Un hermano muy listo

Una de hermanos gemelos con un poco de humor.

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Gracias a todos.

Un hermano muy listo

1 – Buscando un sitio

Mario y yo estábamos ya desesperados. Desde que nos conocimos y nos hicimos novios teníamos que escondernos en los sitios más insospechados para poder besarnos y acariciarnos sin ser vistos… Para evitar la mofa. Y si os hablo de hacer el amor… Era toda una aventura. Os puedo contar las veces que lo hicimos tranquilos con los dedos de una mano.

Después de más de un año juntos y a punto de terminar nuestras respectivas carreras, todavía no teníamos la posibilidad de tener nuestra vida íntima.

  • ¡Es que no puede ser, Feli! – se quejaba -. No podemos seguir así demasiado tiempo ¿Tenemos que esperar a poder tener trabajo y ser independientes para amarnos?

  • Ya te lo he dicho mil veces, Mario. La cosa está fea. Con tu abuela empotrada en casa y con mi padre pegado todo el día a la televisión, ¿a dónde nos vamos? ¿Tú tienes dinero para irnos un día a la semana a un hostal de por ahí? Los pocos ahorrillos que tengo me van a hacer falta.

  • Ya – protestó -, y encima de que tenemos poco dinero no te gusta ir a la sauna…

  • ¡Quita, quita! Que en esos sitios no se coge nada bueno.

  • Pues habrá que pensar algo. Yo te quiero, pero no sólo para hablar de anatomía, sino para usarla. Acabarán saliéndome granos de quererte así.

  • ¡No exageres! – bajé la voz -. Ya te he dicho lo que tengo pensado. Mi hermano puede ayudarnos.

  • Tu hermanito… Me da que por hacerte la puñeta es capaz de convencer a tus padres para que no salgan de vez en cuando.

  • ¡Joder, Mario, no seas así! El enano es buena persona. Si cojo el momento adecuado y le digo lo que pasa…

  • Muy seguro estás tú de que no va a ir contándole todo a tus padres…

  • ¡No es un crío! Nueve meses justos le llevo y, a estas alturas, todavía no lo he visto yo muy ilusionado por ninguna tía.

  • ¿De verdad crees que tu hermano también es gay? – soltó una carcajada - ¡Qué inocente eres! No he oído nunca que en una familia de dos hijos los dos entiendan.

  • A lo mejor somos un caso raro ¿Tú qué sabes? No se trata de saber si es gay; se trata de confesarle sinceramente que yo soy gay y que tú eres mi novio. Tal vez así, aunque se quede en casa, haga la vista gorda.

  • Tú sabrás, Feli. Conoces al enano mejor que yo, pero a mí me da que si le dices algo lo larga. De ayudarnos nada.

  • ¿Nos apostamos algo?

  • Claro – pensó -. Si el enano se ofrece me das un beso en medio de la calle.

  • ¡Jodeeeeerrrrr!

2 – La confesión

Esperaba, al menos, que mi hermano no fuera homófobo. Tenía todas las papeletas para ser tan maricón como yo, pero sí que me parecía raro que a él también le gustasen los tíos, así que no quise esperar más y me metí en mi dormitorio a estudiar. Sabía que siempre que estaba estudiando entraba a interrumpirme. Era el momento. En vez de reaccionar mal, podría decirle todo sutilmente. Tenía que ayudarnos o caeríamos enfermos.

  • ¡Hola, Feli! – entró mi hermano a interrumpir como siempre - ¿Tu diste el año pasado esta materia? No me entero de nada.

Lo miré sonriente. Era el momento. Tomé sus apuntes y leí por encima.

  • ¡Vaya, enano! Esto es nuevo para mí. Como los ordenadores y los programas cambian todos los meses… Tendré que reciclarme, ¿sabes? Pero… si quieres…

  • ¿Sí? – se quedó perplejo - ¿Qué pasa si quiero qué?

