Un Guiño del destino (Encuentro)
Esto arrancó un quejido de la joven modelo que también sintió entrar su ardiente...
Encuentro
Rollito, tallarines y cerdo agridulce. Daniel era un hombre de costumbres, por eso hoy viernes fue al mismo chino donde solía ir y con ligeras variaciones, su menú favorito era el anterior.
La chica del chino ya lo conocía y como única conversación le ofrecía siempre su sonrisa con esa carita de chinita que nunca ha roto un plato. Daniel se preguntaba cómo sería hacerlo con una china: “Tal vez estuviese bien tener a una chinita” —pensó mientras comenzaba a aderezar el rollito de primavera, que previamente abierto, con salsa agridulce, sal y pimienta.
¡Entonces se le ocurrió que sería interesante rociar a la chinita con dicha salsa agridulce y comerla toda entera! Este pensamiento le hizo reírse de sí mismo, sin duda, si alguien de los allí presentes lo estaba observando, bien podría pensar que aquel hombre riendo solo estaba loco. Y lo cierto es que tal vez no anduviese muy desencaminado.
La vida es como la salsa agridulce, que dependiendo del momento, puede primar su sabor agrio o su sabor dulce. Unas veces los platos de la vida te sabrán dulces y otras deberás comulgar con la amargura del plato servido, pero como no vienen elegidos sino impuestos, dichos momentos se harán eternos mientras duran.
Pero como no hay noche sin día, ni día en el que sol no salga, esos momentos amargos pasarán y una vez pasen, se archivan en el subconsciente, donde con suerte dejarán de ser recordados por un tiempo al menos, tal vez hasta la próxima vez que el infortunio se cruce en nuestro camino y nos volvamos a sentir desdichados.
Salió del chino con la barriga llena, aunque con otro tipo de hambre. Ciertamente se sentía pesado en esos momentos tras el atracón, pero sabía que la comida china se digiere en seguida y pronto estaría en óptimas condiciones.
Algo que había vuelto a hacer desde que asumió su nuevo estado civil, es retomar su gusto por el cine, así que, cada quince días se veía una o dos pelis, entre el viernes y el domingo. No importaba lo que pusieran en cartelera, elegía entre la oferta, a veces acertaba a veces no, pero le ayudaba a hacer tiempo antes seguir con sus noches “de juerga”.
En los países latinos parece que está mal visto salir sólo, pero no tendría por qué, pues no todo el mundo tiene una pandilla de amigos con la que salir y si la tiene al final termina yendo a sitios donde no le apetece ir. ¿Entonces porqué no salen solos? Por ese no era el problema de Daniel, pues él siempre salía sólo, iba donde quería y hacía lo que a él y no a los demás apetecía, ya se había acostumbrado.
— ¡Jack Daniels con agua mineral! —Le gritó a la camarera echándose encima de la barra del pub, para acercarse a ella y que la maciza camarera lo pudiese oír.
Esto le permitió echar una ojeada a su generoso escote, de pechos probablemente realzados por el relleno de su sujetador, pero no por ello menos vistosos y atrayentes.
Siempre que pedía eso la camarera de turno le miraba con extrañeza, pues no solía ser una combinación habitual que pidiesen los clientes, en cierto modo podríamos decir que sí, lo miraban como a un bicho raro, pero era lo que le gustaba, ¿por qué mezclar el mejor whiskey con refrescos azucarados que confunden su sabor? —Eso pensaba Daniel, así que lo mezclaba con agua para rebajarlo un poco y disfrutaba de él como del mejor vino.
De nuevo le vino a la mente la idea de que la vida era como la salsa agridulce, algunos se decantaban por lo dulce y otros por lo amargo.
— ¡Son siete con cincuenta! —Gritó la voluptuosa camarera de pelo largo, negro y lacio, acercándose al oído de Daniel tras servirle.
— ¡Aquí tienes guapa, quédate el cambio! —le dijo Daniel soltando un billete de diez.
— ¡Gracias “salao”! —replicó ella con acento andaluz, mostrando su sonrisa.
Realmente la propina fue merecida, pues con su sus curvas y su escote le había regalado la vista durante unos momentos y se lo merecía por ello.
La chica cogió el billete y se fue a la caja para depositarlo y cambiar su propina. Daniel se quedó pensativo, pues la última frase que pensó nunca llegó a salir de sus labios: ¡Qué más hubiese querido él, que soltarle una proposición a la maciza por aquello de “si picaba”! Pero no pudo hacerlo, las chicas guapas buscaban chicos guapos y él no se sentía como tal.
El caso era que estaba casi seguro de que la chica le hubiese sonreído ante alguna insinuación pícara, pero el pudor se había impedido.
