Un gol por la escuadra
En la otra cabina, Tesa estaba sentada sobre la tapa del inodoro, con el top enrollado a la altura de las axilas dejando sus tetas al aire y con la gorra del rapero en la cabeza. El chaval estaba arrodillado, haciéndole una comidita de coño estupenda a mi amiga, por los suspiros que daba.
Avancé a toda velocidad con el balón soldado a mi bota derecha. Era mi gran virtud junto a la de llevar una media de casi un gol y medio por partido. Solo me quedaba una rival para encarar la portería. Hice amago de quebrar por la izquierda y cuando tenía desequilibrada a la defensa, cambié el balón de pie y con una sutil vaselina de la zurda, elevé la bola por encima de su cabeza haciéndole un sombrero. La sorteé por la derecha y recuperé el balón al otro lado. Cuando arrancaba el sprint final, sentí que algo enganchaba mi tobillo. Caí de bruces sobre la hierba.
Me levanté como un misil mientras a lo lejos escuchaba el pitido del árbitro marcando la falta como penalti. Me fui directa a esa desgraciada, se iba a enterar de quién era yo.
Sentí unos brazos rodeándome por el pecho y una voz que enseguida reconocí como la de Julia:
—Quieta, torito –susurró en mi oído la designada por el entrenador para refrenar mis arrebatos. Sí, junto a mis virtudes futbolísticas, también tenía el dudoso honor de ser la más amonestada del campeonato nacional de fútbol femenino, pero diez años jugando contra chicos dejaban huella.
—¡Suéltame, Ángela, que me la como!
—¡Que te tranquilices Leo! –dijo mientras me arrastraba lejos del conflicto.
Por fin, tras el arrebato inicial, me calmé lo suficiente para dirigirme al punto de penalti donde coloqué el balón. Recorrí varios metros hacia atrás y antes de chutar, hice mi acostumbrado ritual. Solté la goma de mis gafas y las limpié con el bajo de la camiseta antes de volvérmelas a poner, un tironcito de mi trenza y ya estaba lista. El corazón martilleaba con fuerza en mi pecho y sentía el sudor cayendo por el centro de mi espalda, cuando comencé a correr a toda velocidad.
—¡Goool! –gritaron los doscientos aficionados que había en el estadio.
“Ya van quince en once partidos. Lástima de los dos que me pasé expulsada”, me dije mientras mis compañeras me abrazaban y me palmeaban el culo.
Con la mochila al hombro, me dirigí a la puerta del polideportivo donde me esperaba mi amiga Teresa.
—¿Heladería o pastelería? –preguntó ella.
—Helado, me apetece una bola de mango.
Teresa sonrió. Sabía que le saldría gratis. Había vuelto a ver una tarjeta amarilla y con ello perdía la apuesta de todos los sábados por la mañana.
Caminamos hasta una placita en la cual había dos docenas de mesas a la sombra y nos sentamos a disfrutar de nuestros helados.
Tesa y yo éramos como uña y carne desde primero de la secundaria, incluso repetimos juntas el último curso y en aquel momento, lo volvíamos a hacer en segundo de bachillerato. Era mi aficionada más fiel y siempre venía como espectadora a todos los partidos que jugaba.
Desde el primer día les dio a todos por meterse con su cara llena de granos y yo, que había sentido el rechazo por jugar al fútbol, me dediqué a defenderla de todos los que la insultaban.
Con doce años estaba curtida en mil batallas. Llevaba seis recibiendo insultos de los niños que jugaban contra mí: chicote, enana, gafotas y lindezas del estilo. Aquello podía ser hasta cierto punto comprensible, pero lo peor era cuando algún padre de las criaturas me quería pegar por haber ridiculizado a su hijo. Una vez dejé sentado en el suelo al mismo defensa en tres jugadas consecutivas y las tres acabaron en gol. Pues a su papi no le tuvo que sentar muy bien, porque me tiró una lata de cerveza mientras me gritaba fuera de sí, que me fuera a jugar con muñecas. La esquivé por poco y no tuve más remedio que lanzársela de regreso pero con mejor puntería que él. Cuatro puntos en la frente si no recordaba mal.
—¿Has hecho el trabajo de geografía? –pregunté tras un lametón a mi cucurucho.
—Anda, acércate, que te has puesto los morros finos. Eres una cochina comiendo helado. –Agarró una servilleta de papel y me limpió los labios y el mentón—. Lo haré mañana, más o menos lo tengo mirado.
—A mí me ha quedado to guapo. ¿Nos apostamos unos cubatas?
—Pero qué dices, flipá , si no has pasado del cuatro en toda la evaluación –dijo Tesa concentrándose en su propio helado.
—Pues así lo tendrás más fácil, me podrás dar una patada en el culo –dije guardándome para mí que la nueva portera de mi equipo estudiaba geografía en la universidad y me había ayudado con el trabajo. Iba a ganar esa apuesta con la gorra.
En el equipo, todas sabían que estaba repitiendo y que si no sacaba el bachillerato habría problemas en mi casa. En dos años que llevaba jugando con ellas, no es que hubiese hecho mucha amistad, todas tenían más años que yo, pero el entrenador les había insistido en que me ayudaran con los estudios, para algo era la estrella. Mi hermano y representante pensaba que una carrera tan breve como la de futbolista, ganando quince mil al año, no era un futuro muy estable y eso que era la mejor pagada. La mayoría de mis colegas lo tenían que compatibilizar con otros trabajos: camareras, mensajeras, enfermeras, una profesora de instituto e incluso una abogada.
—¿Vamos a salir esta noche? –preguntó Tesa.
—Claro, pero si cuando llego a tu casa no estás lista, pagarás tú el taxi de vuelta. Ella tenía carnet pero no coche y yo pasaba de sacar mi Golf un sábado por la noche. Era de segunda mano y tenía ocho años pero lo quería un montón.
—¡Dios!, ¿contigo hay que ir apostando constantemente?
—No te quejes, que empezaste tú.
En el cuarto curso, yo aún no había llegado al metro sesenta y jamás lo haría. Teresa era una larguirucha sin tetas y con la cara llena de granos. Hartas de que los chicos y las chicas de clase pasaran de nosotras y de que me tuviera que pegar con todos para que no se metieran con ella, mi amiga se apostó que lograría que contaran siempre con las dos.
Tuve que llevar su mochila y la mía durante todo el curso. Tesa comenzó a ser el putón del instituto, pero ya no nos dejaron nunca más de lado, siempre puso como condición que si ella iba, yo también debía ir.
Así comenzó nuestra afición por las apuestas y con el tiempo se había convertido en una especie de ritual. Apostábamos por todo: las notas, los partidos, mis expulsiones, incluso sobre el tono amarillo del profesor de matemáticas. Yo aposté mi skate a que era cirrosis, ella su bici a que hepatitis.
-*-
Otra apuesta perdida. Desde que llamé a su timbre hasta que bajó, no pasaron más de dos minutos. Hala, a pagar el taxi.
