco alejada, se iba por la misma carretera del río adonde acamparon Margot y su hija y al pasar por allí no pude menos que suspirar.

  • Hay que ver, a la gente le gusta cualquier cosa, ¿pues no había una tienda de campaña plantada en esa curva? Imagínese cómo podrían vivir ahí tan solos, estuve a punto de asomarme y preguntarles si necesitaban algo, lo mismo les hubiera vendido un cordero.
  • No sé, a saber qué clase de personas eran, mejor que les dejara solas.
  • ¿Solas, quiere decir que podían ser mujeres?  Pues si lo llego a saber, jajaja ya me entiende.
  • ¡Nooo, seguro que serían melenudos de esos, gente rara, seguro que sí!

Quedó convencido y yo más tranquilo, imaginé si apareciera por allí estando solas Margot y Aline, no quiero ni pensar pues tenía pinta de ser bastante bruto.

La granja era muy grande y en un corral medio cubierto había un ganado inmenso, al lado estaba la casa y pegado a ella el pajar.

  • Ya hemos llegado… ¡Fermina, mira quien viene conmigo, es Santiago, lo he traído para que te enseñe a cocinar una zarzuela de pescado!
  • Buenos días Santiago, ya oí en el pueblo hablar de usted y pensé que me gustaría que me diera alguna lección, aquí mi marido no es mucho de enseñarme.
  • Gracias, no sabía que vivía aquí, pero Felipe ha insistido que le enseñara con el pescado y… en fin aquí estoy.
  • Muy bien pero lo siento no tengo pescado, aquí de cordero y pollo lo que quiera pero de lo demás…
  • No te preocupes mujer, que ya lo traigo yo, he comprado lo mismo que compró él para su casa.
  • Pues has tenido una buena idea pero pasad a casa, voy a meter el paquete de Santiago en la nevera y me doy una ducha rápida, debo oler mucho a borrego.
  • Muy bien, yo mientras voy a separar unos corderos para la carnicería, si quiere le separo uno para usted Santiago, quiero que quede contento y vuelva más veces.
  • No gracias, ya compraré en la carnicería lo que me haga falta, muy amable.

Fermina desapareció en la cocina y luego fue pasillo adelante soltándose el moño que tenía recogido sobre la cabeza.  Al momento cuando volvió no parecía la misma, se había soltado el pelo que le caía mojado por los hombros, lo tenía rizado como ensortijado y de color rojizo, le brillaba a la luz del sol reflejando un bonito brillo cobrizo.

  • ¿Y mi marido?
  • Se fue a separar unos corderos o eso me dijo.
  • Muy bien, entre que los elija, los separe y los cargue en el remolque nos da tiempo.
  • ¿Tiempo a qué?  Si tengo que preparar el caldo y luego…
  • ¿Qué caldo?, primero vamos a follar, me han contado que lo hace de maravilla y en esta casa se folla poco y mal.
  • Pero su marido…
  • Felipe tiene mucho que hacer en el corral, venga.

Fermina me cogió resuelta de la mano y me llevó por el pasillo a una puerta, la abrió y salimos a un corral adonde tenía los gallineros y las conejeras, no me soltó hasta que llegamos a otra puerta y cuando al abrió vi el montón de trigo, al otro lado había una pila de paja y me dio a elegir.

  • ¿Qué prefieres, paja o trigo?
  • Prefiero trigo, le va más a tu pelo.
  • Muy galante, veo que no mintió quien te recomendó.
  • Y ¿quién fue, si puede saberse?
  • Jajaja, eres muy curioso, no sé si debo decirlo pero es una persona a la que has “atendido” mientras su marido despachaba en el mostrador.
  • ¿Fernanda?
  • Sí, Fernanda la de la tienda me contó que le hiciste un buen guiso en su horno.
  • Pues para ti tenía otros planes…
  • Seguro que serán buenos, a mi me gusta todo así que cuando quieras.

Fermina extendió una manta sobre el trigo y se quitó la bata que llevaba, venía directamente de la ducha y no se preocupó de ponerse nada debajo, se echó sobre el trigo, un alud de granos cubrió la manta y tuvo que levantarse y sacudirla para que no se le metiera en el coño.

Al verla agachada de espaldas apunté con la polla cogido a su cintura…

  • ¿Qué prefieres culo o coño?
  • Lo que gustes, empuja y que la suerte decida.
  • Chica lista.

