Un funeral y una boda con mi madre
Les contaré la perversa historia de como me cogí a mi madre en el funeral de mi padre, y tiempo después el día de sus segundas nupcias.
Tener relaciones sexuales con mi propia madre era una idea que hace un año jamás se me hubiera ocurrido que fuera posible realizar fuera de mis fantasías. Pero déjenme decirles estimados lectores, no solo fue posible, sino que ha sido lo mejor que me ha pasado jamás.
Pero antes de contarles cómo fue que ocurrieron las cosas permítanme presentarme. Me llamo Oscar y actualmente tengo 21 años de edad. Vivo en una zona urbana en medio de la gran ciudad. La otra protagonista de mi historia, mi madre, se llama Raquel y es 16 años mayor que yo. Hasta hace un año estaba casada con mi padre, un acaudalado empresario quien lamentablemente falleció hace poco más de un año.
De hecho la historia que les platicaré comienza exactamente el día que él falleció, o mejor dicho el día después de su funeral. Aunque antes de contarles los hechos “interesantes” les daré un poco de antecedentes de cómo fue que conseguí lo que pocos hombres han conseguido y que créanme, se lo han perdido pues es la mejor experiencia de la vida.
Yo desde que recuerdo me he sentido atraído por las mujeres mayores que yo. En la escuela nunca puse demasiada atención a mis compañeras de clase. Me parecían algo aburridas la mayoría de las veces. Eran las maestras quienes generalmente dominaban mi corazón, o las mamás de mis compañeros cuando iban a recoger a sus hijos al colegio, hasta las vecinas, o cualquier mujer mayor con buena figura. Porque déjenme decirles, no me atraen para nada esas modelos esqueléticas que salen en la televisión. A mí las mujeres siempre me han gustado con buenas curvas, incluso una poquita de panza no se desprecia, siempre y cuando venga acompañada de un buen par de tetazas y un culo bien grande que llame la atención.
Fueron esos atributos que por supuesto siempre ha presumido mi madre los que me hicieron desearla, pero era más el morbo de algunos compañeros de escuela que nunca dejaban de decirme las cosas más indecentes de mi madre en la escuela lo que terminó por inclinarme hacia ese tabú del incesto. Y no era para menos, mi madre siempre ha sido una mujer que disfruta de partir plaza cuando va por la calle. No puede pasar por una obra o un mercado sin que los chiflidos y los piropos más vulgares se dejen escuchar. Obreros, cargadores, vendedores y hasta uno que otro policía hacen uso de su florido vocabulario para elogiar la figura de mi deliciosa madre. Obvio ella lo disfruta e incluso lo provoca con su forma de vestir y su forma de caminar.
A pesar de eso mi madre es una muñeca para ver, pero no para tocar. Jamás le fue infiel a mi padre mientras vivió y hasta donde sé tampoco me ha sido infiel a mí. Pero eso no la detiene para lucir los tacones más coquetos, las faldas y vestidos que mejor le dejen lucir su trasero y los escotes más provocativos que puedan imaginar. Siempre fue para mí motivo de orgullo y deseo saber que mi madre era una hembra deseada por todo hombre que se cruzaba en su camino.
Pero pasar de desearla a pensar que podría yo algún día ocupar el lugar que tantos hombres han deseado ocupar, eso no se me hubiera ocurrido jamás. Obvio le dediqué muchísimas pajas, me la imaginaba cogiendo conmigo de mil formas distintas y cada que podía trataba de espiarla mientras se bañaba, se vestía o incluso cuando mi padre la follaba creyendo que yo ya dormía. Pero les juro que jamás planeé de verdad cogerme a mi madre. Simplemente la cosas pasaron y si alguno de ustedes queridos lectores, tiene el mismo deseo que yo tuve por mi madre. Les recomiendo que busquen el momento y el lugar precisos para no quedarse con las ganas. Sería horrible morir sin haber probado las mieles del incesto.
Pero todo esto me lleva al día en que mi padre murió. Debo decirles que mi padre le llevaba muchos años de ventaja a mi madre. Él tenía 40 años cuando prácticamente se la robo a sus 15 años y casi de inmediato la preñó de mí. Pero el tiempo no se detiene y al final nos tuvo que dejar. Naturalmente fue un golpe muy duro para mi madre y para mí. Pero también fue ese dolor la fuerza que nos uniría y la chispa que iniciaría un incendio de pasión y morbo desmedidos.