Tesa estaba espectacular, como siempre desde hacía un año. Aquella niña sin tetas se operó al cumplir los dieciocho y los granos de su cara se fueron gracias al Roacutane . Ahora era de esas chicas que se los llevaba de calle, pero solo le interesaban para pasar el rato. Según ella, ningún novio iba a fastidiar nuestra amistad.
—Tía, pero si casi se te ve el felpudo –dije mirando la cintura de sus vaqueros donde se podía intuir el pubis.
—Qué va, si lo llevo afeitado. ¿Se me ve la hucha? –preguntó dándose la vuelta.
—No, pesada, pero te podías haber cortado con los tacones. –No le llegaba ni a la barbilla.
—Si tú supieras andar con diez, yo podría al menos ponerme cinco centímetros.
—Sé andar con los centímetros que sean, pero te he dicho mil veces que el entrenador no me deja llevar tacones. –Comenzamos a andar hacia la parada de metro mientras ella me examinaba de pies a cabeza.
—No te has pintado.
—No –respondí sabiendo lo que venía a continuación.
—No te has puesto las lentillas.
—No, ya sabes que me pican los ojos y no, no me he puesto la falda de peto, ni me he soltado la trenza, ni me he puesto pendientes.
—Eres un caso perdido.
—Te dejo los tíos todos para ti.
—Vamos, que tú también tienes tu público. Luego buscas uno cañón y apostamos a ver si te lo ligas.
—¡Que no, que yo siempre la cago! El último gilipollas me sonrió y me dijo que era una niña muy mona, ¿niña?, casi le pego una patada en los huevos.
—Tranqui, torito, que eso le puede pasar a cualquiera, aunque cuando te pellizcó la mejilla y se piró, casi me meo encima de la risa.
—¡Cabrona!
-*-
—Mira, ya he visto un objetivo.
—¿Cuál? –pregunté mirando en la dirección en la que ella miraba.
—El rapero, el de la gorra negra. Te apuesto un cubata a que me lo tiro.
—¿Cuál? –volví a preguntar forzando la vista entre la oscuridad de la disco.
—Joder, Leo, ponte las gafas que no ves un pijo.
—Que se me empañan los cristales y además has sido tú la que me ha insistido en que me las quite. ¡Aclárate, coño!, ¿no querías que pescara?
—Cari, pero si tú estás monísima siempre. Con las gafitas tienes un punto intelectual y eso también tiene su público.
—Eh, paso de ligar y paso de apostar –dije comenzando a estar un poco harta del mismo rollo todos los sábados.
—Venga, no te cabrees. Yo lo intento en esta y tú en la siguiente disco que está un poco más iluminada, no quiero que te vayas a abrir la cabeza con un escalón.
—Joder, por un perro que maté…
—Nena, pero si acabaste despanzurrada en medio de la pista.
—Coño, porque aquel escalón estaba puesto a traición.
—Anda, ponte las gafas y podrás ver al pibón que me va a comer el chocho. –Se puso detrás de mí y me rodeó la cintura con sus brazos mientras no paraba de bailar y hablarme al oído—. Me voy a tirar al rapero y me tomaré un cubata a tu salud.
Me giré y la miré fijamente. Una idea acababa de pasar por mi cabeza.
—¿Qué tal si doblamos la apuesta?
—Pero, nena, si te voy a ganar.
—Si logras que el rapero te coma el chocho, ponerlo a mil y luego dejarlo con un palmo de narices, te pago dos cubatas.
—¿Hacerle la púa?
—Exacto –confirmé, segura de que había mordido el anzuelo.
—¡Hecho!, espero que te fíes de mi palabra.
—Ni en sueños, chavalita. Te metes en los baños en la última cabina y no pongas el pestillo.
—Vamos, no me jodas, ¿te vas a meter a mirar?, ¿no te querrás montar un trío? Está bueno pero no es para tanto y tú no me pones nada.
—Que no, gilipollas. Yo asomo la cabeza y veo que tal va, me disculpo y me piro.
Tesa me miró como si no supiera si iba en serio o en broma.
—Trato hecho, pero serán los cubatas de todo un mes o si no nada. –Me dio un piquito en los labios para sellar la apuesta y, tras darme una palmada en el culo, se marchó hacia su presa.
“Ese tiene pinta de espabilado, me da a mí que no lo va a lograr”, me dije observando al tipo de pantalones anchos y gorra del revés.
Por fin vi a mi amiga marcharse de la pista principal tirando de la mano del rapero hacia los baños. Me sorprendió que antes apuntase en mi dirección, pero no le di importancia.
—Hola, eres Leo, ¿no? –Otro de los raperos, más bajito que el primero, se había interpuesto en mi campo de visión—. Me llamo Toni.
—Me alegro, felicita a tu madre de mi parte por haberte puesto un nombre tan original –respondí sin ni siquiera mirarlo.
—Joder, tía, eres un poco borde.
—Pues es lo que hay, chaval.
Él se quedó un rato mirándome y posiblemente pensando alguna salida digna pero me derrumbó con su pregunta:
—¿Te apetece follar?
—Vale, pero con una condición. Mientras lo hacemos me tienes que dejar que te retuerza las pelotas hasta que aúlles de dolor.
—Vale, tía, con haber dicho que no era suficiente.
Me fui hacia los baños sin despedirme del tal Toni. No me interesaba lo más mínimo lo que me pudiera contar.
Comencé a empujar a las que esperaban para entrar. Si guardaba cola me perdería el tema.
—Dejadme pasar, que una guarra se ha metido con mi novio. Porfa, dejadme pasar.
Todas las que hacían cola se apartaron mirándome con pena y, alguna que otra, gritándome que le pegara una patada en los huevos al cabrón de mi novio.
Por suerte no me costó mucho entrar. En los baños había más ambiente que en la pista central. Un montón de chicas fumaban, se retocaban el maquillaje, se hacían rayas a la vista de todo el mundo o cantaban a grito pelado sin afinar ni de casualidad. Pasé de largo la zona de los lavabos y giré hacia las cabinas. Le había dicho que escogiera la última, pero al intentar abrir la puerta, me di cuenta que estaba cerrada con pestillo. La muy cabrona de Tesa se había rajado. Seguro que luego me decía que había sido sin querer pero que había ganado la apuesta.
Escuché gemidos en la penúltima cabina y me sentí culpable por haber dudado de mi mejor amiga. Seguramente, la última ya estuviera ocupada.
Abrí con cuidado y asomé la cabeza. Una delgaducha, con la falda por la cintura, cabalgaba a un tipo que estaba sentado sobre la tapa del váter. No, aquella no era Teresa, mi amiga tenía el pelo negro como ala de cuervo y la que brincaba abrazando el cuello del chaval era rubia, posiblemente de bote.
—Eh, tú, mirona. Chapa la puta puerta –gritó el jamelgo sin que su amazona parase ni un segundo.
—Que te jodan, pichafloja, que te lo tienen que hacer todo. –Estaba aburrida tanto de ver a chicos como a chicas cambiándose y aunque me dio un poco de corte ver a la parejita, me recuperé enseguida.
