Un Guiño del Destino
Su tacto era aterciopelado y gelatinoso, tan suave y con...
Ella
El desfile había sido agotador, siempre era muy estresante. Aunque no lo parezca, las modelos se ponían muy nerviosas y a este estado de nervios contribuían diseñadores y diseñadoras histéricos, que las trataban como a ganado.
A sus veinticuatro años Melany ya estaba acostumbrada. Llevaba desfilando desde los dieciséis. La genética había sido benévola con ella y había heredado los mejores atributos de su madre: 1,75m, 92—60—90; pelo rubio que le caía por la espalda, acaracolado en las puntas y unos preciosos ojos verdes. Sin duda una mujer de belleza extraordinaria y cautivadora que había aprendido a vivir en el mundo de celos e intrigas de la moda.
Cuando desfilaba sabía que despertaba las envidias de las viejas, que veían su cuerpo joven y bonito. Los deseos apasionados de los hombres de todas las edades. Y en las chicas jóvenes como ella, el anhelo de una vida de glamur como la suya. En el fondo todos envidiamos algo de otros, seamos conscientes de ello o no.
Al principio su madre la acompañaba en sus viajes. Ella era la más exigente con Melany, poniéndole el listón cada vez más alto, controlándola en todo, casi dejarla ni respirar. Por eso su relación fue deteriorándose hasta el punto que, cuando cumplió la mayoría de edad, renegó de ella y comenzó a viajar sola con su maleta. Sin duda creyó que esta era la mejor solución para sus desavenencias. Pero entonces le ocurrieron cosas horribles, cosas que después de seis años había enterrado en el olvido, sepultándolas bajo capas de censura en lo más profundo de su mente. Allí donde todos ocultamos nuestros los secretos que no nos atrevemos a recordar.
Pero se había hecho fuerte, había aprendido las reglas de la vida y ahora su voluntad no se doblegaba ante las tentaciones de la fama, el dinero o los ofrecimientos de nadie. Así fue como maduró realmente, como su carácter y su cuerpo evolucionaron desde una adolescencia tardía, bajo las faldas protectoras de su madre, hasta una madurez acelerada por las circunstancias.
Tras el desfile todas las chicas cambiaban los incómodos vestidos de modistos gais, que veían en la mujer una simple percha que tenía que adaptarse a sus rocambolescos diseños, por cómodos vaqueros y camiseta para salir a la fiesta post-desfile. Donde abundaban el champán y los canapés. Más de una acababa desmayada o vomitando en los servicios, cuando no, bajo las sucias manos de algún viejo verde, con el suficiente dinero para comprar aquello que le era imposible alcanzar por otros medios.
Lo peor era que muchas chicas accedían a estos juegos bajo promesas de contratos futuros o con la esperanza de que algún ricachón las hiciera sus esposas. Mejor si era famoso, pues así su caché se veía incrementado a medida que los rumores en la prensa del corazón sobre su relación crecían.
Algunas se drogaban para mantenerse activas horas y horas, tanto en los desfiles como en las fiestas. Otras lo hacían para hacer más llevadera una vida vacía, basada en las apariencias y un glamur tan vaporoso como irreal. Y terminaban tan enganchadas a ellas, que les era imposible dejarlas.
Melany no era ajena a todo esto, pero siempre se había negado a probar cualquier tipo de sustancia. Esto se lo debía a su controladora madre, que no la dejaba sola ni para ir al servicio durante las fiestas. Ahora, cada vez que entraba al baño y veía a otras meterse una raya, se acordaba de ella y era una de las cosas que le agradecía.
Quedaban ya pocas chicas en los improvisados vestuarios cuando Melany se sintió sola. Entonces apareció Lucrecia, la diseñadora para la que desfilo esa noche. Afable se dirigió a ella.
— ¡Oh Melany, esta noche has estado fantástica, tú eres mi modelo preferida! —le dijo mientras la abrazaba y la besaba en las mejillas.
Melany sonrió forzadamente y le dio las gracias por su felicitación.
— El año que viene también tienes que estar conmigo, ¿me lo prometes? —le dijo la diseñadora
— ¡Oh por supuesto Lucrecia, será un honor desfilar para usted! —le dijo Melany despertando del letargo de melancolía en que se había sumido tras recordar a su madre mientras se cambiaba.
— ¡Por favor querida, no me llames de usted! Simplemente Lucrecia, ¿vale?
— ¡Claro, cómo no!
— ¡Oh eres tan preciosa! —le dijo a bocajarro mientras se la quedaba mirando, únicamente vestida con sus braguitas blancas.
