Un final, siempre es el principio...
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Os escribo desde la lejanía que me permite un portátil en cualquier lugar del mundo, perdida del resto de la humanidad, alejada del pasado que me persigue, de los hombres que quisieron atraparme y no pudieron, de aquellas historias que viví y no pudieron ser. Otra vez.
Ahora me doy cuenta de todo. Aquella noche, unas copas de más, una canción añeja de fondo, un sofá negro y unas velas encendidas sobre una mesa. Un hombre y una clara intención. Mis manos se rindieron a las palabras de un caballero de experiencia acumulada, de sabias artimañas de conquistador de damiselas en apuros. Sus labios supieron atraparme en el momento adecuado, mientras su cuerpo supo enredarme por completo en una noche donde la luna nos miraba sin más. La frialdad de una habitación perdida, de un coche dispuesto a llevarnos a cualquier lugar al que quisiéramos ir. Hacía calor. Nuestros cuerpos sudaban, se agitaban, se movían a la par que la llama de las velas.
Aquella habitación era una vieja conocida para mí, y nueva confidente de mi recién llegado acompañante, al que había conocido en una noche de esas, en las que no puedes dormir y decides pintarte los labios con carmín inocente, dejar que la larga melena se mueva a su antojo y unos electrizantes y poderosos tacones rojos, anuncien la llegada de una nueva yo, una nueva mujer que ante un final, busca la oportunidad de empezar de nuevo.
Me invitó a un Martini. Uno detrás de otro. Una cosa llegó a la otra. Su madurez me atrajo, su pelo entre canoso me sedujo. El acento francés me decía cosas que en el idioma universal, es completamente entendible. Aquella noche fue el principio. Las conversaciones hasta altas horas de la madrugada vinieron después. El duro y frío suelo de su apartamento, la corbata anudada a su cuello, los grandes ventanales a través de los cuales se podía ver todo y el resto de los Martinis, vinieron después.
Os escribo desde la lejanía que me permite mi portátil, en cualquier lugar del mundo, a su lado, completamente desnuda, entre las sábanas blancas de su casa, con una gran ventana a mis pies que me abre la oportunidad de seguir relatando las aventuras de una chica que calza tacones altos, que con su rubia melena larga y sus grandes y brillantes ojos miel, a sus fieles seguidores y seguidoras que impacientes, visitan este pequeño espacio, este rinconcito de mi vida.
Puedo contaros el final, pero ya sabéis, eso sólo sería el principio, de otra nueva entrega...