Un interés repentino (Cap. 6)

Pendiendo de un Te quiero infinito.

Julia

-¿Bárbara? ¿Qué haces acá?

Regina se levantó, no dijo nada. La vi alejarse hasta que subió las escaleras. Lorena parecía igual de extrañada que yo.

-¿Bárbara?- repitió Lorena.

-¿Qué?- no la conocía, pero no se veía muy bien- Ah, sí… Vine a una entrevista de trabajo.

Bárbara giró la cabeza hacia las escaleras.

-¿Estás bien?- ella no le respondió a Lorena.

-Me tengo que ir- dijo, regresando de sus pensamiento- Tenemos que hablar, Lore. Es importante. Te llamo mañana.

Me intrigaba saber quién era ella. No pregunté, sin embargo, y en ese instante fui consiente de mi falta de deseo por saber más acerca de su vida. O más bien, de mi nueva posición de conformidad, resultado de tantas frustraciones.

Lorena tamborileaba los dedos sobre la mesa, hacía eso cuando algo la inquietaba. Ese era el momento.

-Sé que no podemos hablar mucho aquí- bajé la voz- No podemos continuar, no quiero que lo hagamos.

Estaba segura de que ella entendería a lo que me refería, y su mirada me lo confirmó. Sabía a dónde iría cuando se levantara de la mesa, pero antes de ser yo la que se quedara sentada, me puse de pie y caminé hacia el lugar en el que estaban Marco y los demás. No tuve que voltear a ver la mesa para saber que Lorena ya se había ido.

-¿Y?- preguntó Marisol.

No le contesté, pretendía ignorarla a ella y a todos lo que se entrometieran en mi vida. Marco apretó mi mano y me sonrió. Agradecí que estuviera conmigo en esos momentos. Antes de que sonara el timbre, nos dirigimos a las escaleras. Los demás se adelantaron, él me detuvo antes.

-¿No tienes hambre?- su pregunta me extrañó, entonces recordé que cuando fui a sentarme con ellos mi bandeja aún estaba llena, y así la había puesto en el contenedor.

Negué con la cabeza, era cierto.

-Ten- sacó del bolsillo de su pantalón unas galletas- tus favoritas. Pensaba dártelas al rato, como sorpresa. Pero si te las doy ahorita, podrás comértelas en clase.

Las acepté y lo abracé. Recargué mi cabeza en su pecho y cerré los ojos, él me sostuvo fuertemente. Nos quedamos unos minutos así.

Al subir las escaleras, Regina y Lorena tenían sus cosas con ellas. No tenía ganas de pensar, Marco y yo nos metimos al salón. Las clases terminaron, llegué a mi casa y fui directamente hacia mi cuarto. Saqué una hoja de papel, tenía que sacar todo el caos de mi cuerpo.

Para Lorena:

Tal vez, no todas las cartas se escribieron para ser entregadas. No creo darte ésta, de todas formas. Tampoco te imagino parada enfrente de mí, escuchando mi monólogo, viéndome.

Para decirte adiós, no tengo que expresarlo en palabras. ¿Cuántas veces te dije “te quiero? ¿Cuántas, menos que esos, un “te amo”?

No soy partidaria de los amores trágicos. Quiero que la Julia que fui en nuestra relación, quede como alguien que creyó en los cambios. Lo siento si no se entiende mi mensaje, ahora mismo me siento al borde del abismo.

Me siento mal, simplemente mal. ¿Por qué etiquetarme con sentimientos? Es inútil, como la vida. ¡Dios, soy tan melodramática! Ojalá que sólo sea la adolescencia. Igual, y lo mejor hubiera sido poner “Para mí” al inicio, en lugar de tu nombre, Lorena.

Porque, ¿dónde quedas tú en el desorden que veo alrededor de mí? En definitiva, no al principio. Esto ya estaba así antes de ti. Mejoró cuando hablábamos por mucho, mucho tiempo, cuando nuestra amistad comenzó. Te quiero, Lorena. Siempre que te lo he dicho ha sido instantáneo, sin premeditaciones en busca de un significado.

¿Qué tal un flashback al momento en que te vi? Narrado desde mi punto de vista, o sea, desde la percepción de una chica que se pensaba abandonada y sola, sin la fortaleza de reconocerlo siquiera.

Hoy es tiempo de verdades.

Imagina el escenario: desde pequeña, la escuela fue mi vida paralela. Era una laguna entre los tiempos que pasaba en casa. Buscaba que hubiera alguien junto a mí, y estar rodeada de personas. Era, y es, una anestesia a las cosas que me desagradan de mí. Así, te conocí. Mi práctica de vóley aún no acababa. Poca gente quedaba, además de las del equipo. Estabas sentada, junto a las máquinas de bebidas, en el suelo y leyendo. Sola.

