Un fin de semana largo. (I)

Fiestas en un pueblo, días festivos para disfrutar con mi grupo de amigas, un error en el alojamiento... ¿Qué puede salir mal?

UN FIN DE SEMANA LARGO

Hola, soy Hatshepsut y tengo una historia que contaros que creo que os puede gustar. Se trata del relato de un puente festivo en el que mis amigas y yo aprovechamos los días libres para irnos a un pueblo del Estado Español en el que por esos días se celebraban fiestas mayores. Nos habían hablado muy bien del ambiente del sitio y, tras un breve cónclave, decidimos contratar el viaje con una agencia de mi localidad. No os aburriré con detalles que no vienen a cuento; tan sólo os diré que al llegar a nuestro destino descubrimos que la agencia había cometido un fallo con nosotras y nos habían alquilado un apartamento con una plaza menos de la que necesitábamos. Ante la queja, rápidamente se apresuraron a buscar otro sitio pero en aquellas fechas estaba todo cogido en el pueblo. Bueno, no todo. Había una plaza libre en un apartamento en el edificio justo al lado del nuestro. Eso sí, estaba ya ocupado por una pareja, según nos dijeron, pero que no encontraba impedimento en compartir gastos ocupando la otra habitación esos pocos días.

En un principio la liamos bastante gorda, pero al fin y al cabo lo que queríamos era pasarlo bien, emborracharnos y hacer locuras, así que tras echar a suerte quién haría de farol, evidentemente yo me marché con mis cosas al bloque de al lado. Situada frente a la puerta del apartamento, y tras respirar hondo para acumular paciencia, por fin abrí la puerta para encontrarme de frente con… dos jóvenes atléticos que bebían cerveza con la música a toda pastilla. Para ellos la fiesta ya había empezado según parecía. Me miraron algo atónitos, tal y como yo a ellos, imagino, y después nos echamos a reír y nos presentamos. Todo fue muy rápido porque yo estaba deseando reunirme con las chicas para comenzar la aventura, así que tras soltar la maleta de cualquier manera en la enorme habitación doble que me había tocado, me despedí sin detenerme demasiado y corrí hacia mis queridas y enajenadas cómplices en eso de vivir. A lo largo de la noche me crucé varias veces con los chicos y nos saludamos con simpatía. Fue en esos encuentros en los que descarté que fuesen pareja realmente ya que siempre estaban rodeados de chicas que les reían las gracias con caras de bobaliconas. Justo como yo lo hacía con su edad. Al menos me caían bien, pensé, mejor que un apareja de melosos serían seguro.

Llegué al piso bien entrado el día y fui directamente a mi habitación, pero en seguida me di cuenta de que no iba a ser fácil eso de dormir. Si hubiese estado en el mismo piso que mis amigas ahora estaríamos comentando los mejores momentos de la noche muertas de risa, pero no, me había tocado quedarme allí sola en aquella habitación enorme. Traté vanamente de relajarme para conciliar el sueño, pensando que en apenas unas horas había vuelto a quedar en el bar de más abajo para comenzar de nuevo la fiesta, pero me fue imposible.

Una sensación de hormigueo en mi bajo vientre me anunciaba que si pretendía relajarme antes tendría que recurrir a la masturbación, y a punto estaba de comenzar el tema cuando oí ruidos en la habitación de al lado. Los muros eran demasiado finos quizás, pero el caso es que pude oír perfectamente cómo el más alto de los dos chicos hablaba con el otro por teléfono y le decía que se divirtiese con la chica y que se verían por la tarde en el bar. Traté de no mezclar las cosas, lo juro, e incluso intenté ignorar los sonidos que me anunciaban que ya se había levantado y se acababa de meter en la ducha. Sin duda la juventud era más responsable que nosotras, ya casi en la mediana edad, y los dos chavales se habían recogido mucho antes – aunque uno de ellos en mejor compañía que el otro - para aprovechar el segundo día de fiestas a tope. Ya no pude ni relajarme ni dormir en absoluto. Traté de tocarme, pero mi cuerpo rechazaba el autoalivio habiendo un cuerpo lozano y fresco a tan sólo unos metros a mi disposición. Era desesperante.