Melany estaba acostumbrada a este tipo de comentarios aunque viniendo de otra mujer muchas veces eran halagos envenenados, que ocultaban una envidia insana, cuando no, un desprecio por su persona. Era una forma perversa de elogio, pero así eran las mujeres en su mundo. Por eso, cuando Lucrecia se lo dijo, se limitó a sonreírle inocentemente y a darle las gracias de nuevo.
Cuando se disponía a ponerse sus vaqueros, se inclinó levemente, con sus firmes pechos puntiagudos al aire. Metió una pierna y a continuación la otra y tiró de ellos. Entonces Lucrecia se abalanzó sobre ella y la hizo chocar con su trasero contra la pared de pladur junto a la que se encontraba.
Su mano rápidamente se deslizó por su vientre y cubrió su parte más íntima, al tiempo que el abrazo de la corpulenta Lucrecia la acorraló contra la pared cortándole el paso.
Lucrecia era una mujer un poco más baja que Melany. A sus cincuenta años su figura ya no era la de antes. Su enorme trasero se apretaba en un vestido que oprimía cada una de las generosas curvas de su cuerpo. Y sus pechos, embutidos en un escote redondo amenazaban con rebosar por encima del ajustado vestido.
No le fue difícil inmovilizar a una escuálida Melany apretujándola contra la pared. La joven, desconcertada por este ataque repentino, sabía que muchas diseñadoras eran lesbianas, al igual que la mayoría de diseñadores eran gais. Siempre se sentía observada por ellas cuando se hacía las pruebas y en cierta medida manoseada mientras se probaba sus diseños antes de salir a la pasarela. Algunas incluso se propasaban y le practicaban tocamientos más o menos consentidos por ella, pero ninguna llegó tan lejos como acaba de hacer Lucrecia, aunque Melany no se sobresaltó y mantuvo la calma.
La mujer masajeó suavemente sus braguitas y su sexo sintió sus caricias. Pero no se detuvo ahí, sus labios se lanzaron a su cuello y se clavaron en su yugular, chupándola con dulzura.
— ¡Oh eres tan dulce! —dijo mientras se separaba para mirarla a los ojos.
Entonces Melany aprovechó para zafarse de encerrona e intentó alejarse con los vaqueros aún por las rodillas.
— ¡Por favor déjeme! —le dijo en un tono firme.
Pero la mujer no abandonó sus intentos. Se abalanzó una segunda vez sobre ella y abrazándola le besó un pecho, capturando en sus labios su pequeño pezoncillo mientras con sus manos la sujetaba por su trasero.
— ¡Venga Melany! No seas así mujer, yo podría hacerte llegar a ser la número uno de las pasarelas —le dijo aquella mujer madura—. Si tan solo tú quisieras hacer feliz a una vieja como yo.
Demasiadas promesas había oído ya Melany de mujeres y hombres que únicamente buscaban aprovecharse de su juventud. Por unos instantes sintió el deseo, fue como un destello fugaz, que su atacante aprovechó para arrodillarse ante ella y tirando de sus braguitas descubrió su joya depilada a conciencia.
— ¡Oh mi niña! ¡Qué preciosa flor tienes! —le dijo la mujer rendida a sus pies.
Y sin darle más tiempo para reaccionar sintió como sus labios arropaban su clítoris y con una leve succión lo desfloraban, sintiendo la suave humedad y calor de su boca en lo más íntimo de su ser.
Confundida, Melany recordó la primera vez que otra diseñadora se aprovechó de su inocencia. Este era uno de sus recuerdos más profundos y olvidados, que aquella noche salió a flote por la acción de la diseñadora. Lo que la transportó en el tiempo y el espacio hacia otro lugar en circunstancias similares. Aquella vez su atacante se salió con la suya y mancilló el alma pura de una Melany que apenas había comenzado a volar libre por el mundo.
Mientras enterraba de nuevo esos pensamientos, otra oleada de recuerdos ocultos le trajo a Estefany a la memoria. Estefany era una modelo en decadencia que supo aprovecharse de su inocencia, ganándose su confianza tras la ruptura con su madre, hasta que consiguió seducirla para mantener una relación amorosa con ella. Fueron sólo unos meses, en ellos Melany aprendió cómo una mujer ama a otra mujer. Aunque terminó tan fugazmente como empezó, pues Estefany se cansó pronto de ella y la abandonó, dejó una honda huella en su alma.
Desde entonces Melany no había vuelto a estar con ninguna otra mujer, a pesar de que más diseñadoras y modelos le habían tirado los tejos.
