Un Guiño del Destino

— ¡Hola cariño! ¿Quieres pasar un ratito bueno conmigo? —me dijo con su sonrisa de dientes blancos y grandes labios marrones...

Prefacio

La vida es muy complicada. Pasamos épocas difíciles en las que la melancolía se adueña de nosotros, en la que tiempos pasados siempre fueron mejores y en el que, el ahora, nos ahoga, nos asfixia, nos coarta hasta tal punto que un rayo de luz, por tenue que éste sea, es una puerta abierta a la esperanza, que nos reconforta y nos calienta como el Sol del mediodía.

Una vez más, allí estaba yo, decidiéndome a entrar en un sitio de esos... En las pocas veces en las que me había atrevido a entrar anteriormente, las experiencias no fueron lo agradables que cabría esperar, sino más bien al contrario: me hicieron sentir una frustración interior que no se alivió con la pérdida de fluidos seminales al alcanzar el clímax.

Nada más entrar, al acercarme a la barra para pedir una copa, una tal Ana se acercó. La pobre pasaba los cuarenta, de eso estoy seguro y tal vez estaba ya próxima a la cincuentena, diría yo.

Un saludo, dos besos y unas proposiciones con mano sobre su culo incluidas no me hicieron inmutarme lo más mínimo.

No me gustas —pensé para mis adentros nada más verla a mi lado—, pero por ser cortés decidí conversar con ella y cuando me hizo la proposición de pasar adentro, lo decliné con amabilidad.

— No, esta noche sólo quería pasar un rato tranquilo, ¡gracias! —me disculpé.

— Muy bien cariño, por aquí hay otras chicas —contestó ella para mi sorpresa, tal vez intuyendo lo que no había dicho.

Acto seguido tomé otro sorbo de mi cola sin aliñar, pues en temas de tráfico, no está la cosa como para arriesgarse y que luego le hagan uno soplar.

Sin más, miro hacia la izquierda y me fijo en una mulata sentada a algo menos de dos metros se fija en mí.

— ¡Hola cariño! ¿Quieres pasar un ratito bueno conmigo? —me dijo con su sonrisa de dientes blancos y grandes labios marrones.

No pasaba por mi mente la idea de que una mujer negra se cruzara ese día en mi camino y en cierto sentido, me hubiese gustado que fuese más delgada, pues ella era exuberante como buena dominicana de pura raza, como más tarde me confesaría, aunque más exuberante de cintura para abajo que para arriba, todo hay que decirlo.

La verdad es que aquella noche me había prometido a mi mismo no presionarme, dados los antecedentes, así que me tomé con calma la conversación.

— Puedes tocar si quieres —me dijo acercándose a mí y restregándose como gata en celo.

A lo que yo respondí con mi mano sobre su hermoso trasero mulato y palpé también aquellos pechos medianos, más que nada por catar antes de tomar la decisión.

— Hoy me apetecería algo especial, tal vez tú podrías ayudarme —le insinué.

— Bueno, tú dirás.

— No sé, tal vez un francés a pelo —sugerí esperando seguramente una negativa por su parte.

— Muy bien —contestó sin más.

— Entonces, ¿no te importa?

— No, claro que no, si te apetece entramos y buscamos algo de intimidad.

Estaba sorprendido, sin proponérmelo aquella mujer me había puesto como una moto, así que accedí y pasamos a una habitación, tras abonar a la cajera la correspondiente tarifa. Sin duda una parte necesaria pero no muy elegante.

La cajera era una mujer mayor, que estaba charlando con un hombre, igualmente mayor a su lado. Solté el dinero y me dio el cambio, mientras trataba de actuar con naturalidad, pues la situación era algo vergonzante para mi dada mi timidez natural. Una vez terminado el cobro, Cristina, que así se llamaba la dominicana, me condujo por un pasillo con puertas blancas a un lado y a otro hasta llegar a la suya.

