Un jubilado, dos francesas y un Citroën 2 CV (4)

Me di cuenta de que el trato con las francesas me beneficiaba por varios motivos y se lo dije, ellas lo comprendieron y lo celebraron, en el pueblo la gente también me trataba de otra manera.

Margot cogió el bañador de su hija, sus bragas del bikini y mi bañador mojado, los tendió sobre una mata de juncos y sin dar mayor importancia dijo…

  • Vale chicos, preparad la mesa de camping y los cubiertos que la comida va a estar pronto hecha.

Aline y yo comenzamos a preparar todo mientras su madre hacía una ensalada de hélices de pasta con tomate, pepino etc.  Puse tres piedras planas haciendo triángulo alrededor de la mesa y cuando estuvo todo preparado vino Margot con un bol y repartió los platos, para beber trajo una botella de zumo de naranja y una cola para Aline, me miró y se excusó…

  • Lo siento Jacq, no pensé comprar vino, sé que a ti te gusta acompañar la comida con él pero…
  • No te preocupes, esta comida no llama mucho para tomar vino.

Comimos de la forma más natural, comentando cosas sin importancia, Margot me contó como era su región, estaba rodeada de palacios, el Valle del Loira es famoso por los palacios que diferentes reyes hicieron para vivir sobre todo en verano y alguno de ellos dedicados a sus amantes.

Estuvimos hablando tan distendidos que yo mismo me sorprendía al ver delante de mí a las dos mujeres con las piernas, unas veces abiertas o separadas, con los coños, el uno depilado y el de la hija con una breve melena, además de las cuatro tetas que aun siendo totalmente opuestas llamaban la atención, sobre todo a mí, verme la polla colgando pegada a los huevos, insensible ante aquellas visiones.

Cuando terminamos me encargué de hacer el café, Margot compró unas pastas en el pueblo y charlamos en una sobremesa de lo más animada.

Yo mismo propuse sin ninguna intención…

  • He comido de maravilla, ahora me apetecería una siesta.
  • Es cierto, después de comer con éste sol apetece un rato de descanso, “échate” en la tienda y ahora iré yo, voy a recoger y lavar los platos.
  • No mamá lo haré yo, ve tú también, no tardaré.

Margot entró a gatas en la tienda y extendió la colchoneta, abrió la lona para que pasara el aire fresco y a la sombra tupida de los árboles me invitó a entrar.

  • Parece mentira, desde afuera parece pequeña pero una vez adentro es bastante espaciosa.
  • Sí, es acostumbrarse pero se está muy bien y sobre todo fresco, si no es por ti la hubiéramos montado al sol, ¡qué tontas!
  • Jajaja, se nota que no estáis acostumbradas al campo.

Me tumbé boca arriba, a mi lado y en la misma postura quedó Margot, quedé mirando al techo ensimismado hasta que dijo…

  • Te doy un euro por tus pensamientos…
  • Jajaja, perdona estaba recordando…
  • ¿Puedo saber yo tus pensamientos?
  • Si claro, ven… acércate.

Extendí el brazo y Margot puso la cabeza sobre él, la atraje hacia mí, apoyó en mi pecho su cara y con la mano lo recorrió haciendo “rizos” en el vello.

  • Hasta que vinisteis era un hombre triste, feliz a mi manera pero triste, no tenía proyectos y todo me daba igual, vivía en una rutina que me llevaba a hacer todos los días lo mismo pero me habéis cambiado, al principio reaccioné de una manera demasiado “juvenil”, impropia de la edad que tengo, el despertar sobre todo al sexo fue brutal, la polla tanto tiempo olvidada se portó como antes o mejor que antes, yo mismo no me reconocía, ahora estoy emocionado.
  • Pues no lo parece, porque…

Margot, pasó la mano por mi polla caída y desmayada sobre el muslo.