El sitio estaba hasta las trancas de gente, chicas guapas y chicos bien parecidos lo rodeaban. A veces se sentía un poco sólo entre tanta gente, pero había aprendido a convivir anónimamente con la muchedumbre. Le encantaba observar los comportamientos sociales, deleitar su vista con aquellos bombones que pasaban delante de él o que intentaban mantener una conversación coherente en sus inmediaciones con el resto de sus amigas o tal vez con algún maromo que se les arrimara con ganas de darles conversación si no podía ser otra cosa.
No cabía duda, era un voyeur, discreto, pero voyeur al fin y al cabo. Disfrutaba observando a los demás, a veces oyendo sus conversaciones, aunque con los decibelios de la música le era prácticamente imposible oír nada. En su lugar observaba sus gestos, las distintas actitudes de las chicas, las guapas, las del montón y las menos guapas, lo que hacía ellos, cómo éstas se tocaban el pelo, tal vez si el chico les gustaba o intentaban ignorarlo si este no era de su agrado. Sin duda era divertido como estudio sociológico.
El amigo Jack se agotó así que se decidió a salir del local e ir a otro cercano, aunque este estaba tan lleno que en un primer momento no atisbó un camino practicable para salir de allí. Entre la muchedumbre se acopló a un grupo que, en fila india, se abría paso como una serpiente humana sobre las masas estacionarias.
Mientras caminaba paso a paso en dirección a la salida, se topó con otro grupo de chicas que entraba al recinto y ambas filas se cruzaron, chocaron y se dio algún que otro restregón con ellas, quizás era lo más cerca que podía estar de aquellos bombones, pero menos da una piedra.
Entonces la vio, fue como ver la cara de un ángel, con su pelo rubio platino y su tez sonrosada y lisa como la porcelana, con sus labios delicadamente remarcados con pincel de carmín y una nariz respingona que apuntaba casi al cielo.
Embelesado en la contemplación del ángel, justo cuando estaba su altura, una mole de cerca de dos metros pasó detrás de la chica empujando a la muchedumbre y la empujó casi literalmente encima de Daniel, que tampoco es que fuese pequeño con su metro ochenta y cinco y más de noventa quilos de peso. Para ella debió ser lo más parecido a que ser casi aplastada entre dos trenes a punto de chocar.
— Lo siento —dijo ella Melany mientras Daniel se impregnaba, en tan estrecha cercanía de su delicioso y caro perfume.
Como hipnotizado por los efluvios de aquella moza Daniel apenas articuló palabra y cuando fue capaz contestó.
— No importa chica, te puedes echar encima mío las veces que quieras —le soltó sin saber cómo tales palabras pudieron salir por su boca.
El ángel rió su locuaz ocurrencia y no fue capaz de decir nada a cambio. Se limitó a seguir su camino tras sus amigas, dejando al pobre Daniel con la miel en los labios. Tal vez fue el amigo Jack quien puso aquellas atrevidas palabras en su boca, otras veces ya le había pasado, aunque no con tanto tino como esta. Pero estos ataques no solían tener ningún efecto en la presa sobre la que los lanzaba. De modo que siguió enganchado a la serpiente humana que lo conducía la salida. Una vez fuera llenó sus pulmones viciados con el aire limpio de la fresca noche.
Mientras tanto, en el interior del local que acababa de abandonar Daniel, la bella Melany, el ángel que se cruzó con Daniel y cuyo nombre éste aún no conocía, llegó junto a su amiga Marta a una esquina de la pista tras pedirse algo para beber. Melany no solía beber, pues sentía fatal al día siguiente y la resaca le impedía hacer el ejercicio al que había acostumbrado a su cuerpo cada día.
Se alegraba de volver a ver a su querida amiga Marta. Había conseguido escaparse aquel fin de semana y regresar a su ciudad natal. Marta le presentó a un grupo de amigas con las que había quedado y juntas estuvieron bailando mientras algunos moscardones tomaban posiciones frente a ellas, sin duda ellas eran la miel que tanto ansiaban lamer ellos.
Al poco tiempo, unos chicos bastante monos, todo sea dicho, se presentaron y comenzaron a picotear entre las chicas, uno se enganchó a darle palique a su amiga Marta, pues al parecer ya se conocían de otras salidas y su amigo se acercó a la bella Melany. Tratando de impresionarla con su camisa a medio abrochar, su pecho depilado y pelo despeinado a propósito con una buena cantidad de gomina que mantuviese el castillo de naipes en que lo había convertido en pie.
Pero éste no fue del agrado de Melany desde el principio, mucho menos cuando este empezó a pegarse a su cuerpo y a poner sus manos encima del suyo, restregándose como un león en celo.
Así que cuando consiguió zafarse de él, vio cómo su amiga Marta ya se estaba enrollando con su amigo, lo que la dejó literalmente planchada y un poco fuera de lugar, pues sintió que no conectaba con sus otras amigas. Se sintió agobiada por la gente y un poco decepcionada con su amiga, que a las primeras de cambio la había dejado plantada.