El balón que mi compañera lanzó se acercó a donde estabas. Te dirigí una rápida mirada, más por casualidad que nada. Nunca me han ido mucho las chicas de cabello corto. Pero tú…

Enterré la explosión de hormonas que sentí, y me concentré en el entrenamiento.  Éste acabó, pero vinieron más, y ellos contigo. Al inicio, te miraba de reojo, hasta que, progresivamente, lo hice con más descaro al percatarme de que ni me notabas. Fue, una ventaja y una molestia.

Un día, el día que te hablé por primera vez, dejé ir el balón a propósito. Tuve suerte, cayó en tus manos, así que corrí en tu dirección, me lo extendiste y te agradecí. Reconocí la portada del libro que tenías sobre tus piernas. “Me encanta esa historia”, dije y me fui. No quería demostrar mucho interés, tenía que ser casual.

Regresé con una sonrisa, y más distraída que nunca, por lo que no fue una buena práctica.

El resto, lo sabes. Las fugaces charlas, se transformaron en nuestros momentos. Fuimos amigas primero, pero me gustabas y te lo dije. Eres directa y yo también.

No quiero escribir más…

Pienso que algún día otra persona será la destinataria de mis letras, de cartas más felices. Lo espero.

Bien pudiste haberte llamado Mariana o Daniela. Pero, esto es para ti, Lorena, y para mí.

Pendiendo de un Te quiero infinito,

Julia

Tres años atrás.

-Ya háblale…

-Vas, no seas penoso.

Lorena intentaba mantener la concentración en su libro, pero los chicos que se encontraban a su lado hacían demasiado ruido para su gusto. Los miró, intentando que notaran que la molestaban, pero ellos seguían en lo suyo.

Cerró su libro, lo mejor sería sentarse en otra parte. En ese momento, tendría que estar dando vueltas a la cancha como el resto de su grupo, en cambio se había metido en el edificio de preparatoria, esperando que allí no la encontrarían para obligarla a tomar la clase de educación física.

Se pasó unos metros más al lado de los chicos de antes, lo suficiente para no escucharlos tanto. Era el primer piso, correspondiente a los de cuarto año. La mayoría estaban en clase, sólo unas cuantas personas estaban en los pasillos.

Al parecer, ese no era su día. Unas chicas se sentaron demasiado cerca de ella, ¿es que no podría tener un poco de paz?

-¿Ya los viste? Pareciera que nunca habían visto a una mujer antes.

-¿Están así por la nueva? Regina, ¿no?

-Sí, por ella… No sé qué le ven.

-Shhh. Ahí viene.

Lorena suspiró, al tiempo que levantaba la vista. Regina caminaba, sin prestar atención al resto. Lorena no recordaba haber visto a una persona tan hermética y al mismo tiempo con tal presencia que era difícil que no resaltara entre el resto. Ahí empezó todo.

Tiempo presente

Lorena

-El seguro de la puerta…- logré decir entre jadeos.

Regina lo colocó sin despegar sus labios de los míos. Un click bastó para sentir que no había nada que me detuviera ahora. La deseaba desde hace mucho

Acaricié su espalda por debajo de la camisa, sin miedo a tocarla, segura de lo que quería. No creí que fuera posible sentir de esa manera; la sensación de su piel y la suavidad de sus labios se asieron a mí como si mi cuerpo no hubiera tenido esa intimidad con alguien más antes. Me sentí mal por un momento al disfrutarlo así, de una manera tan fresca y nueva para mí. ¿Era eso compararlas?

-Lorena…- mi cuarto estaba a oscuras, la electricidad se había ido a causa de la lluvia. ¿Por qué Regina se había detenido? Quería más de esto. Percibí que tenía la intención de decirme algo, pero no había lugar para más dudas, ni me sentía con la fortaleza de separarme de ella.

Deslicé un dedo por su boca. La besé. Lo que no pude decirle con palabras, se lo mostraría con mi entrega. “Mañana te irás”. La ansiedad de saber que esa noche acabaría, me impulsó a apretarme más contra ella, pero no era suficiente. Me senté en la cama, y ella se sentó sobre mí.

La desnudé de la parte de arriba. Deseaba verla claramente, ¿por qué tenía que irse la luz esa noche?

-¿Cómo será a la luz del sol?- se me escapó, y me avergoncé por mi desliz

-¿Qué?- ella sonreía, lo sabía aunque no pudiera verla.

