Un hoyo difícil (y el reposo en el Club)
Sara es una niña pija, caprichosa y un tanto torpe a la que obligan a ir a buscar a su viejo tío al campo de golf. Pronto se verá inmersa en una partida en la que sólo quedará claro su falta de talento para el golf y lo bien dotada que, en contrapartida, está para otro tipo de juegos.
Puede parecerte raro pero la situación me dejó turbada. Allí, semidesnuda en una especie de convención de ricachones prostáticos. Padecía vergüenza, sí. Pero también secretamente no podía evitar sentirme orgullosa y excitada de ser el centro de atención.
Fue el maldito Rubén el que me sacó de allí, aunque hubiese estado muy bien que me hubiese dado para cubrirme algo más que una servilleta. Cualquiera de sus bandejas de camarero hubiera sido más eficaz. Una vez más, antes de irme, me pareció intuir el flash de algún móvil. Por suerte para mí, los vejetes no habían sido muy rápidos.
Rubén me llevó de la mano a un despacho, donde no parecía trabajar nadie.
–Es de la agrupación de socios veteranos. Sólo se reúnen una vez al mes.
–Gracias por sacarme de allí.
–Ya no estás tan chulita ¿no?
–¿Qué tengo que decir? ¿Qué me equivoqué? ¿Qué he vivido una experiencia y que he aprendido algo? ¿Qué me vuelto humilde? ¡Por Dios! ¡Has visto demasiadas películas! ¡No! ¡No va a haber una epifanía!
Me senté en la mesa y puse la servilleta tapándome el sexo. Si hubiera podido me hubiera puesto una manta. Pero en aquella sala no había alternativa. Sin embargo, aunque mi desnudez me incomodaba también me hacia detentar un cierto poder sobre Rubén, como mostraban sus miradas furtivas hacia mí.
–Pues, no. Nada de eso… Deja de mirarme las tetas y ve a buscar mi ropa al vestuario. Está en la taquilla 96.
–A lo mejor te miro las tetas porque no haces más que sacarlas hacia delante y de tirar de la camiseta para abajo, me manera que se te marcan aún más, si eso es posible.
–Asume tu posición y ve a bucar mi ropa. Si piensas que me he vuelto buena y dulce por cuatro problemillas que he tenido esta mañana es que has visto muchas películas.
Se me quedó mirando como retándome:
–A lo mejor he visto… otro tipo de películas – y sonrió.
–¿Ah, si? ¿Cuáles? ¿Aquellas de “señor, gracias por salvarme. ¿Cómo podría agradecérselo? Es que soy tan tonta ¿Se le ocurre alguna manera?’ –y lo dije impostando la voz al estilo de la perfecta calientapollas.
Eso no le amilanó. Se acercó a mí, puso las manos a cada lado de la mesa, rodeándome y me dijo al oído:
–No, a lo mejor he visto de esas películas de “abrete de piernas o le digo a tu tío todo lo que ha pasado”.
Estaba tan cerca, olía tan bien y, sobre todo, seguía tan excitada por todos los percances del día que no pude resistirme a pasar al siguiente nivel:
–¿Y qué vas a hacer? ¿Vas a violarme? –le repliqué en un tono burlón.
–¿Violarte? Si me has ido detrás todo el día. Si no has podido ni esperarte a bajar del coche. Si hasta te has presentado semidesnuda en mi puesto de trabajo y todo el mundo te ha visto. Una perra en celo corriendo hacia mí. No, no creo que ningún juez crea que esto va a ser una violación
Tragué saliva. Pero me humedecí los labios para confundirlo un poco más.
–No te atreverás –pero estaba deseando que se atreviera.
Y se atrevió. Me besó en la boca como si me mordiese y me bajó la camiseta de un tirón. Mis pechos le dieron la bienvenida alborozados aunque yo decía:
–No, no, no… pero cada vea más bajito y con el secreto deseo de excitarle. Y por lo que notaba pegado a mi ombligo lo estaba consiguiendo. Estaba siendo una sesión de sexo oral, en el sentido de lo contrario de sexo escrito.