  • No me refiero a eso o… también a eso, hoy viéndolas, dos mujeres preciosas desnudas frente a mí admirando vuestros cuerpos enteros y no he sentido la reacción de un joven adolescente, he estado tan natural como vosotras, sin dar más importancia al sexo de la que tiene.
  • Pues a mi hija parece que también le ha afectado tu compañía, siempre fue muy recatada, ya ves, siempre con bañador, ocultándose de todos, desde pequeña nos vio desnudos a su padre y a mí y no dijo nada pero tampoco nos siguió, desde hace años que no la veo desnuda como en estos días, parecía que el sexo no había entrado en su cuerpo, como que todavía estaba jugando con muñecas.
  • ¿Quieres decir que era virgen todavía?
  • No lo sé, es muy reservada, aunque a veces la oí gemir en su habitación, posiblemente se masturbaba o también puede que se metiera algo en la chatte , los dedos o el cepillo del pelo, tal vez, ¿tú no notaste nada?
  • ¿Cuándo?
  • Cuando le metiste la polla, la tienes muy gruesa y debió dolerle.
  • Pues no, lo cierto es que no, parece muy adulta para el sexo.
  • Es cierto, me di cuenta cuando os vi volver del río hace un rato, andaba desnuda con soltura cogida de tu mano como una mujer experimentada, ¿hicisteis algo?
  • Para qué te voy a engañar Margot… follamos en el agua de una forma salvaje, se abrazó a mí y dentro del agua se dejó caer y se clavó mi polla hasta el fondo.
  • ¡Pero no te correrías adentro!
  • No, cuando notó que la iba a llenar de leche buceó y me mamó la polla hasta tragarse toda la leche que no pudo retener.
  • Mmm, vaya con Aline, no está mal para comenzar…
  • Y luego… en la piedra se puso de culo y…
  • ¿Qué pasó?
  • Que le metí la polla casi de una vez en su culo, y sin mantequilla como a ti.
  • ¡Oooh! ¿Y no lloró?
  • No y apenas se movió, es más me buscaba, yo sólo tenía que aguantar sus culadas, se metía ella sola todo el rabo hasta el fondo, se corrió como una perra.
  • ¡Mon dieu, qué niña!
  • ¿A quién habrá salido?, jajaja.
  • ¡A mííí, me encanta baiser tanto por la chatte como por el culo!
  • Sois dos mujeres especiales.

Le di un beso en la frente, ella me miró, me devolvió otro en el cuello y se apretó a mí dejando una teta sobre mi pecho.  Al momento vino Aline y se tumbó a mi lado, al ver a su madre abrazada a mi quiso ser igual y puso también su cabeza sobre mi pecho, abrazaba a las dos a la vez, en mis costados notaba la presión de los pezones de Aline y su madre pero no me hicieron efecto, estaba tan feliz entre ellas que me sentía valiente.  No estuvimos mucho rato así callados mirando a la lona, Margot levantó la mirada y me dijo…

  • ¿Qué te apetece primero un piñón o una almendra?
  • ¿Ahora?
  • Ahora, elige.
  • Pues un piñón no estaría mal para hacer boca…
  • Aline, túmbate al revés, con los pies a esta parte, igual que yo.

Margot, demostró lo que quería decir y se puso con las piernas a la altura de mi cabeza, parecíamos las sardinas colocadas en la lata, se incorporó y pasó la mano por el pubis de su hija que inmediatamente separó las piernas enseñando su “piñón”, al mismo tiempo su madre tiró de una de sus delgadas piernas para ponerla sobre mí.

La chiquilla entendió a la primera y pasó una pierna al lado de mi cabeza dejando su coño frente a mi cara, estaba abierto y no dudé en sacar la lengua y pasar una pincelada de abajo arriba, su madre me cogió la polla dormida y la sostuvo vertical para que Aline le dedicara su lengua y la joven lo hizo con una habilidad impropia de su edad.

Margot, de lado miraba y controlaba cómo me comía la polla, a la vez que me cogía la mano y la llevaba a sus tetas, la polla iba aumentando de tamaño lentamente, no con la rapidez de cuando me portaba como un “adolescente inmaduro” y cuando más concentrado estaba lamiendo el coño delicado de Aline noté la mano de Margot que presionaba mis huevos, los amasaba intentando que mi polla llegara al máximo.