Empujé y la polla resbaló por la raja del culo todavía húmeda y fue a incrustarse entre los labios el coño que asomaban entreabiertos, el capullo entró y al segundo empujón tenía más de la mitad adentro, el tercero no lo llegué a dar pues fue ella la que se hizo hacia atrás de golpe y se la clavó hasta el fondo.

  • Se nota que te gusta follar o me equivoco.
  • Has acertado y más cuando sé que me vas a follar bien follada, aquí sola no tengo muchas oportunidades de un buen polvo.
  • Pero tienes a Felipe y aquí en la soledad…
  • Jajaja, Felipe… mi marido ya tiene bastante con sus corderos y sus… corderas.
  • ¿Qué quieres decir?
  • ¿No lo imaginas?, prefiere a sus ovejas, dice que están más estrechas que yo y cuando oigo balar a alguna ya sé que Felipe le ha metido la polla.
  • Pues tú no estás nada ancha, lo puedo jurar.
  • Eso pienso yo o es que tú la tienes muy gorda, la de Felipe es fina como un esparrago.
  • Será eso.
  • Muévete corazón, quiero que me partas el coño.
  • ¿Y el culo no?
  • ¿También, crees que vas a poder?
  • Lo intentaré, nunca metí la polla en un coño pelirrojo.
  • Jajaja, pues te aseguro que este coño pelirrojo tiene mucha hambre, así que muévete Santiago.

La cogí de las tetas pecosas, las areolas parecían de azafrán y los pezones como cerezas, caí sobre ella y sin parar estuve follándola a la vez que la manta se escurría en el trigo y cambiábamos de postura sin querer.

  • Espera Fermina, dame tu coño que te lo voy a comer.
  • Eres un goloso Santiago aunque me has quitado la idea porque yo también me comería esa berenjena que tienes entre las piernas.
  • Nunca la habían bautizado así, jajaja.
  • Pues sí lo parece, jajaja, te lo aseguro porque apenas cabe dentro de mí.

Cambiamos en todas las posturas, Fermina demostró una imaginación sin límites y lo quiso probar todo, cuando le propuse estrenar su culo ella misma me chupó la polla hasta dejarla lubricada y se sentó sobre mi hundiéndosela hasta los huevos.

Cuando Fermina se corría atravesada por mi verga, desde el corral de las ovejas se oyó una algarabía, luego el silencio y una oveja balando con cierta “emoción”, la mujer me miró, me señaló hacia las ovejas y saltó sobre mí con más ahínco.

No pude resistir aquella visión de las tetas pecosas sobre mi cara y me corrí llenándola de leche, al notarlo se dio la vuelta y todavía llegó a tiempo a recoger de mi polla las últimas gotas.

Mientras recogí la manta plegándola ella volvió a amontonar el trigo con una pala para que no se notara.

En la cocina preparé con celeridad el guiso, entre los corderos todavía se oía cómo corrían huyendo, nos pareció que Felipe seguía a otra “pareja”, yo no tenía queja de la estrechez del coño de su mujer pero “para los gustos están los colores”

  • Anda Felipe, dúchate en un momento, no sé qué pasa que cuando te pones a separar las ovejas vienes perdido y hueles a cabrito por decirlo fino.

El marido obedeció guiñándome un ojo de complicidad, comimos como reyes, Fermina nos sirvió un aperitivo antes y luego asó a la leña unas chuletas que estaban para chuparse los dedos.

  • ¿Te gustó lo que te hice Santiago?
  • Me encantó, aunque creo que tampoco tienes queja de lo que te hice yo.
  • No tampoco, ¿verdad marido?
  • No, yo no tengo queja, se nota que lo hace a gusto, debes convencer a Santiago para que venga más veces y si yo no estoy vas tú con el coche y lo traes, es muy cumplidor.

Cuando nos despedimos Felipe se adelantó para poner gasóleo al Land Rover y Fermina me dejó chuparle las tetas con devoción, en compensación, saqué mi polla y detrás de la puerta me la chupó hasta que me corrí en su boca, cuando vino su marido para avisarme todavía relamía con la lengua la leche que tenía en la comisura de los labios.

Al llegar a casa no le dije nada a Virtudes sobre la cena, me metí en la cocina y cerré la puerta, en un momento organicé una cena de lujo, pese a que comí lo mismo no me arrepentí pues el aperitivo en el trigo fue de lo más exquisito.