Incluso en el luto mi madre no perdió el estilo. “Es lo que él hubiera querido” me dijo cuando salió de su recamara lista para ir al funeral. Y estoy de acuerdo, mi padre igual que yo sentía mucho orgullo y pocos celos al saber que su mujer era una mujer hermosa y deseada por cualquier otro hombre. Seguramente le hubiera gustado ver a mi madre con su falda negra justo un centímetro arriba de la rodilla, bien entallada y dejándole lucir sus curvas, con su blusa de satín negra también con un escote un poco menos pronunciado comparado con lo que ella acostumbraba usar. Haciendo juego llevaba unos tacones negros de charol y medias negras también, por último alcanzaba a distinguir debajo de su falda las líneas de un bello liguero como esos que tanto le fascinaban a mi padre y no lo niego, también a mí.
El funeral ocurrió sin contratiempos y fue un calvario estar recibiendo pésames de todos los parientes, amigos y socios de mi padre. Mi madre y yo estábamos tranquilos pero por lo menos yo estaba sumamente incómodo. Lo único que me consolaba era voltear a ver a mi madre y descubrir que incluso en la desgracia ella era una diosa de la belleza y la voluptuosidad.
Mi madre y yo estábamos sumamente cansados, pero tuvimos que aguantar hasta la mañana siguiente para el entierro. Yo quería avanzar el tiempo como se avanza una película aburrida, mi madre no se despegaba de mí, tomada de mi mano en todo momento y pegando su cuerpo con el mío. La lujuria comenzó a controlar mi debilitada y cansada mente. De vez en vez volteaba a ver el escote de mi madre y me perdía entre sus tetas mordiéndome los labios. Unos segundos después recapacitaba y volteaba a averiguar si alguien había sido testigo de mi indiscreción, pero afortunadamente nadie prestaba atención a mis enflaquecimientos.
Por fin terminó todo y con mi padre tres metros bajo tierra, mi madre y yo volvimos solos a casa con intención de descansar. Fue justo al cruzar el umbral de la casa y cerrar la puerta que mi madre que aguantó con tanta fortaleza se derrumbó en mis brazos. Me abrazó con todas sus fuerzas y me dijo que yo era lo único que le quedaba, que me necesitaba a su lado y que me amaba. Yo le dije que la amaba también y que nunca la dejaría sola. Mis manos rodeaban su cintura y ella volteó a mirarme con una sonrisa en los labios y lágrimas en los ojos. Acercó sus labios para besarme la mejilla y su beso duró mucho más de lo que dura un beso ordinario, fueron varios segundos que uno a uno acumularon en mí una lujuria tremenda, no bien despegó sus labios me besó la otra mejilla de la misma manera. Yo apretaba su cintura con más fuerza y me daba cuenta que comenzaba a tener una erección. Me puse algo nervioso pues el momento me parecía de lo más inoportuno, pero no podría controlarme, me estaba excitando al recibir los besos de mi madre que se encontraba en un estado tan vulnerable. Mi madre despego sus labios y fui yo quien acercó los míos, pero no besé sus mejillas sino su boca, primero la besé con los labios cerrados pero al ver que ella no me rechazaba comencé a besarla con la boca abierta, ella siguió sin rechazarme y al ver que las cosas evolucionaban de esa manera mis manos bajaron de su cintura a su trasero, comencé a estrujar esas nalgas enormes de mi madre con mis manos, mi madre no hacía el intento por detenerme, sus labios seguían pegados a los míos y nuestras lenguas seguían enredándose como dos pequeñas serpientes.
Entonces todo terminó. Mi madre salió de su trance y se dio cuenta que estaba cometiendo una locura. Me miro con horror y me pidió perdón. “No sé lo que me pasa mi amor” fue lo que me dijo. “Perdóname, me estoy volviendo loca”. “Vete a tu cama a dormir hijo” dijo al final y salió corriendo a su recamara cerrando la puerta de golpe.
Lo primero que pensé fue que había cometido un crimen, me sentía avergonzado. Pero al pensar en la reacción de mi madre no pude evitar darme cuenta que ella creía que la culpable de todo era ella misma. Su reacción me dio motivos para pensar que ella también me deseaba. Si no en lugar de pedir perdón me hubiera regañado severamente.
