Un Guiño del Destino (¿Despedida?)

Sus dedos se perdieron desde atrás buscando su valle del deseo y...

¿Despedida?

Se quedaron unos momentos en silencio, allí abrazados, desnudos bajo los abrigos que les proporcionaban calor...

— ¿Estás casado? —preguntó de repente Melany.

— No —dijo secamente Daniel—. Estoy divorciado y tengo tres hijos.

— ¡Tres! —dijo Melany sorprendida—. Perdona si te molesta mi pregunta, pero ¿qué pasó?

— Simplemente se nos terminó el amor y sólo quedaron reproches y monotonía. Al final no aguanté más y decidí dejar la casa, técnicamente sigo casado pero ya no convivimos.

— ¿Y por qué no os habéis divorciado?

— Pues porque eso cuesta dinero. Hicimos un acuerdo con un abogado y demás para la pensión alimenticia de los niños, pero no nos divorciamos.

— ¿Volverías con ella?

— No, claro que no —dijo Daniel con rotundidad.

— Perdona no quería enfadarte —se lamentó la chica pensando que su actitud no le había gustado a Daniel.

— No estoy enfadado, sólo te he respondido con sinceridad, no me molesta que me hagas preguntas es normal que quieras saber de mí, es más me gusta que me las hagas. Ahora me toca a mí, ¿tienes novio o ligue o algo parecido?

— No, yo también quiero ser sincera —dijo ella a modo de réplica.

— ¿Qué has visto en mi Melany?

— ¿Cómo? —preguntó soltando una risita nerviosa—.

— ¿Qué, qué has visto en mi Melay? Soy mayor que tú, no tengo un gran coche, ni aparento tener mucho dinero.

— La verdad es que hay algo en ti que me atrae y después de lo que me has hecho sentir no me arrepiento de haberme dejado conquistar por ti. Pero, ¡no pienses que soy una chica facilona! No me voy acostando con todos los tíos que conozco la primera noche.

— ¡Por supuesto! Y aunque lo fueras no me molestaría lo más mínimo —rió Daniel—. ¿A qué te dedicas?

— Soy modelo, ¿no salta a la vista?

— ¡Ya lo creo que sí! ¡Eres preciosa! —añadió.

— ¡Gracias! —dijo Melany dándole un beso—. Este fin de semana he vuelto para ver a una amiga, pero al final me ha dejado plantada liándose con un chico que hemos conocido, aunque bueno, eso me ha permitido conocerte a ti.

— ¡Ah entonces te estabas vengando de su abandono conmigo! —exclamó Daniel bromeando.

— ¡Que no tonto! Tú me gustas, desde el principio, vi algo en ti, ya te lo he dicho —insistió Melany.

— Está bien, la verdad es que eres preciosa y estoy muy feliz de haberte conocido esta noche, aunque temo que tal vez esto sea sólo un sueño, tal vez mañana despierte y tú hayas desaparecido —se lamentó Daniel.

Melany tomó su brazo y le dio un buen pellizco, esto provocó que Daniel diera un respingo y se quejase por el dolor.

— ¡Oye! ¿Por qué lo has hecho? —protestó rascándose la zona agraviada.

— Para que veas que no es un sueño, ¡soy real! —dijo Melany.

— Vale, ya sé que eres real. Ahora te llevaré de vuelta y luego nos despediremos, tal vez me des un último beso, me digas adiós y no nos veamos más. Dentro de un mes ya sólo seré un recuerdo en una serena noche de invierno, y tal vez entonces yo empiece a plantearme si esto fue real o sólo un sueño y nada más —volvió a lamentarse Daniel.

— ¿Eres actor o algo parecido? Parece que estás interpretando un papel en una telenovela —rió Melany.

— Bueno si, tal vez estoy delirando un poco —rió Daniel.

— Aunque dentro de un mes sea sólo un recuerdo en tu mente. ¿Acaso eso te impedirá deleitarte en el recuerdo de esta noche? Recordando mis besos, mis caricias, mi sexo húmedo... ¡El orgasmo! ¿Acaso no pensarías que valió la pena?

