Un Guiño del Destino
Aferrado a sus caderas, arremetió con ganas y su ex gimió en plena aceleración y frenesí convulsivo, hasta que...
Prefacio
La vida es muy complicada. Pasamos épocas difíciles en las que la melancolía se adueña de nosotros, en la que tiempos pasados siempre fueron mejores y en el que, el ahora, nos ahoga, nos asfixia, nos coarta hasta tal punto que un rayo de luz, por tenue que éste sea, es una puerta abierta a la esperanza, que nos reconforta y nos calienta como el Sol del mediodía.
Una vez más, allí estaba yo, decidiéndome a entrar en un sitio de esos... En las pocas veces en las que me había atrevido a entrar anteriormente, las experiencias no fueron lo agradables que cabría esperar, sino más bien al contrario: me hicieron sentir una frustración interior que no se alivió con la pérdida de fluidos seminales al alcanzar el clímax.
Nada más entrar, al acercarme a la barra para pedir una copa, una tal Ana se acercó. La pobre pasaba los cuarenta, de eso estoy seguro y tal vez estaba ya próxima a la cincuentena, diría yo.
Un saludo, dos besos y unas proposiciones con mano sobre su culo incluidas no me hicieron inmutarme lo más mínimo.
No me gustas —pensé para mis adentros nada más verla a mi lado—, pero por ser cortés decidí conversar con ella y cuando me hizo la proposición de pasar adentro, lo decliné con amabilidad.
— No, esta noche sólo quería pasar un rato tranquilo, ¡gracias! —me disculpé.
— Muy bien cariño, por aquí hay otras chicas —contestó ella para mi sorpresa, tal vez intuyendo lo que no había dicho.
Acto seguido tomé otro sorbo de mi cola sin aliñar, pues en temas de tráfico, no está la cosa como para arriesgarse y que luego le hagan uno soplar.
Sin más, miro hacia la izquierda y me fijo en una mulata sentada a algo menos de dos metros se fija en mí.
— ¡Hola cariño! ¿Quieres pasar un ratito bueno conmigo? —me dijo con su sonrisa de dientes blancos y grandes labios marrones.
No pasaba por mi mente la idea de que una mujer negra se cruzara ese día en mi camino y en cierto sentido, me hubiese gustado que fuese más delgada, pues ella era exuberante como buena dominicana de pura raza, como más tarde me confesaría, aunque más exuberante de cintura para abajo que para arriba, todo hay que decirlo.
La verdad es que aquella noche me había prometido a mi mismo no presionarme, dados los antecedentes, así que me tomé con calma la conversación.
— Puedes tocar si quieres —me dijo acercándose a mí y restregándose como gata en celo.
A lo que yo respondí con mi mano sobre su hermoso trasero mulato y palpé también aquellos pechos medianos, más que nada por catar antes de tomar la decisión.
— Hoy me apetecería algo especial, tal vez tú podrías ayudarme —le insinué.
— Bueno, tú dirás.
— No sé, tal vez un francés a pelo —sugerí esperando seguramente una negativa por su parte.
— Muy bien —contestó sin más.
— Entonces, ¿no te importa?
— No, claro que no, si te apetece entramos y buscamos algo de intimidad.
Estaba sorprendido, sin proponérmelo aquella mujer me había puesto como una moto, así que accedí y pasamos a una habitación, tras abonar a la cajera la correspondiente tarifa. Sin duda una parte necesaria pero no muy elegante.
La cajera era una mujer mayor, que estaba charlando con un hombre, igualmente mayor a su lado. Solté el dinero y me dio el cambio, mientras trataba de actuar con naturalidad, pues la situación era algo vergonzante para mi dada mi timidez natural. Una vez terminado el cobro, Cristina, que así se llamaba la dominicana, me condujo por un pasillo con puertas blancas a un lado y a otro hasta llegar a la suya.
De aquella noche lo que recuerdo claramente, son dos cosas: la cutre habitación, con dos camas una junto a la otra, que tal vez compartía con una compañera de curro; y sus gruesos labios arropándome con su calor lo más íntimo de mí.