  • No – fui amable -, he pensado que como tendré que estudiarlo puedo documentarme y te lo explico ¿Quieres?

  • ¿De verdad me harías ese favor? – parecía desconfiado -. Algo andas buscando. No me vayas a pedir un préstamo porque no tengo un céntimo.

  • Lo sé. Te lo gastas todo en tabaco, que está muy caro, y en salir de copas con tus amigos. Y haces bien, ¡coño! ¡Disfruta! Pero no voy a pedirte un préstamo. Tengo mis ahorros porque ni fumo ni salgo. Lo que me gustaría es… hablar un poco contigo. Estoy… aburrido.

  • ¿Aburrido? – se sentó a mi lado -. Tienes muchas cosas que hacer; tantas como yo. Hubiera sido mejor no estudiar la misma carrera que tú: me llevas un curso y te crees que lo sabes todo.

  • ¡No, enano! – me contuve -. Creo que nos favorece a los dos estudiar lo mismo. Lo que no entiendes tú, lo entiendo yo. Y viceversa. Pero no es eso…

  • Hmmmm ¿Qué estarás tramando?

  • Nada, de verdad. Sólo quiero hablar contigo una cosa y pedirte tu opinión.

  • ¿Desde cuándo escuchas mis opiniones? ¡Va, venga, larga que yo te ayudo!

  • Prométeme que vas a ayudarme, enano. Me hace mucha falta.

  • ¡Joder! – exclamó asustado -. Por la cara que se te ha puesto debe ser algo importante de verdad. No sé si puedo ayudarte, Feli.

  • No voy a pedirte nada. En realidad… quiero confesarte algo y que me digas qué piensas. Estoy confuso y no puedo concentrarme. Suspenderé.

  • De acuerdo – se borró su sonrisa -. Me parece que esta vez sí tienes algo importante que decirme. Si puedo ayudarte…

  • Primero… tienes que saber algunas cosas. Luego… ya veremos.

  • Me estás intrigando, cojones ¡Habla ya!

  • Verás, enano… sabes tan bien como yo que no todos somos iguales. No a todos nos gusta lo mismo ni tenemos el pelo rubio o somos altos…

  • Ammmm ¿Y?

  • Enano, ya eres también casi un médico y sabes bastante del hombre… no sólo de su anatomía.

  • ¡Claro!

  • Es que… Mi amigo Mario te cae bien, ¿verdad?

  • ¡Pues sí! – no comprendía nada -. Me parece un tío muy agradable. Pensé que eras tú el que tenías el problema.

  • Enano, es que… lo tenemos los dos.

  • ¿Os habéis enfadado?

  • No, no, no es eso – quise dar el paso definitivo -. Ya sabes que uno en la vida siempre acaba enamorándose, teniendo pareja… Es que… Es que Mario y yo somos…

  • ¡Anda, coño! – se levantó - ¿Y para eso tanto misterio? Supongo que el problema será otro… ¿No se habrá quedado embarazado, verdad?

Tuvimos que dejar de hablar y comenzamos una de nuestras luchas muertos de risa.

  • ¡Mi hermano con novio! ¡Qué suerte!

Nos serenamos y volvimos a sentarnos. Se pegó más a mí.

  • ¡Vamos, suelta! – dijo muy serio -. Eso no es un problema que quite el sueño ¿Qué os pasa?

  • Pues… nos pasa que llevamos ya más de un año juntos y… ¡nada! ¡Que no hay manera!

  • ¿No quiere hacerlo contigo? ¡Eres su novio!

  • No, enano, no es eso. Es que estamos hartos de andar a escondidas sólo para poder darnos un beso y… de lo otro… ¡ya me dirás dónde!

  • ¡Joder! – se tapó la boca -. No lo había pensado. Algún día me puedo ver en esas mismas circunstancias. No tenéis adónde ir.

  • Eso.

Se acercó a mí con misterio, me echó el brazo por los hombros y comenzó a hablar en voz baja.