— Tienes mucha razón Melany. Ha sido maravilloso conocerte —dijo y volvieron a besarse.

— ¡Vaya, menos mal! Si llegas a decir que no, ¡te hubieses ganado un bofetón! —rió Melany—. Yo no me acuesto con cualquiera —le repitió ella.

Un silencio se abrió entre ambos, mientras cada uno trataba de poner en orden sus propios pensamientos.

— Hace un mes o así conocía a un chico en una fiesta. Era mono y me hacía reír, ya ni me acordaba de cuándo fue la última vez que tuve relaciones así que estaba predispuesta. Le di un voto de confianza y abusó de mí. Al principio me gustó cómo me lo hacía, pero después empezó a tratarme con brusquedad y dejó de gustarme, intenté sacármelo de encima pero se puso más violento y sólo pude esperar a que el jodido cabrón se corriese. Entonces aproveché para darle un bofetón que lo tiró de espaldas y escapé.

— ¡Bien hecho! No entiendo como alguien puede tratarte mal —dijo Daniel mientras le daba un beso y la achuchaba contra su cuerpo.

Melany no respondió, las lágrimas se habían derramado y ahora le atenazaban la garganta. Daniel se dio cuenta y trató de animarla con más besos y caricias.

— Ya pasó, ya no volverá más. Ahora estás segura y a gusto, aquí conmigo, bajo el influjo de la luna. No tienes nada que temer —le dijo Daniel para consolarla.

— Lo sé, tú nunca me harías daño —dijo Melany aferrándose a su brazo.

Despacio los minutos pasaban, en la intimidad de aquel coche en un lugar apartado.

— ¿Puedo saber qué edad tienes? —dijo Daniel.

— Veinticuatro.

— Estás en la flor de la vida, eres como una rosa recién abierta, aún te quedan muchas primaveras antes de que caiga alguno de tus suaves pétalos.

— Hablas muy bien, ¿lo sabías? Tal vez por eso me caíste bien desde el principio y por eso me he entregado a ti.

— Bueno, pues gracias por elegirme —dijo Daniel sintiéndose el hombre más feliz del mundo por unos segundos, pues no hay mayor felicidad que cuando nos sentimos correspondidos por el otro.

— Tengo frío, ¿me llevas a mi hotel?

— Claro que si, aunque eso signifique la despedida, te llevaré de vuelta.

Melany no respondió. Se vistieron, rebuscando la ropa en los asientos delanteros y pasaron a ellos como antes habían hecho. Daniel salió fuera y aspiró profundamente el aire fresco de la noche, la luna amarilleaba ya a estar casi rozando de nuevo el horizonte, pero esta vez en su ocaso.

El camino de regreso pasó tan rápidamente como lo habían hecho a la ida, a pesar de los intentos de Daniel de frenar a su viejo compañero de transporte. Tranquilamente éste se deslizaba por la calzada, fiable y robusto, como un amigo inseparable, desandando los kilómetros hechos hasta el lugar donde se habían amado.

Ninguno de los dos habló en este tiempo, tan sólo Melany le indicó el nombre del hotel, lo que sorprendió a Daniel, pues siempre había oído que ese era el hotel de los famosos, el lujoso Alfonso XIII.

Llegaron a la puerta y paró el coche delante de la recepción. Era la primera vez que Daniel accedía a aquel lugar con su coche, pues siempre lo había visto desde fuera. Desde luego si alguien los hubiese visto bajar de aquel viejo vehículo, hubiesen pensado que estaban fuera de lugar en aquel lujoso hotel.

— Bueno, ya hemos llegado, me darás al menos un beso o dos, ¿no? —dijo Daniel lastimero.

— Te daré todos los que tú quieras —dijo Melany acercándose para besar suavemente sus labios primero y más apasionadamente después antes de separarse.

Esto dejó abatido al pobre Daniel, con una sensación de intensa melancolía por la pérdida que iba a tener. Algo que ni él mismo se esperaba. En ese momento sintió una intensa rabia, pues algo le decía que si la dejaba allí ya nunca más la volvería a ver. Pero, ¿qué podía hacer él?

