Un húmedo paseo
A Spane le volvía a doler la cabeza. Siempre había tenido migrañas, pero últimamente la cosa iba a peor. Cuando ya no pudo soportarlo más, salió a la calle. Era hora de cazar. AVISO: Puede herir sensibilidades
Si había mil maneras de morir en la vieja tierra, ¿cómo no iba a haberlas en los confines del universo? Años más tarde, los científicos encontrarían muchas explicaciones para explicar los efectos adversos que no comprendían y que afectaron a cientos de humanos en las primeras etapas de la expansión. La estación Hallendorf Barrier, la principal parada antes de Venus, resultó estar demasiado expuesta a la radiación solar. En humanos adultos, la radiación prolongada garantizaba un viaje sin paradas directo a la locura, pero en los bebés… los bebés afectados hiperdesarrollaban la parte posterior de su cerebro mientras crecían. Telepoder lo llamaron. Por supuesto, el Barrier fue declarado lugar prohibido y se inició el rastreo de los miles de niños nacidos en la base, pero para algunos ya era demasiado tarde…
Spane ni siquiera sabría que él fue de los primeros “niños Barrier” hasta mucho tiempo después, cuando ya no se podía hacer nada. En sus momentos buenos, Spane podía influir en las mentes de los demás. No sabía cómo funcionaba exactamente, pero la gente tendía a pasar por alto sus errores y premiarle sin motivo, como aquella vez que le pillaron robando fruta con Dick y sus amigos: normalmente, eso habría significado su inmediata expulsión del sistema escolar, pero de alguna manera consiguió evitar el castigo y, además, se quedó de ayudante en las cocinas durante el resto del curso, un puesto mucho mejor que descargar camiones por las noches.
Sin embargo, en los momentos malos, y de esos había cada vez más, el habitual murmullo de fondo dentro de su cabeza formado por infinidad de pensamientos humanos se convertía en un ruido insoportable, nada podía hacer Spane excepto encontrar una mente joven, pura y dispuesta a dejarse controlar a su antojo. Combinar sufrimiento y gozo, esa era la cuestión. No le gustaba hacerlo, se sentía sucio por dentro y era muy peligroso, podían expulsarlo de la academia de las fuerzas espaciales, pero al final siempre se veía obligado para no volverse completamente loco.
Ahora mismo, Spane sólo sabía que le dolía demasiado la cabeza. Tumbado en su incómodo catre de los barracones, sentía punzadas candentes, justo por detrás de la oreja, que le atravesaban el cerebro y llegaban hasta los ojos, nublándole la vista. Siempre había tenido migrañas, desde la escuela primaria, pero últimamente la cosa iba a peor. Se suponía que estaba estudiando, se lo jugaba todo en el examen de por la mañana y no podía concentrarse. Joder, ni siquiera podía levantarse sin sufrir espasmos: la gente pensaba demasiado alto, necesitaba alejarse.
Cuando ya no pudo soportarlo más, se levantó con un gemido de dolor, se puso sus gafas polarizadas y salió a la calle, a la luz del brillante día: era hora de cazar.
A esas horas, en el paseo marítimo sólo había enamorados viendo la puesta de las lunas sobre Venus a través de los amplios ventanales de seguridad y adolescentes bebiendo grog de contrabando, esperando iniciar el periodo nocturno en la gran estación espacial. Spane sonrió. Se encontraba mejor. Niños, borrachos y enamorados. Eran pensamientos fáciles, los podía manejar. El mero hecho de salir de caza siempre le aliviaba un poco, y la cosa iría a mejor a medida que pasara el tiempo.
No le costó mucho encontrar una presa. Una jovencita, de no más de 18 rotaciones y de aspecto frágil. Era mona, con toda la belleza de la juventud enfundada en un monotraje de cuero amarillo con detalles negros, a la moda del momento, que no dejaba mucho a la imaginación. Buenas curvas y una larga y cuidad cabellera castaña la hacían muy atractiva, pero para Spane lo que más importaba era el brillo de su mente, un rojo vivo que contrastaba con la oscura mediocridad del resto de la multitud.