Cuando finalmente le oí salir del baño y dirigirse a su habitación ya no pude más. Todo mi cuerpo ardía de deseo, necesitaba urgentemente algo de sexo y aquel chaval que al día anterior no me había llamado demasiado la atención, de pronto se convirtió en mi mente en una meta a alcanzar. Hacía ya mucho tiempo que había desterrado de mi vida la vergüenza y el pudor sexual, a mi edad ya no perdía el tiempo con sutilezas. Para mí, el sexo era tan sólo sexo y los orgasmos algo tan necesario y natural como comer o beber, así que sin pensarlo demasiado para no arrepentirme antes de tiempo, cubrí mi desnudez como pude con lo primero que cogí del suelo y salí al pasillo, donde casi choqué con Nico, que iba hacia la cocina.

Al tropezarse conmigo así, de improvisto, no pudo evitar agarrarme de los brazos para no hacernos daño mutuamente pero en seguida me soltó nervioso y sonriente. Para mirarme a la cara desde tan cerca tenía que mirar hacia abajo y no pude evitar fijarme en que rápidamente sus ojos escudriñaron mi rostro y mi cuerpo apenas cubierto por leves prendas de algodón.

-    Vaya! Lo siento! – Exclamó entre risas. – Te he oído llegar hace un ratito. ¡Vaya noche, no?

Desde aquella perspectiva – yo me había agarrado a su camiseta en el violento choque y así seguía, pegada a él – me pareció de lo más atractivo. Olía a limpio y su barbita bien recortada aún estaba húmeda. El vientre que percibía bajo la camiseta que me negaba obstinadamente a soltar era firme, como sus brazos al agarrarme de los codos un momento antes, y yo cada vez ardía más de deseo.

-    Siento haberte asustado, – Dije con voz melosa, decidida a no perder ni un instante más. – pero es que no puedo dormir y me preguntaba si tú podrías echarme una mano.

Esto último lo dije tirando levemente de su camiseta aún más hacia mi cuerpo.

-    Oh… - Mirada de interrogación, aún no quería creerse lo que estaba ocurriendo – y qué puedo hacer por ti, si puede saberse?

-    Podrías ayudarme a correrme. – Respondí sin más y con una sonrisa maliciosa que hizo que su mirada cambiase radicalmente a otra mucho más seria. Ahora es cuando me dice que tiene novia allá en su ciudad y que sólo ha venido a divertirse sanamente con su colega el que sí folla, pensé con fastidio.

Durante unos instantes no respondió. Tan sólo me miraba, seguramente calibrando mi estado etílico y las consecuencias que follar conmigo podría tener, pero en seguida apareció un delicioso gesto de pudor en su rostro que me hizo desearle aún más. Le daba miedo, lo supe sin lugar a dudas. Tenía ante él a una mujer hecha y derecha que podría ser, si no su madre al menos su tía, liberada de prejuicios y que tan sólo quería usarle como a un Satisfyer para provocarse un buen orgasmo que le ayudase a dormir. Era el sueño de cualquier chaval, pero encontrárselo de frente debía imponer respeto. Como en ningún momento hizo gesto de no desearme, solté una mano de su pobre camiseta y la llevé a su nuca, atrayendo levemente su cabeza hacia la mía. Era un trabajo más complicado de lo que podría parecer a simple vista, ya que era bastante más alto que yo, pero para mi deleite no opuso ninguna resistencia.

Así lo haremos, pensé, yo llevaré la voz de mando y él sólo tendrá que dejarse hacer, así le liberaré del miedo a no dar la talla y podrá relajarse.