Melany lo vio tan parado que sintió pena de dejarlo así y se apiadó de él.

— ¿Por qué no subes? Pareces muy cansado e igual te duermes al volante. Anda, sube y duerme conmigo, así no me sentiré sola en mi habitación —le dijo animándolo mientras le echaba el brazo por los hombros y le susurraba a la oreja.

— ¿Estás segura? —dijo Daniel alegrándose de que el tiempo junto a ella se alargase de esa forma.

— ¡Claro! Deseo dormir contigo esta noche y despertarme junto a ti por la mañana.

Dejaron el coche en el parking junto al hotel. Daniel la tomó de la cintura y entraron en la recepción, donde un chico joven dormitaba cabizbajo tras el mostrador. Al verlos se desperezó súbitamente y les deseó buenas noches, a lo que ellos respondieron de igual manera.

La habitación era impresionante, decorada con lámparas de plomo y muebles de maderas nobles, estaba iluminada con una luz cálida y suave. Los colores iban del amarillo de las paredes y de las luces al marrón de los muebles, creando un ambiente sumamente cálido y acogedor. Una alfombra enorme circundaba la cama, ésta tenía cuatro postes y una mosquitera arrollada cruzaba de poste a poste, como si fuesen a dormir en África y necesitasen de protección contra los mosquitos.

Melany se quitó sus zapatos de tacón y pisó el suelo con sus calcetines de media. Después se volvió y sonrió dulcemente al atónito Daniel.

— ¿Te gusta la habitación?

— Es impresionante —dijo Daniel con cara de pasmado—. He pasado delante de este hotel decenas de veces pero nunca lo había visto por dentro.

— A mi no me gusta mucho, pero es el hotel que me reservó mi asistente personal. Ella es la que me busca y organiza todo, es muy cómodo, no me tengo que preocupar de nada —le explicó Melany.

— Sin duda tu vida debe ser maravillosa —dijo Daniel.

— No creas también tiene sus cosas malas, como todo. Oye, voy a ducharme y me preguntaba si te bañarías conmigo —le propuso una sonriente Melany.

— ¡Oh, claro, creo que necesito un baño urgentemente! —dijo Daniel sonriendo.

Pasaron al baño, antes de que Daniel se desabrochara la camisa, Melany ya se había deshecho de su vaquero, su camiseta y su tanga. Daniel se quedó mirándola embobado, ¡era realmente preciosa!

Su cuerpo era delgado y muy estilizado, ni un bello en su pubis, ni por supuesto en el resto del cuerpo, parecía una adolescente en lugar de una mujer adulta. Melany se sintió observada y por supuesto, deseada por aquel hombre a quien acababa de conocer y le regaló su mejor sonrisa. Se sentía tremendamente a gusto con él.

— ¿Estoy buena verdad? —dijo Melany zalamera.

— Antes de verte desnuda ya pensaba que eras preciosa, pero ahora que te veo como tu madre te trajo al mundo, ¡pienso que eres una locura de mujer! —le espetó Daniel pasmado.

Melany sonrió y se retiró el cabello por encima de su oreja derecha, en un gesto automático, denotando tal vez algo de pudor.

— La verdad es que yo no voy al gimnasio, así que no esperes verme en forma ni nada parecido —se lamentó Daniel bajándose los pantalones para desnudarse.

— No seas tonto, me gustas por cómo eres, no voy buscando un hombre depilado con pectorales de gimnasio. Tú eres lo opuesto a lo que veo en las pasarelas desfilando con las modelos, esos chicos están bien, no digo que no, pero ellos no tienen lo que tienes tú —le dijo ella mostrándole su sonrisa.

— ¿Y qué tengo yo? —insistió Daniel.

— Tú tienes carisma y algo que te hace especialmente atrayente para mí —dijo ella acercándose para abrazarlo y darle un beso.

Daniel sintió el contacto con su suave piel una vez más,  la estrechó entre sus brazos. No pudo evitar llevar sus manos a su trasero y cogerlo achuchándola contra él, en un contacto muy sensual y excitante. Finalmente, de la mano de Melany, se introdujeron en la ducha.