—¿Y esta quién es? –preguntó la rubia cuando giró el cuello.
—Me llamo Leo, ¿habéis visto a una morena de pelo largo y rizado?
—¡Tía, que estoy follando con mi novio, date el piro!
—¿Tu novio?, pero si a ese notas lo he visto hace una hora dándose el lote con una pelirroja.
—¿Te has enrollado otra vez con Marta?, ¡hijo de puta!, ¡cabronazo! –La rubia gritaba como una loca pero sin desempalarse.
—Eh, eh, que era broma. No conozco a tu novio de nada. He dicho lo de la pelirroja por decir. –Ante la mirada inquisidora de cuatro chavalas que habían girado la esquina, decidí encerrarme en la cabina con el par de tortolitos. No quería que llamasen a seguridad.
—Eh, ¿pero qué haces aquí dentro?, ¿no te lo querrás hacer con mi chico?
—Qué dices, flipá , pues no es feo ni ná, te lo dejo todo para ti. ¿Habéis visto a la morena?
El tipo me dedicó una mirada asesina y apuntó con su pulgar a la cabina que yo había intentado abrir.
Hija de puta, pues sí me la había intentado jugar. ¡Se había encerrado!
—Lo siento, pero me voy a quedar un poquito, vosotros a lo vuestro, ¿vale? como si yo no estuviera. –Palmeé el culo de la rubia como hacíamos entre las del equipo—. Venga, chica, enséñale quién manda.
Puesto que la tapa del váter estaba más que ocupada, tuve que poner un pie en la llave de paso para poder llegar con el otro encima de la cisterna. De ahí al portarrollos metálico y a asomar la nariz por encima del tabique de separación. Hice gestos a la parejita para que continuaran con lo suyo pero ambos siguieron mirándome con cara de gilipollas.
En la otra cabina, Tesa estaba sentada sobre la tapa del inodoro, con el top enrollado a la altura de las axilas dejando sus tetas al aire y con la gorra del rapero en la cabeza. El chaval estaba arrodillado, haciéndole una comidita de coño estupenda a mi amiga, por los suspiros que daba.
De momento la cabrona iba ganando, aunque le quedaba lo más difícil, darle puerta al chaval.
Aquella imagen me aturdió bastante. No me gustaba espiar a mi mejor amiga en su intimidad, pero tenía algo de… morboso. No perdía el culo por los tíos, pero tampoco era de piedra. Un pellizco en el culo me hizo reaccionar.
—Te lo debía –dijo la chica que se había levantado y me mostraba impúdica su felpudito, demostrando que era rubia natural. Apuntó a la pija fláccida de su novio diciendo—: Nos has cortado el rollo.
—Shh –chisté poniéndome un dedo sobre los labios.
El tío intentaba taparse con las manos, pero quedaba claro que mi interrupción no le había sentado nada bien a su amiguito. La rubia nos dedicaba miradas asesinas tanto a él como a mí.
Volví a observar por encima del murete. Teresa se había acomodado, pasando las piernas por encima de los hombros del rapero y por la contracción de su mandíbula, no le debía quedar mucho para correrse. En cuanto lo lograse, a ver qué se inventaba para salir de aquella. Me miró y tras sonreír, me guiñó un ojo.
Todo pasó la hostia de rápido. Un empujón en la cadera, mi pie que resbaló sobre la superficie curva del portarrollos y un coscorrón brutal contra la pared.
—¡Hostia tía, lo siento!, yo no quería…, ¿estás bien…?, ¿puedes hablar…?
Joder, qué manera de zumbar el tarro. Dentro de mi cabeza había un tambor enorme que no paraba de retumbar. Apreté las mandíbulas, no porque me fuera a correr como Tesa, sino porque era la única manera de aguantar las lágrimas que me venían a los ojos. ¡Dolía un huevo!
—¡Vámonos, déjala aquí que aún nos meteremos en un lío! –dijo el hijo de puta de su novio.
—Escucha, ¿estás bien? –preguntó ella poniéndome una mano en la mejilla.
—Me… me… duele… —respondí. Intenté levantarme para patearle el culo a aquella idiota, pero en ese momento fui consciente de que me encontraba tirada en el suelo, completamente despatarrada y con una pierna encima del váter.
Miré a mi alrededor. Aunque la rubia estaba acuclillada delante de mí, por encima de su hombro pude ver al capullo de su novio y tras él, a varias de las curiosas que antes habían mirado en mi dirección. Tras ellas, Teresa se colocaba el top y las empujaba para abrirse paso.
—Mira que cuando he oído el cacharrazo me he imaginado que serías tú. Siempre andas metiéndote en líos –dijo mi amiga cuando se agachó al lado de la rubia.
—Esa enana estaba espiándote por encima del tabique –dijo el novio de la rubia, intentando malmeter.
—Sí, es mi amiga. La pobre no se pone cachonda si no es espiando, pero es inofensiva –dijo Tesa mirándolo de reojo. Luego tomó mi pierna y la bajó de encima de la tapa del váter—. Menos mal que no te has puesto falda, hubieras enseñado hasta las ideas. Anda, levanta.
Con mi mano palpándome el chichón y con un brazo protector sobre mis hombros, salimos las dos de la cabina ante decenas de pares de ojos que nos miraban curiosos.
—Oye, guapísima, lo nuestro no ha terminado, ¿no? –preguntó el rapero que se encontraba entre las cotillas.
—¿Pero eres tonto o qué te pasa?, ¿no ves que mi colega está mala?
Renqueando y con la ayuda de Teresa, llegué a la barra donde suplicamos por una bolsa de hielos. ¡Joder, era indignante!, siempre terminaba montando el cuadro. Si alguien se tenía que piñar en la pista de patinaje, allí estaba Leo; si a alguien le tenía que morder el puto Yorkshire de la vecina, allí estaba yo; si a alguien se le tenía que rajar el pantalón, allí estaba mi culo para ser visto por todo el instituto y la más vergonzosa: si alguien tenía que estar delante de la portería vacía y mandar el balón al graderío, allí estaba la Messi de Carabanchel; eso sí, para meter luego dos y ganar el partido también se podía contar conmigo.
—¿Cómo va? –preguntó mi amiga tras terminar su ron con cola y mirar mi tubo vacío—. ¿Te pido otro?
—Uf, creo que o me emborracho o me piro a casa a tomarme un par de paracetamoles y dormir doce horas –dije quitándome las gafas y masajeando mis sienes.
—¿Entonces no quieres intentarlo hoy?
—Pa tíos estoy yo ahora mismo. No me pondría a tono ni aunque me lo comiera el Bieber, mientras le cruzo la espalda a latigazos y le clavo alfileres en los ojos.
—Eso es amor y lo demás tonterías. Anda, paga esta ronda y vámonos. Acuérdate que aún me deberás otra.
—Vaya, esta vez eres tú la que te pones hielo –dijo un tipo acercándose a nosotras.
—Perdona, ¿te conozco? –dije con mi tono más agresivo, mientras dejaba la bolsa de hielo en la barra y me volvía a poner las gafas para ver mejor.