Aunque también tengo otros recuerdos, como sus gruesos y largos pezones de un color negro que las blancas no tienen y sus labios besando los míos. Algo ella provocó mientras le chupaba los pezones sentada desnuda sobre mí, ya que yo no me atreví a hacerlo.
Cuando llegó el momento de la penetración, ella se tumbó y yo la cubrí en la clásica postura del misionero. Una vez dentro ella hizo algunos movimientos con sus muslos que me desconcertaron, como si tratase de estrujar mi virilidad con sus músculos y tanto fue así que apenas duré un par de minutos, pero ya estaba hecho, había finalizado y esta vez, aunque breve, fue buena.
Recuerdo que de alguna manera congeniamos, fue cariñosa conmigo todo el rato y ambos obtuvimos un poco de satisfacción, aunque sólo fuese un poco, en nuestro fugaz encuentro. Me imagino que a veces pasa, hasta en estas situaciones, dos personas mantienen sexo por dinero y las emociones que se despiertan entre ambos, fluyen los unen de alguna manera especial, aunque eso no siempre pase, es más, aunque realmente sea difícil que pase. Pero esa noche pasó.
Salí de allí satisfecho y tan melancólico como entré. Hacía frío, serían ya cerca de las cinco de la madrugada cuando me acerqué hasta donde había aparcado el coche, pues no quise dejarlo frente a la puerta.
De manera que en el corto trayecto, el fresco de la noche me despabiló. Y mientras me aliviaba la vejiga en las hierbas junto al descampado, entre el polígono y la carretera próxima, miré al negro cielo del inverno. En él, miles de puntitos azules titilantes parecían mirarme impasibles, haciéndome guiños con su luz.
Maravillosas estrellas que imperecederas contemplan las vidas de insignificantes mortales como aquel que orinaba bajo ellas de madrugada.
Fue la última vez que la engañé, tal vez fuese la crisis de los cuarenta, tal vez el bajón que tenía, tal vez el hastío de una vida marital monótona. Mil y una excusas supuestamente válidas y perfectamente aplicables, pero ninguna buena para justificar el engaño.
1
El teclado sonaba a ráfagas, durante las cuales, frenéticamente las teclas eran golpeadas con precisión. En cada pausa, unas leves caricias sobre su bragueta para mantener su excitación y tal vez un suspiro, mientras en la mente las ideas seguían bullendo y fluían al ritmo que él quería. Tras la pausa, de nuevo otras serie ráfagas de sus dedos aporreando el teclado escupían en la pantalla del ordenador algunas palabras más, que se juntaban a las anteriores para terminar de formar una frase, luego un párrafo y finalmente llenaban otra hoja más.
— Esta historia será buena —se dijo mientras hacía otra de sus pausas, pero esta vez fue para contemplar un vídeo porno que se había descargado, en el que dos gatitas preciosas jugaban entre ellas.
No es que lo necesitase, pero mantener la excitación mientras escribía le ayudaba a que su pluma volase más alto, las ideas fluyeran más rápidamente y acabasen plasmadas en la pantalla en forma de texto impregnado de todas esa excitación transformada en palabras que describían una idealización del sexo, como solo la literatura puede hacer.
Así nacía cada nuevo capítulo de una novela, éste era su método, tal vez otros escritores tuviesen uno distinto, pero a él le gustaba y disfrutaba enormemente haciéndolo. Otro día lo revisaría, pero hoy el placer de escribirlo se mezclaba con el placer físico de sentirlo, pues mientras lo hacía se estimulaba y así podía pasarse perfectamente una tarde entera.
Concentrado, en plena inspiración, con la excitación a flor de piel, aproximándose a su orgasmo, pero en último extremo, retrasando el clímax un poco más, venga una línea más, un párrafo más, ya que da poco para el fin del capítulo.
No podía llegar al orgasmo hasta haber acabado el relato, pues si lo hacía, la libido se perdería y con ella la ansiada inspiración. Él ya lo sabía, se conocía y sabía que esto ocurriría si se le ocurría correrse antes de haber terminado el capítulo en que se encontraba.