Me metí a mi recamara y me desvestí por completo quedando solo en bóxer. Iba a acostarme cuando pensé que si no actuaba ahora no tendría otra oportunidad. Me levanté como rayo y me fui a la recamara de mi madre. No toqué ni pedí permiso para entrar, me metí como si fuera mi propia recamara y vi a mi madre sentada en la cama llorando. Apenas si se había desabrochado su blusa de satín lo cual me dejó ver sus deliciosas tetas ocultas solo por un bello sostén de encaje negro.
Ella me miró semidesnudo y su reacción fue ponerse de pie y empezar a pedirme perdón nuevamente. Yo la detuve arrojándome a sus brazos y callándola con un beso igual de intenso que el anterior, esta vez mi erección era más que notable teniendo solo la delgada tela del bóxer sobre mi verga que se estaba poniendo dura como roca. Mis manos nuevamente empezaron a estrujar las nalgas de mi madre con más fuerza. Al despegar ella sus labios de los míos le dije: “Ahora yo soy el hombre de la casa madre, ahora me toca protegerte y atender tus necesidades.”
“Siempre te he deseado madre, y ahora sé que tú también me deseas, déjame ser tu hombre a partir de hoy. No necesitarás a nadie más”. Le dije antes de volver a besarla, esta vez una de mis manos le rodeó la cintura mientras la otra comenzó a tocar una de sus enormes tetas. No me detuve hasta que logré dejarla al descubierto para pellizcarle su delicioso pezón que tanto ansiaba.
Ella estaba como hipnotizada, no decía palabra alguna pero sus manos y su lengua hablaban por ella. Cuando me dispuse a descubrir el otro seno de mi madre ella ya sacaba mi verga del bóxer y comenzaba a acariciarla y a jalarla con más fuerza cada vez. Cuando sentí su mano jalándome mi verga decidí que no podía detenerme. Le quité la blusa y el sostén por completo, le subí la falda hasta la cintura y comencé a meter mi mano por debajo de sus bragas. Le acaricié su culo hermoso y mi emoción crecía a cada instante. Pero entonces ella puso sus manos sobre mi pecho y me empujó un paso hacia atrás. Me miró fijamente a los ojos, parecía estar muy seria y me dijo: “¿Estás seguro de lo que quieres hacer hijo?”. Yo asentí con la cabeza que por cierto sentía me iba a estallar de emoción, no podía articular palabra, pero definitivamente estaba seguro, quería cogerme a mi madre más que nada en el mundo. Entonces su cara paso de la seriedad a dibujar una sonrisa perversa en su rostro. Sin dejar de mirarme a los ojos con esa sonrisa lujuriosa ella se puso de rodillas, me quito el bóxer y procedió a meterse mi verga en su boca y comérsela toda de un solo bocado.
Mi madre es una experta dando sexo oral, la metía y sacaba completa de su boca una y otra vez a toda velocidad, después la tomaba con su mano y me empezaba a lamer los huevos y subía lentamente su lengua hasta la punta para volver nuevamente a comérsela toda y repetir la operación. Yo no daba crédito a lo que estaba pasando. Ya había tenido sexo con otras mujeres maduras pero ninguna hacía lo que mi madre estaba haciéndome. Su forma de mamar era digna de una actriz pornográfica de talla mundial. Si esto seguía así me vendría en cuestión de segundos.
Pero mi madre sabía bien lo que hacía, justo cuando sentí que me vendría en su boca ella se detuvo en seco. Saco mi verga de su boca y le comenzó a dar unos tiernos besos en la punta. Su mirada siempre estaba clavada en mis ojos y sonreía pícaramente mientras trataba mi miembro con un cariño y una ternura que contrastaba con la forma como me la había mamado segundos antes.
Entonces ella se quitó la falda y se bajó las bragas dejándose solo el liguero y los zapatos. “¿Te gusta cómo me veo en zapatillas bebé? Me preguntó y yo respondí que sí, que le quedaban hermosas. Me tomó de la verga y me jaló hacía el borde de su cama. Ahí ella se acostó boca arriba y abrió sus piernas al aire enseñándome ese delicioso templo del placer que me llamaba y me pedía que la complaciera. “Cómeme hijo mío.” Yo obedecí sin dudarlo y arrojé mi rostro sobre su concha que estaba empapada en sus jugos amorosos. Su sabor era algo fuera de este mundo, pero después de mi ataque inicial traté de mantener mi cabeza fría y concentrarme en darle placer al clítoris de mi madre en lugar de simplemente devorarme sus jugos.