Era un chaval guapete, con flequillo y aire intelectual y con unos grandes ojos verdes que me miraban divertidos.
—Claro, claro. Sin un balón estampado en la cara soy más difícil de reconocer.
—¡Hijo de puta, eres el soplapitos! –Salté del taburete y me abalancé contra él, cruzándole la cara de un guantazo—. ¡Por tu culpa me sancionaron dos partidos, cabrón!
—¡Estate quieta, por Dios! —Con un movimiento rapidísimo, Tesa me agarró los brazos impidiendo que le atizara a aquel capullo por segunda vez.
—Lo único que hice fue redactar el acta. Si no me hubieras metido un balonazo en la cara, no te habrían sancionado –dijo alejándose un poco de mí y agarrando la bolsa de hielo para ponérsela en la mejilla—. Solo quería saludarte.
—Pues hala, ya has saludado. A mamarla por ahí.
—Leonor Palacios García, discúlpate inmediatamente –dijo Teresa con aire de mando mientras me retorcía un brazo—. Perdónala, es que hoy no se ha tomado la pastilla.
—Bu… bueno…, será mejor que me marche… —dijo el árbitro, que por su aspecto no debía tener más de veinticinco años y que realmente estaba bastante bueno.
—Perdóname –dije sintiendo que mi brazo se retorcía un poco más—. No te haré nada.
—Hola, yo me llamo Tesa, soy la que cuida del Pit bull este. Tranquilo, ladra mucho pero no suele morder. Le has debido gustar mucho para que te marque. —¿Eran imaginaciones mías, o mi amiga estaba haciendo de celestina?
—Yo me llamo Pablo –respondió dándole dos besos a Teresa y mirándome como si esperara que le diera permiso.
—Yo Leo, puedes darme dos besos. No te morderé.
—La verdad es que me había acercado para darte la enhorabuena por lo de la selección absoluta.
Recibir la llamada del seleccionador me había hecho tanta ilusión que no pude evitar sonreír como una tonta:
—Gra… gracias.
—Estás muy guapa cuando sonríes.
—Uy, uy, uy, creo que yo aquí sobro –dijo mi amiga ante mi creciente sonrojo.
Se marchó a bailar a la pista y Pablo y yo nos quedamos hablando. Me molestó un poco que asegurara que podría haber ido mucho antes a la selección si no fuera por mi temperamento, pero en el fondo sabía que tenía razón.
Pasado ese primer bache, la conversación fue muy agradable. Hablamos de fútbol, de la federación, incluso me atreví a insinuarle si tenía novia. No me reconocía a mí misma.
—¿Entonces eres médico?, qué pasada.
—Bueno, lo seré en seis meses, todavía no.
—Da igual, tío, debes tener un tarro de la hostia. Yo tengo atragantado el segundo de bachillerato y a este ritmo…
Vi que Tesa me hacía gestos a espaldas de Pablo y me dispuse a dejar allí la conversación.
—Creo que nos vamos a casa. No ha sido tan malo hablar contigo –dije mientras me acercaba a él y me quedaba parada como una tonta—. Si… siento mucho el bofetón.
—Si te apetece, podemos quedar a tomar un café algún día –dijo tras darme dos besos que podían convalidarse por un pico de lo cerca de mi boca que habían caído.
—No… no me gusta el café –respondí, poniéndome roja como un tomate. Definitivamente, en aquel terreno de juego me movía como el culo.
—Una pena, me hubiera gustado volverte a ver fuera del campo. –Levantó la mano y me puso la bolsa de hielo sobre el cogote, marchándose en dirección al otro extremo de la discoteca.
“Joder, Leo, dile algo, no seas tímida”, me critiqué mientras impotente veía cómo se alejaba.
-*-
—¡Aquí, aquí! –grité a la extremo izquierda que iba a toda velocidad sin levantar la vista del balón.
“¿Al hueco?, no me jodas, me la podías haber tirado al pie”, pensé esprintando contra la defensa rival y llegando a golpear la bola con la puntita de la bota.
La portera no tuvo muchos problemas para parar mi tiro y la árbitro pitó el final del partido.
Me quité las gafas y me sequé el sudor de la cara con la parte baja de la camiseta, intentando no mostrar más piel de la necesaria. Estaba sudada, cansada y para colmo, habíamos perdido dos cero. Miré a Tesa. No le había podido dedicar ningún gol y eso también me cabreaba. Ella me devolvió el saludo y apuntó con su dedo hacia un chico que estaba parado tras una valla publicitaria.
—¡Eh, la de la trencita!, con el pie no pegas tan fuerte como con la mano.
—¿No te dolió la jeta lo suficiente que vienes a por más? –pregunté de broma mientras Pablo caminaba a mi lado.
—Ey, tranqui, que vengo en son de paz –respondió alzando las manos exageradamente—. Como no tengo tu teléfono pero sé dónde juegas, pues…
“Joder, Leo, di algo, que vas a parecer tonta. No te quedes pasmada”, me recriminé mientras buscaba una salida.
—No lo hace nada mal la de las rastas –dije al fin, refiriéndome a la chica que nos había arbitrado.
—¿Emma? Es muy buena. Nunca pierde los nervios y controla con mucha mano izquierda.
—Y es muy guapa –disparé antes de pensar.
Pablo me miró y alzó una ceja interrogativamente. Luego, como si no hubiera dicho nada, continuó hablando:
—Si te apetece, después de la ducha podríamos tomar algo.
—No me estarás tirando los trastos, ¿no? –“Leo, primero se piensa y luego se habla, primero se piensa y luego se habla”, me dije recordando las palabras de mis padres y de mi hermano, pero es que no sabía qué decir.
—He venido a verte jugar y ahora te estoy invitando a tomar algo, ¿tú que crees?
—Que te quieres pitorrear de mí por lo del balonazo y la bofetada.
Se paró y dando media vuelta me miró intensamente. Luego terminó por desconcertarme por completo. Se acercó y me agarró por la cintura, luego me pegó un beso en la boca.
Cerré los dientes con fuerza para que no pudiera pasar. Todo aquello me estaba superando y me sentía confundida. “No abras la boca, Leo, no la abras”, pero fue inútil. Sentir su lengua acariciando mis labios y sus manos rodeando mi cintura era algo para lo que no estaba preparada. Cuando me quise dar cuenta, mi propia lengua había salido a su encuentro y nos pegábamos un morreo en toda regla.
—Qué saladita estás –dijo recorriendo mis labios y separándose.
—Es… estoy… sudada…
—¡Hostia! –resopló mientras se agarraba el abdomen donde le había atizado un puñetazo.
Me marché corriendo hacia los vestuarios, sintiendo cómo me ardían las mejillas y mis ojos estaban a punto de llorar. ¿Por qué tenía que ser tan idiota? La había cagado con aquel chico, pero es que me había visto superada y completamente desarmada.
-*-
Aquel partido se me estaba haciendo muy cuesta arriba. Cada vez que miraba al árbitro, las mejillas se me encendían y un cosquilleo recorría mi estómago.