El agua caliente comenzó a resbalar por sus cuerpos, Melany manejaba la ducha refrescándose primero ella y luego a él. Después tomaron jabón y decidieron que uno enjabonase al otro, en un juego tremendamente morboso y excitante.

Primero empezó Daniel, quien con sus propias manos fue frotando la piel de la joven comenzando por los hombros y fue bajando por su espalda hasta su cintura para luego rodearla desde atrás y subir hasta sus pechos, donde se detuvo mientras sus manos jabonosas apreciaban su especial tersura. Sus pezones sonrosados estaban tiesos y muy duros, sus pequeños pechos se cubrían fácilmente con la palma de su mano, aunque a él le gustaban los pechos grandes, como a cualquier hombre, aquellos le parecieron exquisitos.

Melany sonrió cuando se los acarició, luego siguió por sus axilas provocándole cosquillas y finalmente bajó hasta su estómago de nuevo y se zambulló entre sus ingles, acariciando y enjabonando su preciosa vulva. A lo que ella respondió con un suspiro.

Luego pasó a sus glúteos, donde admiró su suave tacto y su firmeza, apretó sus nalgas suavemente y deslizó un dedo por entre sus glúteos sensualmente. Luego su mano accedió a su vulva desde atrás, lo que provocó intensas cosquillas a Melany, quien rió melosa.

En ella se deleitó, extendiendo jabón bajo su surco. Ella soltó un sus piro y se dejó acariciar. Él se deleitó con la tersura de sus pétalos una vez abierta la flor de su secreto y la sintió lubricada por dentro, de nuevo presta y dispuesta para la acción.

Hizo que Melany se girase y la besó con pasión y con ternura, sus lenguas juguetearon en sus bocas mientras su calor y humedad se fundía como el chocolate sobre el helado.

Volvió a colocar su mano en su flor por delante, deleitándose con sus suaves pliegues, mientras tímidamente introdujo la primera falange en su surco. Finalmente bajó y le enjabonó sus muslos, sus rodillas y sus pantorrillas, para terminar en sus pies.

Ahora era el turno de ella. Lo giró desde el primer momento y para enjabonarlo se abrazó a su espalda, usando todo su cuerpo a modo de esponja se frotó con él como hacen los gatos con sus amos.

Con este simple gesto Daniel enloqueció, sintiendo cada centímetro cuadrado de la tersura de su suave piel frotándose contra su espalda, mientras sentía la fuerza de su abrazo, su pubis, duro pegado a uno de sus glúteos. No pudo evitar echar sus manos atrás e intentar retorcerlas para alcanzar su trasero de nuevo.

Las manos de Melany bajaron ahora hasta alcanzar su virilidad, donde se deleitó acariciando su miembro, palpándolo sin verlo, cogió más gel en sus manos y la espuma lo cubrió, mientras este se escurría entre sus pequeñas manos. Así siguió recorriendo cada parte de su cuerpo, como ya hiciera él hasta terminar en sus pies.

El agua caliente corrió de nuevo y enjuagó sus cuerpos, liberándolos de la espuma. Melany volvió a lucir radiante tras el baño y su piel mojada la hacía todavía más atractiva. Daniel la miraba de frente y en un ataque de locura se acercó a ella y chupó sus pechos mientras el agua seguía corriendo.

Sus dedos se perdieron desde atrás buscando su valle del deseo y lo encontraron de nuevo lubricado, húmedo y caliente, el agua era incapaz de eliminar la suave capa que lo lubricaba y hacía que fuera tan delicioso el acariciarlo.

Se arrodilló ante ella y sin dudarlo sus labios bebieron de su valle, por el que caía el agua de la ducha en cascada, lo que no le impidió saborear su dulce miel, recogiéndola con su lengua, ávida de ella.

Turbada, Melany se rindió a sus deseos, que también eran los suyos, y se entregó al goce y al placer una vez más. El cunnilingus le supo a gloria y mientras con una mano sujetaba la ducha, con la otra acariciaba el pelo de su partenaire.