Siguió bailando con el resto de chicas un poco por inercia, hasta que se hartó y decidió salir fuera para tomar un poco de aire fresco.
Nada más salir, fue como si el frío le diese una bofetada que le erizó el vello de brazos y piernas. Otras parejas y grupos de gente se arremolinaban junto a la entrada formando una cola, donde los fornidos porteros decidían cuando podía entrar el siguiente grupo.
— Vas un poco fresca para salir así a la calle, ¿no crees? —dijo una voz a su lado.
Allí estaba Daniel, quien la había visto salir del local mientras se decidía si ir a otro sitio o volver a casa, tal vez para seguir con el relato que tenía en mente, su bendita indecisión le había permitido volver a verla y hasta poder entablar conversación con ella.
— ¡No importa! —Rio Melany—. Ya me voy para adentro.
— ¿Por qué, dentro no se puede parar? —dijo Daniel y sacándose su chaqueta de pana le cubrió los hombros quedando él en mangas de camisa.
— ¡Gracias! —exclamó Melany.
— De nada, me encanta ayudar a una señorita en apuros —contestó él.
— Ahora el que tendrá frío serás tú —le advirtió agarrándose a las solapas de la chaqueta para entrar en calor.
— No creas, lo que correo por mis venas ahora mismo es “anticongelante” —dijo con locuacidad.
Melany rió de nuevo a carcajadas pues aquel comentario le pareció de lo más ocurrente. La conversación iba bien y Daniel comenzó a crecerse en su interior.
— ¿Por cierto cómo te llamas?
— Melany, ¿y tú?
— Daniel, aunque yo no soy “el travieso” —la chica pareció desconcertada por su afirmación—. Claro, tú no veías esos dibujos animados de pequeña, ¿verdad? Es que eres muy joven —añadió explicándolo.
— ¡Ah claro! —dijo ella forzando una sonrisa—. ¿Esperas a alguien?
— Si y no, en parte espero a mi amigo Lorenzo, pero mientras no viene estoy disfrutando de cielo estrellado que es invisible con tanta contaminación lumínica, pero bueno, me hago a la idea de cómo sería si estuviese en mitad del campo.
— ¡Oh vaya! —se limitó a decir Melany sin entenderlo mucho.
Ahí Daniel no estuvo muy inspirado, no es fácil estarlo siempre y menos con una belleza como Melany conversando con él.
— Lorenzo es el Sol, ¿verdad? —preguntó finalmente Melany que pareció caer en la cuenta del acertijo de aquel hombre raro y un poco madurito para su edad, pero tan amable que le había ofrecido sin dudarlo su chaqueta.
— Claro que sí, me alegra que lo hayas cogido, era un chiste demasiado malo, ¿verdad?
— ¡No! —Mintió ella.
— ¿Eres muy políticamente correcta, sabes? —dijo Daniel muy directo aunque en tono sarcástico.
Justo en ese momento, de la pandilla que salía una voz la reclamó. Era su amiga Marta, que salía con su grupo de amigas y el recién acoplado chico llamándola.
— ¡Melany! Nos vamos al Búho, ¿te vienes?
Por un segundo Melany dudó entre ir con su amiga y su pandilla o quedarse con aquel tipo que acababa de conocer, después de todo parecía simpático.
Pero a veces en la vida se nos pide que tomemos una decisión en un instante y hacía mucho tiempo que no veía a su amiga, por lo que decidió seguirlas, a pesar de que su corazón le decía que aquel hombre tenía algo familiar, algo que no supo identificar en aquellos breves momentos que habían compartido en la puerta del local. Melany se daría cuenta de su error más tarde, como suele suceder en la vida, sólo nos damos cuenta de la decisión errada después de haberla tomado.
— Me llaman mis amigas, ¡gracias por la chaqueta! —dijo y quitándose la prenda se la devolvió.
— Bueno, ¿pero ni siquiera me vas a dar dos besos de despedida Melany? —replicó Daniel con una sonrisa falsa que denotaba su contrariedad porque aquel ángel se marchase.
Melany sonrió de nuevo y espontáneamente se acercó y besó sus mejillas. Daniel sintió la cálida humedad de sus labios sobre su piel y un instante después el frío en la zona humedecida. Al tenerla tan cerca, su perfume también lo envolvió y lo aspiró como su fuese su última bocanada de aire antes de que la vida lo abandonase.
— ¿Te volveré a ver? —le dijo sintiendo una punzada de dolor en el pecho.
Pero Melany no le escuchó, ya se había vuelto y había dado unos cuantos pasos alejándose de él. La vida a veces es cruel, nos muestra una ventana al cielo y luego la cierra y tira la llave.
