Un interés repentino (Cap. 7)
¿Buscas a alguien?
Algunos años atrás…
La empresa automotriz “Louther” lideraba el comercio nacional desde hacía más de 50 años. El nombre de la compañía se debía a la familia propietaria de la misma. Los Louther habían heredado entre sus descendientes la responsabilidad de expandir el negocio y su riqueza. Así, pasó de las manos de Benjamín Louther a Emiliano Louther y de éste, a Jaime Louther.
Jaime se casó a la edad de 28 años con Margarita Peña, de 18 años. Desde entonces, no había domingo que no asistieran a la iglesia a agradecer las bendiciones que el Señor les había dado, incluyendo el nacimiento de su primogénita: Bárbara Louther Peña.
Jaime disfrutaba su trabajo ahora que era él el socio mayoritario de “Louther”. Le agradaba encargarse de que cada aspecto se desarrollara correctamente, pues como siempre decía, “Hay que tener todo calculado”. En la compañía trabajaban alrededor de 4 000 trabajadores, entre los cuales se repartían las distintos funciones.
Uno de ellos fue Martín Arroyo, quien no tenía estudios mayores a la secundaria, pero le encantaba el tema automotriz. Era muy inteligente y aprendía con facilidad. Jaime podía ser elitista y estirado, pero sabía reconocer las oportunidades que se le presentaban para que la compañía creciera más y más; vio en Martín una gran herramienta para eso.
El tiempo transcurrió y a Martín lo ascendieron de cargo tres veces. Jaime ya no pensaba en él como un simple obrero a utilizar; aunque no lo reconocería en voz alta, admiraba a aquel joven entusiasta. Una noche invitó a Martín a cenar a su casa, con su esposa Margarita y la pequeña Bárbara de apenas dos años de edad. Ahí, Martín conoció y se enamoró de Cecilia Ibarra, quien trabajaba en casa de los Luther como ayudante de limpieza.
Uno año pasó y Martín y Cecilia ya estaban felizmente casados. Jaime había mandado a construir una casa antes de casarse con Margarita, sin embargo a ella le había encantado otra más grande. Dado que nadie la ocupaba, les dijo a Martín y a Cecilia que podían vivir en ella. En el patio trasero, había un invernadero vacío. Martín acondicionó en ese lugar un pequeño taller en el que podría trabajar. Si bien el cargo que en ese entonces ocupaba no era la gran cosa, él estaba orgulloso de su desempeño laboral. Además, tenía talento, y los demás lo sabían. Como también sabían que él no podría llegar muy lejos debido a su estatus social y a su falta de estudios. ¿Cómo podría siquiera competir con egresados de las mejores universidades privadas del país?
A la vida de Martín y Cecilia llegó Lorena. Él, como un regalo, decidió que el invernadero sería su lugar especial y desmanteló el taller. Lorena aún era un bebé, así que ese no sería cuarto. Pero él pensó a futuro, quería que su hija tuviera un espacio seguro al cual ir conforme creciera. Tal vez, primero fuera su habitación de juegos. Después, podría mover sus cosas allí e instalarse, gozando de la intimidad que todo adolescente necesita. Con mucho cariño, pintó las paredes y arregló los defectos que pudiera haber.
No mucho tiempo después de haber terminado el regalo de su hija, una tragedia sucedió. Era un sábado lluvioso, la compañía planeaba sacar un nuevo modelo de automóvil dentro de dos días y éste todavía no estaba acabado. Martín se comprometió en poner todo su esfuerzo para que las cosas resultaran bien. Esa noche se quedó mientras los demás se fueron a descansar.
Notó que las luces de la oficina de Jaime Louther se encendían. Pensó que su jefe también se había quedado tarde trabajando y subió a hablar con él. Mientras se acercaba, el sonido de unos gemidos llegó a sus oídos. Cautelosamente, se asomó por la puerta entreabierta. Se trataba de dos hombres semidesnudos teniendo sexo. Uno de ellos se percató de la presencia de Martín, quien se alejó y bajó corriendo las escaleras. A pesar de no conocer a ninguno de ellos, su instinto le decía que se fuera rápido. Cuando alcanzó la entrada, se encontró con Jaime ingresando al edificio.