De aquella noche lo que recuerdo claramente, son dos cosas: la cutre habitación, con dos camas una junto a la otra, que tal vez compartía con una compañera de curro; y sus gruesos labios arropándome con su calor lo más íntimo de mí.

Aunque también tengo otros recuerdos, como sus gruesos y largos pezones de un color negro que las blancas no tienen y sus labios besando los míos. Algo ella provocó mientras le chupaba los pezones sentada desnuda sobre mí, ya que yo no me atreví a hacerlo.

Cuando llegó el momento de la penetración, ella se tumbó y yo la cubrí en la clásica postura del misionero. Una vez dentro ella hizo algunos movimientos con sus muslos que me desconcertaron, como si tratase de estrujar mi virilidad con sus músculos y tanto fue así que apenas duré un par de minutos, pero ya estaba hecho, había finalizado y esta vez, aunque breve, fue buena.

Recuerdo que de alguna manera congeniamos, fue cariñosa conmigo todo el rato y ambos obtuvimos un poco de satisfacción, aunque sólo fuese un poco, en nuestro fugaz encuentro. Me imagino que a veces pasa, hasta en estas situaciones, dos personas mantienen sexo por dinero y las emociones que se despiertan entre ambos, fluyen los unen de alguna manera especial, aunque eso no siempre pase, es más, aunque realmente sea difícil que pase. Pero esa noche pasó.

Salí de allí satisfecho y tan melancólico como entré. Hacía frío, serían ya cerca de las cinco de la madrugada cuando me acerqué hasta donde había aparcado el coche, pues no quise dejarlo frente a la puerta.

De manera que en el corto trayecto, el fresco de la noche me despabiló. Y mientras me aliviaba la vejiga en las hierbas junto al descampado, entre el polígono y la carretera próxima, miré al negro cielo del inverno. En él, miles de puntitos azules titilantes parecían mirarme impasibles, haciéndome guiños con su luz.

Maravillosas estrellas que imperecederas contemplan las vidas de insignificantes mortales como aquel que orinaba bajo ellas de madrugada.

Fue la última vez que la engañé, tal vez fuese la crisis de los cuarenta, tal vez el bajón que tenía, tal vez el hastío de una vida marital monótona. Mil y una excusas supuestamente válidas y perfectamente aplicables, pero ninguna buena para justificar el engaño.

Prologo

Un Guiño del Destino arranca con el prefacio que acabas de leer, un prefacio que como suele decirse está basado en hechos reales, tan reales como que yo fui el protagonista de ésta parte de la historia. Puedes creerme o no, pero aunque novelado, se ajusta mucho a los hechos reales. Y créeme, no es algo de lo que me sienta especialmente orgulloso, pues causé mucho dolor por culpa de mi acto.

Pordría decir que estaba enajenado, que me arrepiento de lo que pasó y sería cierto, pero seguiría siendo una excusa, pues cuando se rompe una promesa todo son excusas que no impiden que la hayas roto.

Lo que sí es cierto es que ese acto, aunque reprobable tuvo algo mágico, sentí cierta conexión con la mujer con la que mantuve relaciones aquella noche, sentí que tampoco le desagradó aunque hubies dinero de por medio, en cierta medida conectó conmigo y pienso que me vió buena gente y por supuesto yo también creo que ella lo era, dos almas que se encontraron en el río de la vida fugazmente.

Esta novela hace tiempo que la publiqué y me apetecía volver a recordarla, así que si la descubres conmigo y te gusta visita mi perfil para obtener más detalles.

Además ahora he cambiado la portada, por una muy sugerente, pues también me gusta la fotografía y conozco a la chica de la nueva portada, una preciosa peliroja modelo de un fotografo al que sigo en flicker. En cierto modo bien podría ser ella la protagonista de la novela, por mi desde luego que estaría encantando de que lo fuese, pues hay mucho de mi en ésta novela, como acabo de confesaros...e