Daniel sintió como si el peso de la bóveda celeste hubiese decidido descansar sobre sus hombros. Recordó cada instante desde que Melany le dijese que se tenía que ir y lo rememoró como a cámara lenta en su mente: Al girar sobre sus tacones, sus cabellos rubios planearon y se abrieron en abanico, creando un bello espectáculo; luego se encaminó hacia su amiga, quien había recogido su abrigo en el local y se lo ofreció para cubrirse.
Mientras se alejaba la veía caminar de espaldas, un sentimiento de pérdida y desesperación se apoderó de él, pensó qué hacer ahora. Sabía que si la dejaba marchar, sin siquiera saber su número de teléfono, nunca más la encontraría.
Pero entonces recordó: “¡El búho!”. Daniel había oído el sitio a donde iban, estaba cerca de allí, de hecho era donde pensaba ir él cuando salió de El Buda. Así que decidió esperar un par de minutos para disimular y que no se notase mucho que estaba decidido a volver a verla, su corazón se agitaba, se le revolvían las tripas, todo su ser le decía que: ”No podía dejarla marchar así!
De nuevo otra voluptuosa camarera, de nuevo el amigo Jack con agua y hielo y cuando le pagó un: “¡Aquí tienes guapa!”. Esta noche estaba contento, era increíble cómo sólo cinco minutos de conversación con un ángel le habían animado y espoleado a seguirla, a intentar conocerla. A veces esas cosas pasan y lo difícil es reunir el valor suficiente para plantarle cara al desafío y atreverse a afrontarlo.
La buscó con la mirada entre la muchedumbre y no consiguió verla. Desde luego las luces brillantes y ultravioletas, la penumbra del local, no ayudaban a encontrar a nadie, aunque midiese uno con setenta centímetros y fuese con tacones de aguja y tuviese un precioso pelo rubio. Esto comenzó a hacer mella en su ánimo, pues tal vez habían cambiado de opinión en el último momento y habían cambiado su destino, tal vez ya no la vería más. A veces pasa, un ángel se te aparece y ya nunca lo vuelves a ver.
Pero Melany estaba allí, lo que pasa es que aún no se habían visto. Las amigas de Marta eran bastante sosas y ella no compartía nada con ellas, tan sólo tenía una relación con su amiga, pero ésta, se había enganchado con el maromo y no lo soltaba, por lo que de nuevo volvía a sentirse sola en medio de un montón de gente.
En el otro local se había sentido exactamente igual y había decidido salir a tomar el aire y esto le había llevado a conocer a un tipo raro pero simpático, justo ahora se dio cuenta que debía haber permanecido con él, de que le apetecía charlar con él y conocerlo. Y un sentimiento de desesperanza la embargó de nuevo.
Pero la vida a veces también sabe mostrarnos su cara amable, como si las hadas velaran por nosotros, para que pase lo que tiene que pasar y así se nos brinda una segunda oportunidad para enmendar el error.
Un foco de luz blanca, de los que daban vueltas en la pista de baile del local, iluminó a Daniel, fue como un rayo fugaz, pero Melany lo reconoció al instante.
Entonces su cara se iluminó, como activada por la sonrisa que se formó en sus labios. Sintió un subidón, pasó de una tristeza y soledad que la embargaban, a una alegría exaltada en segundos.
¿La habría seguido? Era probable —pensó—, pero esto no le importó en absoluto, sintió ganas de ir a verlo, de hablar con él. Así que sin poder resistirlo se encaminó hacia donde él estaba mientras sentía un cosquilleo en el estómago.
Daniel bebía apaciblemente, ajeno a lo que ocurría, por lo que cuando alguien tocó en su hombro tímidamente para llamar su atención, no se podía imaginar que al girar aquel ángel maravilloso volvería a aparecerse: ¡Una sonriente Melany estaba parada frente a él!
Su cara se iluminó tanto como lo había hecho la de Melany instantes antes, sintió como el corazón se le aceleraba y tragó saliva sin poder creer la visión que tenía ante él.
— ¡Buenas! —gritó la chica.
— ¡Hola! —gritó él.
— ¿No me estarás siguiendo, no? —bromeó una jovial Melany.
Daniel se quedó parado, ¿qué podía contestar?
— ¡Soy culpable! Deténgame señorita —dijo juntando las manos y ofreciéndoselas para que le pusiera unas esposas.
Melany no se aguantó y le soltó dos besos más en sus mejillas sin parar de sonreírle, luego le dio una palmadita en el hombro de su chaqueta.
— Imaginé que querrías dos besos del reencuentro, ¿verdad?
— ¡Claro, claro! —gritó Daniel mientras volvía a remojarse los labios tomando un sorbo de su amigo Jack—.
De repente ambos se quedaron callados, tras la explosión inicial de júbilo por el reencuentro, parecía que ahora no sabían qué más hacer o qué decir.
— ¡Oh! ¿Qué quieres tomar Melany?