Spane lanzó su mensaje y se sentó a esperar. Nunca tardaba mucho, a lo sumo unos minutos, pero esta vez fue especialmente rápido. La chica se estaba riendo a carcajadas cuando paró de repente y levantó la mirada. Se sorprendió pensando que el hombre sentado a pocos metros de allí era muy atractivo. Tenía que conocerlo. No sabía por qué, pero algo por dentro la empujaba a hablar con él. Murmuró una disculpa a sus ebrios amigos y se levantó, acercándose a hasta el hombre.
- Hola, me llamo Alba. – dijo.
- Hola Alba, yo soy Spane. ¿eres virgen? – preguntó Spane. Ya sabía la respuesta, pero siempre hacía la pregunta. Era su pequeño ritual, la constatación de su poder.
- Si, todavía si. Pero hay un chico que me gusta mucho y creo que hoy podría ser el día. – Alba se sorprendió de ser tan sincera contestando a esa pregunta. Normalmente se moría de vergüenza incluso cuando hablaba de sexo con sus mejores amigas.
- Tienes razón en parte. Hoy va a ser el día, pero ese chico tendrá que esperar. ¿vienes conmigo? – Spane mandó un pequeño estimulo positivo con su mente, sintiéndose cada vez un poquito mejor.
- Si, por supuesto. – Alba ni siquiera lo dudó un segundo.
- Dile a tus amigos que te vas. No te preocupes si la excusa es mala, ahora mismo creerán todo lo que les digas. – Spane se aseguró de contar con ello mediante un levísimo toque mental. – luego espérame a la salida del paseo, así nadie sospechará nada.
No podía llevarla a los barracones, demasiadas mentes alborotando a su alrededor, pero no se es cadete finalista en las Fuerzas Espaciales sin acabar conociendo un par de sitios prohibidos. La llevó a la sala de máquinas del tercer nivel. Desde la automatización completa, nadie iba nunca por allí a no ser que hubiese alguna avería y el ruido de la maquinaria enmascararía lo que estaba a punto de suceder.
- Estoy extrañamente tranquila – dijo Alba. – Sé lo que va a pasar y no me importa. Quiero que sepas que no sé por qué, pero estoy empezando a estar muy mojada. ¿Me has drogado o algo? – Alba no podía creerse que le estuviera diciendo eso a un completo desconocido, pero realmente, estaba notando como brotaba la humedad entre sus piernas.
- Estas aquí por qué yo lo necesito. No sé muy bien cómo funciona, pero es parecido a la hipnosis: no puedo obligarte a hacer nada en contra de tu voluntad, pero puedo ayudar a que te desinhibas. No te voy a mentir: vas a experimentar el mayor placer de tu vida y, probablemente, el mayor dolor al mismo tiempo. Ahora, desnúdate para mí, ya sabes cómo me gusta. – Spane le envío otro impulso mental para reafirmar su orden.
Alba asintió y empezó a bailar, contoneándose al ritmo de una música que sólo ella podía oír. Al poco, empezó a bajar lentamente la cremallera de su monotraje, sin perder el ritmo, hasta que se quedó completamente desnuda ante aquel extraño hombre que la miraba sin decir nada. Terminó los últimos pasos y se quedó expectante, sus cuerpo terso y juvenil cubierto de un fino sudor. Sabía que lo había hecho como él quería, pero no sabía que iba a pasar a continuación.
- Muy bien Albita. Lo has hecho muy bien. Ahora, arrodíllate. – ella sintió como se excitaba aún más al oír esas palabras. Spane continuó. – ¿Quién soy?
- Eres mi amo y señor. Sé cuál es su nombre, pero no soy digna de pronunciarlo. Estoy aquí para servirle y ayudarle hasta dónde pueda y más allá. Soy su esclava ahora y por siempre, amo.
- Ya sabes que has de hacer, esclava.