Su hija ponía todo el interés aunque se le notaba la inexperiencia pero su madre quiso acelerar el proceso y mojándose el dedo presionó en mi culo hasta meterlo hasta la mitad.

Me quedé helado, nunca me habían metido nada por el culo, bueno… para ser sincero sí, fue en la consulta del urólogo.  Siempre acompañaba a mi mujer cuando iba a las revisiones del ginecólogo y me burlaba de ella pues tenía mucho pudor a que le examinara el coño, siempre le decía que no era para tanto pero en esa ocasión ella me acompañó al urólogo para una revisión periódica de próstata, el caso es que el médico estaba enfermo y lo sustituía una doctora, uróloga también, cuando se puso los guantes de látex me alarmé pero al decirme que apoyara las manos en el canto de la mesa y que me inclinara se me nubló la vista.

Frente a mi estaba mi mujer y la enfermera que ayudaba a la uróloga, mis mirabas suplicantes para que dijeran que no lo hiciera no surtieron efecto y las dos callaron como tumbas, me sentí humillado, el dedo (no sé cual) debidamente lubricado entró sin miramiento en mi culo expuesto e indefenso, hurgó por adonde quiso y el tiempo que quiso pero la mayor sorpresa para todos fue que al tocarme en algún sitio la polla se levantó como un muelle hasta pegarse casi al vientre.

Nunca tuve una erección tan rápida y rígida, la enfermera y mi mujer abrieron los ojos asustadas, la uróloga no comprendió el motivo y siguió explorando el interior de mi culo, cuando la trémula enfermera le señaló el problema la doctora se asustó y sacó el dedo, no sabía qué hacer y me cogió la polla, bajó el prepucio por si tenía algún trombo que me bloqueaba la sangre, vio que estaba todo normal, la verga palpitaba y el capullo estaba morado y a 35º mirando al techo, ante la imposibilidad de remediarlo le hizo una seña con la mano a mi mujer.

  • Señora, yo no puedo hacer nada, la única que puede es usted.
  • ¿Cómo, doctora?

La doctora le cogió la mano y la llevó a mi polla, le hizo agarrarla fuertemente y le imprimió un movimiento como si fuera una zambomba, luego viendo que había comprendido salió de la consulta seguida de la enfermera, mi mujer no paró hasta que de mi polla salió un chorro de leche que cayó sobre la mesa de la uróloga.

Ahora pasó igual, Aline se esforzaba en levantarme la polla tragándosela hasta la campanilla pero arrugada le cabía toda y más que hubiera tenido pero al momento empezó a toser y tuvo que sacarla con urgencia porque la llenó hasta la garganta.

Margot sonrió satisfecha al ver aquella verga como un obelisco, cuando su hija descansó para toser ocupó su lugar, noté la diferencia de sabor, era más concentrado, más potente y sabroso que la tierna Aline, el coño de Magot destilaba abundante flujo y me empapó la cara.

Sentí la diferencia de boca en la polla, la madre buscaba cada rincón sensible para incidir con la punta de la lengua, el frenillo, la boquita o los huevos eran lamidos y relamidos por aquella experta lengua.

Cuando se enderezó para descansar me incorporé y les dije a las dos que se pusieran a cuatro, ahora era mi momento y cadera con cadera las tuve a las dos al mismo tiempo, pude elegir el coño que quise a voluntad, el culo redondo de la madre o el huesudo de la hija pero los dos coños igual de mojados me recibieron hasta el fondo.

Las dos, una luego de la otra hundieron las caras en la colchoneta cuando se corrieron, la gritona de la madre se estremecía moviendo las tetas que colgaban hinchadas, la hija más discreta se cogió los pezones y tiró de ellos a la vez que chillaba como un conejo.