— ¿Lo mismo que tú? —dijo ella sin mirar su bebida.
— No te gustará, ¿quieres probarlo antes?
— Bueno —contestó ella y tomando su copa dio un sorbo, gesticulando a continuación a modo de respuesta por su desaprobación
— Te lo dije —sonrió Daniel.
— ¿Es whisky, pero sabe raro, ¿no?
— Si quieres te lo pido con cola, así no te sabrá tan amargo.
— ¡Vale! —aceptó.
Y aunque no bebía decidió acompañarlo tomándose algo más fuerte de lo que solía beber normalmente, pues se sentía de muy buen humor.
Con la copa en manos de su nueva amiga. Daniel estaba feliz aunque muy nervioso, pues no se le ocurría nada qué decirle, fue como si la inspiración hubiese desaparecido de un momento a otro.
— Oye, ¿te apetece que vayamos fuera?
— ¿Fuera, pero y las bebidas? — preguntó Melany extrañada, pues dudaba que los dejasen salir con la bebida en la mano.
— No pasa nada, nos la cambiarán por vasos de plástico —comentó Daniel.
Tomó su mano y tiró de ella hacia la puerta más cercana. Era extraño, el sólo tacto de su mano le pareció tremendamente agradable y excitante, sus dedos eran tan finos y su palma tan suave y caliente, que este simple gesto bastó para excitarlo.
Ya en las afueras, Melany se puso su abrigo mientras Daniel le sujetaba la copa.
— ¿Damos un paseo? —preguntó Daniel.
— Vale —asintió Melany sonriente.
Así comenzaron a pasear por las calles de Sevilla, apenas se alejaron un poco del pub cuya puerta estaba abarrotada de gente, las calles se mostraron desiertas y el silencio únicamente era roto por los coches que de vez en cuando les pasaban al lado.
Mientras andaban conversaban, Daniel comenzó a lamentarse de que en la ciudad apenas se ven estrellas, mientras se dirigían hacia el río allí se sentaron en un banco junto a la orilla. Todo estaba en silencio, en calma.
— En el pub apenas se podía hablar, ¿verdad? —afirmó Daniel.
— Si, es un sitio difícil para mantener una conversación —respondió Melany.
— ¿Te puedo hacer una pregunta?
— ¡Claro! —exclamó la chica que no pudo sostener su mirada ante Daniel y la bajó al suelo.
— ¿Qué hace una chica tan guapa como tú con un hombre como yo?
— ¿Cómo? —preguntó Melany soltando una risita nerviosa.
Sin duda Melany no se esperaba una pregunta tan directa, de ahí su extrañeza. Daniel supo encajar su sorpresa y mantuvo un silencio por respuesta.
— Bueno —dijo Melany, tras asumir que Daniel esperaba una respuesta—, la verdad es que me has parecido gracioso, un poco rarito pero gracioso —dijo con una sonrisa.
— Con que soy un rarito, ¿no?
— ¡No quería ofenderte! —se apresuró a aclarar Melany.
— Bueno, no está mal, ser rarito y que salgas conmigo para hablar es mejor que ser normal y no tenerte a mi lado —argumentó Daniel.
— ¡Gracias! —dijo Melany sintiéndose alagada por sus palabras. La verdad es que nadie ha sido tan directo con una pregunta así intentando ligar conmigo.
— Supongo que no he estado muy acertado, ¿no?
— No, me gustan las personas sinceras y tú parece que lo eres —dijo ella para animarlo.
Junto al río Daniel siguió con sus clases de astronomía, por el poco cielo que podía verse allí no le fue difícil mostrarle Venus, el lucero del alba y la constelación de Orión, el guardián del inverno.
Melany se sintió fascinada por lo que le contaba, la verdad es que Daniel se mostraba muy culto en todo lo que hablaba, aunque a ella eso de la astronomía no le iba mucho, pero en boca de Daniel cobraba un aire misterioso e interesante.
Mientras estaban a orillas de la dársena del Guadalquivir, comenzó a salir la luna por el horizonte y el espectáculo fue grandioso, con un tamaño enorme y un color amarillento como si fuese una película antigua.
— Si estuviésemos en el campo, esto sería todo un espectáculo, ¿te gustaría que te llevase a verla? Tengo el coche aparcado aquí cerca
— ¡Pues llévame! —exclamó Melany que empezaba a acusar los efectos de la copa que había tomado, pues no estaba acostumbrada a beber.
— ¡Pues vamos! —exclamó Daniel entusiasmado y tomando de nuevo su mano volvió a sentir su suave tacto y su calor.
Así comenzaron a caminar en dirección al parking donde Daniel había dejado su coche.
— ¿Sabes? ¡Me gustan tus manos, son muy suaves y delicadas! —le espetó sin más.
— ¿En serio? Las tuyas también son muy suaves —admitió Melany sonriente.