  • Yo que tú, ya que estoy advertido, esperaría a que papá y mamá salgan una tarde. Te prometo que no diré nada – se besó los dedos cruzados -. Me meteré en mi habitación y… ¡córpore insepulto!

  • ¿Lo dices en serio? – no lo creía - ¿No te importa?

  • Pues no. En absoluto. Siempre que no hagáis demasiado ruido ni dejéis «pruebas» por medio, que después ya sabes que me preguntan a mí: «¡Enano, ¿esto qué es?».

Volvimos a la lucha con las almohadas, las cajas, las sillas… No sé cómo mi padre no protestó. Al final, caímos los dos en la cama. Yo quedé encima y con mi cara muy cerca de la suya.

Comenzó a darle vueltas a uno de sus rizos dorados.

  • ¿Sabes una cosa? Creo que eres un afortunado. Aunque no me guste Mario para ti. Y seguro que Mario estará loco contigo. Eres muy guapo y estás buenísimo… ¡como yo! – me apretó una nalga -. Voy a ayudaros. Te mereces ser feliz después de tanto aguantarme. Te quiero, hermano – me besó en los labios -. No te preocupes por nada. Yo mismo los echaré a patadas de aquí si hace falta ¡Hala, a pasear que os dé el aire!

  • Te quiero, enano – lo besé -. Gracias.

3 - Propósito de enmienda y cumplir la penitencia

  • ¿Qué me dices? – exclamó Mario al oírme - ¡Tu hermano ayudándonos! No esperaba eso del enano ¿Estás seguro de que no es una trampa para luego largar?

  • Mario, por favor – me puse muy serio -. No bromeemos más sobre este asunto. Sin esa solución seguiremos a dos velas unos años más. Me duele meter al enano en esto. Lo quiero mucho.

  • ¿Te vas a enamorar de él? ¡Por cierto! ¿Has descubierto si él es también gay?

  • No estoy seguro ¿Por qué? Desde chico jugamos a las peleas y nos damos revolcones – recordé aquello con agrado -. A veces, nos parábamos muy serios mirándonos de cerca. Otras veces nos acariciábamos las pollas jugando y nos besábamos ¡Cosas de chiquillos! Esta mañana ha pasado algo parecido. He acabado encima de él, me ha cogido el culo y nos hemos besado. Es algo natural entre nosotros. No hay que darle más vueltas.

  • ¡Eh! ¿Qué quieres? ¿Ponerme celoso?

  • No, Mario. Lo mismo hubiera sido que te hubieras enamorado de él. Somos iguales. Espero que algún día encuentre a alguien como tú… Alguien que lo quiera de verdad. El enano se lo merece.

  • Pues sí. Tienes razón en esas cosas.

  • Ahora – le pedí atención -, tienes que prometerme que nunca más hablaremos de estas cosas. Ya está todo resuelto… y gracias a él.

  • Falta algo.

  • ¿Qué coño estás diciendo? – no lo entendí -.

  • Yo te he prometido que nunca más vamos a hablar de esto. Posiblemente ya tenemos un sitio donde estar juntos, a solas y tranquilos. Lo prometo. Ahora falta que cumplas tú lo prometido.

  • ¿Yo? – me extrañé -. Ya he cumplido con todo lo que tenía que hacer y ha salido bordado ¿Qué falta? ¿Comprar condones?

  • No. Hicimos una apuesta y la he perdido. Dije que si nos ayudaba tendrías que darme un beso…

Me acordé de la apuesta y creí que me ahogaba. Tuve que tomar aire para quitarme el mareo.

  • Esoooo… eso era una broma tuya.

  • No, no, no – dijo llevándome al centro de la acera -. Ahora está la calle en su punto. Hay bastante gente pero no demasiada ¡Vamos! ¡Te toca cumplir!

