Un jovencito en mi balcón

Una mañana Manuel se despierta por el ruido que hacen unos obreros que están arreglando la fachada de su bloque de pisos. Entonces uno de los obreros. el más joven, se cuela en su balcón y le pide ir al baño. Y Manuel no se imagina lo que sucederá después...

Aquella mañana me desperté porque escuché unos ruidos. Lo primero que hice al levantarme fue mirarme en el espejo. No me quedaba nada mal el pelo despeinado, y mi torso estaba perfecto como siempre. Una erección hacía que mi pantalón de pijama tuviera un bulto inmenso. Me rasqué un poco la polla y fui a ver el motivo del ruido.

No recordaba que mi comunidad de vecinos había aprobado una obra para arreglar la fachada, por lo que al asomarme al balcón del salón vi a un par de obreros colgados con arneses en el piso de arriba. Decidí darme una ducha caliente cuando noté el frío de fuera.

Me froté bien todo el cuerpo con jabón. Me encantaba tocar mi cuerpo. Las piernas llenas de pelos, el pecho con el vello un poco recortado para que se viera lo firme que lo tenía… y la polla totalmente depilada. Después de la ducha decidí arreglarme un poco la barba. Volví a la habitación y me contemplé otra vez en mi espejo. No estaba nada mal a mis veintiocho años. Me puse unos bóxers blancos y me fui a tomar un café.

Mientras estaba en la cocina, bebiéndome mi café y comiéndome mi tostada de aguacate, escuché unos golpes desde el salón. Me asomé un poco y vi a uno de los obreros en el balcón, golpeando la puerta. Se había quitado el arnés. Iba muy abrigado, con una braga al cuello y un gorro hasta las cejas, pero parecía un chico joven, y me dio morbo que me viera en calzoncillos, así que fui a abrirle tal y como estaba. Le invité a entrar rápido para que no se escapara el calor de la casa.

-Perdona que haya llamado. Pero es que mi jefe se ha ido un momento, y me estaba meando mucho. Me preguntaba si podría usar tu baño.

-Claro, sin problema. Está por ahí, a la derecha.

Como vi que se había sentido un poco incómodo, fui a mi habitación mientras él estaba en el baño y me puse unos pantalones cortos y una camiseta sin mangas, lo primero que encontré. Entonces escuché que tiraba de la cadena y salía del baño.

-Si quieres te puedes tomar un café –le dije-. Acabo de hacer y está calentito, te sentará bien con el frío que está haciendo ahí fuera.

-No sé… -dudó.

-Has dicho que tu jefe iba a tardar un poco en volver, así que ni se enterará.

-Bueno, vale…

Y se quitó el gorro y la brava. Era un chico joven, de piel muy oscura. Llevaba el pelo muy corto, y apenas tenía unos pelos en la perilla. Tendría unos dieciocho años. Se quitó también el abrigo, y debajo llevaba una camiseta muy sudada. Me fijé en que llevaba los pantalones llenos de pintura, y me dio miedo que fuera a manchar algo.

-Si no te importa –le dije- te voy a dejar algo de ropa para que te puedas cambiar, estarás más cómodo. Ven por aquí.

Vino conmigo hasta mi cuarto y abrí mi armario. Le saqué unos pantalones cortos como los míos y una camiseta básica. Se lo di y me fui del cuarto para que se cambiara. Pero no pude evitar la curiosidad de verle cambiándose, así que me asomé a la puerta. Estaba delgado, pero tenía unos abdominales perfectos. Casi no tenía pelo en el cuerpo, solo un poco en la parte baja de las piernas y un hilillo que salía del ombligo y se perdía en sus calzoncillos. Unos slip grises que marcaban un paquete gordísimo. Se vistió rápidamente cuando vio que le miraba, y después sonrió.

-Muchas gracias  -dijo.

Fuimos a la cocina y le serví un café. Nos sentamos uno frente al otro en la mesa de la cocina, y no dejé de notar cómo me miraba mientras se tomaba su café. Yo le sonreía cada vez que le pillaba mirándome. Era un chico muy mono, y muy guapo, con esos ojos negros llenos de inocencia.

Se terminó el café y se puso en pie, y yo sentí que era mi momento. Así que, en un acto casi reflejo, le cogí la mano para que se detuviera y me puse de pie también. Estaba tan cerca de él que sentí su aliento de olor a café.

-Igual te puedes quedar un ratito más –le dije. Y miré hacia mi entrepierna, donde se marcaba una magnífica erección.

Él, al principio, puso cara de susto. Pero entonces cogió mi mano y la llevó hacia su paquete. No me pude creer la pedazo de polla que sentí entre mis manos. ¡Pero si solo era un crío! Embriagado por la excitación, le agarré del cuello de la camiseta y  lo arrastré hasta el dormitorio. Allí le tiré sobre la cama y empecé a besarle con furia. Le mordía los labios y la lengua, y él gemía de placer. Yo estaba fuera de mí. No tardé nada en arrancarle la camiseta. Pero arrancársela literalmente, porque se la rompí para quitársela (como era mía no me importó) y empecé a besarle el pecho lampiño y morderle los pequeños pezones tan negros como su piel.