Escribir en general y novelas eróticas en particular, son oficios que se aprenden a base de insistir y repetir. Él ya lo había aprendido durante años y creía dominarlo, aunque llegaba un momento en que tal vez era él el que se dejaba dominar por su mente inconsciente, que tomaba las riendas en un momento dado y desataba sus más oscuros deseos, sus pasiones reprimidas y de este modo, liberado de las ataduras morales del mundo real, permitía que su imaginación construyera mundos imaginarios donde excitantes situaciones entre los personajes se sucedían.
En esos momentos era cuando las palabras fluían, como el agua fluye al mar, rellenando páginas y más páginas de la novela. Sin duda un momento que todo escritor conoce, es como poner "la directa" en un coche antiguo y dejar que la velocidad vaya aumentando poco a poco hasta alcanzar el máximo, en este caso la máxima inspiración.
Terminó, la última frase del capítulo ya estaba puesta, ahora un punto y aparte y el número para el siguiente capítulo. Ahora podía liberarse, de modo que levantándose de su silla de ordenador liberó al cautivo y asiéndolo volviendo a poner el vídeo de las gatitas que tanto le había inspirado mientras escribía, admiró en su belleza y juventud, pues en la juventud se concentra la belleza, al igual que una flor cuando se abre y está en todo su esplendor.
Suavemente se masturbó y cuando supo que su clímax era inminente se detuvo en seco, entonces suavemente salieron unas gotas de líquido seminal que resbalaron y cayeron sobre la mesa. Luego siguió con su masturbación.
Esto le encantaba, aproximarse hasta casi el final y luego parar en el último instante, dejar salir unos pocos fluidos mansamente y luego continuar hasta el final, hasta dejarse quemar por la pasión.
Lo malo de esta técnica es que sólo podía hacerlo una vez, las siguientes veces que paraba ya no salían más fluidos y su glande estaba tan sensible, hinchado y rojo que casi le dolía. Entonces estaba listo para el sprint final, en el que ya no se detenía en sus caricias y moviendo rápidamente su instrumento, que empuñaba con firmeza, éste se vaciaba de contenido, haciendo que chorros traslúcidos salpicasen la mesa en una dispersión caótica, mientras un intenso placer fluía por todo su cuerpo.
En su historia como escritor, había descubierto que los orgasmos tras escribir un capítulo erótico no tenían parangón con los que podía tener viendo porno, ya que fácilmente podía llevarse una tarde entera escribiendo y manteniendo la excitación contenida, algo que con un vídeo no se alarga más allá del tiempo que duran una o dos escenas porno de la película.
Por eso tal vez escribía relatos eróticos, por puro placer y satisfacción personales, pues no había dinero de por medio. Aunque tenía que admitir que también estaba bien compartir sus escritos y que los lectores los leyeran y le felicitasen por lo mucho que les había gustado su relato.
Tras terminar buscó papel higiénico y regresó a su escritorio, limpió la caótica dispersión del semen sobre la mesa y volvió a salir del cuarto para deshacerse de los restos de la batalla.
A continuación volvió y pasó un rato más mirando sus relatos en la web donde los publicaba, contestó algún comentario de los pocos lectores que lo habían hecho y cansado se dispuso a dormir.
Sabía que dormiría plácidamente, al menos aquella noche, ya que después de un orgasmo tan bueno como aquel, no le costaría nada entrar en los dominios de Morfeo.
Al día siguiente era sábado. Este «finde» le tocaba estar con sus hijos y añoraba verlos, especialmente a la mayor, pues, aunque no hay que tener favoritismos, su primogénita era su ojito derecho. Después estaban los «mellis», dos mozalbetes mellizos a cual más guapo y gamberro, que se las traían cuando todos maquinaban juntos. Los tres constituían la pasión y el calvario de sus padres, pero el destino así lo quiso y al destino no se le traiciona.
Hacía tan solo unos meses que habían decidido separarse, pues el tedio de la relación, unido al estrés por los niños y el trabajo, hacían que las discusiones fueran constantes y un clima no muy propicio para criar a sus hijos. Así que de mutuo acuerdo él se buscó un apartamento y se marchó de casa.