  • ¡Por Dios, Mario! Lo dijiste tú. Yo no me comprometí a…

  • ¡Vamos! Estoy esperando. Aquí. En la boca.

Creí que me moría de vergüenza. Me acerqué a él cabizbajo, me puse a su lado y, volviendo deprisa mi cara, lo besé brevemente.

  • Nada de nada – se quedó inmóvil -. Eso no es ni un pico. Un beso en medio de la calle es un beso; un besazo. Lo quiero como los que me das a escondidas.

  • ¡Mario, por Dios!

  • ¡Vamos!

No miré a ningún sitio. Puse mis labios sobre los suyos y aguanté unos segundos con los ojos cerrados. Mario abrió su boca, me cogió por la cintura y no me dejó separarme. Así estuvimos mucho tiempo (eso me pareció).

Os aseguro que cuando salí corriendo de allí quería que me tragase la tierra. Encima de lo que pasé para conseguirlo…

4 – El estreno

No pasaron muchos días cuando decidieron mis padres salir toda tarde. Pensaban ir a ver a mi tía Rosa, que vivía bastante lejos, así que me di cuenta de que llegaba por fin el día deseado. Mi hermano, sin yo decirle nada, se encargó de enterarse bien de todo. Iban a irse a almorzar y volverían para la cena. Tendríamos tiempo para dos o tres.

Mario se vino a casa a almorzar y pedimos una pizza para los tres y cerveza. El más tragón es mi hermano; nosotros comimos lo suficiente para no hacer una digestión pesada.

  • ¿Vais a echaros a la siesta, no? – preguntó el enano -. Yo voy a descansar un buen rato.

  • Sí, nos echaremos un rato – dije con naturalidad -. Quizá luego estudiemos un poco.

  • Chao, tortolitos – se despidió yéndose -. Cerrad la puerta que no entre el fresco.

Mario se tronchaba con las cosas de mi hermano.

  • Desde luego, el enano tiene gracia hasta cagando. Cómo me gustaría tener un hermano así, pero… ¿te has fijado? Ha estado soltando plumas a propósito. No sé si es una indirecta para nosotros o es que… le va el asunto.

  • Oye – bajé la voz - ¿No estarás insinuando que a lo mejor quiere hacer un trío?

  • No, no. No era mi intención. Aunque eso de que cerremos la puerta para que no entre el fresco…

  • No va a entrar, Mario. Me lo ha prometido y sé que cumple lo que dice ¿Nos vamos?

  • Estoy desando, cariño. Ya no me acuerdo de la última vez.

  • ¡Vamos!

Recorrimos el pasillo con sigilo y me acerqué a su puerta a ver si la tenía cerrada. Estaba cerrada. Entramos en mi dormitorio y cerré la mía. No podía echar el seguro porque, sencillamente, no había. Pero no desconfiaba del enano.

Todo fue darme la vuelta y empezar ¡Qué ansiedad teníamos acumulada! Mario empezó a desnudarme inmediatamente.

  • Acabemos pronto, Mario. Desnúdate tú y me desnudo yo. Cada uno conoce su ropa y será más rápido. Quiero ver ese cuerpo todo míoooooo.

  • Y yo voy a comerte hasta las uñas ¡Coño que se engancha la cremallera!

  • ¡Joder! Qué bonito empalme debajo de esos boxers tan sensuales. Veo que no vamos a parar.

Y os puedo asegurar que así fue… hasta cierto punto. Caímos en la cama como el que encuentra un tesoro y, en pocos segundos, ya estábamos lanzando gemidos.

  • ¡Cuidado, Mario! – exclamé -. No se oye nada de un dormitorio a otro si no hacemos demasiado ruido. No se nos vaya a poner el enano flamenco de oírnos…

En la primera fase de aquel inolvidable encuentro estuve yo sobre él. Había olvidado cómo moverme para darle gusto a mi amor y él se encargó de recordármelo. Beso tras beso, bocado tras bocado, chupetón tras chupetón, comenzamos los movimientos rítmicos.