— Obviamente no trabajo en la construcción —sonrió Daniel—. Vaya por delante mi respeto a la gente que se gana la vida con ese oficio tan sacrificado.
El parking estaba cerca de allí bajaron y subieron a su coche, que no era ni mucho menos un Ferrari, ni siquiera un Mercedes o un Audi, era un simple utilitario, eso sí, bien cuidado.
Rápidamente se desplazaron por las calles, dejando atrás sus semáforos y sus farolas hasta salir de la ciudad. Daniel puso uno de sus CDs de Manolo García, que era uno de sus cantantes favoritos, y por los altavoces comenzó a sonar la canción: “Mar abierto”.
Dejé la estepa
cansado y aburrido,
pasto de la ansiedad
no hay otros mundos
pero sí hay otros ojos,
aguas tranquilas,
en las que fondear...
Escuchando aquella letra, de una canción que no conocía, Melany pensó en su letra y efectivamente deseó abandonar su ajetreada vida, pasto de la ansiedad y fondear en unas aguas tranquilas, donde descansar… Y mientras estos pensamientos cruzaban por su mente, secretamente una lágrima escapó de unos ojos humedecidos por la emoción.
Tardaron unos veinte minutos en llegar. Daniel se dirigió a una zona que conocía a las afueras de Sevilla, desde la que se divisaba toda la ciudad y pueblos cercanos, como un mar de luces estáticas, congeladas en la negrura de unas aguas que no eran tales. Una vez allí aparcó, siguieron conversando.
Aunque la cercana ciudad seguía contaminando en parte el cielo, desde allí se podían ver más estrellas y la Luna, que ya había subido en el horizonte, proyectaba su suave luz plateada iluminando los campos adyacentes, bajo su luz todo era de color gris.
Allí siguió con sus lecciones de astronomía y la joven Melany, atenta lo escuchó. Se juntaron junto a su ventanilla pues por allí acababa de salir en el horizonte el dios de la guerra, Marte, con su tono rojo inconfundible. Daniel estaba literalmente sobre Melany, pues estaban asomados por la ventanilla del pasajero, por lo que podía seguir oliendo su perfume embriagador y hasta que su pituitaria se emborrachó de él y dejó de percibirlo tan intensamente como al principio.
Se giró y la miró a la cara, su pelo rubio platino resplandecía como si fuese blanco, sus ojos, aunque verdes eran de un negro profundo y en su cara gris apenas se distinguían sus formas. Sintió su aliento, saliendo de sus labios, los miró y se fue acercando a ellos hasta posar los suyos dulcemente sobre ellos.
Le robó un beso, un tímido beso tras el cual se separó apenas la longitud de sus narices. Allí Melany fue la que repitió y ahora le robó un beso a él.
— Me ha gustado mucho la canción del principio —le dijo Melany.
— ¡Ah es Mar Antiguo! Me encanta es una de mis preferidas.
— Mi vida es muy complicada últimamente, me gustaría fondear en aguas tranquilas como dice el que la canta.
— Manolo García —asintió Daniel.
— ¿Ah sí? Pues me encanta esta canción.
— Mi vida también es muy ajetreada —dijo Daniel—, bueno más bien lo contrario, demasiado tranquila, yo llevo mucho tiempo fondeado a la espera de salir del puerto y tener alguna aventura que contar a mis nietos.
— ¿A tus nietos, tienes hijos? —preguntó Melany sintiendo curiosidad.
— Hijos no, ¡sólo tengo tres diablillos!
Melany soltó una bonita risa, casi como si fuese el canto de un pájaro exótico.
— ¡Tres! ¿Debe ser terrible no? ¿Pero entonces estás casado?
— Divorciado —asintió él—. Ha sonado como si estuviese buscando una aventura, ¿verdad?
— ¡Oh, pues bueno sí, un poco! —dijo ella.
— No, la aventura ya la tuve antes del divorcio, pero era algo inevitable, la aventura sólo fue lo que prendió la pólvora que todo lo rompió.
Melany se quedó pensativa. Aquel hombre era sincero y no se guardaba nada.
— ¿Tienes novio? No es que me importe después de haberte besado, pero mejor asegurar, ¿no?
— ¡Oh no! —sonrió ella—.
Daniel decidió jugársela entonces, se acercó lentamente a su cara y le robó un beso en la penumbra del coche, un tímido beso tras el cual se separó apenas la longitud de sus narices.
Ahora fue ella quien quiso repetir y lo besó a él, pero esta vez fue más húmedo y Daniel pudo saborear mejor su boca. Así notó cierto olor empalagoso en su aliento, un olor que él identificaba con el que toda mujer exhala cuando su calentura llega hasta el límite. Sin duda ese era el semáforo en verde que le indicaba que la tomase ya, pues ella no esperaría mucho más.