No se fue a vivir muy lejos, pues aún ayudaba a su ex en el cuidado de sus hijos, ya que los tres daban una guerra tremenda y aunque ya tenían cinco años los peques y siete la mayor, aún eran muy dependientes de sus padres. Y lo que es peor, cuando se ponían de acuerdo eran como el tornado que todo lo arrasa, como la marabunta desatada que todo lo devora a su paso, desquiciando al más tranquilo y pausado progenitor.
La relación con su ex era buena, él amaba a sus hijos y aunque el amor entre ellos se había diluido con el tiempo, aún recordaba los días en que se amaron, pues aunque suene a tópico donde hubo fuego quedan rescoldos y como el resentimiento no anidó en sus corazones, pues tenían una causa común, sus hijos, mantenían un alto grado de complicidad y amistad.
Llamó a la puerta y allí salieron todos en tropel listos para hacerle un placaje, Rocío de un salto se le subió a la cintura y los mellis se agarraron cada uno a una pierna, intentando escalar por ellas hasta su cintura.
— ¡Dónde vais, no veis que no puedo con los tres a la vez! —exclamó Daniel sonriendo.
Tras ellos se acercó Laura, que aún vestía la bata por encima del pijama pues era sábado y sin duda algo que no había cambiado es su apetencia por levantarse tarde los sábados.
Ésta se acercó a saludarlo y con una sonrisa le dio los buenos días.
— ¡Ya teníais ganas de ver a papá! ¿Eh? —les dijo a los niños sin que estos le hicieran mucho caso, pues todos pugnaban por el cariño del padre recién aparecido.
— ¿Qué pasa ya sólo das los buenos días? —le dijo Daniel a modo de lamento.
Entonces ella se acercó y le dio dos besos en las mejillas, luego sonrió y le dio un beso extra en los labios. A Daniel le fastidiaba que hiciese eso, pues se suponía que estaban separados. Pero cuando iba a quejarse y recriminarle su acción vio a su cuñada asomarse a la puerta.
Su ex se giró y también la vio, por lo que se separó al momento. Ella nunca lo saludaba, pues digamos que no se tenían ningún a precio, es lo que pasa si una tercera persona se inmiscuye en la pareja.
Tras su separación, ella también se separó y se vino a vivir con su hermana para ayudarle a cuidar a sus hijos, pues en el fondo no quería a su marido, sólo se casó con él para no estar sola, por lo que su separación fue la excusa perfecta para darle puerta al gilipollas con el que se había casado.
Saludó en la distancia y Daniel hizo lo mismo, agradeciendo el gesto de no se le acercarse. También iba aún en bata. Ésta se pegaba la vida padre sin estrés ni agobios del trabajo, ya que básicamente nunca trabajó y se dedicaba a limpiar y cocinar, si es que se pudiese decir que cocinaba, pues Daniel recordaba las porquerías de comida que hacía. A cambio su hermana trabajaba para mantener a sus hijos y a su hermana.
Invitó a los tres personajillos a montar en su coche y ante la mirada de su ex se montó, arrancó y se los llevó a dar una vuelta.
Estar un fin de semana con los tres era estresante, pero como sólo ocurría cada dos semanas, se hacía llevadero.
Siempre pasaba lo mismo, cada uno quería ir a un sitio por lo que siempre había alguno a disgusto, pero bueno intentaba contentarlos a todos. Un paseo por el parque María Luisa, tal vez alquilar una bici-coche y montarlos a todos y luego llevarlos a algún sitio a comer. En el fondo disfrutaba de tenerlos con él y aunque entre semana de vez en cuando se pasaba una tarde para echar un rato extra con ellos, nunca pasaban todo el día juntos.
Por la tarde al cine y tras esto a casa. No se los podía llevar consigo ya que su apartamento era demasiado para los cuatro. Así que como vivía cerca de su ex, se los devolvía a casa hasta la mañana siguiente en que volvía a recogerlos para pasar de nuevo el domingo juntos.