Cuando su boca y la mía se encontraron, ya no pudimos parar de besarnos. Me envolvió en un abrazo lleno de fuerza y deseo mientras nos comíamos a besos, pero aún no se atrevía a tocarme más allá de la cintura que agarraba con fuerza. Poco a poco le fui dirigiendo, de espaldas él, hacia su habitación. Supongo que me resultaba mucho más erótico follar en la habitación de un jovencito que llevármelo a él a la mía, el caso es que cuando le tuve de espaldas a su cama, aún desecha, le empujé levemente hasta que quedó sentado en el borde conmigo ante él. En ese momento decidí que la ropa era un fastidio y sin ningún tipo de pudor me quité la camiseta y el corto pantalón bajo el que no llevaba nada más.

Me miró de arriba abajo y yo le dejé sin ningún problema. Nunca fui una mujer exuberante y llena de curvas, pero precisamente eso me había librado con los años de las flaccideces de la edad. Lo que vio pareció gustarle porque en seguida advertí un pronunciado bulto en sus pantalones de chándal, que apenas ofrecían resistencia al envite de su juventud. Le agarré del pelo suavemente y le besé con pasión para después pasar su cara a mis pechos y dejar que juguetease con ellos. Por fin sus manos parecieron cobrar vida y cuando me agarró ambos pechos con manos ardientes y comenzó a lamerlos creí volverme loca. No podía aguantar más, necesitaba su polla. Sin perder un instante dirigí mis manos a su entrepierna, apartando el pantalón que cubría el objeto de mi deseo, y una vez que tuve su durísima polla entre mis manos comencé a masturbarle lentamente hasta que oí un leve gemido que me anunció que estaba listo para el plato fuerte.

Sin dudar ni un instante, bajé lentamente sobre su miembro hasta que estuvo en las puertas de mi disfrute y, sabiendo que llevaba ya mucho rato más que húmeda, me senté sobre él sin pensarlo dos veces. Para ambos fue un momento mágico, ya que si yo no podía parar de gemir de puro placer mientras subía y bajaba con su verga dentro, él no se quedaba atrás y me susurraba cosas al oído como “no pares” o “joder, qué pasada”, lo que me hacía disfrutar aún más del bendito polvo. Cuando consideré que estaba a punto de correrse, y decidida siempre a dejarle el mejor recuerdo de aquello, empecé a tocarme para adecuar el momento de mi orgasmo al suyo, lo que debió enloquecerle de placer, ya que sin dejar de mirar cómo mis dedos frotaban intensamente mi clítoris intensificó a su vez las embestidas, tomando el control de pronto y agarrándome por la cintura para empezar a moverme sobre su polla como si fuese un juguete sexual destinado a la masturbación. Me lamía los pezones e incluso me los mordía suavemente mientras me miraba preso de una pasión sin límites, deseoso de alargar aquel momento jodidamente increíble lo máximo posible. Pero nada es eterno y menos cuando estás tan cachonda como yo, así que en un momento dado no pude más y me corrí, sobre él, botando como una adolescente sobre su joven polla y notando cómo él también se corría del puro morbo de verme a mí.

Cuando acabó nos quedamos unos segundos así, unidos por su vibrante miembro, que de vez en cuando seguía descargando pequeñas cantidades de semen en mi interior, hasta que empecé a sentir un gran cansancio y supe que era hora de darme una ducha relajante e irme a la cama a dormir como una bendita. Me despedí de él saliendo de su habitación con un beso dulce en los labios y recuerdo que su barba me hizo cosquillas y sonreí.

-    Nos veremos esta noche por los mismos bares de ayer, verdad? – Me preguntó con cara de pillo. Yo sabía que estaba deseoso de contarles a sus colegas lo ocurrido y, a ser posible, vacilar de mí delante de ellos. Bueno, en cierto modo a mi me pasaba algo muy parecido así que sí, le dije que esa noche volveríamos a vernos y quién sabe si probaríamos cosas nuevas. Nadie nos conocía allí más que nuestra gente, y eran fácilmente esquivables en un momento de necesidad.

Fue así como comenzó el largo fin de semana de septiembre que acabaría cambiando mi vida. En breve os contaré como fue el segundo día, o mejor dicho, la segunda noche.