Se fundieron en otro beso, esta vez mucho más húmedo que el anterior, sus lenguas se entrelazaron al tercer y cuarto beso y siguieron saboreando sus bocas respectivas, con su dulce saliva. Daniel empezó a acariciar su delgado cuerpo bajo su abrigo, palpando sus pechos a través de la blusa que llevaba, eran pequeños pero firmes. Como modelo no tenía un pecho de talla espectacular, pero sí que eran muy suaves al tacto.
Tras esto metió su mano bajo la blusa y los acarició a flor de piel, sintiendo como sus pequeños pezones se habían puesto duros y puntiagudos. Esto la hizo exhalar de placer y entonces él capturó su boca y la volvió a besar mientras sus manos jugueteaban con sus pezones.
Tras separarse de nuevo Daniel desabrochó los botones de su blusa y descubrió sus pequeños pechos, lanzándose a besarlos y chuparlos dulcemente. Melany lo abrazó y se dejó besar, gimiendo de nuevo.
Mientras esto hacía echó mano a su vaquero y palpó su sexo. El vaquero no era desde luego la mejor prenda para meterle mano a una mujer, pero el morbo de sentir palpitar allí debajo su deseo lo hacía tremendamente excitante. Melany se removió en su asiento al sentir estos tocamientos y exasperada lo besó con más fuerza aún.
Daniel le desabrochó el pantalón y le bajó la cremallera, e introduciendo sus dedos bajo sus braguitas se topó con la humedad de su sexo. ¡La chica estaba muy húmeda!
Sin esperar bajó con sus besos hasta su ombligo y luego siguió más abajo hasta donde pudo, incitando a la chica a permitir sus deseos, a permitirle ir más allá. Con su lengua raspó suavemente la zona por encima de su clítoris y esto hizo enloquecer a la joven, por lo que decidido tiró de su vaquero y esta arqueó su cuerpo para permitir bajárselo en el asiento.
Con él se llevó también sus braguitas, de modo que su sexo desnudo reposaba sobre el asiento ahora. Daniel no tardó en conectar su lengua con su raja, lamiendo y saboreando los jugos que de ella manaban. Haciendo que Melany se sumergiera en un mar de placer.
Siguió profundizando en sus caricias sobre su delicioso sexo y saboreando su dulce sabor salado. Ella bajó su trasero y abrió sus muslos para mejorar su acceso a su joya y él se empleó bien con su lengua y sus labios en proporcionarle lo que ésta deseaba.
Daniel no cejó en su empeño hasta que consiguió arrancarle súbitamente el orgasmo, algo que Melany esperaba desesperadamente. Y se entregó al goce y al disfrute contorsionándose en el coche donde el incansable hombre no paraba de lamerle la raja y darle placer.
Tras esto el hombre la dejó descansar y recuperar el aliento. Sin duda no hay nada mejor que regalar un orgasmo de aquella manera a una mujer.
Recuperada ya, Melany se sintió agradecida y se giró para besar de nuevo a Daniel. Ahora decidió tomar ella la iniciativa y palpar su bragueta, buscando en ella su erección mientras se besaban. La desabrochó e introdujo su mano en su calzoncillo empuñando su miembro mientras notaba en sus besos el olor de su propio sexo, impregnado en su boca tras practicarle el cunnilingus, lejos de provocarle repulsión, esto la excitó aún más, así que agarró con más fuerza su miembro.
Daniel se terminó de bajar el pantalón entonces y liberó su miembro para que ella lo masturbara más libremente. Esta lo hico un poco más y sin poder aguantar más se lo pidió.
— ¡Fóllame, fóllame ahora! —le ordenó.
— ¿Te quieres poner encima? —le preguntó él desde su asiento.
— ¿Tienes un condón?
— Si, por supuesto —dijo Daniel al instante.
— ¡Pues vamos póntelo! —le ordenó ella.
El hombre maduro sacó un condón de su cartera y sin prisa pero sin pausa lo sacó del envoltorio y se lo colocó.
Aunque no tardó mucho, Esos instantes se le hicieron eternos a Melany, que desnuda como una gata esperaba en su asiento.
Ya con él puesto, una caliente Melany se irguió y se colocó sobre los muslos del hombre, clavando sus rodillas en el asiento acercó su sexo hasta su miembro erecto y juntándolo poco a poco este desapareció en su rajita húmeda y caliente.
— ¡Oh, qué delicia! —exclamó Daniel sintiendo la suavidad de su tacto interior.
Esto arrancó un quejido de la joven modelo que también sintió entrar su ardiente puñal dentro de sí, llenarla y transportarla de nuevo al éxtasis.
Se besaron de nuevo y avivaron las llamas de la pasión, mientras se movían suavemente sobre el asiento. Con ella dentro sintió el placer fluir de nuevo por su joven cuerpo como ya casi no recordaba que se podía sentir.