Jaime lo saludó, imaginando que Martín seguía con lo del proyecto. Los pasos precipitados que se escuchaban por las escaleras le advirtieron que algo extraño ocurría. Los dos hombres aparecieron y Jaime reconoció a uno de ellos como su hermano menor, Luis Louther.
Encajó las piezas del rompecabezas y cerró la puerta de la entrada con llave. Así como sabía identificar y tomar oportunidades para el mejoramiento de la empresa y de su familia, también podía distinguir los problemas que podrían llegar a afectarle, y lidiar con ellos. Una parte suya confiaba en que Martín no diría nada a los medios. La parte que ganó le recordó que nunca se era demasiado precavido.
Al día siguiente solamente un periódico publicó la noticia: TRABAJADOR DE LA COMPAÑÍA LOUTHER PIERDE LA VIDA DURANTE UN ACCIDENTE MIENTRAS TRABAJABA HORAS EXTRA AYER EN LA NOCHE. JAIME LOUTHER LAMENTA LA PÉRDIDA Y MANDA SUS CONDOLENCIAS A LA FAMILIA.
Cecilia no lo podía creer. ¿Qué haría ahora ella sola con Lorena? Jaime le prometió que no tendría de qué preocuparse; mientras él estuviera vivo, nunca les faltaría nada.
Jaime se hizo cargo de la educación de Lorena. La inscribió al mismo colegio al que Bárbara asistía. Cecilia continuó trabajando en la casa de los Louther y, como pasaba la mayor parte del día allí, Lorena prácticamente creció junto a la hija del matrimonio.
En una ocasión, cuando Bárbara tenía trece años y ella nueve, atestiguaron los gritos furiosos que salían de la oficina de Jaime, mientras ellas y sus madres lo esperaban para cenar sentadas ya a la mesa.
Jaime salió de la habitación, cerrando de un portazo la puerta. Se sentó en su lugar. Tenía la cara roja y su respiración alterada. Nadie habló palabra alguna y comenzaron a comer. Una vez él se hubo calmado, le dijo a su esposa:
-Era Luis…
Margarita acarició su mano, tranquilizándolo.
-¡Todavía no entiende que su condición no ha hecho más que traer problemas nuestra familia! ¡Causó el infarto de nuestro padre! ¡Y la muerte de…!- se calló a tiempo, mirando disimuladamente a Lorena y a Cecilia.
-Está enfermo, entiéndelo- respondió Margarita.
-¡No! ¡Qué entienda él! No vas a creer la razón por la que llamó, quería traer a su…
-Shhh. No insultes, las niñas están presentes- lo precavió su esposa.
-Lo sé, lo sé... ¿Ves? A eso me refiero, ¡quería que Barbarita lo conociera! Como si no entendiera aún el motivo por el que nadie sabe que es mi hermano. ¡Maldito homosexual!- le dio un puñetazo a la mesa, haciendo temblar las cosas que había sobre ella.
Tanto Cecilia, como Bárbara y Lorena no se atrevieron a alzar la vista de su plato en ningún momento. Jaime podía llegar a ser muy intimidante.
Cuando Bárbara tenía quince, Cecilia encontró, mientras limpiaba su cuarto, una hoja con el nombre ‘Regina’ escrito en mayúsculas y rodeado por un corazón. Cecilia no planeaba entregárselo a sus padres, más bien pensó en tirarlo a la basura para evitar que alguien más lo viera. Pero antes de arrugarlo y arrojarlo al bote, Margarita, que iba pasando por ahí, tomó la hoja entre sus manos.
Bárbara llegó esa tarde de la escuela, directo a su cuarto; sus cosas no estaban como ella las había dejado, alguien las había removido.
-¡Bárbara! ¡Ven a mi oficina inmediatamente!- Escuchó a su padre, lo cual la alarmó aún más. ¿Qué hacía tan temprano en la casa?
