Un hombre infiel

Cuando me sintió encima de ella me dijo: -Quiero ser tuya, penétrame, cójeme, disfrútame Sebastián. Yo no podía aguantar más, le fui bajando la falda.

Mi vida matrimonial se había vuelto rutinaria, siempre lo mismo de lo mismo. Mi esposa sufría de tiroides y muchas veces cambiaba de carácter; algunas veces cuando quería llevarla al cine ella no quería, otras veces cuando yo llegaba cansado del trabajo quería que la lleve al cine o a cenar y se molestaba cuando yo le decía que estaba muy agotado. Mis hijas eran pequeñas y muchas veces mi esposa se dedicaba más a ellas que a mí. En la cama era muy fría, no era apasionada, y cuando hacíamos el amor me decía que me apure pues quería dormir. Aún así yo amaba mucho a mi esposa, pero tanto va el agua al cántaro que se derrama y... eso pasó en mi vida. Yo buscaba una mujer a quien satisfacer sus fantasías y, por supuesto, también satisfacer las mías.

En una oportunidad, por motivo de trabajo, conocí a una cliente (soy vendedor de apartamentos y bienes raíces), y le ofrecí un bello apartamento totalmente amoblado, era por fuera y por dentro un verdadero palacio; la sala, el comedor, el baño, el dormitorio tenían los requisitos que mi cliente buscaba. Ella, de 40 años, era hermosa, bueno...es hermosa, con ojos de mirada soñadora, sus labios invitando a robar no uno sino muchos besos, su cuerpo de gacela. Por delante y por detrás es muy hermosa, y seguro que por dentro también. La cité a las 6 de la tarde para mostrarle el apartamento que quería comprar.

Le dije a mi esposa que iría a otra ciudad que queda a 200 kilómetros a vender un apartamento y que me quedaría hasta la mañana siguiente pues no me gusta manejar de noche; ya tenía en mi mente pasar una noche completa con Déborah ( éste es su nombre).

Nos encontramos Déborah y yo en un conocido restaurante que era el lugar de nuestra cita. En el transcurso de la cena nos contamos nuestras vidas y nos dimos cuenta que su esposo era exactamente la versión masculina de mi esposa. La conversación dio lugar a que nos habláramos con confianza sobre nuestras vidas, en especial sobre nuestra vida sexual. Después de mirarme detenidamente, me dijo: - Sebastián, quisiera conocer a mi hombre. Déborah, -le dije- tu hombre está frente a ti, le di un beso en la mejilla y me tomó dulcemente de la mano. Luego de la cena fuimos en mi carro hasta en apartamento en cuestión. Le encantó toda la casa, especialmente el dormitorio y el baño que presentaba un lujoso jacuzzi. Al pasar al dormitorio se lanzó a la cama de frente, dejando ante mis ojos sus hermosas e insinuantes caderas, me acerqué por detrás y ya ansiaba penetrarla. Cuando me sintió encima de ella me dijo: -Quiero ser tuya, penétrame, cójeme, disfrútame Sebastián. Yo no podía aguantar más, le fui bajando la falda, se volteó y mientras empezamos a besarnos sus manos desabotonaban mi camisa, yo hacía lo mismo con su blusa y su brassier. Sus senos hermosos, y sus pezones duritos me invitaron a morderlos muy suavemente mientras mis manos hacían su trabajo recorriendo su cuerpo y quitándole la pantaleta para sentir la tibieza en vivo y en directo de su trasero ansioso de placer.

Sus manos hurgaban desesperadamente entre mis piernas y al llegar hasta mi pene, éste ya estaba listo con sus 18 cmts, para su trabajo de explorar su mundo interno e inexplorado por mis pasiones. Le dije para ir los dos a la ducha y ella aceptó pero en vez de tomarme de la mano, me tomó del pene, Yo me sentía feliz pues al fin encontraba a una mujer con quien compartir mi placer y mi sueño. Ya mi fantasía se estaba haciendo realidad sin una voz que me diga que me apure, que estaba cansada y que quería dormir. Salimos de la ducha y sin secarnos fuimos a la cama, Yo ardía de ganas y ella también. Ya en la cama nuestras pasiones se trenzaron en una lucha de amor, en un combate de lujuria cuerpo a cuerpo, en donde no nos perdonamos nada porque no encontramos pecado en lo que hicimos, por lo tanto no había nada que perdonar.

Mis manos acariciaban su excitado monte de Venus. No soportó más y dando un gemido de placer acercó sus labios a mi sexo. Es la sensación mas maravillosa que sentí en ese momento, me invitó a hacer lo mismo con ella, por supuesto que no me opuse pues también yo lo deseaba. Se movía como una gacela dando brincos y llegando al paroxismo se volteó para que la penetre por detrás. La tomé por la cintura y le clavé mi pene hasta el fondo. - Ah, ah, que ricooo, que sabrosooo, gemía ella de placer. Yo gozaba también y le pregunté: -Te lo saco? -Nooo- me respondió ella.

Luego de un "mete-saca" rítmico nos dimos cuenta que ambos sincronizábamos nuestros deseos, y cuando al fin se produjo una explosión interior, salió el chorro seminal que ella tanto había ansiado beber en sus profundidades y que yo tanto había ansiado regar. Fue como apagar el fuego que ardía en sus entrañas. Yo sentí como cuando se rompe una represa y se vierte todo el líquido vital en un túnel sediento de placer. Luego de unos instantes, ya satisfechos nuestros carnales deseos Déborah me dijo: -Sebastián, es la primera vez que le soy infiel a mi esposo y no me arrepiento, eres el hombre que busco.

-Deborah, -le dije- el hombre que buscas lo has encontrado en mí.

Nos bañamos y fuimos nuevamente a la cama, su piel es tan suave como el pétalo de una rosa y mis manos no se estaban quietas durante toda la noche. A ella le gustaban mis caricias por todo su cuerpo...

Por ahora, queridas lectoras, hasta aquí el relato de la biografía de Sebastián y sus infidelidades. Les prometo la continuación que, seguro les gustará.

(Eros, El Semental)