Mi actitud rindió frutos ya que mi madre alcanzó el orgasmo en cuestión de minutos. Un enorme chorro de fluidos cayó sobre mi boca mientras que ayudado por mis dedos y mi lengua le daba placer. En cuanto dejé de beberme los jugos de mi madre me moví encima de ella y la comencé a besar para que probara el sabor de sus propios jugos en mi boca. Nos besamos así yo encima de ella todo el tiempo por varios minutos. Entonces decidí hacer lo que muchos dirán es el peor pecado que un hombre puede cometer, decidí penetrar a mi propia madre con mi verga, volver a meter en la vagina de mi madre una parte de mi ser y hacerla mi mujer y mi puta.
Sin decirnos palabra alguna, solo con nuestras miradas enamoradas y lujuriosas a la vez supimos que estábamos de acuerdo, romperíamos el peor tabú de todos, nos uniríamos en uno solo, madre e hijo en la cama conyugal de mis padres. Nuestras miradas estaban ancladas y yo acerqué mi verga al coño de mi madre. Pude sentir como se estremecía ella mientras yo rozaba sus labios vaginales, mi piel se erizaba y sentía la adrenalina recorriendo todo mi cuerpo. Ya no había vuelta de hoja.
La atravesé de un solo golpe, mi verga completa fue devorada por mi madre en un solo segundo, lo había hecho, mi madre era ahora mi hembra y no pensaba arrepentirme. Comencé a meter y sacar mi verga lentamente, el silencio se rompió con los leves gemidos de mi madre que también movía su pelvis al ritmo de mis estocadas para que la pudiera penetrar más profundamente. Después de unos minutos de cogérmela en esa posición sus gemidos fueron incrementando en intensidad, y entre gemido y gemido ella me pedía más. “Cógeme hijo, penétrame bebé” me repetía una y otra vez. “¿Te gusta madre? ¿Te gusta que te coja tu hijo?” Le preguntaba yo y ella respondía entre gemidos y gritos que sí, que le encantaba que la penetrara.
Al lado de la cama, sobre la cajonera vi el retrato de mi padre y se me ocurrió una forma de hacer más perverso el crimen que estábamos cometiendo mi madre y yo. Le saqué mi verga a mi madre, puse una almohada en el piso y le ordené ponerse en cuatro patas en el piso, justo enfrente del retrato de su difunto marido. “¡Quiero que veas el rostro de mi padre mientras me vengo dentro de ti, madre!” le dije.
Al principio ella titubeo pero al parecer pronto entendió lo morboso que era lo que le pedía hacer. Se puso en posición para que yo me la cogiera de a perrito, ofreciéndome ese trasero tan bello y tan jugoso que por tanto tiempo quise hacer mío en mis fantasías. La comencé a penetrar suavemente por atrás, quería que el momento fuera duradero y provocarle tanto placer como fuera posible a mi querida madre. Conforme la intensidad de la cogida subía mi madre comenzó a decirme las cosas más morbosas que se le ocurrían. “Eres mejor que tu padre hijo, me coges mejor de lo que él nunca me cogió jamás” me dijo al principio mientras veía el retrato. “Vente adentro de mí, hijo, llena a tu madre con tu leche” me dijo poco antes de venirse ella nuevamente entre gemidos, se venía a chorros, gritaba, lloraba, suspiraba, todo al mismo tiempo mientras yo la penetraba cada vez de forma más feroz. Finalmente recobro un poco la compostura y miró fijamente el retrato de su marido y dijo: “Mira a tu hijo mi amor, apenas te acabamos de enterrar y ya te cambié por él. Ahora tengo un nuevo hombre que me llena de placer y me hace sentir mujer.”
No bien terminó de decir eso mi madre yo me vine dentro de ella. Mi verga estaba metida hasta el fondo de su coño y arrojé toda mi semilla dentro de ella. Ambos bufábamos de placer y en segundos de las entrañas de mi madre escurría un chorro blanco de leche espesa y pegajosa. Tomé un poco con mis dedos y se lo llevé a la boca a mi madre. Mirando ambos el retrato le dije: “Deja que mi padre vea como te tragas la leche de su hijo madre.” Ella lo hizo y devoró de mis dedos el líquido precioso como si en ello se le fuera la vida.