No les di tregua, una vez que despertaron mi polla quería guerra y la tuvieron, esta vez Aline probó la mantequilla, me la alargó su madre cuando vio que la cogía de los huesos de la cadera, le unté con profusión y me hundí en aquel agujero rosado y liso, su madre esperaba su ración pero no pude resistirme a la tentación y me derramé en Aline, no obstante Margot puso la cara al lado del culo de su hija esperando algún regalo y se lo di, las últimas ráfagas las dirigí a la boca de Margot que esperaba como un pajarillo en el nido.

Cuando volví hacia mi casa el camino que antes me parecía ancho como una autopista ahora semejaba estrecho como una senda de cabras, estaba henchido de orgullo y seguro de mi mismo, había recobrado la confianza y sabía lo que iba a hacer en adelante.

Al día siguiente desayuné muy bien, freí dos huevos y un poco de embutido, me di cuenta que apenas me quedaba pan pero acabé los trozos duros que quedaban, un vasito de vino ayudó a pasar por el gaznate, luego un café fuerte acabó de animarme para salir.

Tomé el rumbo de la plaza y fui directamente a la tienda, había una mujer delante de mí y me entretuve mirando por si había traído alguna cosa nueva, por desgracia las novedades eran raras pues la clientela no solía cambiar de hábitos.

Mientras curioseaba noté que las mujeres cuchicheaban mirándome de reojo, recordé de lo que dijo Margot y comprendí, ya había empezado a rodar la bola, lo más curioso es que una vez terminada de despachar la clienta no se fue y estuvo esperando a que me atendiera a mí.

  • Buenos días Santiago, ¿qué se le ofrece?
  • Buenas, sólo quería alguna cosilla, necesito arroz y fideos y… ¡ha mantequilla para el desayuno y también galletas!
  • Muy bien de todo eso tengo, sentí no poder venderle nada a su amiga francesa…
  • ¡Ah, Margot!, bueno no es mi amiga, es… la mujer de un primo lejano de mi mujer.
  • ¿Y… qué, ha venido de vacaciones y se hospedará en su casa, no?
  • Pues no, ha venido con su hija y no ha consentido quedarse pero ha montado una tienda de campaña en el bosque del monte -mentí- , quieren pasar unos días tranquilos.
  • Pero usted irá a verlas, ¿no?
  • Claro, algún día iré… de compromiso, ya sabe.
  • Ya entiendo, me preguntaba si… en fin.
  • Si no quiere saber nada más…
  • Bueno sí, ya que está aquí me gustaría que me aconsejara, estoy preparando un asado para mi marido, como está delicado… y si me aconseja… lo tengo en el horno…
  • Bueno yo… sólo sé guisar para mí, soy un aficionado y si me sale mal no lo lamento más que por mí.
  • Sí pero usted sabe mucho de cocina y de otras cosas supongo…
  • Como quiera pero que conste que le advertí.
  • Si, ya lo sé no se preocupe, ¡Fulgencio sal para atender a la señora, yo tengo que vigilar el asado!

Cuando salió el marido la impresión que me dio no fue de estar delicado, más bien de haberse levantado hacía muy poco tiempo pues llevaba la camisa sucia y llena de migas y manchas del almuerzo que acababa de hacer.  Se le notaba poca afición de vender pero la clienta ya despachada se dispuso a preguntarle por todo, la dueña de la tienda cuando entramos en su casa le hizo una seña a la clienta para que entretuviera al marido.

Al fondo de la tienda, en la cocina de la casa, el horno despedía un buen olor, la señora iba adelante y se excusaba de lo desarreglado que era su marido y me explicó cómo había sazonado la carne, entre explicaciones quiso enseñarme cómo iba el guiso y se agachó y abrió la puerta del horno, una nube de vaho le dio de lleno en la cara y se volvió hacia mi sofocada.

  • ¡Uf qué susto, casi me abraso la piel, Santiago míreme por si acaso!