Pero la que ahora estaba arrodillada ante ella, la estaba avasallando de tal manera, que su lengua recorría sus labios vaginales, mientras una electrizante sensación la estremecía. Al verla bajo ella de esa manera, se acordó de nuevo de la primera vieja, aquella que se aprovechó de su inocencia, esto le provocó un rechazo tan visceral que estalló:
— ¡No! —gritó Melany empujándola con todas sus fuerzas, haciéndola caer de espaldas frente a ella.
Después todo fue silencio. Desde el suelo, Lucrecia vio como la furiosa Melany se colocaba de nuevo sus braguitas para cubrir su sexo desnudo, se subía el vaquero, recuperaba su camiseta y cogía sus zapatillas a toda prisa para salir de allí cuanto antes.
— ¡Te prometo que te arrepentirás de esto! —fueron sus últimas palabras mientras torpemente intentaba levantarse.
Pero Melany no miró atrás. Se sentía tremendamente violenta y culpable por haberse dejado intimidar de aquella manera, sentía una rabia indescriptible por haber caído en la tentación de dejarse llevar por aquella zorra.
Al salir a la calle sacó su móvil de última generación y con lágrimas en los ojos y la voz rota habló con su interlocutora.
— Un taxi por favor, estoy en la avenida Torneo, en el cruce con Reyes Católicos —dijo.
En el trayecto de vuelta a su hotel no cruzó ni una palabra con el taxista. Se limitó a contemplar las luces de la ciudad, los transeúntes caminando por las aceras y un gran fuente en mitad de una glorieta profusamente iluminada. Con la mirada perdida en algún lugar de aquellas calles, consiguió serenarse un poco y recomponerse durante el trayecto.
Ya en su habitación abrió el grifo de la bañera y echó sales de baño, dejándola que se llenase. Fue a la cama, puso el modo avión en su móvil y se desnudó, lanzando sus prendas sobre la cama.
Volvió a la bañera, que seguía llenándose y agachándose ligeramente tomó la temperatura del agua sacudiéndola con su mano, corrigió la posición del grifo para ajustarla y ésta siguió cayendo para llenar la bañera un poco más.
Después se introdujo suavemente en el bosque de espuma que habían formado las sales de baño y éste cubrió su cuerpo completamente. Apoyó su cabeza en un extremo donde había colocado una toalla a modo de almohada, se colocó unos auriculares que conectó a su móvil y puso su música preferida en él.
Tras cerrar los ojos, la relajación que alcanzó fue tan profunda que se quedó dormida, siendo incapaz en un primer momento de saber el tiempo que había transcurrido, pero el agua estaba ya lo suficientemente fría como para haberla despertado.
Mientras dormía tuvo un sueño, soñó con un hombre normal y corriente, que no se parecía en nada a los presumidos modelos que conocía de las pasarelas, que constantemente estaban preocupados por su físico y que cuando se relacionaban con otras chicas, modelos o no, trataban de impresionarlas en la cama. Fingiendo coitos interminables que acababan cansando a la chica, que tal vez fingía su orgasmo para acelerar el final del aburrido encuentro.
Aquel hombre del sueño era mayor que ella, sereno y tranquilo, le inspiraba paz y seguridad, ternura y cariño. Pero curiosamente cuando intentaba fijarse en su cara, para distinguir algún rasgo, le resultaba imposible hacerlo, era como si no tuviese rostro, algo muy extraño.
Se sintió enamorada de él desde el primer momento en que lo vio en el sueño, en éste, llegó un punto en el que prácticamente estaba consciente y podía decidir sobre sus acciones, llegando a ser todo tan real, que el despertar le provocó una tremenda rabia. Salió de la bañera y tras secarse se dirigió a la cama.
Buscó un conjunto de top y braguitas de raso, se los puso y se metió entre las sábanas intentando entrar en calor. Tras la cabezada en la bañera no podía dormir y descubrió algo más: ¡Estaba tremendamente excitada! Entonces recordó el beso de aquel hombre en su sueño, era un desconocido pero para ella era como si lo conociese de toda la vida. Recordó que el hombre acariciaba su entrepierna, como iba besandola en su cuello, chupando dulcemente su yugular, bajando hasta besar dulcemente sus pequeños pezones erectos y llegando más abajo aún, cuando ya se adentraba en lo más profundo de su ser, fue cuando despertó.
Por eso estaba tremendamente caliente ahora, en el sueño había deseado con todas sus fuerzas que el hombre bajara allí y completara su acción, pero esto no ocurrió. Así que ahora tendría que terminar lo que en el sueño había empezado.
