Un golpe del destino
Nunca había tenido una aventura durante mis horas de trabajo pero aquella señora madura y de tan buen ver se me puso tan a tiro que no pude resistir la tentación de follármela.
Mi nombre es Francisco tengo 37 años, soy normal, deportista y muy caliente, cosa que mi esposa es todo lo contrario por lo que siempre estoy empalmado. Soy fontanero y trabajo efectuando reparaciones por las casas encontrándome con varias situaciones comprometidas que, por falta de convencimiento o por miedo a reacciones inesperadas, nunca me he lanzado aunque ganas no me han faltado ya que pienso que se me tiene que poner la cosa muy clara para que yo me lance.
Todo eso cambió cuando me llamó una clienta de toda la vida que yo respetaba y que tiene 58 años, es viuda, muy simpática y delicada. Posee un par de tetas que le sobresalen por el escote y un culazo de cuidado, rellenita pero bien conservada que es como a mi me gustan las mujeres, rellenitas y maduras. Aunque eso no quiere decir que desprecie otro tipo de mujer siempre que sea limpia y educada.
La reparación había que hacerla en el sifón del lavabo y frente al mismo está el inodoro. Ese día, como siempre que voy a esta casa, la señora Rosa, me recibió con una bata que de entrada le marca todas sus curvas perfectamente y como tengo cierta amistad con ella, mientras efectúo la reparación le gusta charlar conmigo y para estar más cómoda se sentó en el inodoro por lo cual y al quedarse la bata medio abierta y yo tirado en mala postura debajo del lavabo, podía ver con todo detalle sus bragas blancas que dejaban sobresalir un buen manojo de pelos por los lados.
Yo no soy de piedra y el bulto del pantalón no tardó en sobresalir y Rosa, dándose cuenta, sonriente y ante mi sorpresa me preguntó:
¿Tienes algún otro problema aparte de la reparación?
Ninguno le contesté pero animado añadí Pero con la visión que me está ofreciendo no puedo concentrarme en la faena, no soy de piedra señora.
Pues la única solución será matar dos pájaros de un tiro dijo ella ante mi asombro.
Armándome de valor me incorporé y empecé a recorrerle los muslos desde la rodilla hasta llegar a sus bragas ya empapadas observando que ella se ponía cómoda y se abría más, si cabe de piernas dejando salir algún suspiro que otro. Suavemente le saqué las bragas y empecé una comida de cuidado viendo que tenía el clítoris muy abultado y no tardó nada en inundarme la cara con sus jugos que yo recibí con placer.
En ese momento se incorporó, me cogió la mano y me llevó al dormitorio donde me desnudó y empezó a comerme la polla de una manera como si fuera a acabarse el mundo hasta que tuve que decirle:
¡Para, para que si nó me correré!
Tranquilo me dijo entonces que ya me encargaré yo de ponértela luego otra vez bien tiesa.
Dicho esto siguió con su golosina hasta que reventé en su boca no dejando caer ni una gota. Tras un pequeño descanso hicimos un 69 hasta que estuve otra vez en forma penetrándola por su cálido coño que, empapado, permitía un trabajo concienciado de mete y saca y así estuvimos toda la tarde dejándome seco y apurado como una colilla. Cuando intenté penetrarla por el culo ella me dijo que en otra ocasión ya que tenía miedo de que le hiciera daño.
Para mi fue la primera aventura de trabajo pero lo que no imaginé es que, casi cada semana le hago una visita y le tapo sus agujeros, haciéndole una buena puesta a punto.