Driblé a una defensa y encaré la portería. Lo siguiente que recuerdo es que mi pantalón estaba por las rodillas y mi cara contra el césped. Todo el estadio se partía de risa mientras yo les enseñaba las bragas.
Me levanté como un resorte colocándome los pantalones en su sitio y sin darme cuenta de que las gafas colgaban rotas de la goma. Me había golpeado contra la sien y la patilla se había roto clavándose en mi piel.
El pitido indicó que había sido penalti y expulsión pero no me importó lo más mínimo. Me encaré contra la tía que me había bajado los pantalones y casi le atizo de no ser porque unos gritos llamaron mi atención.
—¡Eh, pero de qué vas, que se le han caído solos, que se los hubiera atado bien! –dos jugadoras del equipo rival discutían con el árbitro. Dejé mi objetivo inicial y me encaré con ellas.
—¡Al soplapitos ni tocarlo, que el chaval está haciendo su trabajo! –empujé a una de las dos alejándola de Pablo.
—No tiene muy buena pinta, pero no se puede considerar lesión. Tendrás que chutar sin gafas –dijo el árbitro examinando la patilla cuando todo se hubo calmado.
—No me tenías que haber sacado la amarilla –susurré para que nadie me escuchara.
—Te referiste a mí como soplapitos. Además te he llamado cuatro veces en el último mes y tú a mí ninguna –respondió muy cerca de mi oído—. Aunque me ha hecho ilusión que me defendieras.
—¿Pero cómo quieres que chute sin las lupas?
Allí estaba yo, a tres metros del balón, intentando fijar al mismo tiempo mi miope vista en la portera, la pelota y mis propios pies.
Comencé a correr mirando el balón, pero en el último instante fijé la vista en mi rival y fue la perdición. Con gafas era fácil ver la bola con el rabillo del ojo, pero sin ellas, mi pie apenas rozó la pelota, la cual recorrió mansamente unos dos metros hacia la izquierda, antes de detenerse por completo. Todo el público se descojonó. El mayor ridículo de mi vida y me tenía que pasar jugando en campo contrario.
“Mierda, mierda y remierda, una nueva cagada para mi largo historial”.
—Tía, no pongas esa cara que le podría haber pasado a cualquiera. –Tesa no solía venir cuando jugaba fuera, pero había ido en mi propio coche y no eran más de dos horas de viaje. No teníamos presupuesto para autobús y habíamos organizado el viaje con los coches de varias jugadoras.
—Leo –me llamó el entrenador tras despedirme de mi amiga y enfilar hacia los vestuarios.
—Dime, míster.
—Te sobran plazas en el coche, ¿no?
—Sí, claro. Hemos venido mi amiga y yo solas.
—El árbitro ha venido en tren y me ha pedido volver con nosotros. ¿Te lo puedes llevar tú? El pobre ha quedado con una chavala y teme llegar tarde.
Tuve ganas de decirle al entrenador que Pablito se volviera andando, pero me contuve. No me interesaba airear que tenía algún tipo de amistad con el colegiado.
—Anda, sube detrás –le dije a Pablo—. Te llevaré para que estés a tiempo para tu chati.
—¿Tienes una cita? –preguntó Tesa.
—Bueno, no es seguro. Iba a pedirle a Leo que cenara conmigo.
—¡Mierda! –grité cuando a punto estuve de llevarme por delante a una de las rivales que en ese momento salía del polideportivo—. ¿Pero tú que dices flipao?
—Que si te apetece cenar conmigo. Conozco una pizzería para chuparse los dedos.
—Por supuesto que sí. Además se pondrá bien guapa. Tú no te preocupes y déjalo todo en mi mano –dijo Teresa.
—¿Y yo no pinto nada aquí? ¿Le diste mi teléfono sin permiso y ahora me arreglas una cita? —Un sudor frío me recorría toda la espalda y me sentí incapaz de pensar con coherencia. Vale que hubiéramos tonteado por teléfono, que él hubiera dicho alguna vez que le caía muy bien y que era una tía estupenda, pero aquello era muy repentino.
Me froté las palmas contra el pantalón, no podía agarrar el volante en esas condiciones. Miré por el retrovisor, esperando encontrar una mirada socarrona, pero la sinceridad y sensibilidad de la mirada de Pablo me desarmó. Sí, iría con él a cenar.
-*-
—Vamos, tú relájate y déjate llevar. No te va a pasar nada malo, es muy guapo y le gustas. –Mi amiga me aplicaba sombra de ojos, dándome los últimos retoques.
—Tesa, que los tíos no son lo mío, seguro que la cago. —Aceptar salir con Pablo y estar tranquila, controlando la situación, eran dos cosas muy distintas. Con cada minuto que pasaba, la sensación de que iba a meter la pata era mayor.
—Pues, por lo menos, prométeme que no le volverás a pegar.
—¡Pero si es que me pongo muy nerviosa y no sé qué hacer!
—Tú bésale cuando te pongas nerviosa. Por cierto, he pensado en una apuesta.
—¿Por si me lo ligo?
—No, tonta. Ligártelo estoy segura de que te lo ligarás. Es una apuesta un poco especial.
—¿Cómo?
—Mira, yo he escrito una profecía –dijo dándome un sobre cerrado—. Si se cumple al cien por cien, gano yo.
—¿Y si no?
—Jo, pues ganas tú, no hay muchas más opciones. Cómo se nota que no estás centrada.
—¿Y qué apostamos?
—Si gano yo, me darás lo que más quieres.
—¿Mi Golf?
—Sí. Si yo pierdo, lo que ganarás también está puesto en la carta.
—¡Tía, pero es mi coche!
—Lo que yo me juego vale más que un Golf de segunda mano.
—La silicona de tus tetas es intransferible –respondí, pensando en el motivo por el que ella no tenía coche.
—Ja, ja, ja, me parto el culo. ¿Aceptas?
—¿Cómo es de concreto lo que has escrito en la carta?
—Muy concreto y tiene tres partes. Tendré que acertar las tres. Guárdalo en tu mochila del fútbol y no lo abras hasta que yo te lo diga. Si cuando gane, crees que no me merezco el Golf, no tendrás que dármelo.
-*-
Realmente la pizza era de las mejores que había probado, y sí, llegué a chuparme los dedos, en concreto, un poco de salsa barbacoa del índice. Estaba como un flan y me daba la impresión que respondía todo el rato con tonterías a los comentarios de Pablo, pero es que era incapaz de relajarme.
—¿Qué tal lo de la selección? Te vi por Teledeporte.
Todos los nervios se me fueron de golpe. Aquel era un terreno en el que me podía mover con tranquilidad.
—Indescriptible, fue una pasada. Cuando escuché el himno…
—Sí, vi cómo te mordías el labio aguantando la emoción.
—Uf, es que sentí un mogollón de cosas. Las piernas me temblaban y tenía un millón de hormigas en el estómago.
—¡Mejor que un orgasmo?
Me quedé con la boca abierta sin saber qué responder. La pregunta me había llevado de golpe a arenas movedizas.