Comenzó a explorar su cuerpo con sus manos, recorrió sus senos con las yemas de sus dedos, pellizcó suavemente sus pezones hasta endurecerlos, los paseó por su abdomen hasta llegar a su braguitas y se hizo cosquillas con sus uñas de manicura. Se acarició la cara interior de sus muslos y volvió a sus ingles, jugueteó al gato y al ratón con los bordes de sus braguitas, introduciendo sus dedos suavemente y volviéndolos a sacar, rozando levemente la humedad que de allí ya había.
Terminó despojándose de su prenda íntima para liberar su flor abriendo sus muslos para poder acariciar cada uno de sus pétalos. Poco a poco la excitación fue creciendo a medida que sus caricias se hacían más intensas. Cuando sus dedos profanaron el interior de su ser, estaba tan excitada que cerró sus piernas frotándolas una contra la otra, sintiendo la suavidad de su piel tras el baño. Sus pezones estaban tan duros y erectos, que decidió ocuparse de ellos con una mano, pellizcándoselos suavemente, mientras con la otra seguía acariciándose su flor abierta y húmeda.
Era tan delicioso que un escalofrío la recorrió cuando se imaginó al hombre del sueño encima de ella, cubriéndola con su cuerpo, llenándola con su pasión y aplastándola con su peso. Casi podía oler su after shave , podía sentirlo encima suyo, la firmeza de su espalda, el calor de su abrazo, la potencia de sus movimientos y la dureza de su miembro buscando la entrada de su sexo.
¡Por dios, cada célula de su piel podía sentir su proximidad aunque allí no hubiese nadie! Convino en que aquel hombre debía ser real, tenía que serlo, de repente oyó algo, como una voz que le decía: ¡Pronto lo conocerás!
Aquello la turbó, podía ser sólo su imaginación pero se resistía a creerlo, la voz había sido tan real como el sueño. Desconcertada, extendiendo su mano alcanzó la mesilla de noche, allí la esperaba su compañero de viajes, un compañero que no podía faltar en neceser de toda chica que fuese de aquí para allá, siempre fiel, siempre dispuesto.
Su tacto era aterciopelado y gelatinoso, tan suave y con formas tan parecidas a uno de verdad que si no fuese porque su temperatura lo delataba, bien podría ser confundido en la oscuridad con uno de carne. Amante infatigable la ayudó a elevar su placer, su sexo se abrió de par en par para acogerlo y mientras lo hacía entrar y salir, sentía como el placer la inundaba, expandiéndose por su red nerviosa, activando los millones de terminaciones repartidas por cada centímetro de su piel.
Mientras se penetraba con una mano, con la otra seguía pellizcándose sus pezones, cada vez con mayor intensidad, con ritmo acompasaba a sus penetraciones con sus pellizcos, luego paraba, su cuerpo se tensaba y luego seguía, mientras el placer fluía como un torrente por sus venas. Así se aproximaba al ansiado final, sin llegar a alcanzarlo, pues con cada parada se relajaba lo suficiente para bajar unas décimas su nivel de excitación y luego seguía desde ese punto, como si fuese una montaña rusa, subiendo y excitándose, para luego bajar y relajarse hasta alcanzar la siguiente cresta de placer.
Finalmente estalló, se abandonó en su orgasmo, retorciéndose como el tronco de la vid al crecer, adoptando posturas extremas, giró hacia un lado y luego hacia el otro, mientras el orgasmo sacudía salvajemente su cuerpo. Sintió como se elevaba en el vacío, mientras disfrutaba del éxtasis supremo, llena de alegría y de gozo por unos segundos indescriptibles, para luego bajar y volver a unirse con su cuerpo, recuperando la consciencia poco a poco, como cuando se despierta del sueño.
Ahora que estaba de vuelta, se negaba a moverse ni un milímetro para mantenerse el máximo tiempo posible en ese estado de felicidad y de paz anterior que había alcanzado con el orgasmo, apurando el recuerdo de la deliciosa sensación mística del clímax.
Se preguntaba si los santos sentirían algo parecido con sus éxtasis, sin duda este era un pensamiento blasfemo, ¿pero desde cuando ha sido pecado la curiosidad?
Sacó a su fiel amigo de entre las sábanas, lo depositó sobre la mesilla de noche junto a la cama y se dispuso a dormir un poco más. Su último pensamiento fue para aquel misterioso hombre, el de su sueño, deseando con fuerza volver a verlo, ahora que volvía a su reino, el reino de los sueños.
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es mi novela más personal, por ejemplo el prefacio es una experiencia "real" que viví yo mismo, novelada para la obra y hasta ahí puedo contar...