Un intruso en casa
Era de madrugada, me quedé hasta tarde viendo la tele. Al final me venció sueño y quedé dormida en el sofá. Cuando desperté estaba empapada en sudor, no sé si a causa de alguna pesadilla o algún sueño más placentero.
E
ra de madrugada, me quedé hasta tarde viendo la tele. Al final me venció sueño y quedé dormida en el sofá.
Cuando desperté estaba empapada en sudor, no sé si a causa de alguna pesadilla o algún sueño más placentero.
Las ganas no eran muchas, pero decidí tomar rumbo hacia la ducha antes de irme a la cama, por lo menos estaría limpia y relajada después.
Ya en el cuarto de baño me quité la poca ropa que llevaba puesta. Una simple camiseta marrón y unas braguitas.
El frío de las baldosas bajo mis pies hacia que los pezones se me erizasen.
Abrí el agua templada y me decidí a entrar en la ducha.
Dejé que me mojase toda.
Cada gota de agua resbalaba desde mi cabello rizado hasta mis pequeños pies recorriendo en su camino cada sutil curva.
A través del cristal de la ducha se intuía todo mi cuerpo.
El vaho que producía el agua caliente caldeaba la habitación.
El ambiente era cálido y húmedo a la vez.
Quizás en otro momento y en esas mismas circunstancias me dejaría llevar por la imaginación que me caracteriza, pero esa noche no, esa noche no quería saber nada de doña lujuria y sus secuaces.
Enjaboné cada uno de mis rizos y frote insistentemente todo el cuerpo, ignorando que fuera había alguien al que, cada roce de la esponja junto con toda aquella espuma, la situación lo estaba excitando como nunca.
Abrí de nuevo el grifo del agua para que llevase a su paso todo resto de espuma.
Cuando terminé, cerré el agua y salí.
La toalla había caído en el suelo. Me dispuse a agacharme para recogerla cuando noté que una firme mano sobre mi espalda me impedía levantarme.
Me sentía totalmente indefensa mientras aquel hombre del que ni el rostro podía ver seguía el recorrido de mi cuerpo con un dedo.
Ejerció más presión hasta conseguir que me arrodillase. Se colocó tras de mí, aun de pie y se puso a jugar con mis rizos.
Desde atrás extendió mis brazos e hizo que lo apoyase en el suelo, me separó de piernas.
Arrastró un taburete que había en una esquina hasta colocarlo enfrente.
No podía ver su rostro, cada vez que lo intentaba de laguna manera el procuraba impedírmelo.
Estaba asustada, muy asustada sí, pero increíblemente excitada.
Aquel hombre se sentó en el taburete. Desabrocho muy lentamente los pantalones y puso ante mis ojos aquella polla tan dura.
Rechacé la idea de acercarme y comerla, pero él me cogió por los pelos tirando de ellos y me obligó a hacerlo.
Se la muerdo, con la esperanza de que me deje en paz. Al contrario, le gusta. Me abofetea para que lo haga de nuevo.
Al final reconozco que la situación me encanta así que me dejo hacer.
Saco la lengua para lamer aquella polla cuando noto que cae en ella saliva muy caliente. La recojo gustosa y a su vez y dejo caer una mezcla de saliva suya y mía sobre toda la longitud de su polla.
Me llevo los dedos a la boca. Saboreo la mezcla de sabores de nuestras salivas y su polla.
Llevo los dedos a mi coño deseosa ya. Gimo de placer.
Estoy tan excita que por un momento me olvido que hay un desconocido del que no conozco el rostro delante de mí.
Cuando lazo la vista veo que él también se está masturbando de forma enérgica.
Me inclino un poco hacia delante para comerme aquella polla que estaba al descubierto tan cerca de mí.
Espero impaciente a que me dé permiso para poder llevarla a la boca.
Él me coge del pelo y más que permitírmelo me obliga a hacerlo.
Empuja hasta el fondo de mi garganta, es tan grande y llega tan adentro que siento ganas de vomitar.
Me incorporo para poder respirar, pero no me deja.
En cambio, me obliga a comérsela con más fuerza.
Siento que en cada embestida me llega adentro si cabe.
Cuando no puedo más me libera.
Rodea la habitación, se coloca de nuevo detrás de mí, coge mis muñecas y las lleva a mi espalda.
Pierdo el equilibrio momentáneamente pero pronto me recupero al notar como me mete la polla sin miramientos.
Ahogo un grito contra la toalla donde me encuentro arrodillada.
Un par de veces más y noto sobre mi culo una corrida abundante y caliente.
Me dejo caer sobre la toalla.
Por un momento me quedo ida, segura de que ya se había ido el intruso. Equivocada de mí.
Se estaba desnudando por completo.
Vuelve a cogerme del pelo tirando todavía más y evitando que lo vea.
Nos metemos en la ducha.
Me pone de cara a la pared.
Abre el agua fría.
Tiemblo con el frío.
Él se agacha y empieza a comerme el coño.
Lo ayudo masturbándome a la vez. Desde abajo el pellizca mis pezones.
Por un momento reacciono y sopeso la situación.
Me digo que no puedo seguir participando de ella y pongo todo mi empeño en no dejar que aquel hombre y sus movimientos con la lengua dentro de mi coño hagan que me corra.
Tarde.
Me corro estrepitosamente, no soy capaz ni de reprimir el gemido que se avecina.
Supongo que ahora si se irá.
Ha conseguido a pesar de mi empeño en lo contrario hacerme disfrutar como hasta el momento no supe que podía hacerlo.
Oigo que coge el jabón.
Me doy la vuelta, procurando no alzar la vista.
Me arrodillo. Mientras cojo el jabón y lo echo en la mano me llevo su polla de nuevo a la boca.
No me cuesta apenas esfuerzo el hacer que este excitada de nuevo.
Froto enérgicamente las manos hasta conseguir una gran cantidad de espuma.
La dejo caer a lo largo de la polla.
Cojo más jabón y sigo frotando de forma más rápida y fuerte.
Hay muchísima espuma.
Me doy la vuelta de nuevo.
Apoyo las manos contra la pared y poso un pie en un borde.
Me folla desenfrenado.
El ruido de su polla entrando, toda llena de espuma, en mi coño me excita mucho.
En cada embestida el jabón crea más y más espuma.
De nuevo y ante mi negativa frustrada vuelvo a correrme.
Él lo nota y se mofa de mí.
Es la única y última vez que oiría su voz y sería para decirme que soy una puta barata que necesita que la follen bien.
Me ordena dar la vuelta, sigo sin poder alzar la vista.
Se masturba, mientras yo miro el suelo mientras siento una mezcla de vergüenza.
Se corre sobre mis tetas, erizadas aún debido al frío del agua en mi espalda.
Sale de la ducha y se va.
Yo me quedo un buen rato más allí con una sensación de humillación, arrepentimiento, indefensión y lo que más me asusta de todo, una satisfacción como nunca antes había sentido.