Al llegar todos corrieron a dentro, pues su ex ya tenía la puerta abierta anticipándose al oírlo llegar y aparcar. Ahora estaba más arreglada y salió a saludarlo de nuevo.
— ¿Qué tal se han portado hoy? —preguntó coloquialmente.
— Bien, como siempre, ¡dando guerra, ya sabes!
— ¿Han merendado?
— Si palomitas y refrescos, los llevé al cine.
— ¿Otra vez, es que no puedes ser más original? —preguntó su ex en tono irónico.
— Para eso ya estás tú: «Cari» —se mofó Daniel que empezó a recordar los continuos que se hacían cuando vivían juntos.
— Bueno no te enfades, ¡tonto! —le dijo dando un paso y aproximándose peligrosamente—. ¿Te apetece cenar conmigo? Estoy sola, mi hermana salió con unas amigas —le insinuó pegándole la pelvis a su muslo como si fuesen novios otra vez.
— No sé, la verdad es que tampoco tengo mucha hambre —refunfuñó Daniel sin poner mucha pasión en su respuesta.
— ¡Anda no seas tonto, pasa! —dijo ella haciendo oídos sordos mientras tiraba de su mano.
Un poco a disgusto se dejó convencer y entró para cenar con su mujer y así pasar un poco más de tiempo con sus hijos. Sabía que esto les alegraría mucho, ¡de nuevo todos juntos como antes! La vida es triste a veces, más cuando es un niño el que tiene que aprender estas lecciones.
Cenó con su mujer y sus hijos, como en los viejos tiempos. Luego llegó la hora de acostarlos, ya que, cansados de todo el día fuera, empezaron a restregarse los ojillos y a bostezar, a pesar de insistir en que no tenían sueño.
Estaban tan encantados de tener a papi en casa que no querían acostarse. Aunque su madre se impuso y los subió a todos a la cama. Daniel la acompañó para ayudar a desvestirlos y arroparlos.
Tras cerrar la puerta del dormitorio de la niña, su ex se le echó encima y de nuevo se le insinuó.
— No querrías quedarte a dormir esta noche, ¿eh? —le dijo con voz melosa.
— La verdad es que no deberíamos. ¿Nos separamos por algo recuerdas?
— Venga no seas tonto, seré buena contigo, te haré lo que tú quieras —insistió ella.
— ¿Lo que yo quiera?
— ¡Si, lo que tú quieras! —exclamó y terminó de lanzarse hacia su boca besándolo ardientemente.
Daniel saboreó el vino en sus labios, así como la calentura de su aliento, que denotaba las ganas de sexo que impregnaban todo su ser. Su primera impresión fue rechazarla, como tantas veces hacía ella cuando estaban casados, pero él era un hombre, fácil de sobornar sexualmente hablando y hacía semanas que no tenía sexo aparte de sus prácticas onanistas, de modo que se dejó seducir. ¡Qué otra cosa podía hacer sino!
Se entregó a ella, mientras se besaban. Bajó sus manos y tomó su culo, apretándola él, haciendo que su verga, ya dura ya en su pantalón se aplastara contra su pelvis. Ella gimió, luego él movió su mano hacia su Monte de Venus y palpó por encima del vestido su sexo, haciéndola gemir de nuevo y mostrando aún mostrando aún más calentura en sus besos.
Como desesperados buscaron su antiguo lecho conyugal y una vez en él Daniel cayó de espaldas con el empujón que su ex le propinó. A continuación ella saltó sobre él como una gata y se apresuró en desabrocharle el cinturón, a bajarle los pantalones tras desabrochar el botón y bajar la cremallera y con ellos llevarse sus bóxer.
Durante unos instantes se quedó contemplando su verga, erecta y dura, como si fuese la primera vez que la veía, luego la empuñó y le masturbó suavemente mientras le sonreía.
— Dijiste lo que yo quisiera, así que hoy te toca, ¡vamos! —le ordenó.
— Bueno —dudó ella—, antes la limpiamos un poco, ¿no? —dijo y saltando de la cama tomó toallitas de bebé para asearla.