Le quité los pantalones y vi que la polla se le salía por encima de la goma de los calzoncillos. Eran unos calzoncillos bastante viejos, así que también los rompí para quitárselos. El volvió  a gritar de placer cuando lo hice. Y empezó a tomar las riendas.

Me agarró de los brazos y me tiro en la cama, poniéndose el de pie frente a mí. Pude observar con detenimiento su cuerpo perfecto y su polla gigante. Sentí que tenía delante de mí a un auténtico dios.

Me quitó los pantalones mientras yo me guitaba la camiseta y empezó a chuparme la polla por encima del calzoncillo. Yo no podía evitar emitir sonidos con la garganta por el placer que me estaba provocando. Y cuando me quitó los calzoncillos y metió mi polla en su boca hasta la garganta pensé que me correría en ese instante. Pero me contuve. Estuvo un rato chupándome la polla con mucha habilidad. Desde luego no era la primera vez que lo hacía. Yo me retorcía sobre la cama.

Entonces me dio la vuelta con un brusco movimiento y hundió la cara en mi culo. Empezó a meter su lengua en mi ano y a lubricarlo con saliva. Yo estaba ansioso por lo que iba  a venir. Cuando mi ano ya estaba lo suficientemente lubricado, me agarró de las caderas para acercarme a él y colocó su polla frente a mi culo. Primero acercó solo un poco la punta. Sentí como se introducía en mí poco a poco. Poco a poco. Poco a poco. ¡Qué pedazo de polla entrando en mí con suavidad! Hasta que, sin previo aviso, dio un empentón y la metió entera. Yo chillé de dolor y de placer. No me podía creer todo lo que estaba sintiendo. Esa polla entrando y saliendo dentro de mí me estaba destrozando, pero a la vez me estaba haciendo gozar como nunca. El chico me agarraba las manos, de forma que yo no podía pajearme mientras me follaba. Pero no me hizo falta. Llegué a sentir tanto placer con su polla metida en mi culo que me corrí sin necesidad de que me masturbara. Puse la cama perdida de semen.

-¡Me voy a correr! –anunció el chico, y entonces yo le pedí que lo hiciera en mi cara.

Me puse de rodillas delante de él y él, de pie, empezó a pajearse junto a mi cara. No tardó ni cinco segundos en descargar todo se semen sobre mí. Y vaya si tenía semen. Me llenó la cara, chorreó hasta mi pecho, me cayó un poco por el pelo. Yo me relamí con la lengua. Qué dulce estaba.

Nos tiramos en la cama unos minutos. Yo era incapaz de moverme. Pero él enseguida se levantó.

-Mi jefe va a volver en cualquier momento. ¡Mierda! Mis calzoncillos…

Los tenía en la mano, y estaban totalmente rotos por la mitad. Yo sonreí y me acerqué a mi cajonera para sacarle unos míos. Los más sexis que encontré. Unos bóxers rojos con la goma negra. Se los puso rápidamente y le quedaban genial. Volvió a ponerse su ropa de trabajo y, antes de volver a salir al balcón, yo le robé un apasionado beso con lengua. Todavía tenía la cara y el pelo llenos de su semen.

-¿Cómo te llamas, por cierto? –le pregunté.

-Adil.

-Yo soy Manuel.

Por suerte le dio tiempo de salir y ponerse el arnés antes de que llegara su jefe. Yo aproveché para darme otra ducha y limpiarme. Me puse esta vez unos slips negros, cambié las sábanas de la cama y me tiré sobre la cama. El resto del día solo pude pensar en Adil, y no hacía más que asomarme a la ventana para verle, pero él estaba muy ocupado con su trabajo.

Por la noche, cuando ya estaba tranquilamente viendo una película, escuché la puerta abrirse. Era Mauro, mi novio, que volvía de un viaje de trabajo. Por supuesto no le conté nada de lo de Adil, y esa noche cuando hicimos el amor yo no pude evitar pensar en el jovencito negro que había ocupado esa cama unas horas antes.

La obra duró unos días más, pero Adil ya no volvió a entrar en mi balcón. A mí me dio rabia pensar que podría haberle dado mi número de teléfono para repetir aquella magnífica experiencia.

Un par de semanas más tarde, mientras estaba a punto de empezar una cena romántica con Mauro, alguien llamó al timbre. Mi cara fue un poema cuando abrí y me encontré a Adil. Tan guapo como lo recordaba, esta vez bien vestido, no con ropa de trabajo. Pero lo que pasó esa noche, es otra historia.