Daniel apenas podía creer tener una mujer así delante suyo y se deleitó besando y chupando de nuevo sus pequeños pechos para goce de ella.
Poco a poco el coito se fue acelerando, arrancando más quejidos y jadeos de su partenaire mientras esta le devoraba su boca. Daniel le cogía el culo y le acariciaba con sus dedos su sexo desde atrás, palpando como la penetración se producía. Pensó en acariciar su ano, pues sabía que tal cosa la excitaría, pero pensó que aún no tenían suficiente confianza íntima para algo así, de modo que se contuvo.
Cuando Daniel le pidió cambiar de posición y le sugirió hacerlo “de culito”, ella se negó, pues tuvo un flashback de su última vez y lo rechazó.
— No, sigamos así —le dijo arreciando en sus besos y sus movimientos.
Daniel se entregó a los deseos de Melany, quien como una amazona experta, movió su culo y lo cabalgó hasta el final.
El hombre no aguantó más y derramó su líquido vital en el condón, mientras ella sentía sus contracciones dentro de sí y lo abrazó y besó hasta que éste paró de jadear.
¡El coito le había gustado mucho! Así que se quedaron así abrazados unos minutos más, sintiéndose aún uno dentro del otro, en silencio, en íntima comunión carnal. Unos últimos besos y caricias certificaron el intenso estado de bienestar en que se encontraban.
Finalmente Melany decidió desmontarlo y sentarse a su lado, desnuda. No hubo conversación en esos momentos, pues hay veces que un silencio dice mucho más sobre lo que se siente y las palabras sobran.
Sus manos seguían acariciando sus cuerpos, mientras permanecían a brazados. Traviesa, Melany comenzó a jugar con la bolsita llena del fluido vital de Daniel, quien aún mantenía su erección. Recordaba que esto le pasaba cuando era joven y estaba tremendamente enamorado de su mujer, hoy tal vez era otra la que despertaba tal sentimiento en él y le hacía sentir tan joven como antes.
A ella le pareció gracioso, así que él la dejó palpar.
— ¿Cuanto líquido?
— Si, ¡llevaba tiempo “ahorrando”! —le espetó provocando sus risas.
Por su parte Daniel decidió explorar su flor con sus suaves dedos. Esta seguía muy lubricada por lo que estos corrían por sus labios sin problemas. Tímidamente se introdujeron un poco en ella y aunque a Melany no le molestaban instintivamente soltó un quejido de desaprobación.
Inmediatamente Daniel los retiró, pero entonces, dándose cuenta de su error la chica rectificó y tomando su mano la condujo de nuevo a su caliente hermosura. Daniel se deleitó de nuevo con su tacto y su gran humedad. Entonces introdujo uno de sus dedos entró hasta el fondo y sintió la tibia, suave y cálida sensación de tener su dedo metido en tan íntima parte de la anatomía femenina. Sin duda un delicioso colofón a su ardiente encuentro.
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El presente relato se corresponde al capítulo 4 de mi novela Un Guiño del Destino , si te perdiste los primeros capítulos visita mi perfil de autor. Dejo aquí la sinopsis de la obra:
Estaba en plena inspiración, con la excitación a flor de piel, aproximándose a su orgasmo, pero retrasaba el clímax a conciencia y no se permitía correrse, hasta haber acabado el relato. Pues sabía que si lo hacía, perdería la libido y también la ansiada inspiración. Él se conocía y sabía que esto ocurriría de este modo, así que tenía que terminar de escribir el capítulo antes de entregarse al ansiado orgasmo.
Escribir en general, y novelas eróticas en particular, son oficios que se aprenden a base de práctica y más práctica. Él lo había hecho así durante años y creía dominarlo, aunque llegaba un momento en que tal vez era él, quien que se dejaba dominar por su mente inconsciente, que era la que tomaba las riendas en un momento dado y desataba sus más oscuros deseos, sus pasiones reprimidas y de este modo, liberado de las ataduras morales del mundo real, permitía que su imaginación construyera mundos imaginarios, donde excitantes situaciones entre los personajes se sucedían.
En esos momentos era cuando las palabras fluían, como el agua fluye al mar, rellenando páginas y más páginas de la novela. Sin duda un momento que todo escritor conoce, es como poner “la directa” en un coche antiguo y dejar que la velocidad vaya aumentando poco a poco hasta alcanzar el máximo, en este caso, la máxima inspiración.
Terminó, la última frase del capítulo ya estaba puesta, ahora un punto y aparte y el número para el siguiente capítulo. Ahora podía liberarse, de modo que levantándose de su silla de ordenador liberó al cautivo y agarrándolo con firmeza volvió a poner el vídeo de las gatitas que tanto le había inspirado mientras escribía. Admiró en su belleza, su juventud, pues en la juventud se concentra la belleza, al igual que una flor cuando se abre y está en todo su esplendor.