Daniel odiaba tantos remilgos en las felaciones de su mujer, si hubiese sido al contrario, a él no le hubiese importado que comerse lo suyo al instante, independientemente del grado de aseo de éste. Pero ella siempre estaba a vueltas con la higiene y esto le mataba pero hoy, ya puestos decidió pasar del tema y dejarla limpiar mientras hiciera lo que tenía que hacer.
Tras el meticuloso aseo casero con toallitas. Su ex por fin la introdujo en su boca y jugó al ahora si ahora no, cuando comprenderán las mujeres que a los hombres no les van las insinuaciones. De modo que Daniel la cogió con fuerza de la cabeza y con cierta rabia se la hizo tragar.
— ¡Vamos, traga ya! —espetó un tanto groseramente.
Ella obedeció y deleitó a Daniel con una felación que deseaba con ansias, siguió forzándola apretándole la cabeza contra su virilidad y ella luchando para que la soltase, luego la dejó hacer un rato sola y así comenzó a sentir gran placer, tanto que notó que se acercaba peligrosamente a su final, por lo que la detuvo.
Llegó su turno y aunque ella protestó y le dijo que la limpiase antes, decidió comer su fresón al natural, como en los viejos tiempos, lo degustó una vez más, aquella fruta que tantas veces ya comiera en su matrimonio, hasta que el tedio hizo que sus relaciones se espaciaran al tiempo que sus peleas se hacían más frecuentes.
Lo cierto es que la echaba de menos comer la fruta prohibida, aquella tenía el sabor de lo familiar y aunque ya había pasado tiempo desde su último y secreto encuentro, se sorprendió de lo húmeda y caliente que estaba, más que cuando estaban casados diría él. Parecía que el aire fresco y la distancia les sentaban bien, de modo que en estos esporádicos y ardientes encuentros era como volviesen a ser novios de fin de semana.
Cuando hubo saciado su sed se incorporó, y acomodándose entre sus muslos se dispuso a cubrirla, con las ganas tenía de echar un polvo no veía él momento de tenerla dentro, pero ella, como solía ocurrir cuando estaban casados, cerraba las piernas se oponía a la penetración, como si aún fuese una joven virgen que pensase que le iba a doler, siempre era lo mismo, hasta que esta no entraba unas cuantas veces y por fin se convencía que estaba tan lubricada que no le dolería, no se dejaba llevar. Esta también era otra de las cosas que él odiaba de ella, pero de nuevo transigió y mantuvo la calma: viejas costumbres, viejos recuerdos —pensó.
Le apetecía joderla con brusquedad y así lo hizo, empujando con ardor desmedido la llevó a una excitación como ella deseaba, ardiente mientras gritaba y gemía bajo él, aferrada a su poderosa espalda.
— ¡Para, no tan fuerte, o mañana me dolerá! —le dijo entre gemido y gemido.
— ¡Ya tendrás tiempo de recuperarte hasta la próxima! —protestó él y aunque bajó un poco de intensidad siguió jodiéndola con ganas hasta que estuvo a punto de correrse.
Entonces la sacó y le propuso cambiar de postura.
— ¿Y ahora cómo lo hacemos? —preguntó ella.
— Estilo perrito —contestó él conocedor de sus gustos.
Implícitamente ella dio su consentimiento y buscó la postura sobre la cama, mientras él se colocaba de pié justo detrás. Unos cuantos roces con su glande la devolvieron a la excitación y finalmente de nuevo la penetración la transportó al placer.
Lo cierto es que en la cama seguían entendiéndose bien, sabían lo que querían y lo que les gustaba, y tras los años, la confianza mutua hacía que hacer el amor fuera algo natural, lo que les daba confianza y seguridad por lo que únicamente se concentraban en el placer.
En este sentido hacerlo con una desconocida, por una parte tenía la excitación de lo nuevo, pero por otra la preocupación de si querrá esto o lo otro, o eso será mejor dejarlo para un segundo encuentro, porque quizás pueda ser demasiado atrevido ahora.