La señora se bajó el peto del delantal y abrió su blusa, dos grande tetas blancas como la nieve me llenaron la visión, por supuesto el calor no le llegó allí pero insistía para que la revisara toda, me asomé al escote y el canalillo se hacía interminable entre las dos tetas, ella apartó una y la otra para que comprobara bien, incluso me enseñó un pezón porque decía que le escocía.

Yo estaba un poco escamado y recordé las lecciones que aprendí y quise lanzarme aunque, de momento, fui probando.

  • Sí, señora Fernanda, su pezón parece irritado, si le pone un poco de saliva se le pasará.
  • Ya me gustaría ya pero es que no llego bien si quisiera hacerme el favor…
  • Sin favor, se lo hago con gusto.

La saliva se la puse en directo, absorbí aquel pezón ancho pero rosado hasta llenarme la boca, ella suspiraba intentando sacar la otra teta del anticuado sujetador hasta que lo consiguió, con los dos pezones a la vista no pregunté, lamí y chupé hasta saciarme, la polla ya se había empinado lo suficiente y me volví hacia la tienda, la clienta no dejaba de preguntar por todo y hacerle pesar y añadir y quitar garbanzos, lentejas y de lo que veía.

Comprendí que estaba entreteniendo al marido, cogí a la señora Fernanda y le di la vuelta apoyándola en el banco de la cocina, le subí la falda y aparté las bragas altas hasta la cintura, el culo blanco como la nieve me esperaba impaciente, busqué la mantequilla de la bolsa y me unté la polla, ella no la vio pero la sintió cuando entró entre sus nalgas abriéndola en canal.

  • ¡No por ahí no Santiago, se equivocaaaa!
  • No lo crea Fernanda, usted relájese y déjeme a mí.
  • ¡No, le digo que no, que se equivoca, es un poco más abajo, aaag!

La mantequilla fue una bendición, ayudó al capullo a abrirse paso por entre las nalgas y al llegar al culo entró sin llamar, la mujer daba puñetazos en el banco de la cocina y patadas en el suelo pero no juntaba las piernas ni me evitaba.

Cuando llegué al final pegado a su espalda le dije al oído…

  • Si quiere me salgo Fernanda.
  • Nooo, ahora no Santiago, siga adentro pero por Dios, muévase suave.

Lentamente fui saliendo y al final me clavé de golpe, la mujer chilló y desde la tienda se oyó al marido.

  • ¿Qué pasa Fernanda?
  • Nada, Fulgencio nada, es que me quemé en el horno, tú sigue atendiendo a la panadera.

Mi polla tan dura como podía se insertaba hasta los huevos, sentía la humedad en ellos de los flujos del coño vacante de Fernanda pero no salí hasta que me vacié en ella, la mujer apoyada de codos en el banco de la cocina con las bragas en los tobillos a punto de romperse al no poder tensarse más levantaba el culo para que entrara lo más posible.

Le entró la tiritona cuando se corrió pero no dijo ni mú, sólo soplaba con la mano en la boca, cuando saqué la polla, un reguero de semen cayó al suelo, ella se subió las bragas y al momento entró el marido.

  • ¿Cómo tardas tanto mujer?, yo no sirvo para vender, la panadera no hace más que pedir cosas y después dice que eso no lo pidió, ¿qué son esas manchas en el suelo?
  • Nada Fulgencio, es salsa del trozo de carne, ¿quieres probarla de sal?
  • Bueno, a ver…mmm no está mal, pero anda, sal y acaba con la mujer, me voy a tumbar un poco.

Cuando salimos a la tienda la mirada que cruzaron las mujeres lo decía todo y más porque Fernanda se iba arreglando las tetas dentro del sujetador, la panadera me miró la bragueta y comprobó que todavía le tenía un poco dura y un cerco de humedad de espuma de flujo se notaba en el pantalón.

Al salir de la tienda me crucé con la hija de la panadera que entraba sin mirar, nos dimos de bruces y me excusé, iba enfadada porque su madre tardaba mucho y en la panadería había cola, me volví y le dije.