Entró y cerró la puerta tras de sí. Sus ojos se abrieron al ver lo que había encima del escritorio.
-¿Quieres explicarme qué es esto?- percibió el intento de su padre por sonar tranquilo.
-No lo sé- respondió. ¿Qué podía decir?
-¿No lo sabes?- dijo él, alzando la ceja.
Ella negó con la cabeza.
-¿Qué parece para ti?
-¿Una hoja?- comenzaba a temblar.
-Muy bien. Y dime, ¿qué hay en esta hoja?-la cuestionó, cruelmente.
Bárbara sabía que el esquivar sólo lo enfurecía más.
-¡Papá! ¡Te juro que eso no es mío!- su tono era suplicante.
-¿Y por qué Cecilia lo encontró en tu cuarto?
La mirada de Bárbara se endureció ante esta última afirmación.
-No, querida. No te lo tomes contra ella. Tú mamá vio la hoja antes de que Cecilia se deshiciera de ella.
Ella bajó la vista. Sólo unas palabras podrían sacarla de ahí.
-Yo no soy como el asqueroso de mi tío.
Jaime se sorprendió por lo fría que su hija sonó, también lo alivió.
-Debió de haber sido una broma de mis estúpidos compañeros. O de algún mediocre al que rechacé y quiso vengarse.
Jaime sonrió, ahora seguro de que no había criado a ninguna pervertida. Se acercó a ella y la abrazó.
-Lo sé, lo siento. Sé que no eres nada como ese pendejo.
Bárbara asintió, consolada por haberse podido librar de aquello. ¿Cómo pudo haber sido tan tonta y dejar la hoja a la mano? Menos mal que había sido más precavida con las otras cosas. Estaba segura que por más que su madre hubiera buscado, no halló nada más.
Se separaron.
-Espera un momento…- Jaime se asomó por la ventana y elevó un poco la voz- Lorena, ven, por favor.
Una Lorena de once años se acercó.
-Lore, sé que aún eres pequeña para entender algunas cosas, pero pienso que eres una niña muy inteligente y que podrás responderme esto, ¿ser homosexual está bien o está mal?
-Mal- contestó, orgullosa, Lorena. Bárbara frunció los labios.
-Muy bien, bonita- Jaime levantó a Lorena y la abrazó- Sabes que eres una hija para mí, ¿verdad? Sólo quiero lo mejor para ti y que seas una persona de bien, como lo fue tu padre.
“Se lo debo”, pensó.
Presente
Lorena
Puede parecer extraño que, hasta ahora, no haya reparado en los demás. Me refiero a que, en este momento en el que estoy aquí, viendo las caras de los que están a mi alrededor, me doy cuenta de lo metida que he estado en mi mundo los últimos años (prácticamente desde que dejé atrás mi infancia).
Antes no veía más que personas sin rostro ni nombre, unos completos extraños. No es que los conozca a todos ya, en realidad no he hablado con nadie nuevo. La cosa es, en cada uno de ellos veo una historia, vidas complejas que pasan desapercibidas ante el resto. Quiero ver en los demás algún rastro de dolor. Debe de haberlo, no existe la felicidad completa, ¿o sí?
Apoyada en el barandal, trato de hallar desde esta altura un poco de esperanza. Regina faltó toda la semana pasada. Su celular me manda a buzón cada vez que le marco. ¿Hasta cuándo piensa aparecerse? Recuerdo y entiendo lo que me dijo, aunque no de la misma manera, estaría presente en mi vida. ¿Qué son seis días sin saber de ella? Es poco tiempo, lo sé. Aun así, hoy es lunes y espero encontrármela.
-Toma- Bárbara me tendió una botella de agua.-Déjame decirte que no extraño la prepa, para nada- entendía a lo que se refería; había mucho bullicio por todos lados.- Pensaba que eras más de quedarte en el salón en el descanso.