Nos levantamos y de inmediato nos metimos desnudos a la cama, nos besamos tiernamente y sin decir palabra el cansancio hizo de las suyas. Quedamos dormidos envueltos en los brazos uno del otro y no despertamos hasta ya entrada la noche.
Yo desperté primero y creí estar despertando de un sueño, pero el calor de mi madre y su aroma me dejaron ver que no había soñado, que en verdad mi madre había sido mía unas horas antes. Volteé a ver el reloj y ya pasaban de las 7 P.M. así que decidí despertar a mi madre con un tierno beso como en un cuento de hadas. Mi madre despertó y en un segundo correspondió mis besos con una pasión tremenda. Cuando me di cuenta mi verga ya estaba tiesa nuevamente y le hice el amor nuevamente a mi madre. En cuanto me vine nuevamente dentro de mi madre ambos nos dimos cuenta que llevábamos horas sin probar bocado, así que nos levantamos, yo en bóxer y mi madre con una breve bata de seda a preparar algo de cenar para recuperar fuerzas.
Durante nuestra cena mi madre y yo hablamos. Primero que nada le declaré mi amor, le dije que no bromeaba cuando dije que sería el hombre de la casa y que a partir de ahora yo la atendería en la cama. Le confesé todo, que la deseaba desde que entré en la pubertad, que la espiaba y me masturbaba en su honor. Eso la sonrojó mucho pero dijo que no le molestaba ahora que me había convertido en su amante. Ella por su parte me confesó que no se podía resistir a mi amor pues ella no podía vivir sin sexo. Antes de caer enfermo mi padre no la desatendía un solo día, desde que se casó con ella fueron contados los días que mi padre no cumplió sus deberes maritales y los últimos meses habían sido para ella algo muy difícil. Mi madre era adicta al sexo pero también era terriblemente fiel. Jamás había pensado en estar con otro hombre y se había resignado a no tener otro hombre en la cama jamás, así se volviera loca. Pero jamás imaginó que entre sus pretendientes aparecería uno que tendría la misma cara y los mismos gestos y modos de su esposo. Me dijo que era idéntico a él en todos los sentidos, hasta en la cama, que por eso cuando nos besamos la primera vez se dejó llevar por el impulso, por un segundo mi madre se desconectó de la realidad y eso dio pie a que todo pasara como pasó.
El resto de la noche la pasamos fornicando hasta que amaneció, y el día siguiente y el siguiente a ese también. Mi madre en verdad era adicta al sexo y yo estaba tan deseoso de complacerla que a pesar del cansancio siempre sacaba fuerzas de flaqueza. Pero todo lo bueno se termina y tuve que volver a la escuela. Sin embargo las noches entre nosotros seguían siendo noches de lujuria incestuosa. El retrato de mi padre había desaparecido de la recamara, de hecho todo rastro de él había sido removido de la casa y metido a un baúl en el sótano.
Pero mi madre no estaba conforme, no había pasado ni un mes siquiera de que la había hecho mía por primera vez cuando un viernes yo regresaba de la escuela y mi madre me llamó a su recamara. Tenía varias maletas preparadas con ropa suya y mía. Me dijo que tendría que olvidarme de la universidad por un buen tiempo porque había vendido las acciones de mi padre a su antiguo socio y con el dinero nos iríamos a viajar por el mundo. No como madre e hijo sino como marido y mujer en una larga luna de miel. Obvio me puse a ayudarle a mi madre a armar las maletas de inmediato.