  • ¡Ah, señora Francisca, luego iré a su tienda a por pan!
  • Cuando quiera Santiago, cuando quiera, yo lo tengo muy tierno, se lo guardo.

Cuando llegué a casa lo primero que hice fue echar a la basura el tarro de mantequilla, lo había usado casi todo en mi polla, el culo de Fernanda lo agradeció.

Comí un poco de fiambre  y queso pues almorcé bien y con el “desgaste” que tuve con Fernanda me vino bien una siesta, no había hecho más que acostarme cuando llamaron a la puerta, con pocas ganas fui a abrir, era la hija de la panadera que me traía el pan envuelto en un saquito de tela.

  • Mujer, ¿porqué te has molestado?  Ya habría ido yo a por él.
  • No ha sido molestia, venía de paso a la vecina, ya sabe ¿me deja entrar un momento?
  • Sí claro, ya te lo pago enseguida.
  • No, es por otra cosa…
  • Es que estaba acostado para hacer la siesta, estoy un poco cansado.
  • Sí, ya lo sé, estuve presente en la tienda cuando Fernanda le contó a mi madre los “consejos” que le dio sobre como “meter” bien la carne en el “horno caliente” y cómo su marido probó la “salsa” que roció en ella.
  • No me digas que…
  • Sí, de pe a pá, lo contó todo, le dijo que usted tiene una pija que es una gloria, que se la metió entera por el culo con mantequilla y aunque le dolió le gustó tanto que le pareció poca, le contó que le chupó…
  • Calla, mujer calla, tú no debes escuchar esas cosas.
  • ¿Qué yo no debo escuchar?, lo que quiero es probar su verga, desde que me dejó el novio para irse a la capital no hago más que meterme la mano del mortero y estoy harta, ¡quiero su rabo Santiago y no me iré de su casa hasta que me lo meta bien hondo!
  • Chiquilla, ¿qué dices?, esto no es llegar y besar el santo.
  • Claro que no, es chupar el santo, ya verá que bien lo hago.

La muchacha me empujó al sillón que tenía en el comedor y me bajó el pijama, la polla todavía no estaba en su mejor forma pero cuando cogí la cabeza de la joven de las trenzas y la dirigí para que chupara por todos lados fue creciendo dentro de la boca hasta hacer arcadas, no paré y seguí, ella intentaba zafarse pero sólo la dejé cuando vi que me miraba con cara de pena con los ojos llorosos.

Se quitó la falda y la camisa y se sentó sobre mis piernas, ladeó las bragas color carne y se metió la polla de un golpe, la mata de pelo que tenía, sobresalía por los lados, pero la polla entraba igual.

Saltaba sobre mi sin compasión yo la sujetaba de las tetas, dos hermosas tetas que pedían a gritos que las mordiera y así lo hice, a la chica le gustaba que le hiciera dolor y cuanto más le mordía más gritaba de placer, le dejé los pezones rojos, casi con sangre, estiré y mordí con rabia mientras ella me animaba y a gritos me dijo que se iba a correr.

Algo se encendió en mi cabeza, una lámpara de alarma, la di vuelta y la senté de espaldas a mí, la cogí por las tetas desde atrás y la senté.  En ese momento la joven experimentó lo mismo que Fernanda pero sin mantequilla, a ella le gustaba el dolor y gozó con él, me follaba (porque era ella la que me follaba ) con furor y saltaba sin darse cuenta de que a veces se le salía la polla del culo, pero la volvía a meter y se sentaba de golpe.

Se corrió una, dos y hasta tres veces seguidas, gritando y jurando que me mataría si me corría yo primero, le amasé las tetas tirando de los pezones hacia los lados, podía verlos a los dos a la vez desde atrás, pero se dio la vuelta y la cogí del cogote y la hundí sobre mi regazo, ella intentaba huir pero le obligue a tragarse la polla, mi verga no la conocía ni yo, estaba roja de sangre del culo de la joven y morada en el capullo a punto de reventar.