-Y lo soy- normalmente, cuando no ansío verla. Miro, hacia abajo, el mar de gente que deambula en el patio.
-¿Buscas a alguien?- preguntó, dándole un sorbo a su café.
-¿Qué tienen los profesores con la cafeína?- le respondí, no contestando a su pregunta. Ella entornó los ojos, pero me siguió la corriente.
-Yo aún no soy profesora, soy adjunta, o ayudante, como lo quieras ver. Además, a mí siempre me ha encantado el café- dijo, acercándose el vaso a la nariz e inhalando el aroma.
Tan pronto terminó de decir ésto, suspiró. Ahora era ella quien recorría con su vista el patio.
-¿Y tú?- cuestioné,
-¿Yo qué?- se mostró indiferente.
-¿Buscas a alguien?
-No- dijo, viéndome como si no supiera de qué hablaba.
Desde mi lugar, alcanzaba a ver parte de la cafetería. Julia estaba sentada con sus amigos y Marco en una mesa. ¿No se supone que tendría que estar sintiéndome mal por cómo están las cosas entre nosotras? Me pesa, sí. Pero el tema con Regina me absorbe más.
Julia es una gran amiga para mí, eso no le quita mérito a nuestra relación. No la friendzoneo . Si no hubiera querido estar con ella de ese modo, no lo hubiera hecho. Simplemente, ella no me gustó inmediatamente. Fue con el paso del tiempo que la sensación de sus caricias cobró un estremecimiento en mi estómago. Sabía que ella deseaba estar conmigo de otra forma, conocía lo que sus acercamientos significaban. Ella llegó a preguntarme si era que me gustaba alguien más la razón por la que no la correspondía. Y era cierto, pero no se lo confesé. ¿Por qué no veía a Julia de esa manera? ¿Por qué era esa otra chica la que rondaba en mi cabeza? La que no reparaba en mí…
Estar con ella había ayudado a aceptarme. Si bien con Regina fui consciente de mi sexualidad, con Julia aprendí a verlo normal. Estoy muy agradecida con ella por muchas razones, incluyendo el hecho de que me hubiese apoyado en mantener nuestra relación en secreto, sin juicios, dándome espacio y tiempo. Supe que nuestra amistad sería una prioridad para mí.
“¿No fui una amiga, también para ti, antes que nada más?”, pensaba mientras aún la miraba.
-¿Qué?- solté al advertir que la atención de Bárbara se desplazaba de mí a la dirección de Julia.
-Nada- una sonrisa disimulada salió de ella- Nada…
-Me agrada saber que empezamos con el pie derecho en esto de la confianza mutua.
-Lo mismo digo.
Nos quedamos en silencio unos momentos.
-¿Qué le has dicho a tu padre?- pregunté, interesada.
-Que no te he visto con nadie, lo cual es verdad. No es que me pida todos los días una clase de reporte sobre ti. Me llamó para saber cómo me había ido en mi primera semana y de paso quería saber cómo estabas, aunque ya te imaginarás lo que en verdad preguntaba.
-Creo que sólo busca una excusa para echarnos a mi mamá y a mí de su casa.
-Yo creo que sólo es un maldito controlador.
-¿Y por qué le haces caso?- Se encogió de hombros.
-¿Costumbre? ¿Comodidad?
-¿Te sientes cómoda dejando que él maneje tu vida?
-No es como era antes, ¿sabes?, cuando todavía vivía con él. Fue un alivio entrar a la universidad y saber que tenía que mudarme cerca de ahí. Ahora, sólo debo pretender que sigo siendo su niña. Pero he cambiado, tan sólo necesito tiempo- No sabía qué quería decir con eso, ¿tiempo para qué?
El timbre sonó.
-¿Tienes clase ahorita?
-No, hasta la última hora- me dijo.
-Bueno, te veo al rato- Me despedí y fui hacia mi salón.
NOTA
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Artwork: Gracias a tí por dejarme saber lo que opinas y ayudarme a mejorae el estilo del relato :)
auroraladiosa: me agradan tus análisis :)