—De… de… depende con quién sea el orgasmo –dije aparentando más seguridad de la que realmente sentía.
—Podemos hacer la prueba si tú quieres –Acercó su cara y sonriendo me dijo—: Ahora es cuando tú me vuelves a atizar un puñetazo.
“Joder, Tesa, para esto no me has preparado, menuda amiga”, pensé sin saber qué responder. Agarré la Coca-Cola y bebí un largo trago intentando pensar en una salida digna.
—Mira, voy a ser sincero, me gustas, me gustas mucho. Sí, debo estar loco o ser masoca, pero qué le vamos a hacer. ¿Quieres salir conmigo? –Pablo palmeó mi espalda repetidamente—. Venga, venga, respira y levanta los brazos, no te me ahogues.
—Yo… yo… lo siento, pero me tengo que marchar.
—Leo, tranquilízate, haremos lo que tú quieras –Me agarró de la muñeca impidiendo que me levantase y me miró de un modo que me desarmó. Aquel chico a mí también me gustaba y me gustaba mucho, pero estaba acojonada.
—Yo… tú…, joder estoy hecha un lío.
—¡Hala, el burro delante para que no se espante! Será tú y yo, ¿no? ¿Por qué no pruebas a quitarte todas esas corazas? No quiero hacerte daño, aunque si es lo que quieres, lo dejamos aquí y no nos volvemos a ver.
Me acodé sobre la mesa, descansando el mentón sobre mis manos entrelazadas. Tenía que tomar una decisión y aquella postura, vista en las películas, siempre me había resultado de chica interesante.
La amenaza parecía en serio y de repente tuve miedo de no volverlo a ver. En el fondo tenía que reconocerme que había llegado el momento de tomar una decisión. Verlo en los partidos o hablar con él por teléfono era divertido, pero debía dar un paso hacia algún lado.
—Tú… tú también me gustas mucho. Hala, ya lo he dicho, ¿estás contento?
-*-
Mientras paseábamos tomados de las manos hacia su piso de estudiantes, me contó que vivía con otros dos chicos más. Hacía seis años que se había venido a vivir a la capital desde su ciudad porque allí solo había medicina por lo privado.
—Es ahí delante.
Cuando vi el portal que indicaba, un cosquilleo recorrió mi espalda. Se acercaba el momento.
Froté las palmas contra la tela vaquera de mis pantalones aprovechando que él estaba abriendo la puerta. Cada vez estaba más inquieta y que las manos me sudaran, no ayudaba a sentir seguridad en mí misma.
—Están todos fuera pasando el fin de semana, nadie nos molestará.
—Qué miedo, puedes matarme y descuartizarme que nadie se va a enterar. –El sarcasmo y la broma era un terreno más firme sobre el que poder pisar.
—Se supone que el masoca soy yo, ¿no?
—Tesa y yo vimos una vez un video de esos. Una tipa vestida de cuero fustigaba con un látigo a un gordito que pedía más y más. Desde entonces tengo sueños húmedos pensando que se lo hago a los cinco de One Direction.
—Ves, eso es lo que me gusta de ti, ese punto loco que tienes.
Se sentó en el sofá y me tendió su mano. Cuando la tomé, tiró con fuerza sentándome sobre su regazo. Me puse muy nerviosa, pero en cuanto me rodeó con sus brazos y me besó el cuello, dejé caer mi cabeza en su hombro. Que fuera lo que tuviera que ser.
Él, con el camino despejado, continuó besándome hasta llegar a mi oreja. Todo mi cuerpo se estremecía al contacto con sus labios, pero cuando succionó el lóbulo una descarga eléctrica recorrió mi espalda y más tarde , cuando metió su lengua en mi oído, creo que llegué a quedarme sin respiración.
Me apreté un poco más contra su pecho y me confesé a mí misma, que estaba feliz de haber aceptado. Algo, muy dentro de mí, quería que aquello no parara.
Su mano se posó en mi muslo y yo busqué sus labios con mi boca. Comenzaba a gustarme mucho estar así con él. Todo mi cuerpo vibraba cuando nuestras lenguas se encontraban.
—¿Es… estás… más… tranquila…? —preguntó entre beso y beso.
Solo fui capaz de asentir con la cabeza. Estaba segura que de abrir la boca, podría haber dicho alguna tontería.
—¿Qui… quieres… que… siga…? –preguntó asiendo el bajo de mi camiseta.
Me mordí el labio, meditando seriamente la pregunta. Finalmente, agarré el borde de la prenda y fui yo quien se la quitó.
Nos volvimos a besar mientras él me acariciaba la espalda y el costado, acercándose a mis tetas. Alcanzó una y la amasó con la presión justa, como a mí me gustaba hacerlo cuando me masturbaba. Su otra mano me acariciaba el culo y yo sentía que me faltaba el aire.
Con demasiada facilidad logró abrir el cierre de mi sujetador. Me incorporé sentada sobre sus rodillas y dejé que la prenda se deslizara hasta caer en mi regazo. Inexplicablemente, no tuve nada de vergüenza. Me encantó ver cómo sus ojos se clavaban en mis pechos.
—¿Sabes que eres preciosa?
Sin ser plenamente consciente, saqué pecho, orgullosa por el halago. Pablo se inclinó y me besó el pecho entre las dos tetas. Bajó hasta el canalillo y me lamió de arriba abajo. Yo sentía su lengua por delante y una legión de hormigas correteando por mi espalda.
Sus labios besaron toda la piel y poco a poco se fueron acercando hasta mi pezón. Quise que el tiempo se detuviera allí mismo, que no dejara de juguetear con su lengua, que continuara succionando con fuerza. Todo mi ser se concentró en aquel pitoncito que cada vez se ponía más y más duro.
Deseaba comerle la boca, que atendiera mi otro pezón, que continuara con lo que hacía y que llevase su mano a mi entrepierna que comenzaba a humedecerse. Todo me parecía poco.
Delicadamente me tumbó en el sofá y entonces fui consciente de que mi chocho no solo estaba empapado sino que el muy jodido se había puesto a palpitar sin mi consentimiento. Mi cuerpo reaccionaba a sus besos y sus caricias por cuenta propia. Había perdido totalmente el control sobre él.
—¿Tranquila? –preguntó quitándome los zapatos.
Negué con la cabeza como respuesta.
—¿Continúo? –Volvió a preguntar llevando sus manos al botón de mis vaqueros.
Asentí, al tiempo que sonreía. Quería, de verdad quería hacerlo.
Llevó su boca al pezón que antes había quedado desatendido y con sus manos fue tirando de mi pantalón hasta dejarlo por las rodillas.
Sentí sus dedos sobre mi braguita, allí donde solo se habían posado los míos. Me acarició con delicadeza por encima de la tela despertando a una fiera en mi bajo vientre. En aquel momento, con su cara contra mi pecho, con sus dedos apartando el elástico e introduciéndose entre mis labios mayores, confié en él, me dejé llevar adonde quisiera que fuéramos.