Durante meses viajamos por Europa como un par de magnates, mi madre despilfarraba dinero como si no hubiera un mañana, fuimos a todas las ciudades importantes del viejo continente una tras otra, hospedados en hoteles de 5 estrellas y comiendo en los restaurantes más exclusivos. Andábamos de la mano como un par de novios adolescentes, nos besábamos en la vía pública sin miedo a que alguien supiera la siniestra relación que en realidad había entre nosotros. Para el mundo yo era solo el joven amante de una mujer adinerada y asaltacunas. Las habitaciones de hotel en que nos hospedábamos eran testigos de nuestra lujuria prohibida y en cada ciudad mi madre compraba todo tipo de lencería fina y juguetes para estimular nuestra lívido. Entre las cosas más importantes recuerdo sobre todo que en Paris, en un hotel que daba justo de frente a la Torre Eiffel mi madre me dio por primera vez el culo, el cual me afirmó era virgen, con mucho cuidado tome la virginidad anal de mi madre esa noche mientras ella veía uno de los monumentos más emblemáticos de todo el mundo. En Praga mi madre y yo tuvimos sexo en un parque en la vía pública a media noche, lejos del área turística nos adentramos por callejuelas y callejones hasta dar con ese lugar desolado, el único ser humano que había cerca era un viejito alcohólico que había caído rendido en una banca del parque mientras que a pocos metro yo follaba a mi madre recargados en un árbol, por último recuerdo que en Ámsterdam mi madre contrato una prostituta de curvas tremendas y una cara de ángel para que yo la fornicara mientras mi madre se masturbaba viéndonos, lo mejor es que la chica supo de la relación que había entre mi madre y yo, pero en lugar de asquearse con nuestra confesión ella misma nos reveló que tenía sexo con su hermano desde que era colegiala.
Esa y más aventuras ocurrieron en los meses que nos escapamos del mundo que conocíamos, pero nuevamente todo lo bueno tenía que terminar. El dinero se terminó y mi madre y yo volvimos felices al hogar. A partir de ese momento volvimos a nuestra vida normal. Yo me tuve que poner al día en mis estudios y mi madre invirtió el dinero que nos quedó para hacerse cargo de la casa. Cuando yo llegaba a casa ella me atendía como la amorosa madre que era, igual que cualquier otra madre aburrida, pero una vez que yo había terminado mis tareas y demás pendientes de la escuela comenzábamos un ritual en el que íbamos cerrando todas las ventanas y cortinas de la casa una a una. En cuanto la última cortina quedaba cerrada mi madre se transformaba en la hembra cachonda e insaciable que yo amaba más que nada en el mundo y yo me transformaba en el semental que ella tanto necesitaba. El resto de la tarde y la noche la pasábamos en la cama fornicando como un par de animales salvajes.
Así mi narración se acerca a los días más recientes en que nuevamente un cambio drástico llegaría a nuestras vidas. Por primera vez en los meses desde que regresamos a la casa yo llegué de la escuela y encontré la casa vacía. En la mesa de la sala había una nota que decía: “He tenido que salir a atender un negocio, te dejo la comida lista y llego a casa en la tarde para cerrar juntos las ventanas y cortinas”. Me quedé un poco extrañado y curioso por saber de qué negocio hablaba mi madre, así que con mi preocupación hice mis deberes y esperé pacientemente a mi madre que llegó casi a punto de las 6 de la tarde.
Mi madre había ido a comer con el antiguo socio de mi padre, pero no había sido de negocios de lo que habían hablado precisamente. El Señor Ugalde era un señor de casi 80 años de edad que había apadrinado a mi padre en sus actividades comerciales y juntos habían hecho una fortuna, pero la desgracia siempre acompaña al éxito y la familia del señor Ugalde había desaparecido en un accidente de aviación hacía muchos años ya. Ahora con su socio fallecido también, el anciano contemplaba el hecho de morir sin un heredero ni una familia que llorara por él. Mi madre había perdido a un ser querido también y por eso el señor Ugalde había contactado a mi madre, quería casarse con ella y así compartir sus últimos años de vida con alguien en quien pudiera confiar.
¡Lo que me fulminó fue que mi madre le dijera que sí! A sus 37 años mi madre se iba a casar con un viejo de 80 años. Había aceptado la oferta porque sentía compasión por el pobre anciano pero también porque el dinero que nos quedaba no era suficiente para mantener nuestro estilo de vida. Lamentablemente mi madre no sabía mucho de negocios y yo tenía que terminar mis estudios lo que significaba que el dinero se iba más rápido que el agua.
Después de pasar el trago amargo mi madre me consoló en la cama, me dijo que estuviera tranquilo pues yo seguiría siendo el único hombre con él que ella tuviera relaciones sexuales, que después de todo el anciano con trabajos podía caminar así que por ese lado no tenía razones para sentir celos, pero definitivamente nuestro estilo de vida cambiaría radicalmente, ya no dormiríamos juntos y mucho menos podríamos dar rienda suelta a nuestra lujuria como hacíamos viviendo solos. Pero entendí los motivos de mi madre y estuve de acuerdo con su decisión. En uno o dos meses mi madre se casaría por segunda vez y ¡yo era el indicado para llevar a mi madre al altar!