Entonces Melany se giró y le invitó a entrarle desde atrás. Daniel se colocó y con su verga bien limpia y brillante la hizo desaparecer en su interior.

Se agitaron nada más conectar, tardando un poco en acompasar sus movimientos, hasta que estos fueron rítmicos y fueron aumentando en fuerza hasta provocar sonoras palmadas que reverberaron entre los azulejos del cuarto de baño.

Tras esto Melany se giró y llevada por la pasión se arrodilló ante Daniel, tragándose su excitación roja y henchida, su boca terminó de colmar de placer al hombre, quien se entregó a ella cerrando los ojos, tratando de controlar lo incontrolable.

Cuando notó que ya no aguantaría más, tiró de la pequeña cabecita de Melany y la apartó levantándola de nuevo. Ahora no supieron bien qué hacer, pero con ansias buscaron el esperado final.

Melany levantó una pierna y Daniel, frente a ella, frotó con su glande su vulva y finalmente la penetró.

En una postura un tanto inestable, se entregaron a un coito tan deseado como placentero. Apenas unos segundos después, Melany se contrajo en un orgasmo súbito, entonces Daniel sacó su miembro y empuñándolo con la mano, ante la atónita mirada de ella se masturbó, terminado con potentes chorros de su semen cayendo a la bañera.

Melany se quedó extasiado mirando el espectáculo, la verdad es que le pareció algo muy sensual y maravilloso, ver a su hombre correrse delante suyo y soltar su semen al final, fue de lo más excitante.

Exhaustos, volvieron a lavarse íntimamente y se aclararon con la ducha. Luego se secaron y Daniel ayudo a una cansada Melany, a salir de la bañera y la acompañó hasta la cama, donde la tendió y cubrió su cuerpo con las suaves sábanas blancas.

Después Daniel entró en la cama por el otro lado y juntos se abrazaron bajo las sábanas para desearse buenas noches. Tremendamente cansados el sueño les venció al alba, cuando la noche ya comenzaba a dar paso al día y los pájaros y los pequeños animales comenzaban a despertar allá afuera, entonando sus cantos vespertinos.

El presente relato se corresponde al capítulo 4 de mi novela Un Guiño del Destino , si te perdiste los primeros capítulos visita mi perfil de autor. Dejo aquí la sinopsis de la obra:

Estaba en plena inspiración, con la excitación a flor de piel, aproximándose a su orgasmo, pero retrasaba el clímax a conciencia y no se permitía correrse, hasta haber acabado el relato. Pues sabía que si lo hacía, perdería la libido y también la ansiada inspiración. Él se conocía y sabía que esto ocurriría de este modo, así que tenía que terminar de escribir el capítulo antes de entregarse al ansiado orgasmo.

Escribir en general, y novelas eróticas en particular, son oficios que se aprenden a base de práctica y más práctica. Él lo había hecho así durante años y creía dominarlo, aunque llegaba un momento en que tal vez era él, quien que se dejaba dominar por su mente inconsciente, que era la que tomaba las riendas en un momento dado y desataba sus más oscuros deseos, sus pasiones reprimidas y de este modo, liberado de las ataduras morales del mundo real, permitía que su imaginación construyera mundos imaginarios, donde excitantes situaciones entre los personajes se sucedían.

En esos momentos era cuando las palabras fluían, como el agua fluye al mar, rellenando páginas y más páginas de la novela. Sin duda un momento que todo escritor conoce, es como poner “la directa” en un coche antiguo y dejar que la velocidad vaya aumentando poco a poco hasta alcanzar el máximo, en este caso, la máxima inspiración.

Terminó, la última frase del capítulo ya estaba puesta, ahora un punto y aparte y el número para el siguiente capítulo. Ahora podía liberarse, de modo que levantándose de su silla de ordenador liberó al cautivo y agarrándolo con firmeza volvió a poner el vídeo de las gatitas que tanto le había inspirado mientras escribía. Admiró en su belleza, su juventud, pues en la juventud se concentra la belleza, al igual que una flor cuando se abre y está en todo su esplendor.