—¡Mierda! –exclamé al recordar las braguitas que llevaba puestas. Un estampado de limones y naranjas podría resultar hasta sexy en Katy Perry, pero a mí me cortó el rollo. ¿Y si se reía de mí?, ¿y si pensaba que era una cría?
—¿Paro? –preguntó alarmado por mi interrupción, mientras yo sacaba su mano de mi entrepierna.
Asentí con la cabeza. Sentía la lengua pegada al paladar y estaba segura de que no sería capaz de decir ni una palabra.
Él, comprensivo, me dio un piquito y me acarició la mejilla. Yo llevé mis dedos a los laterales de mi ropa interior y con un saltito del culo, la deslicé piernas abajo, arrastrándola y quitándomela junto a los vaqueros. Esperaba que así no se hubiera fijado demasiado en la ensalada de cítricos.
Pablo me sonrió y a continuación besó mi ombligo, mi tripa y mi pubis. Luego los muslos, sobre todo por la cara interna. Algo en mi interior me impulsaba a agarrarlo de la cabeza y hundirle en mi entrepierna, pero aguanté lo suficiente para que él llegara por sus propios medios. Podía acabarse todo allí y ya habría merecido la pena, era una maravilla sentir sus labios por toda mi piel.
Sentí su lengua en mi intimidad, ascendiendo hasta mi clítoris que palpitaba como si tuviera un pequeño corazón. La vergüenza inicial se esfumó cuando la sensación de los latidos aumentó y aumentó hasta que una intensa succión hizo que, lo que fuese que se concentrase allí, explotara ascendiendo por mi estómago, mi pecho y mi garganta, donde se liberó en un prolongado gemido. En mi vida había logrado alcanzar un orgasmo así con mis propios dedos.
Se sentó y me miró, mientras yo intentaba recuperar el aliento. Ahora, sus caricias me ponían la piel de gallina, logrando que todo me cosquilleara. Se inclinó y me dio un beso en los labios.
Agarré su mano con la mía y entrelacé los dedos, mientras por primera vez, probaba mi propio sabor de sus labios.
—Me alegro de haber insistido. Ha merecido la pena los balonazos, las bofetadas, los puñetazos. En respuesta, le sonreí y le di un suave rodillazo—. Un día de estos te voy a dar un par de azotes.
—Pues yo te daré un par de besos –dije sin ocultar lo emocionada que estaba—. ¿Pablo?
—¿Sí?
—¿Quieres que lo hagamos?
—Solo si tú quieres.
Posé una mano en su muslo, lo más cerca que pude de su paquete sin parecer una guarrona, y le miré con cariño.
Se desvistió en un momento y se peleó con el envoltorio de un condón. Nunca hubiera pensado que tener a un chico desnudo delante de mí podría resultar cómico.
Cuando se tumbó junto a mí, sentí el calor de su piel contra la mía, la firmeza de su torso aplastando con dulzura mis tetas me emocionó. Sus labios se soldaron de nuevo a los míos y su muslo se introdujo entre los míos. Lo había imaginado muchas veces, pero la realidad superaba a la ficción, era una pasada de bonito.
Nos giramos, sin dejar de besarnos, hasta que yo estuve encima. Me sostuve sobre mis rodillas, sintiendo la punta rozar mis labios mayores y mis muslos. Lo quería, quería aquello, no tenía la menor duda. Había temido siempre no estar preparada, no dar con el chico adecuado, pero era el momento, era el lugar y Pablo era la persona.
Agarré su polla con la mano, sintiendo a través de la goma, la fuerza que palpitaba allí. La coloqué con sumo cuidado en la entrada de mi vagina y en el momento que sentí la punta dentro, llevé mis dos manos sobre el pecho de Pablito.
—Si te duele paramos, no te me hagas la chula.
—¿Y por qué me va a doler, listillo?
—Porque me parece que no…
Me dejé caer lentamente. No sentí dolor, sí una extraña presión diferente a cualquier otra sensación, pero al fin lo tenía completamente dentro de mí y aquel mero hecho me llenó de una extraña euforia.
—¿Qué pensabas, que era virgen?
—Leo, me gustas un montón, me da igual que seas virgen o no. Me hubiera dado igual hacerlo hoy o esperar a otro momento, no tengo ninguna prisa.
—No tengo himen, o al menos eso me dijo el ginecólogo, no me he puesto a hacer espeleología para ver si era verdad. Y sí, soy virgen, bueno, creo que ahora mismo ya no lo soy.
—¿Por qué no dejamos de hablar…? Se me ocurren mejores cosas que hacer con la boca.
Me agarró las caderas, incitándome a moverlas. Me incliné hasta que mis pezones rozaron su pecho y sentí cómo en mi intimidad algo presionaba y palpitaba, llenándome por completo, no solo la vagina, sino algo mucho más dentro, en algún sitio donde nunca había llegado antes, ni con los mejores goles, ni con la lengua de pablo allí abajo.
Nos besamos, o más bien nos devoramos. A cada vaivén sentía que deseaba más, más de aquella dureza, más de aquella sensación de vacío y de plenitud que se alternaban rítmicamente. Cuando me la metía toda, Pablo tiraba de mis caderas hacia delante, logrando que mi clítoris se frotase contra su pubis.
Nunca, ni siquiera jugando al fútbol, había sido tan consciente de todas y cada una de las partes de mi cuerpo al mismo tiempo.
Mi lengua penetraba la boca de Pablo con violencia, mis brazos rodeaban su cuello, mientras mis manos se enredaban en su pelo, mis pezones parecían hervir cada vez que se rozaban con su pecho y mi entrepierna era un volcán, que cada vez pedía más y más, como si no tuviera suficiente.
Sentí las manos sujetando con fuerza mis caderas y a continuación el intenso beso de Pablo, mientras su polla latía dentro de mí. Continué moviéndome por iniciativa propia hasta que por fin me dejé ir en un segundo orgasmo más suave pero que a mí me gustó mucho más.
La intensidad del primero se compensaba con la situación del segundo. Tenía a Pablo dentro de mí y descansaba feliz sobre su pecho.
-*-
—¡Chicas, ahí fuera hay cuatro mil personas! Ha llegado el día de demostrar lo mucho que valéis. No el día de ganar o perder, el día de que hagáis lo que sabéis hacer de maravilla, ¡Jugar al fútbol! –gritó el míster al que se le notaba la emoción en la voz—. ¡Salid ahí fuera con la cabeza bien alta y divertíos! ¡Vamos a darlo todo!
—Si el cosquilleo en mi estómago era intenso, tras aquella arenga se hizo insoportable.
Salimos al túnel de vestuarios. Era la primera vez que jugábamos en un estadio de verdad y lo mirábamos todo con curiosidad.
Cuando pisamos el césped, tuve que morderme el labio inferior para contener la emoción. ¡Miles de personas nos aplaudían a nosotras!
Miré a la grada en busca de mi gente. Tesa estaba junto a mis padres, mi hermano no había podido venir al día más importante de mi carrera porque aún seguía en un máster en Estados Unidos. Busqué a Pablo y lo encontré junto a unos amigos en otra grada. Me alzó el pulgar y le correspondí con la mano. Llevábamos tres meses de relación, los tres meses más intensos de mi vida.