Aproveché al máximo las últimas semanas a solas con mi madre, me la cogí tanto como pude y de todas las formas posibles. Mi madre se entregaba a mí con la misma vehemencia que yo a ella e idolatraba mi verga como si fuera algo divino. Sabíamos que esos días de desenfreno se terminarían pronto y queríamos saborear cada segundo.
Al final el día de la boda llegó. Mi madre se veía hermosa en su vestido de novia. Dejaba al descubierto gran parte de su espalda y aunque cubría casi por completo sus tetas su figura como reloj de arena lucía fabulosa con el vestido blanco. Una vez que sus damas de honor dejaron lista a mi madre ella les pidió que se adelantaran y la dejaran sola conmigo para llevar a cabo los últimos preparativos. Sin nadie que se entrometiera le dije que se veía hermosa y que haría muy feliz al señor Ugalde. Ella me dijo que solo le interesaba mi felicidad y me dio un beso apasionado que duró varios minutos. No lo podía evitar, mientras besaba a mi madre iba subiendo poco a poco la falda del vestido para sentir sus nalgas. No estaba tan cachondo desde el día en que me la cogí por primera vez toda vestida de negro. Ahora con su vestido blanco me excitaba todavía más si es que eso era posible.
Mi madre se arrodillo frente a mí igual que el día en que me la cogí por primera vez, e igual me sacó la verga del pantalón y se la empezó a comer. Nuevamente su lengua iba y venía de la punta hasta los huevos y de regreso, nuevamente se la tragaba completa para hacerme el mejor oral de mi vida. Pero yo quería algo más que usar la boca de mi madre el día de su boda. Quería que mi madre llegara mancillada por mí al altar en todos los sentidos y que todos sus agujeros llevaran sabor a mí, su verdadero dueño.
La recosté sobre nuestra cama y le levanté la falda hasta la cintura, pude ver que traía un corsé y ligueros blancos con zapatillas rosas de tacón. Hice a un lado sus bragas pues no quería que una sola de sus prendas nupciales estuviera fuera cuando la penetrara. Me bajé los pantalones hasta las rodillas y así a toda prisa comencé a penetrar a mi madre por el coño.
Ella se dejaba hacer por mi como buena hembra, me repetía que yo era su único dueño, que yo era su amo y señor y me pedía que la reventara. “¡Destroza el coño de tu madre, reviéntame toda hijo, párteme en dos mi tesoro!” Me pedía entre gemidos y suspiros.
“Te voy a entregar al altar llena de mi leche, madre” Le contestaba yo y ella me decía que sí, mientras ponía los ojos en blanco. Entonces le di la vuelta y la puse en cuatro paras sobre la cama. Terminé de quitarme los pantalones y me abalancé sobre el culo de mi madre. Ella aullaba como una verdadera loba, de dolor y de placer al sentir como le partía el culo en dos. Yo la follaba con todas mis fuerzas, desahogando toda mi frustración por casarse con otro hombre, pero ella me pedía que la castigara más. Le di de nalgadas mientras la seguía penetrando salvajemente, ella gemía y lloraba pero me pedía que siguiera, nunca me había cogido a mi madre tan salvajemente.
Al final la volví a voltear sobre la cama, le acerqué mi verga a su boca y le pedí que la limpiara. Ella obedeció y la chupo con placer. Cuando terminó le pedí que abriera las piernas y ella obedeció de inmediato. La volví a penetrar y le pregunte: “¿De quién es este coño que estoy penetrando, madre? ¿Quien es tu macho Raquel?” y ella respondió: “¿Tuyo hijo, tuyo y de nadie más?” A los pocos minutos descargué por completo mi semen en su matriz.
Lo último que les contaré es que mi madre se veía hermosa mientras caminaba de mi brazo al altar, nos tomaron muchas fotos que demuestran lo contenta que estaba mi madre cuando caminaba a mi lado. Mientras eso pasaba, mucha gente, sobre todo de la familia del señor Ugalde murmuraba que mi madre era una caza-fortunas, una viuda negra, una aprovechada y una aventurera que iba tras los millones del viejo. Y aunque algo de eso era cierto, y muchas cosas más se murmuraban a sus espaldas había algo que nadie sospechaba ese día. Y es que mientras mi madre caminaba al altar, un chorro de semen espeso y pegajoso de su hijo le escurría por las piernas.