Un futuro incierto...(1)

El enamoramiento llega cuando menos se espera en el lugar menos imaginado. Eso le sucede a una chica que aún no sabe cuánta sensualidad posee en su interior.

Alejandro era el chico más sensual que había conocido en el último año; iba conmigo en casi todas mis clases de la universidad y bastaron unos cuantos días para que me atrajera como nadie más.

Él era (y sigue siendo) un chico diferente a los demás, siempre con su aire retador y de seguridad, vestido cuidadosamente con camisas color negro, pantalón de mezclilla y zapatos muy bien boleados, sin olvidar jamás 2 pulseras y un collar de piel igualmente negros como accesorios complementarios. Esa sencillez gótica me llenaba de curiosidad y de fantasías, pues le daban un aspecto interesante y un tanto rudo.

Su piel parecía tan tersa, del color del chocolate dulce; su cabello y ojos eran tan obscuros como la tierra húmeda y su musculatura debajo de su camisa, parecía haber sido ampliamente ejercitada.

Por mi timidez, no le hablaba, a pesar de que algunas veces notaba que me miraba, hasta que al final de un día, una profesora decidió organizar equipos (parejas) para la realización de un trabajo y fue así como le hablé por primera vez a Alejandro.

Recuerdo que en esa ocasión me sonrojé mucho cuando con una amable sonrisa, me indicó que estaba en mi equipo, mientras que en mi interior suplicaba que no se me notara. En ese momento pude constatar con toda certeza, que él me gustaba. Alejandro comenzó a hacerme la plática, preguntándome mi nombre y que si tenía alguna idea acerca del tema que elegiríamos para realizar el trabajo de la materia, y yo a penas atinaba a responder tartamudeando torpemente pero con disimulo.

Me parece que le caí bien, o por lo menos le causé gracia por el apuro en el que estaba metida; yo seguía embelesada mirando sus ojos negros mientras me dirigía la palabra.

Como pude, pensé en un tema adecuado para la materia y se lo propuse, él estuvo de acuerdo y comenzamos a planear la metodología de la investigación, mientras la profesora dejaba las últimas indicaciones antes de retirarse. Para poder ponernos de acuerdo en horas más relajadas, le pedí su mail, debido a que era la última clase del día y debíamos irnos, pero me sorprendió que me pidiera también mi celular, en fin, se lo dí y nos despedimos.

Llegué a mi casa un tanto cansada por la jornada del día, cociné para mí y luego me puse a hacer mis labores escolares; para el anochecer, encendí mi computadora y abrí el messenger, cuando de pronto me acordé de que al fin tenía el correo de ese chico que tanto me gustaba; no lo dudé y lo agregué; sorpresivamente Alejandro estaba conectado e inmediatamente aceptó mi solicitud y en segundos me saludó con un simple ‘hola, ¿cómo estás?’, mientras que mi corazón daba un pequeño salto de alegría, lo cual, era incomprensible para mí, pues hacía mucho tiempo que no tenía esa sensación. Le contesté y posteriormente hablamos un poco más acerca de cómo realizaríamos nuestro trabajo y después de varios minutos de estar discutiendo sobre ello, Alejandro comenzó a desviar el tema y comenzó a realizarme algunas preguntas sencillas para conocerme en lo personal. De la misma manera pasaron otros minutos más, intercambiándonos preguntas y respuestas acerca de nuestra vida personal y no sólo estudiantil; la verdad me estaba cayendo muy bien. Así, llegó la noche y tuvimos que despedirnos para ir a descansar.

Yo iría a la cama con una sensación muy agradable dentro de mí, recordando la sencilla conversación que había tenido con ese misterioso chico…

Al día siguiente volvimos a vernos y me saludó nuevamente con su amable y blanca sonrisa, bordeada por unos labios tersos y carnosos; sorpresivamente para mí, Alejandro me invitó a sentarme junto a él y yo alegremente acepté.

Pasaron las horas de clase, y el me mencionó que para regresar a su casa, diariamente tenía que tomar el metro; al escuchar eso me alegré mucho más, pues yo también debía de hacerlo y se lo comenté; Alejandro me propuso entonces, irnos juntos y yo con una gran sonrisa en mi interior le confirmé.

Así nos encaminamos hacia el metro platicando más acerca de nuestros gustos, metas y hobbies, profundizando un poco más los temas estando ya en dicho transporte, hasta que llegamos a la estación donde yo debía bajarme. Nos despedimos y anhelé volver a irnos juntos posteriormente.

En los días siguientes pasó casi lo mismo: él se conectó por las noches y platicamos un poco; y al término de la jornada escolar, nos íbamos juntos. Yo estaba muy contenta por la sencilla relación que se estaba dando entre él y yo…