Un final mas

Por fin, el final de una tormenta.

¿Cuándo se sabe que ya se acabó? A veces dudo a que parte de nuestros sentimientos le tenemos que hacer caso, si a la pesimista o a la optimista. Otras veces no se si acatar lo que me dice mi lado sensato o, por el contrario, hacer lo que me ordena la parte insensata, el demonio que todos tenemos dentro.

Aquí sentada, oyendo música do brasil, sintiendo el piar de los pájaros y relajándome al notar el agua transcurrir tranquila a mi lado, pienso en todos esos momentos que hacen sonreír por el solo hecho de que ya fueron vividos, de que están dentro de ti, y de que nadie te los puede arrebatar jamás.

Cuando te das cuenta de que ya se acabó, por tu interior corren dos tipos de sentimientos: uno de alivio y otro de pena. Y después el vacío y de nuevo la búsqueda de eso que se perdió, en otro cuerpo, en otra persona, en otro ser, porque, aunque lo neguemos, siempre estamos en la búsqueda de aquello, de ese algo que nos emociona.

En algún caso rechazamos la idea de acostumbrarnos a la compañía de ese alguien y, en lugar de luchar por nuestro bienestar, nos jodemos y luchamos por el bienestar del resto de la gente al mismo tiempo que nos encerramos en nosotros mismos con tal de no ver lo que nos estamos haciendo por ser una prolongación del resto de la gente que nos rodea.

Por entre los árboles entra un rayo de sol que impacta directamente en mi cara y siento una paz que hacía muchos meses que no sentía, y no solo por lo idílico de este momento, si no porque siento que di un paso hacia delante, porque decidí que ya era suficiente.

Los recuerdos que acudieron hoy a mi cabeza no fueron amargos ni dolorosos. Los pocos que quisieron venir fueron tranquilos y hechos desde el fin de algo que era hora de que finalizase.

Las nubes de tormenta acechan mi paraíso fluvial y, en lugar de pensar en una posible tormenta interior, pienso en la purificación que supone el agua, en la forma en que las tormentas de verano refrescan el ambiente del sofocante calor, y pienso que, quizás esta borrasca se lleve también el pedazo que se niega a marcharse, ese sofocante calor que me invade por dentro por el único hacho de oír su nombre.

No se si es muy temprano o muy tarde para olvidar, pero se que la quise mucho y que la quiero mucho, aunque no puedo asegurar que ambas sean la misma forma de querer.

Tampoco puedo afirmar que la culpable de mi "sin vivir" sea la misma persona, pero se que será una de las pocas que permanecerán en mi durante mi vida. Lo que aprendí de ella, nadie me lo va a volver a enseñar. Ya lo se.

Apagué la música para poder escuchar sin interferencias todos los componentes de la tormenta. Ver desde este lugar sin cristales todo aquello que cayó del cielo, lo que se quedó y lo que no.

Sentí todos y cada uno de los rayos surcar el negro cielo del mismo modo que sentí todos los palos metafóricos que me golpearon en los últimos meses; vi como caía el agua con fuerza, haciendo que mi tranquilo río se volviese una superficie rugosa, así como noté todas aquellas lágrimas que surcaron mis mejillas hace tanto tiempo; observé como los árboles bailaban al ritmo de un viento loco así como viví todos eses momentos de pasión descontrolada.

Y ahora se quedó la calma, el aire huele a limpio y todo brilla al ritmo de un sol reflejado en las gotas que caen por entre las hojas de los árboles.