Cuando monté la mesa lo hice sin decir nada a Virtudes, estaba entretenida con el programa de cotilleo que veía asiduamente en la televisión y cuando se quiso dar cuenta ya estaba todo servido, por la forma de mirar los platos  vi que no podía comprender el milagro y se excusó por primera vez.

  • Tengo que reconocer que no sabía esta faceta suya Santiago, la verdad me ha dejado sorprendida, veremos si al paladar está igual de apetecible porque a la vista…
  • Ya me dirá, si es sincera…
  • Eso siempre.

Durante toda la cena estuvo relamiéndose con el pescado y la salsa y cuando terminamos me dio la mano felicitándome, me sorprendió mucho pero se la acepté.

Por la mañana se empeñó en subir a una escalera para descolgar una cortina y lavarla, me ofrecí a hacerlo yo pero ella se adelantó y subió, el resultado fue que resbaló y cayó desde poca altura pero se hizo mucho daño en una pierna, yo no sabía qué hacer, ella se quejaba como si la mataran y decidí pedir ayuda, al primero que encontré fue a Antón.

  • ¿Cómo va Santiago, adonde va tan apurado?
  • Es que ha pasado una desgracia, mi consuegra se ha empeñado en subir a una escalera, se ha caído y tengo que llevarla al médico.
  • No se apure hombre para eso están los amigos, ahora saco el coche, paso por su casa y nos vamos al pueblo de al lado, allí podrán atenderla bien.
  • No sabe cómo se lo agradezco Antón.

Virtudes no dejó de quejarse durante todo el trayecto y cuando llegamos al ambulatorio la médica la sentó en una silla de ruedas y se la llevó adentro.

  • Ustedes esperen aquí, seguramente tardaré un poco, tengo que hacer una radiografía y después decidir si le pongo escayola o la vendo simplemente.
  • Tranquila Doctora, nosotros haremos tiempo aquí.

Estuvimos hablando en la sala de espera, poco a poco la conversación derivó a Alicia, la mujer de Antón,

  • Entonces Santiago, ¿usted cree que podrá sacar provecho de mi mujer?
  • Estoy seguro, es una chica joven y le gusta lo que hace.
  • Es que desde que nos casamos no acabo de entenderla, reconozco que me casé con ella por su tipo, la vi en las fiestas del pueblo, pasó con una prima suya, yo estaba sentado con los amigos tomando unos vinos y me gustó su culo, sí, su culo, no me fijé en nada más, le confieso que estoy loco por un buen culo y Alicia lo tiene.
  • No me fijé, lo siento.
  • El caso es que a mi amigo Cayetano, el de la tienda de ropa, le encargué unos pantalones para la chica, me dijo que tenía la tienda cerrada pero insistí y ya sabe como insisto yo, jajaja, el caso es que me trajo un pantalón ceñido y una blusa, con los paquetes las invité a las dos y se los regalé, dejando bien claro que la preferida era ella, se notaba que no tenía mucha ropa pues enseguida fue a su casa y se cambió, cuando vino con el pantalón no lo dudé y decidí que sería mi mujer.
  • ¿Tan rápido, sin conocerla?
  • Sí, yo soy así pero luego me di cuenta de que no sabe hacer nada y ya era tarde, no me importa, tengo dinero y lo demás se puede comprar pero ese culo…
  • Y se llevan bien, claro.
  • Bueno… sí, aunque no le pregunté, a mí sólo me interesa su culo y en confianza le diré que se la meto siempre que quiero.
  • ¿Y no han tenido hijos?
  • ¿Hijos, cómo quiere que tengamos hijos si siempre se le metí por el culo?
  • Y no han… por…
  • Ni una vez, siempre por el culo.
  • Pues la chica puede que quiera otra cosa, tal vez variar…
  • No me importa, a mí me gusta su culo y se lo lleno.
  • ¿Y no se queja?
  • Sí, al principio se la metía a secas y los gritos se oían desde la calle pero ahora ya le echo saliva primero, como deferencia.
  • Ah ya y no le parece que se merece que le haga un regalo, no sé… un frasco de crema hidratante o algo así, a lo mejor se alegraría.
  • El caso es que hace dos días traje a Alicia aquí al médico.
  • ¿Es que le pasaba algo a Alicia?
  • No sé que me dijo sobre la regla, que se le atrasaba o algo así, no le presté demasiada atención, la verdad.
  • Y ¿qué le dijo la doctora?
  • Creo que le recetó unas pastillas.
  • Me alegro, ¿qué le parece si vamos a tomar una cerveza?  Le invito yo, esto puede prolongarse bastante.
  • No es mala idea Santiago, vamos allá.