Alba casi se corrió en ese momento. No lo hizo porque no tenía permiso para ello y no sabía por qué sabía que no tenía permiso, pero estar desnuda, arrodillada delante de un hombre mayor que ella y obedeciendo órdenes que ni siquiera habían sido pronunciadas le estaba proporcionando más placer del que había logrado nunca hasta el momento. Él le había prometido mucho y sólo acababan de empezar.
Aún de rodillas, Alba se acerco a Spane. Con las manos enlazadas a la espalda y usando únicamente su boca, empezó a tirar de la cremallera inferior del monotraje de Spane. Sentía el sabor del metal en la boca, frío y duro, y no pudo evitar que sus pezones se endurecieran. En varias ocasiones levantó la vista y vio que Spane la miraba, aunque realmente no se fijaba en ella, estaba como ausente, perdido en sus pensamientos.
Spane nunca había sentido nada igual. La migraña era sólo un recuerdo y la mente de Alba era como un cuchillo caliente que se llevaba todas las sensaciones a medida que rebanaba capas y mas capas de su conciencia, desnudándola hasta su misma esencia. Y entonces, cuando Alba terminó con la última cremallera, llegó el dolor.
En cuanto Alba desabrochó la última cremallera del monotraje, Spane volvió a la vida bruscamente. Una mano grande como una pala golpeó a Alba en la cara con la fuerza de un martillo. Sin parar, la alzó del cuello y la colocó encima de uno de los motores. Alba estaba aterrorizada, no comprendía la súbita explosión de violencia y no pudo hacer nada mientras la sujetaban a unas argollas del techo con lo que parecían cables de acero trenzado.
Una vez que su víctima estuvo colgando del techo, Spane se permitió un descanso. Aunque atlético y en forma gracias al duro entrenamiento en las Fuerzas Espaciales, levantar e inmovilizar a una persona como él lo había hecho suponía un esfuerzo considerable. Spane podía sentir el terror de Alba, como un suave bálsamo sobre su dolor interno. Tras unos momentos, se encontró calmado de nuevo y decidió recompensar a la niña: Con un breve esfuerzo, conecto sus mentes en una sola. Compartiendo un mismo nivel subconsciente, ahora tanto el placer como el dolor de ambos se verían reflejados en el otro, amplificándose a medida que cada uno disfrutara má y más de las sensaciones.
Spane, cogiendo una varilla larga y delgada que encontró entre la maquinaria, procedió a azotar sistemáticamente el cuerpo atado y expuesto de la muchacha. Sentía cada golpe, experimentando al mismo tiempo el dolor del torturado mezclado con el placer perverso del torturador. Sentía como su mente se expandía, cada vez más nítida y clara, abarcando en un instante toda la conciencia colectiva del Barrier.
Alba no podía soportarlo más. Todo el dolor y el placer, todas esas experiencias juntas en un cerebro sin entrenar, amenazaban con colapsar su cuerpo y entre gritos pido permiso para correrse. Fue como una espita que se abre, la válvula de seguridad que permite la ebullición sin romper la olla. Alba empezó a derramarse por el suelo, con un chorro de excitación continuo y prolongado. Era lo más maravillosos del mundo. Luego se desmayó, aunque los golpes continuaron un rato más.
Para cuando Spane se cansó de golpear, el cuerpo de la muchacha estaba completamente rojo y marcado por los fustazos y él conocía todos los secretos de esas gentes inferiores que habitaban el Barrier. El éxtasis del momento le hacía creerse capaz de comprender hasta los mismos fundamentos del Universo.
Horas más tarde, un Spane totalmente recuperado realizó sus exámenes, aprobando con nota. Su primer destino le llevó lejos, a la “Deneb”, una de las mejores naves de la flota, dónde ascendió rápidamente.
Al cabo de un tiempo, hubo una avería y un técnico entró en la sala de maquinas. Encontró el cadáver de Alba, completamente amoratado, cuidadosamente tapado con una manta. Estaba tan destrozado por los golpes que resultaba irreconocible y nadie supo nunca que había pasado.
A Spane le volvía a doler la cabeza.
Inspirado en el relato corto de ciencia ficción “A walk in the wet”, 1966, D. Etchinson.