¿Tenía que contestar? Rió, y me besó despacio. Comenzó a quitarme mi camisa ahora. Hice el ademán de ayudarla, mas ella no me dejó. Levantó mis brazos al aire, acariciándolos en el proceso. Era la primera vez que me pasaba eso, con Julia siempre me quitaba la ropa yo. No porque ella no lo intentara, era más bien que evitaba sentirme como lo hacía ahora: vulnerable y expuesta.

Su respiración se aceleraba conforme mis caricias tomaron más atrevimiento.

-Ven- se puso de pie y me jaló para que hiciera lo mismo. Se sentó en la cama, ahora yo me sentaría sobre ella.

Desabrochó el seguro de mi brassiere , y ante el impulso de llevar mis manos hacia atrás mejor las apreté contra sus muslos, fuertemente. Pude notar que eso la excitó, y me olvidé de mis inseguridades.

Nos despojamos del resto de nuestra ropa. Sentí las ganas de más; las palpitaciones se hacían cada vez más fuertes.

Esa sensación del principio reapareció en el instante en que nuestros centros entraron por primera vez en contacto. El placer que me generaba frotarme contra ella, encajó con nuestros cuerpos desnudos unidos en una riquísima y libre complicidad.

Ella introdujo unos de sus dedos en mí.

-Regina…

Nuestros gemidos se elevaban. Temblé mientras me aferraba a ella. Por unos segundos, esa gran explosión me llevó al otro mundo en donde sólo puedes sentirte desfallecer.

Regresé, y el reafirmar que Regina había sido quien había producido aquello afloró en mí una enorme satisfacción. Nuestras respiraciones se calmaron, nos mantuvimos abrazadas. Me dispuse a recostarla y continuar, ella me acarició la cara y dijo:

-Está bien. Sólo quiero que duermas abrazada a mí, ¿sí?- asentí.

Regina quedó acostada sobre su lado derecho. Me situé detrás de ella, juntando nuestros pies y entrelazando nuestras manos. Quería contarle acerca de las veces, cuando seguía en secundaria, en las que iba a la sección de preparatoria y me sentaba por ahí, esperando toparme con ella en cualquier momento.

Quería decirle que la razón por la que me comportaba así era porque estaba enojada. Porque ella fue la primera mujer que me gustó a esa intensidad, con quien había aceptado que era lesbiana. De alguna forma, lo descubrí a su lado, aunque ella ni supiera que existía. Porque, por muy absurdo que sea, pensaba que si nunca la hubiera visto en aquel pasillo, hubiera podido pretender un poco más lo que no era.

Que cuando me besó, no supe cómo reaccionar. Pero no ina a dejar que esas sensaciones que ella provocaba en mí, me invadieran de nuevo, como lo había hecho antes sin siquiera tocarme. Y que comportándome dura y fría con ella, buscaba verla imperfecta.

Muy temprano en la mañana, la escuché levantarse y vestirse. No abrí los ojos, fingí dormir. Se acercó a la puerta, pensé que se iría así, pero regresó y me dio un suave beso en la mejilla. “No te vayas”, las palabras se atoraron en mi garganta y nada salió de mí. Sólo hasta que cerró la puerta detrás de sí, los abrí.

Sabía que si Bárbara estaba en mi escuela, no era coincidencia, seguramente su padre la había enviado. Preferí dormir más, antes de tener que afrontar lo que sea que me esperara.

La vibración de mi celular me despertó. Bárbara me llamaba.

-¿Lorena?

-Sí- contesté medio adormilada.

-¿Tienes tiempo hoy? Es importante que hablemos- sonaba preocupada.

-¿No podemos hablar por acá? No quiero salir de mi cama.

-Es sobre mi papá, Lore. El director de tu escuela le llamó, sabes que le dijo que lo mantuviera al tanto de cualquier cosa que ocurriera contigo. Y, bueno, le llegaron los rumores de que tienes novia. Así que me mando a investigar… Dime, ¿es cierto?

Me quedé en silencio.

-Yo no soy como mi padre, puedes confiar en mí. Te ayudaré- ¿podía en verdad confiar en ella?

Seguí callada.

-Me consiguió una plaza por lo que queda del año, como asistente del profesor de Biología. Lo acepté por el dinero. Y para estar cerca de ti… En serio, te ayudaré en lo que sea.

Me arriesgué a creerle.

-Si se entera, dejara a mi madre sin trabajo y sin casa. No tenemos nada, ella ha trabajado para él desde antes de que yo naciera, no quiero ser la culpable de quedarnos en la calle… Recuerdo cuando pensó que tú eras lesbiana, ¡se enojó tanto! No quise que esto pasara, Bárbara- intentaba contener mi llanto.

-Lo sé.

-¿Puedo hablarte luego?- mi voz sonaba cada vez más quebrada.

-Claro, cuando quieras- colgué, antes de aventar el teléfono y todo lo que estaba a mi alcance.