Un fin de semana multiorgásmico (parte 2)

De la desesperación pasamos a la exploración: yo su puta y él mi sex toy. Y no habían pasado ni las primeras 24 horas.

Me desperté y no sabía en dónde estaba. Abrí los ojos pero la habitación era oscura, me sentía desorientada. Traté de repasar en mi mente: era sábado de mañana, temprano ¿serían como las ocho? Estaba entre unas suaves sábanas, como de seda, totalmente desnuda y me dolía todo el cuerpo, como si hubiera estado… toda la noche teniendo el mejor sexo de mi vida!

Entonces todo volvió a su lugar: estaba con él, en un pequeño hotel boutique del centro, nuestro refugio y sí, habíamos pasado una gran noche “poniendo al día” nuestros deseos hasta caer rendidos entre las sábanas de esa enorme cama que me costó reconocer.

No quería moverme, recorrí en mi mente su cuerpo desde su pelo despeinado hasta sus fuertes muslos y cuando quise acordar ahí estaba, excitadísima y desnuda escuchando su tranquila respiración en mi espalda. Volví a quedarme dormida.

Caricias suaves en mi entrepierna… su lengua recorriendo mi cuello. Entredormida. Sus dedos recorriendo mi abdomen hasta mis senos y presionándolos suavemente. ¡Que manera de despertar al lado de este hombre! Aún mareada me dejé tocar, él parecía distinto a la noche anterior, menos desesperado, más dispuesto a explorar cada rincón de mi cuerpo. Hacía calor.

Se puso a mis pies y comenzó a besarme despacio. Los tobillos, el interior de las rodillas. Con mucha dedicación su lengua recorrió el interior de mis muslos hasta los costados de mi sexo que ya estaba mojadísimo. Lo evadió y continuó con mi abdomen, sosteniéndome fuerte de las caderas y aprisionando mis piernas con las suyas (podía sentir su pene erecto apoyado en mí y me volvía loca). Siguió hasta mis tetas y las lamió todas, jugó con mis pezones, los mordió con delicadeza, los succionó y se movía suavemente sobre mi cuerpo  haciendo que cada uno de mis sentidos se agudice. Lo sentía todo: su olor, los latidos de su corazón, su respiración agitada…

Entonces suavemente apoyó su enorme glande en la puerta de mi sexo y lento, muy lento, comenzó a entrar. Suave, como quien hace el amor por primera vez, como si fuera de porcelana. Me abrazó, puso su rostro pegado al mío y me miró fijo mientras iba cada vez más adentro hasta llegar al tope y ahí se detuvo por varios segundos. Sentía cómo su verga se iba amoldando dentro mío, latiendo despacito y llenándose de mis fluídos calientes.  Cuanto más me miraba y más inmóvil estaba el grado de excitación iba subiendo más y más:

-          No me hagas esto, por favor, movete, te quiero sentir todo, quiero que me cojas toda- le dije suplicando, pero no sirvió de nada.

Con la misma suavidad que había entrado en mí comenzó a retroceder. Era un placer casi doloroso, desesperante, totalmente distinto al de la noche desenfrenada que habíamos tenido en cada rincón de esa habitación cogiendo como dos animales.

Así comenzó con un suave vaivén. Cada vez que regresaba hacia mí se apretaba contra mi cuerpo presionando mi clítoris y haciéndome ver las estrellas. Cerré los ojos y tiré la cabeza hacia atrás para sentir cada centímetro de su miembro recorrerme mientras sus manos masajeaban mis tetas y sus dedos luchaban con mis pezones y su mirada clavada en la mía como marcando territorio como diciendo: sos mi mujer y te garcho cuando quiera y de la manera que quiera. No resistí más, levanté las piernas y las enrosqué en su cintura y tuve un maravilloso orgasmo mientras él acompañaba mis movimientos hasta que quedé rendida.

Entonces su semblante cambió. Sacó su pija enorme y venosa de adentro mío, se inclinó, me dio un breve beso en los labios y comenzó a pajearse arriba mío. Se masturbaba rápido y fuerte, con esa mirada inamovible pero con una mueca poderosa en su boca (con esos labios suaves y carnosos que habían recorrido toda mi piel).

Intenté moverme para hacer algo por el, quería darle placer, todo el placer que alguna vez le haya dado a alguien. Pero no me dejó moverme. Me tenía apretada, atrapada entre sus grandes y fuertes piernas mientras se masturbaba con su pija apuntando a mi pecho, estaba cada vez más caliente y de repente los chorros de semen caliente comenzaron a salir rítmicamente y a caer sobre mis tetas, sobre mi cara, sobre mis labios, recubriéndome toda y haciéndome sentir muy puta. Su puta.