Mi intención era sacarlo de allí y al pasar por una perfumería le dije como si se me ocurriera en el momento…

  • Mire Antón aquí creo que tendrán crema para regalarle a Alicia.
  • Es igual, ya preguntaré en el pueblo a Fernanda.
  • No hombre, que sea una buena crema, que huela bien y que suavice mucho.
  • Bueno… vamos a ver que tienen.

Pude conseguir que le comprara una crema de marca después de insistirle mucho y al salir de la perfumería vi enfrente una corsetería, lo cogí del brazo y lo arrastré para que viera lo que tenían en el escaparate.

  • ¿No le parece que su mujer se alegraría si le compra algo para ella?
  • No, creo que a ella no le gustan estas cosas, no le vi nunca algo así.
  • No crea, a las mujeres a veces no las entendemos pero saben agradecer los detalles, creo que saldrá usted ganando, imagine el culo de Alicia con esas braguitas… creo que le gustaría verla con eso y… de paso el sujetador a juego.
  • El sujetador es lo de menos, pero lo de las bragas me gusta pero en fin puestos a gastar…

Salimos de la tienda con todo el conjunto y ya imaginé lo sexi que estaría Alicia con aquel conjunto, la chica se alegraría y seguro que deduciría mi aporte en el regalo.

Cuando salió Virtudes ya llevaba una muleta y le ayudamos a subir al coche y en poco rato llegamos a casa, le agradecí a Antón el favor y le recomendé que invitara a cenar a su mujer y que le entregara el regalo, por su sonrisa pareció que ya veía el culo de la chica delante de él.

Al entrar en casa lo primero que hice fue advertir a Virtudes de que se había acabado su histeria por limpiar, me tenía harto y esa fue la gota que colmó el vaso, le ayudé a sentarse frente a la televisión y dejé el mando a su alcance.

Me dediqué a guisar y la mujer tuvo que reconocer que las verduras estaban igual de buenas pero de guarnición, no podía admitir que guisaba mejor que ella y a regañadientes se lo comía rebañando el plato.

Un día antes de que volvieran del crucero fui a la plaza y como siempre me llamaron desde el bar, Antón estaba impaciente por contarme el resultado del regalo.

  • Santiago, tengo que reconocer que tiene muy buenas ideas, como me dijo la invité a cenar y le regalé la ropa interior, al verla se emocionó y me preguntó por usted, no sé porqué, luego cuando le di la crema me dio un beso, la verdad es que estrené la crema y ya no gritó y a mí también me vino muy bien.
  • Me alegro, reconozco que a veces tengo buenas ideas.
  • Se me ocurre que podía darle otra clase, me dijo que la próxima vez que fuera me prepararía una comida especial y estoy impaciente por ver los adelantos.
  • Pues no tenía previsto ir hoy pero ya que está tan interesado me acercaré.
  • Eso es, ahora está en casa, la dejé duchándose pero ya habrá salido de la ducha.

Antón se sentó otra vez en la mesa donde le esperaba la cuadrilla para seguir jugando y yo me dirigí a casa del Alcalde.

Cuando me abrió Alicia parecía una diosa, llevaba una bata y nada más abrir la abrió dejándome ver su cuerpo sólo “vestido” con el conjunto que le elegí yo.

  • Pasa Santiago, te vi hablando con Antón y cuando venías hacia aquí corrí para ponerme esto que me regalaste.
  • Lo siento pero te lo regaló tu marido.
  • Jajaja, eso es lo que él cree pero enseguida adiviné que era cosa tuya, igual que la crema hidratante.
  • Y… ¿te gustó?
  • Claro, me encantó aunque sólo estrené las bragas, el sujetador lo guardé para ti.
  • Te lo agradezco, es precioso, el más bonito que había y te hace unas tetas…
  • ¿De verdad te gustan?
  • Me vuelven loco con sujetador y sin sujetador más.
  • Pues me lo quito y las bragas también, para ti sólo mi piel.