En cierto momento álgido (bastante tiempo después) me hizo Mario señas para que me volviese y quedara  de espaldas sobre él. Me gustó la ocurrencia. Le comí la boca antes y comencé a darme la vuelta. La puerta estaba entreabierta y me pareció que allí estaba el enano en el observatorio. Cerró la puerta rápidamente y sin hacer ruido.

Volví a darme la vuelta hacia Mario.

  • ¿Qué te pasa, Feli? ¿No quieres? Tampoco es para que se te ponga esa cara.

Tardé algo en reaccionar. No podía decirle aquello a Mario o se iba a venir todo abajo. Disimulé como pude, tosí («Se me ha ido la saliva por otra parte») y me eché de espaldas sobre él. Comenzó a acariciar mis cabellos, que era una de las cosas que más le gustaban, y acabó agarrándomela y apretándome en las nalgas.

  • ¡Feli! Te pasa hoy como la primera vez. Me dijiste que con los nervios no conseguías empalmar del todo ¿Estás nervioso?

  • ¡No, no! Tú sigue. Ya se pondrá.

  • Tenemos que aprovechar. Tiene que darnos tiempo a follar dos o tres veces.

  • Sí, sí, claro – no podía apartar lo sucedido de mi cabeza -. Todos los que podamos. Creo que sería mejor que me la chuparas un poco. Tal vez necesite un poquito de engrase.

  • Hmmm. Encantado. Échate aquí.

Me colocó cuidadosamente, abrió mis piernas y comenzó la mamada.

  • ¡Qué raro! – exclamó - ¡Mira como la tienes! No se mantiene en pie.

  • Pues sí. Es raro. No he tomado nada… Un poco de cerveza. Impotente no me he vuelto, ¿eh?

  • No. En la mesa estabas empalmado.

  • Porque me estabas rozando, cabrón. Me estabas poniendo malo delante del enano.

  • ¿Rozándote? Yo no te he rozado en la mesa. Puse mi mano en tu pierna y ya estabas reventando.

  • Ammmm, sí, sí. A eso me refería. Sigue. Verás como todo se sube por las nubes.

Conseguí empalmarme y, echando un disimulado vistazo a la puerta, volví aver al enano en el observatorio. Cogí a Mario por la cintura, abrí sus nalgas y ya no pude contenerme. Me metí allí poco a poco mientras Mario contenía sus gemidos de placer y empecé a follármelo como nunca antes. No era un lavado de cara, es que estaba que me salía del pellejo. Hasta se me olvidó lo de la puerta.

Caímos exhaustos sobre la cama y esperamos a poder hablar.

  • ¿Tienes toallitas húmedas? – dijo -. Vamos a limpiarnos bien, descansamos un poco y seguimos ¡No sabes cómo me gusta esto! Sólo de pensar que podemos estar solos me pone…

Yo no dije nada. Me levanté de un salto y me acerqué a la puerta. Giré el pomo despacio, tiré y no había nadie. Me quedé más tranquilo.

Así fue toda la tarde hasta que empecé a pensar que podrían aparecer mis padres.

  • ¿Tan pronto? – preguntó Mario - ¡Si sólo hemos echado dos!

  • Sí, cariño… pero bastante largos e intensos. Creo que voy a tener que hablar otra vez con el enano…

  • ¿Con el enano? ¿Para qué?

  • Emmmm ¡Tú sabes! A lo mejor es capaz de conseguir que salgan también mañana.

  • ¿De verdad? – se asustó -. Eso significa que podríamos follar más de un día a la semana ¡Habla con él, porfa!

  • No, sin porfa. Voy a hablar muy seriamente con él.

5 – El reestreno

Ya vestidos, perfumados y bien peinados, salimos al salón y procuré ir haciendo todo el ruido posible. En un instante apareció el enano.