Con los carrillos hinchados recibió las descargas de leche que apenas podía tragar, tosía y por la nariz le salía el semen espeso que sobraba, lloraba y le daba angustia pero tragaba y tragaba, por la comisura de los labios perdía leche que le caía en las tetas llenas de moratones, cuando me vacié del todo la solté y cayó sentada en el suelo con las piernas abiertas pero sonriente…

  • ¡Aaaah, eso es un polvo bien “echao”, sí señor!, si se enterara mi madre… ella no folla desde hace mucho, mi padre se corre nada más meterla, jajaja pero no se lo diré, no le daré el gusto pero desde ahora cuando quiera pan se lo traeré a domicilio, no se preocupe y no se lo cobraré, jajaja.

Mientras se vestía me miraba la polla muerta y se relamía.

  • Si no fuera porque me estará esperando mi madre le comía el rabo otra vez para que duerma la siesta de un tirón, ¡ále, buenas tardes y… gracias y hasta otra!

Tuve que apoyarme en los muebles para ir al baño y ducharme, la joven panadera me había agotado pero estaba contento porque le había seguido el ritmo, era una fiera desbocada y le gustaba follar salvajemente, el dolor no le asustaba y gozaba con todo, era una buena hembra y… hacía un pan delicioso.

No sabía porque pero el dicho de que “se extiende como una mancha de aceite” no lo había comprobado hasta entonces, a partir de ese día la gente del pueblo me miraba de otra manera, me saludaban con más afecto o me lo parecía a mí, las mujeres me sonreían y me paraban para preguntarme cosas de cocina, sospeché que Fernanda desde su puesto de cotilleo iba informando a sus “discretas” amigas y éstas a las suyas y así se iba corriendo la voz.

Pero lo que más me extrañaba era lo de los hombres, yo siempre pasé de largo por el bar, no es que no entrara a tomar una cerveza de vez en cuando con algún aperitivo pero nunca me acercaba a las mesas de juego, al poco tiempo los hombre me llamaron y me invitaron a acercarme.

  • Buenas tardes señores, los veo muy distraídos.
  • Claro Santiago, es que deberías venir y jugar con nosotros, ¿verdad muchachos?
  • Sí, aquí hacemos partidas de lo que quieras, cartas, dominó, lo que pidas.
  • Es que yo no sé jugar a nada, lo siento pero es verdad.
  • No pongas excusas, si no sabes, nosotros te enseñamos, tranquilo, anda siéntate que “echamos” una partida al dominó.
  • Pero es que yo no sé, no quisiera perjudicar a mi “compañero”.
  • No te preocupes, jugaremos a las porras, así irá cada uno para él.

No tuve más remedio que sentarme y jugar, sabía que iba a perder seguro, ellos eran tahúres, todo el día sentados a la mesa de juego pero la suerte a veces es para el novato y les di una “paliza” memorable, no obstante avergonzado les invité a una ronda pese a haberles ganado.

Mientras tomábamos un aperitivo y cervezas me contaron que sus mujeres les habían hecho unas comidas estupendas, a ellos les habían gustado pero ellas les ponían pegas, que estaban sosas, o saladas o que les faltaba esto o aquello, poco a poco me insinuaron que, para que los dejaran tranquilos, lo mejor que podía hacer es que les diera la receta original a todas ellas.

Les dije que no, que no podía ir de casa en casa pero ellos insistieron y me propusieron que se las diera a las más jóvenes que eran más despabiladas y ellas se lo contarían a las más viejas.

Ya no sabía por adonde escaparme y más o menos acepté pero poniendo mis condiciones, yo elegiría a las cocineras y cuando me viniera bien a mí, luego me contarían ellos los resultados, me prometieron que no pondrían pegas, aunque estuvieran quemados los guisos, todo con tal de no oírlas más.

Ya en esas condiciones me fui a casa más tranquilo, el dinero que les gané lo dejé en la mesa como fondo para más cerveza y encima me acompañaron a la puerta del bar.

Continuará.

Si les gustó valoren y comenten.

Gracias.