En el mismo pasillo la empotré contra la pared y nos besamos, mi polla no tardó en aparecer porque Alicia se encargó de buscarla y con ella en la mano me arrastró a la habitación que tenían de invitados, me desnudó con prisas y cuando quedé igual de desnudo como ella subió sobre mi y con la boca buscó el glande, con los labios retiró el prepucio y el capullo entró despejado en su boca, la lengua lo recorrió y aspiró hasta tragarse toda la verga.

Toqué su muslo y entendió lo que quería, pasó su pierna sobre mi cabeza y dejó su coño a mi disposición.  Nos comimos los dos al mismo tiempo y saboreé sus jugos según salían y ella pasó la lengua por mi polla y mis huevos, hasta se entretuvo en mi culo, no pude menos que corresponderle aunque casi con urgencia tuvimos que frenar pues nos habríamos corrido en nuestras bocas y Alicia quería ofrecerme su culo.

Sacó la crema y la repartió con cuidado por mi verga, luego se sentó sobre mí, ella también estaba embadurnada y apenas sentí la diferencia, había aprendido a dilatar el culo y saltó encima apretando con las nalgas dedicándome una paja y una enculada a la vez.

Se corrió mientras saltaba pero no paró, con movimientos incontrolados siguió mojándome con chorros que salían del coño, sin previo aviso saltó del culo al coño y con contorneos me hizo correrme dentro de ella.

  • Lo siento Alicia, me corrí, no pude evitarlo, olvidé que podía preñarte.
  • No te preocupes, me tomo las píldoras anticonceptivas, lo hago por ti, el otro día le mentí a Antón para que me llevara al médico y me las recetó, con él no me hacen falta pues no me la mete en el coño pero para ti quiero que te corras adentro, pensé en pedirle a mi amiga farmacéutica condones para ti pero me dijo que aunque son muy finos no tienen comparación con el contacto de piel con piel.
  • ¿Le contaste lo nuestro?
  • Claro, estaba impaciente por saber cómo me follaste y se lo dije después de que nos comiéramos los coños en su casa.
  • Mmm, me habría gustado veros.
  • Ya lo pensé y se lo dije, a ella no le importa, es más me insinuó que si no tenía inconveniente podrías unirte a nosotras.
  • Nunca lo hice aunque reconozco que siempre fantaseé con un trío, no te digo que no.
  • A ella le encantará, para mí que no ha probado ninguna polla como la tuya.
  • Cuando quieras me lo dices pero si no te importa mejor sería cuando se vaya la bruja de mi consuegra.
  • ¿Cuándo se va?
  • La semana que viene… ya cuento los días.  Bueno vamos a hacer algo de comida.
  • No te preocupes, tenemos tiempo, mi marido tardará todavía, vamos a follar otra vez, ahora quiero que te corras en mis tetas o en mi boca.
  • Como quieras, ahora será a la carta, jajaja.

Cuando llegué a casa después de estar con Alicia, Virtudes seguía cara al televisor, sin duda se durmió aburrida de ver siempre lo mismo, pasé de puntillas por su lado y me encerré en la cocina, estaba contento y preparé una cena especial, ya tenía la mesa montada cuando desperté a mi consuegra, sonreí al comprobar que como mejor estaba era dormida, era el único momento que había paz en mi casa pero ante la perspectiva de que mis hijos estaban al caer me animé y le dije amablemente…

  • Señora Virtudes, ya puede sentarse a la mesa, la cena estará en un momento.
  • ¡Oh debí quedarme dormida! El caso es que estaba esperando que viniera para pedirle un favor, desde que me caí no me he aseado bien y no quisiera que cuando llegue mi hija se preocupe más de la cuenta, ¿le puedo pedir un favor?
  • Grrr. No sé, según, usted no se merece muchos favores.
  • No sea así hombre, lo que he hecho era por su bien.
  • ¿Por mi bien? Si me ha revuelto mi casa, mis cosas, mi vida, no sé qué más quiere, si he tenido más paciencia que Job con usted.
  • Lo siento, reconozco que soy un poco mandona y me paso con la limpieza, al principio me equivoqué con usted, ahora que veo que sabe arreglárselas usted solo, lo admiro.
  • Venga, no me haga la pelota ahora, dígame lo que quiere y después de cenar ya veremos.
  • Nada, simplemente que me lie un plástico o algo en la pierna para que me pueda duchar, si se moja el vendaje me lo tendrían que volver a poner, según la médica aún quedan unos días para llevarlo.
  • Vale, si es eso luego le ayudaré.