Aún me quedaba una persona a la que ver en las gradas y allí estaba, en el palco presidencial: la reina de España.
Quedar terceras en liga regular, ser la máxima goleadora del campeonato, clasificarme con la selección española para los mundiales, nada tenía comparación a jugar una final. Aquello era simplemente espectacular.
El partido era mucho más intenso de lo que jamás hubiera imaginado. Había recibido pellizcos disimulados, codazos ocultos en un forcejeo, incluso un rodillazo en el ligamento de la rodilla que me dejó amargada cinco minutos.
Una hora y ninguno de los dos equipos dábamos nuestro brazo a torcer. Entonces, llegó nuestra oportunidad.
Se sacaba un córner contra nosotras y como siempre, me quedé en el medio del campo por si se daba el contraataque. El balón dibujó una parábola y la estudiante de geografía se alzó por encima de todas las rivales para atraparlo limpiamente.
Sin perder tiempo en preparar un buen chute, raseó la bola con la mano hasta Júlia, la mejor pateadora del equipo, y un segundo más tarde, el balón caía a dos metros delante de mí.
Yo, la bola, dos defensas y una portera para lograr la gloria. Era mi momento. “O ahora o nunca”, me dije arrancando hacia la portería contraria.
Corrí al trote y, cuando la primera de las defensas se acercaba, pisé el balón deteniéndome por completo. Cuando le faltaba un metro para alcanzarme, arranqué a toda velocidad dejándola clavada en el sitio. Una defensa y la portera para la gloria. “Vamos, Leo, tú puedes, sabes que puedes”.
Amagué por la izquierda, driblé por la derecha y sentí una patada en el tobillo, pero no, no me iba a tirar esperando que pitasen el penalti, aquel era mi día de gloria. Trastabillé, recuperé el equilibrio y corrí con toda mi alma hacia la portera que venía a mi encuentro. “Aguanta, Leo, aguanta un segundo más”, me dije mientras esperaba el momento idóneo para soltar mi famosa vaselina. Las piernas de la guardameta me arrollaron con rudeza. Tirada en el suelo, vi cómo la bola se introducía mansamente en el interior de la portería.
—¡¡Goool!! –gritaron más de dos mil personas. Imposible describir las sensaciones que me recorrieron en aquel momento, ¡había logrado la gloria!
Me levanté como movida por un resorte y corrí casi medio campo hasta donde se encontraba Pablo, que ya me esperaba con el puño levantado y gritando a pleno pulmón lo mismo que coreaba medio estadio:
—¡Leo, leo, leo!
Aguantamos entre todas aquel único gol y ganamos la copa de la Reina. La gloria era nuestra.
Abrazos, llantos, risas, darle la mano a su majestad y recibir la medalla de campeonas de copa de sus manos y el trofeo individual a mejor jugadora de la final, todo pasó como en un sueño.
En el túnel de vestuarios nos esperaban todos nuestros familiares. Ante la sorprendida mirada de mis padres, me lancé a los brazos de Pablo y rodeé su cintura con mis piernas, dándole un beso de película.
Me abracé a todos los demás y en especial a Tesa a la cual casi le rompo las costillas.
—Dame las llaves del Golf, ya arreglaremos el tema de los papeles.
—¿Cómo?
—Tú abre el sobre y dame las llaves, el coche es mío –sonrió mientras alargaba la mano.
Le palmeé la mano y me marché al vestuario. Champán, gritos, cánticos y el entrenador metido en las duchas con el chándal puesto. Una hora tardamos en podernos quedar solas y tranquilas.
Me senté en el banco y abrí la mochila para sacar la ropa interior, me acababa de pegar la mejor ducha de mi vida. En ese momento recordé el sobre y lo abrí.
---
Hola, nena:
Estoy en mi casa esperando a que vengas para darte una buena capa de pintura. Me alegra mucho que hayas dejado de jugar al gato y al ratón con Pablo. Hacéis muy buena pareja y estoy segura que te quiere mucho. Ya me contarás si esas pizzas están tan buenas como dice él.
Si estás leyendo esta carta es porque has ganado la liga o la copa, no tengo la menor duda de que ganarás algo y por eso, esta es la primera condición de nuestra apuesta. Porque eres la mejor, porque tú lo vales, porque por más bajita que seas eres grande y siempre lo logras. Si hay un título para Leo, un punto para mí.
En segundo lugar, se habrá confirmado que estás enamorada, por mucho que durante los últimos meses seguramente me lo habrás negado repetidamente. Sé que Pablo y tú acabaréis juntos desde que le partiste la cara. ¿Qué otro chico habría seguido insistiendo? Si quieres una muestra, piensa en a quién has mirado en los momentos clave del partido. Sí, cari, te conozco como si te hubiera parido. Si hay dedicatoria para Pablito, punto para Tesa.
A lo mejor no doy ni una, no logras ningún título y tú y Pablo no estáis juntos a final de temporada, pero estoy segura de que ganaré y mi Golf me espera. Estoy deseando que pasen estos meses.
Por último, y en esta me la juego muchísimo, tu hermano no está haciendo ningún máster, está recorriendo Estados Unidos mostrando tus videos a los equipos de la NWSL y como sé que eres la mejor del mundo, ahora mismo te estará llamando para darte la noticia de que vas a ser futbolista profesional. ¿Recuerdas aquel Camaro que vimos en el escaparate del concesionario, aquel rojo descapotable?, yo tendré tu Golf y tú te pasearás por alguna ciudad americana con ese cochazo. Megafichaje para Leo, tercer punto para mí.
Te voy a echar mucho de menos, pequeño torito. Incluso podría haber apostado que a estas alturas, Pablo habrá logrado, a base de polvos, rebajar ese temperamento tuyo, pero eso es jugar al límite y no estoy dispuesta a perder el coche.
Sabes que te quiero y que has sido la persona más importante de mi vida. Cada vez que arranque el coche te recordaré y por supuesto, tendrás que invitarme a pasar alguna temporada en Estados Unidos.
Si pierdo, cosa que no creo, no tengo ni idea qué ofrecerte porque lo más importante que tengo es tu amistad y esa tú ya la tienes para siempre.
Un beso, campeona.
---
Alcé la vista de la carta con los ojos llorosos. Tesa me sonreía apoyada en una columna.
—Llamó hace cinco días, pero no queríamos que te desconcentrases. ¿Te gusta Chicago?, hay un par de técnicos en las gradas y han visto tu partidazo.
—¿Chi… Chicago…, las Red Stars?
—Sí, ciento cincuenta mil dólares y cinco años de contrato. Están hablando ahora con tus padres.
—¡Te… Tesa… Tesa…!
No pude aguantar más las lágrimas y mi amiga se acercó rodeándome con sus brazos y acunándome contra su pecho.
—¿Cómo supiste que iba a terminar todo así? –pregunté, una vez me hube calmado, rebuscando las llaves del Golf en la mochila y sorbiéndome los mocos.
—Bueno, yo también sé meter goles por la escuadra.