Aferrado a sus caderas, arremetió con ganas y su ex gimió en plena aceleración y frenesí convulsivo, hasta que de nuevo protestó y le pidió que fuese más despacio. El paró un poco para darse un respiro y de nuevo volvió a sorprenderla acelerando el ritmo con enérgicos movimientos de cadera mientras clavaba las uñas en sus caderas asiendo su cuerpo con firmeza.
Finalmente se la saco de nuevo, cuando sintió que ya no aguantaba más. Para descansar y darse un respiro bajó y comenzó a comer su oscuro agujero, ella enseguida supo por donde iba y protestó.
— ¡No por ahí hoy no! —dijo sin mucho empeño, pues sentir su lengua en parte tan íntima no le desagradaba en absoluto.
Daniel usó sus dedos para dilatar su apretado agujero ante los gemidos y las quejas ahogadas de ella, que estaba en un quiero y no quiero al mismo tiempo. Cuando hubo jugado un rato de esta manera, volvió a incorporarse, acercándose de nuevo a su grupa apuntó su verga al oscuro agujero y comenzó a presionarla.
Ella se quejó, pero él empujó con firmeza hasta que poco a poco metió sólo la punta, pero una vez estuvo dentro, ya fue cuestión de seguir presionando hasta que en dos o tres empellones esta entró por la fuerza en tan ajustado ojal.
Aunque se quejaba, en el fondo era una mezcla de placer y dolor que la volvía loca. ¡Jódete zorra, si en el fondo te gusta! —pensó cuando estuvo dentro.
Daniel también estaba que se subía por las paredes, aquel apretado agujero seguía siendo del todo satisfactorio, por lo que se deleitó penetrándola suavemente, sintiendo su gran presión mientras ella gemía y gruñía con cada leve movimiento mientras se frotaba su fresón tremendamente inflamado y húmedo.
No tardaron en aproximarse al orgasmo, él la avisó de que no aguantaba más para que ella se sincronizara y mientras eyaculaba en su culo, ella sucumbía a las presiones en su agujero y se entregaba a una explosión de placer mientras se acariciaba.
— ¡Sácala ya! —protestó ella cuando todo hubo acabado.
— ¡Ya voy, cuantas prisas! —rió él satisfecho.
Exhaustos y sudorosos se dejaron caer en la cama mientras recuperaban el aliento. Así estuvieron un par de minutos hasta que él se levantó y fue al baño a lavarse. Ella lo siguió un poco más tarde cuando él ya se estaba secando su agotado instrumento. Ella se la miró y tal vez con añoranza se la volvió a coger.
— Todavía estás en forma, ¿cuántas negras lleva este mes?
—le preguntó con sorna, refiriéndose a las putas que supuestamente pagaba.
— Te sorprendería saber la cifra, pero te quedarás con las ganas —contestó Daniel dolido por su anterior insinuación aunque, trató de no exteriorizar este sentimiento.
Salió del aseo sin mediar palabra y se vistió mientras ella se lavaba. Antes de que se marchase salió y abrazándolo le pidió perdón.
— Perdóname, no debí ser tan grosera —dijo con un lamento.
— No te preocupes, me gustó, con eso me basta —dijo él secamente, sin querer dar muestras de que todo estaba arreglado.
— ¿Quieres quedarte esta noche? —le preguntó tratando de arreglarlo.
— Y ver la maravillosa cara de tu hermana en la mañana, ¡no gracias! —se quejó con sarcasmo.
Y dicho esto bajó las escaleras en silencio para no despertar a sus hijos, salió de la casa y montándose en su coche se alejó mansamente de por las solitarias calles en la madrugada.
Al llegar a su apartamento se acostó pero no podía dormir, sentía una mezcla de arrepentimiento por haberse acostado con su ex y añoranza porque en el fondo tal vez aún la amaba.
Aunque también sabía que volver no lo arreglaría, demasiados años, demasiados reproches, demasiada confianza: ¡No, era mejor seguir adelante! —se decía Daniel cada vez que lo recordaba.
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Un Guiño del Destino es mi novela más personal, por ejemplo el prefacio es una experiencia "real" que viví yo mismo, novelada para la obra y hasta ahí puedo contar...