Mientras cenábamos miré de reojo a aquella mujer, comía con deleite, acostumbrada a las verduras lo que preparaba yo le parecía un manjar, al terminar tuvo que reconocer que yo guisaba mejor que ella.

Quedé esperando su petición mientras fregaba la vajilla, Virtudes con la muleta entró en su cuarto y cuando salió vino a llamarme.

  • Santiago, cuando le venga bien ya estoy preparada.
  • Muy bien, “cuando” termine con esto le acompañaré.

La mujer volvió al sofá y al ir a recogerla vi que iba envuelta con una bata, con la muleta en una mano y de la otra me ocupé yo para ayudarla a entrar en el baño, de una bolsa de plástico de la basura hice una funda con la que le envolví el vendaje de la pierna, abrí la mampara de la ducha y la sostuve para que entrara, le pregunté si le hacía falta la muleta y me dijo que no por lo que la dejé sola y salí.

Unos golpes en la pared me alarmaron cuando estaba recogiendo todo en la cocina, acudí a ver qué pasaba y al entrar en el baño la vi dentro de la ducha en el suelo y con la pierna vendada mojada.

  • ¿Por Dios, qué le ha pasado?
  • ¿No lo ve? Me he resbalado y he caído y será un milagro que no me haya roto la otra pierna.
  • Pues solo me faltaba eso, deje que la ayude.
  • Pero primero deme la bata que me tape.
  • Jajaja, ¿ahora se acuerda de taparse? Si ya la he visto desnuda de cuerpo entero, jajaja.
  • Seguro que se habrá aprovechado para mirar bien todo.
  • ¿Todo?, eso quisiera usted, no vale la pena ni mirar, si yo le parecía un elefante muerto usted me parece una cabra con las tetas colgando, jajaja.
  • ¡Será posible!, creí que usted era más educado y discreto, mis tetas no están nada mal, seguro que no ha visto ningunas como la mías.
  • Jajaja, no me haga reír, y… mejor será que me calle, vamos mujer, déjese de vergüenzas y le ayudo a levantarse pero con mucho cuidado no sea que “la toque”, jajaja.

Con mucho cuidado la levanté sobre todo por si se había roto algo y me tocaba llevarla al médico otra vez pidiendo favores, aunque no me sabía mal pedirle favores a Antón, jajaja.

Virtudes  tenía la piel jabonosa y mis manos se escurrían y en varias ocasiones tuve que apartarlas de sus tetas, ella al principio me miraba con odio pero después callaba o por lo menos disimulaba.

  • No crea que por qué no digo nada es porque no noto que me toca.
  • ¡Qué más quisiera usted!, encima que la ayudo.
  • Sí, a saber que se tocará con las manos.
  • Lo mismo que usted necesita.
  • ¿Qué insinúa?, no querrá decir que…
  • Sí eso mismo, que lo que usted necesita es una buena…
  • ¿Una buena qué?
  • Eso que piensa, ya estoy harto que me haga la vida imposible.
  • Vaya que humos tiene el señor, decirme eso a mí,  que necesito una…
  • Sepa que a mí no me hace falta que opine si soy un elefante muerto o vivo.
  • ¿Vivo? No me haga reír.
  • A lo mejor se sorprendería.
  • Jajaja. Ni tocándome las tetas le hace reacción.
  • No me tiente porque le puedo dar una lección.
  • ¡Ya le gustaría!
  • O a usted.

En cuanto estuvo de pie le di la muleta y comprobé que no estaba herida palpándole las piernas y los brazos, tuve que tocarle las caderas por si acaso y ella no pudo reprimir un leve suspiro al sentir mis manos, la miré de arriba abajo con desprecio y salí del baño empañado por el  vaho.

Bastante enfadado me senté frente al televisor, lo primero que hice fue cambiar el canal que siempre veía Virtudes y puse uno de reportajes de coches, al rato la puerta del baño se abrió y salió Virtudes con una toalla en la cabeza y la bata mal abrochada, al pasar frente a mi abrió la bata sonriendo y me dijo.

  • Hasta mañana “Dumbo”, que sueñe con lo que ha visto.
  • Hasta mañana “tetas de cabra”, que sueñe con el papá de Dumbo.

Continuará.

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Gracias.