Un gran despertar
( Mi 2ºrelato) Era de día, lo notaba en sus ojos cansados que se fruncían por la luz que les llegaba.
Era de día, lo notaba en sus ojos cansados que se fruncían por la luz que les llegaba. No habría dormido más de tres horas, estaba segura, ¿qué hora sería?, se preguntó. Sacando tímidamente su brazo desnudo por encima de la manta miró su reloj, y volvió a esconderlo. Nunca estaba segura de la hora que ponía. Ese maldito reloj sin números era un regalo de sus padres, por una Navidad; nada relevante, pero le encantaba. Negro, metálico, con una correa que bien podría ser una pulsera. La esfera rectangular con una forma extraña y dos filas de circonitas que le daban el toque de distinción que a ella le gustaría tener. Serían las diez y media... o ¿tal vez las once y media...? Qué más daba, sólo sabia que tenía sueño. Recordó por qué estaba tan cansada, no había que buscar demasiado, giró la cabeza y, tumbado, a su lado dormía él, su profunda respiración indicaba que no pensaba levantarse en mucho tiempo.
Mirando al techo, suspiró, empezó a recordar todo lo ocurrido la noche anterior: las cañas, la cena, la tarta, el vino... más vino... las velas y el sabor. Ese sabor amargo y dulce de su boca, amargo por el gusto del vino, dulce porque él era así. Recordó cómo del restaurante fueron a aquella cafetería tan particular, tan elegante, tan poco acorde con ella, recordó cómo pidieron vino porque curiosamente no servían otra cosa... el camino de vuelta a casa en el coche, esos primeros besos de la noche que tanto había deseado desde hacía unos días, quizá semanas, en los que la responsabilidad, el trabajo y que incluso el amor parece desvanecerse; esos besos que, tímidos, apasionados y furiosos, le hicieron recordar lo mucho que se amaban. Cómo cayeron al sofá, embebidos por su propio deseo, puro instinto que no provocaba sino hacerlo todo más salvaje.
En su memoria repasaba cómo la ropa había ido desapareciendo de sus cuerpos, cómo descubrió su torso desnudo, sus hombros, su espalda, aquella magnífica espalda, ancha y grande, musculosa, masculina.... Cómo ella notó el aire en su pecho, cómo aquella tela de encaje negro del sujetador acariciaba sus pechos mientras los tirantes hacían lo mismo con sus hombros . Recordó la humedad, la humedad que sus besos le dejaban por todo el cuerpo, en su cuello, en sus labios, en su cara, en sus pechos. Cuándo fue su humedad propia la que la inundó empapando su braguita, tan pequeña que apenas tapaba nada. Recordó cómo con torpeza le había desabrochado el pantalón y bajado la cremallera con los dientes intentando ser sensual.... cómo al bajarle los calzones quedó al descubierto su pene, ese pene que ahora la hacía casi soñar. Recordó su calidez, su dureza, su suavidad y su sabor, cómo deseaba ese sabor de nuevo en su boca... Pero él estaba dormido.
Entonces se obligó a pensar en la promesa que se había hecho a si misma: ser más espontánea, no pensar las cosas y actuar tal y como le apeteciese en cada momento, bastante enfriaba la relación ya la rutina. Le miró de reojo, sabía que, si le despertaba, no le calmaría ese deseo que había empezado a surgir en ella tan sólo recordando los primeros momentos de la noche de ayer, sus caricias, sus besos, sus abrazos, su olor.
Quiso volver a olerle. Se acercó suavemente para no despertarle, y olió sus hombros, sus brazos, su cuello, su delicioso olor seguía allí, pese a una intensa noche de sexo seguía oliendo bien. Siguió el camino guiada por su aroma sin importarle que su pelo, que caía despeinado por encima de su cabeza, acariciara su cuerpo dormido; guiada por ese aroma fue buscando más y más su olor. Su pecho, empezaba también a acariciarle con la nariz. Estaba perdiendo la cordura con ese aroma tan delicioso, y llegó al vientre, a su vello arremolinado en torno a ese pene, olía a él, era el olor del instinto, del placer, de todo lo que había pasado aquella noche, todo volvía a su mente cuando se deleitaba con ese olor, olor a instinto, a placer, a sexo. Movida por su subconsciente sumergió la cara en su entrepierna. Aspiró. Sin que controlara sus movimientos, cogió el pene con sus manos, estaba flácido aunque no del todo. Lo acarició, lo miró, lo olió y lo besó. Con suaves movimientos comenzó a masturbarle, le gustaba ver ese pene en erección, era delicioso, majestuoso.