  • ¿Ya? – se hizo el tonto - ¿Habéis descansado bien? ¿No vais a estudiar?

  • No – contestó Mario porque yo prefería no hablar -. Prefiero no estar aquí cuando lleguen tus padres. No quiero que piensen que me voy a venir todos los días por el morro.

  • Noooo – le contestó el espía -. Ahora revisaremos todo bien. Tú vete tranquilo que para eso estoy yo aquí.

  • Gracias, enano. No sabes cuánto te agradecemos esto que haces. ¿Nos veremos mañana?

  • ¡Puede ser! Depende de lo que consiga.

  • Claro.

En el mismo instante en que se cerró la puerta de la calle, me acerqué a mi hermano con una mirada que conocía bastante bien.

  • ¡Fue un vistazo! ¡Sólo un vistazo! Me preocupaba de que lo pasarais bien.

  • Ven al dormitorio, voyeur. Esto no me lo esperaba de ti.

  • Lo siento, Feli. La carne es débil…

  • Siéntate ahí – le señalé una silla -. Te lo has cargado todo por tu curiosidad. No sé qué hacer. Tal vez lo dejemos. Ya encontraremos un sitio de confianza.

  • Tampoco es tan grave que os haya estado observando un poquito, ¿no?

  • ¿Un poquito? ¡Lo has visto todo! Me has engañado, enano – traté de ser cariñoso -. Al ver que mirabas se me vino todo abajo… Ya sabes. Creí que podría confiar en ti.

  • ¿Desconfías? Encima de que te ayudo, desconfías.

  • Mira, enano. Le he dicho que se fuera antes porque sabiendo que nos observabas no me empalmaba ¿Comprendes?

  • Hmmmm. Creo que sí.

Se abalanzó sobre mí y comenzamos una lucha. La verdad es que el cabrón me hacía olvidar los malos momentos. Revolvimos todo el dormitorio, saltamos por encima de los muebles, nos tiramos de los pelos, me la cogió con suavidad y fuimos cayendo lentamente sobre la cama; como siempre, yo encima.

  • ¿Por qué haces esto, enano? Sé sincero.

  • Puedo decírtelo sin palabras.

  • ¿Puedes? Dímelo.

Levantó un poco su cabeza hasta alcanzar mis labios y, esta vez, no fue un besito en los labios. Su beso fue excepcional. Y yo le correspondí, claro.

  • ¿Ya está? – no me moví -. No he entendido nada.

Comenzó entonces a acariciarme las nalgas y a apretar con su dedo en mi culo. Había conseguido en un instante la mejor clase de sexo que había recibido. Me enteré perfectamente de lo que quería decir. Me incorporé un poco, se la acaricié y comencé a quitarme el pantalón. Él me acompañó. Acabamos como Dios y mi madre nos trajeron al mundo (literalmente, porque tuve que quitarme hasta el reloj). Los dos, de cuerpos casi iguales, estábamos sentados sobre la cama, uno frente a otro, mirándonos incrédulos. Teníamos un empalme del quince; de esos que te duelen hasta las gónadas.

  • ¿Lo entiendes ahora, Feli? – susurró -. Me muero por tus huesos y tú estás más empalmado que yo y mucho más que con tu amigo.

  • Es mi novio, enano. No podía empalmarme sabiendo que nos mirabas.

  • Pues no dejes que os espíe más. Hazlo conmigo y ya está. Es que… te quiero.

Sus palabras fueron mortales. Si es verdad que cupido enamora clavando flechas en el pecho, me acababa de disparar unos cuantos cartuchos. Estaba justo en medio de un huracán. Si me inclinaba hacia un lado o hacia otro acabaría volando muy lejos.

Miré el brillo de los ojos de mi hermano y bajé mi mirada por su pecho (como si viera el mío) hasta quedarme babeando observando su polla.

  • Yo también te quiero, enano.

  • Pues ámame, por favor.