Sentía sus manos recorriéndome la espina dorsal, pegandome hacia él, que resoplaba como un búfalo preparando su nueva embestida. Y la hubo, claro. Desenfundó rápido, era diestro, mientras con la zurda me separaba una de las piernas. La servilleta cayó al suelo y el paso quedó franco para su cipote, que entró sin miramientos en lo que yo había estado reservando para aquella noche y para Gregorio, mi novio. Pero me era igual. Porque llevaba horas deseando aquello y porque ya era hora que alguien bajase el volumen de mi caja del placer. Aquel émbolo avanzaba y retrocedía y yo estaba a punto de estallar...
–Bueno, a lo mejor podría dejarte comerme las tetas si guardases silencio.
Y empezó a hacerlo. Era mágico. Su boca sorbía mis pezones como si fueran de helado.
–Y a lo mejor te dejaría follarme si les robases los móviles a los pocos que han conseguido robarme una foto –añadí.
–¿Así como te estoy follando?
–¡Sí, si! ¡Justo así! –mientras sentía el diabólico metesaca –¡No pares! ¡Sigue, sigue, sigue!
–Pues… creo, que sí… Buf, buf, que podría hacerme cargo… de todo.
¡Por fin! Pero no era suficiente. Quería más. Quería que él, el maldito Rubén, se viniera conmigo, al unísono, no que siguiera en función de sus deseos sino que tan sólo diera cumplida cuenta de todos los míos. Los hombres de aquel Club llevaban todo el día haciéndome objeto de sus caprichos. Ahora era mi turno. Así que le susurré al oído.
–Lo que no sé es si quieres correrte en mi boca o fuera de ella. Es que soy tan indecisa… –segunda impostación, pero esta vez, haciendo oposiciones a ser la Meryl Streep de las megacachondas.
Fue como apretar un interruptor. Rubén se fue y yo sentí todo aquel semen dentro de mí, mientras que doblaba las piernas y golpeaba sus nalgas con mis zapatos de golf y mis calcetines malva por los tobillos. El chilló, yo chillé. Fue el mejor orgasmo de mi vida. Pero el mejor, el mejor. En cambio, su cara era de disgusto. Rubén se pensaba que iba a follarme a mí y al final había resultado que yo me lo había follado a él.
Me relajé un momento con la cabeza apoyada en su hombro. Estaba intentando recuperar el aliento y que mi corazón regresase a la normalidad, cuando la puerta que había estado entreabierta todo el tiempo, se abrió de golpe. Para mi sorpresa, entró tío Nicolás, con su mirada ausente de siempre. Rubén a penas pudo girarse para abrochar el receptáculo de su mango prodigioso.
–¿Tío, llevabas mucho, ahí?
–Un rato, no encontraba las gafas. Te he oido gritar. ¿Estás bien?
–Perfectamente – y suspiré aliviada porque si con gafas no veía nada, sin ellas… Aunque las llevaba puestas, algo lógico si se han encontrado los lentes, por otra parte. A mí ni me miró. Rubén, con el rabo entre las piernas, se limitió a musitar:
–Ahora le traigo su ropa, señorita.
Yo me subí la camiseta para taparme los senos. Pero era superfluo. Mi tío ni me miró. Fue hacia la otra mesa del despacho y entre un montón de papeles encontró al primer vistazo el que buscaba.
–Aquí esta la lista de socios que deben cuotas. Cariño, en diez minutos nos vamos –y salió como había entrado.
No estaba mal para un abuelete con problemas oculares. Por un momento creí que lo había visto todo, todo lo de mi jornada en el green . Luego sacudí mi cabeza y alejé esa idea de mi mente. No tenía sentido. ¿O sí?
Y eso es todo, o no. Porque la verdad es que pensaba ocultártelo. Pero ya hace dos meses y no dejo de rememorar ese día y lo que disfruté. Y para colmo, mi novio me ha dicho que como he aprendido tanto de golf, que vayamos un día a jugar con sus amigos, sí, esos que tu llamas la pandilla de trols salidos. Y allí estarán Richard Javier y Rubén, claro. Y a lo mejor mi tío, que siempre pulula por allí sin quitarle el ojo a nadie. O incluso Fede Cardosa, que después de lo que pasó estará planeando vengarse y regresar se lo pondria en bandeja. Pero, por otro lado, me muero de ganas de ir. Díme, como amiga, ¿tú qué harías?