Sacó la lengua y con dulzura se humedeció los labios, lo volvió a besar, suave y cálido, como ella lo recordaba, sin parar a pensar lo que hacía lo metió en su boca, con poca prisa y mucho deleite, lo fue degustando. Hacía círculos alrededor de su glande, y aprovechaba las primeras gotas de placer que asomaban para humedecerle. Él se movía excitado en sus sueños. Ella lo sacó y siguió lamiendo todo el tronco de aquel increíble pene, lo lamía como si fuera un helado a punto de deshacerse. Acurrucada entre sus piernas lamió sus testículos. Un gemido salió de su boca. Al oírlo ella empezó a humedecerse otra vez. Fue el impulso que necesitaba, lo metió en su boca, y lo empezó a chupar de mil maneras, a distintas velocidades y acompañada de las manos para que el placer fuera mayor. Quiso que toda la poya estuviese dentro de ella, que su garganta fuese lo suficientemente ancha para permitirle su acceso pero no era así, de todos modos lo intentó. La metió hasta la entrada de su garganta, chupando continuamente, intentando abrirse paso, le dieron arcadas, pero le dio igual, estaba decidida a comérsela entera sin importarle nada.
Él estaba excitado, no sabía por qué, pero estaba tremendamente cachondo y caliente, al abrir los ojos vio un bulto bajo las sabanas que estaba en movimiento, lo entendió, ella estaba ahí, dándole un magnífico despertar. Estaba demasiado excitado, los sueños que había tenido esa noche no eran demasiado beatos, pero ninguno le había hecho justicia, lo hacía mejor que lo que su memoria y su imaginación le permitía representar. Notaba sus labios, su lengua, caliente, húmeda. Cómo subía y bajaba, cómo iba disfrutando cada salida y entrada de esa maravillosa boca que tan cachondo le ponía sólo imaginándosela ahí. La destapó, ella sorprendida le miró, le miró mientras seguía haciéndolo. Estaba muy excitada, se le veía en la mirada, lo estaba haciendo con gusto, con mucho gusto y eso se notaba. Ella aceleró el ritmo de sus lametones, de sus caricias, de su estimulación, empezó a hacerlo de una manera, que le volvía loco, no sabría explicar cómo, pero no creía que fuese a aguantar mucho más. Ella lamía sin parar, su vida ahora mismo era hacer que él se corriera, que empezara su día con un gran orgasmo. Se iba a correr, lo sabía, empezó a notar ese cosquilleo, ese placer inmenso.... La apartó, ella se alejó mientras seguía masturbándole. En ese momento, ella se guió por ese instinto que era nuevo para ella y lo volvió a introducir en su boca, lamiéndolo más rápido que nunca, de una manera casi violenta. Él, al borde del orgasmo, vio cómo todo ocurría y en el mismo momento que notó de nuevo sus labios, y su lengua alrededor de su pene, estalló en su boca, embistiéndola con el pene sin poder contenerse, llenando esa preciosa boca que tanto le gustaba con su leche. No podía creérselo, estaba disfrutando más que nunca y ella seguía.
Ella no podía creerse lo que había hecho, pero seguía lamiendo, limpiando, saboreando todo lo que él podía darle, disfrutando de su sabor al cien por ciento, seguía con el pene en la boca, lamiendo el glande ya ardiendo, prácticamente limpio pero con restos de placer aún a su alrededor. Una vez limpio lo dejó, aún erecto, y se acostó a su lado. Sonriendo, le miró a los ojos de nuevo con deseo, ternura y malicia y le susurró mientras le daba un beso en la mejilla: "Te has despertado, cariño, Feliz cumpleaños".