  • Sabes lo que me pasa ¿Tienes un consejo para eso?

  • Sí, pero no creo que te vaya a gustar mucho. Creo, intuyo, adivino, que me amas más que a Mario; que te enamoraste de él porque ni siquiera te detuviste a pensar que yo existía ya en tu vida. Mi consejo es que lo dejes y nos amemos. Es egoísta, claro, pero es mi consejo.

  • ¡No puedo hacer eso! – exclamé -. Estoy comprometido.

  • Hmmm. Descomprométete y comprométete conmigo. Me harás feliz y serás más feliz que con él.

  • ¿Sabes? – medité muy en serio -. Dejando a un lado el compromiso que tengo, me doy cuenta de que he sido un imbécil y he metido la pata. Ahora, ¿cómo lo arreglo?

  • Ámame. Ámame de verdad, compara y, si encuentras algo mejor…

No pude evitar inclinarme hacia él y besarlo con pasión. Mi enano, mi hermano pequeño (no tanto), era para mí lo más deseado del mundo. Podría pasar sin Mario, sinceramente, pero no sin él. Lo cubrí con mi cuerpo y nos amamos por primera vez. Jamás hubiera imaginado una dulzura como la que encontré en sus movimientos ¿Qué podía hacer?

6 – Intervalo – Selecto ambigú

Salimos del dormitorio y nos metimos en la ducha. Era imposible que mi polla se pusiera en estado de reposo. Nos refrescamos, nos pusimos unos calzoncillos y nos fuimos a la cocina a tomar una cerveza.

  • ¿Qué hacemos? – pregunté casi angustiado -.

  • De momento, tomarnos la cerveza. Ya veremos luego.

  • Sabes que no estoy hablando de eso ¿Qué le digo a Mario?

  • No sé -  dijo indiferente -. Dile que… que te has equivocado; que sin darte cuenta estabas con quien no querías estar.

  • No puedo ser así de frío. Hacer eso es de cínicos. Creo que le he hecho mucho daño a Mario, enano.

  • El daño ya está hecho.

  • ¡No digas esas cosas! – me ponía nervioso -. No es tan fácil. Ponte en mi lugar llegando a su lado y diciéndole naturalmente… «¿Sabes? Creo que lo vamos a dejar. Me he equivocado de persona. En vez de quererte a ti, quiero a mi hermano. Adiós, hasta luego».

  • No es nada fácil – habló en serio como pocas veces -. Si me amas como yo te amo a ti, con toda mi alma… Los dos hemos metido la pata, coño. Yo te lo podía haber dicho antes y no esperar a que tú me confesaras que te va el rollo. Y vas y me lo dices tarde; cuando ya te has enamorado de otro. Tendré que joderme y aguantarme. He llegado tarde.

  • ¡No, por Dios! ¡Enano! ¡Ni se te ocurra! No me digas eso, por lo que más quieras. Pensándolo fríamente me doy cuenta de que podría pasar sin él, pero no podría pasar sin ti. Soy tan egoísta como tú.

Miró al reloj de la cocina, me miró a mí levantando las cejas y sonrió.

  • ¿Sabes que nos queda una hora?

  • ¿Para una segunda parte?

  • ¿Por qué no? – soltó la cerveza y se me acercó -. Es posible que al repetir descubramos más cosas…

  • ¡Qué malo eres! ¿Cómo no voy a quererte siendo así? ¡Venga, a ver si nos da tiempo a mucho más!

  • Pon tu teléfono a las nueve y media, Feli; no nos vayan a coger en plena faena.

Nos abrazamos y anduvimos aprisa hasta mi dormitorio.

  • Hmmm, no – dijo -. En este no. Mejor en el mío.

  • ¿Te da asco? – reí -.

  • Mi cama está sin deshacer. Vamos a estrenarla. He soñado muchas noches que estabas conmigo allí.

  • ¿Sí? – me gustaba lo que decía -. Vamos allí entonces. Estoy deseando.

  • Pero esta vez fóllame a tope, eh? No quiero que me dejes a medias.

  • ¿Te he dejado a medias antes?

  • Noooooo – me abrazó y me besó -. Ha sido fantástico. Ahora quiero hacerte muy feliz y convencerte, pero también quiero notar que me haces feliz ¿Vale?

  • Siiiiii.

7 – Y esto es lo que queríamos demostrar

Era el ser más feliz del mundo en aquellos momentos. Tenía entre mis manos el cuerpo más bonito que podía haber deseado y parte de mí dentro de él… cuando sonó el timbre de la puerta.

La saqué despacio y nos miramos intrigados.

  • ¿Quién será?

  • Es igual, Feli. Con no abrir… Sigue por donde ibas, anda, que no acabo de enterarme de esto.

Volvió a sonar el timbre pero varias veces. Salté de la cama y me puse los calzoncillos.

  • Espera, enano – le dije -. No tardo. Despacho a quien sea en un momento.

Salí del dormitorio poniéndome la camisa como podía y llegué hasta puerta corriendo. Me coloqué detrás de ella y abrí con cara de recién despertado y de malos amigos.

  • ¡Mario!

  • ¡Lo siento, Feli! Me he dejado las gafas en tu mesilla. He subido porque no he visto el coche de tus padres.

  • No. Pasa. No han llegado todavía. Mmmm… me estaba quedando dormido.

  • ¡Ah! – me miró inexpresivo y pasó al dormitorio -.

  • Mmmm… todavía no he recogido todo esto.

Cogió sus gafas, se las puso y me miró asombrado. Algo pasaba detrás de mí. Me volví y comprendí todo. Mi hermano se había asomado a la puerta completamente desnudo tapándose sus vergüenzas con una sábana.

  • ¡No, no, Mario! ¡Deja que te explique!

Comenzó a andar apresuradamente hacia la puerta sin oír las explicaciones (excusas) que yo le iba dando y, antes de salir, se volvió hacia nosotros mirándonos muy enfadado.

  • Te estás poniendo la camisa al revés, Feli. Que disfrutéis.

Dio un portazo y nos quedamos solos mirándonos acojonados.

  • ¿Por qué sales así, enano? ¡Se ha dado cuenta!

  • También se ha dado cuenta de que llevas puestos mis boxers y te estás poniendo la camisa al revés.

  • ¡Am! Ya.

  • Sí. Ya. Se acabó. Me parece que no vamos a tener que hacer nada para que te deje.

  • A mí me parece que no voy a seguir yendo a la facultad este año. Perderé un curso ¡Qué vergüenza!

  • Lo siento, Feli. De verdad que lo siento. No quería hacerle daño a Mario ni que esto acabara así.

  • Bueno. Como decías, el daño ya está hecho. Tendré que pedirle perdón. Otra cosa es que lo acepte, porque lo que me merezco es un puñetazo en el hígado.

No habíamos hablado nada más que eso cuando volvieron a llamar a la puerta.

  • ¡Dios mío, enano! Es él otra vez. Vete para el dormitorio que se te ve la peluca.

  • No. Abre. Tenemos que escucharle.

Tenía razón el listo del enano. Sólo los cobardes no dan la cara. Volví a ponerme detrás de la puerta (por si acaso) y abrí despacio.

  • Perdón otra vez, Feli – dijo Mario casi avergonzado - ¿Podría pasar un momento?

  • ¡Claro, claro! Dime. ¿Qué te pasa?

  • No, verás… He pensado… Bueno, ya que he vuelto y estáis los dos…

De repente comenzó a desnudarse y mi hermano y yo no sabíamos qué decir.

  • Sabía que estabais hechos el uno para el otro – confesó -. No sé por qué he tenido que meterme por medio. Lo que pasa es que, ya que nos conocemos tan bien y los dos me gustáis tanto… ¿Follamos los tres?