Un fin de semana especial
Un fin de semana inesperado, un poco de frío y mi mejor amiga.
Todo comenzó un lluvioso sábado de invierno, estábamos unos cuanto amigos sentados en la mesa de un bar llena de cervezas, entre los muchos temas de los que hablábamos, Carlos nos planteó hacer una escapada a una estación de esquí cercana, la propuesta causó furor entre casi todos y empezamos a concretar los fechas y a organizarnos.
Pero como casi todos los planes que salen de una mesa de un bar, se esfuman como el humo, cada día que pasaba alguna persona se echaba atrás, unos decían que tenían exámenes y otros con sus viejas excusas, me daba la sensación de que no les apetecía mucho.
Un par de días antes del famoso día ya cancelado, una amiga me dijo que no teníamos porqué dejar pasar un día como este, más que nada para desquitarnos de la resaca de exámenes y pasar un buen día.
Conseguí convencer a mi madre para que me dejara el coche y no tener que subir en el tedioso autobús, con el que nos tendríamos que levantar muy pronto y tragarnos un viaje bastante incómodo.
Fuí buscar a Elsa bien pronto, ella es muy divertida y dicharachera, bajita, con carne donde agarrar y con unos pechos exuberantes, Elsa y yo nos llevábamos muy bien casi como hermanos pero nunca me había fijado en ella, excepto cuando vestía unos espectaculares escotes que hacían inevitable no fijarse en sus enormes pechos, ni a mi ni a ningún otro hombre.
Llegué a su casa cargamos las cosas en el coche y nos pusimos en marcha hacia la estación, nos lo estabamos genial en el coche mientras subimos a la estación, íbamos haciendo el tonto cantando las canciones que salían en la radio.
Una vez llegados a la estación nos daba mucha pereza salir debido al frío que hacía, pero después de unos chistes sobre varias maneras de entrar en calor, con sus correspondientes risas flojas, tuvimos que aguantarnos y salir, a medida que iba levantando la mañana fue mejorando y el día se nos pasó volando entre risas, bolazos de nieve y algún que otro revolcón.
Nos lo estábamos pasando tan bien que al final del día terminamos cogiendo la última silla de una de las pista más altas, para así conseguir hacer una bajada con las pistas casi vacías.
Al llegar al coche con el sol casi oculto, volvíamos a quedarnos helados de frío, nos apresuramos en guardar todos los trastos, y nos metimos al coche a todo correr.
Poco después de salir de la estación nos dimos cuenta que con las prisas no nos habíamos cambiado de ropa y los pantalones comenzaban a sentirse algo húmedos, paramos en un pequeño mirador que hay bajando de la estación.
Salí escopetado hacia el maletero para coger las mochilas, cuando volví a entrar en el coche veo que Elsa ya había empezado a quitarse la ropa y justo en ese momento sus pechos quedaban liberados y únicamente cubiertos por el sujetador, me hice el despistado y comencé a cambiarme también, el problema vino cuando me quite el pantalón y Elsa se dió cuenta del sospechoso bulto que tenía en la entrepierna.
-Parece que no tienes tanto frío. - dijo ella mirando mi entrepierna.
Intenté disculparme pero lo único que conseguí balbucear fueron un par de palabras inconexas.
Sus pechos parecían querer salirse del sujetador, uno de sus pezones empezaba a asomar y por más que intentaba dejar de mirarlos, no podía.
-Tranquilo no es la primera vez que te pillo mirandome las y la verdad es que me gusta. -dijo mientras se las acomodaba en el sujetador orgullosa de ellas.
Acercó lentamente su mano a mi paquete y sin quitarme la mirada empezó a acariciarme la con suavidad.
Cerré los ojos del placer e intentaba analizar lo que estaba pasando, no estaba preparado para esto, aunque no niego que hubiera pensado en ello más de mil veces.
De repente agarró mi cara y la giró hacia ella, abrí los ojos y me besó con pasión.
Nuestras lenguas comenzaron a jugar al tiempo que nuestra respiración se aceleraba.
Mi mano fue directa a sus pechos los acariciaba, sobaba y apretaba pero el sujetador frustraba todos mis intentos de acceder a ellos.
En ocasiones intentaba colar mi mano dentro del sujetador para poder sentir sus pezones.
Mientras, ella había sacado mi polla del boxer y comenzaba a masturbarme lentamente.
Desistí de pelearme con el sujetador y baje mi mano, acaricie su bragita que ya se empezaba a notar húmedas, deslicé mi mano bajo ellas y acaricie su clítoris, cuando mis dedos comenzaron a estar húmedos introduje uno suavemente, cerró los ojos dejando la boca abierta.
Después introduje otro y aceleré el ritmo al tiempo que ella apretaba más y más fuerte mi polla que ya estaba apunto de estallar.
Me abalancé sobre ella, para liberar sus pechos del molesto sujetador, me deleité con ellos besandolos, chupandolos, mordisqueándolos... disfrutaba tanto que el tiempo parecía haberse parado para mi.
-vamos atrás, necesito sentirte dentro.- dijo entre jadeos.
Pasamos a los asientos traseros con más dificultades que otra cosa, pero la excitación que teníamos hizo que parecieran unos segundos.
Me terminé de desnudar y me coloqué en el asiento del medio, mientras ella sacaba un preservativo del bolso, que me colocó al tiempo que nuestras lenguas volvían estar enredadas, se puso encima, cogió mi polla y la empezó a frotarla contra su clítoris.
En ese momento oí su primer gemido, era dulce y frágil, como si lo hiciera hacia dentro.
Sin darme cuenta guío mi pene para introducirlo lentamente, un inmenso placer inundaba mi cuerpo según iba siendo engullido hasta desaparecer por completo.
La abracé con fuerza intentando penetrarla hasta el último centímetro, movía sus caderas rozándose contra mí, cogió mi cabeza con fuerza y la apretó contra sus pecho impidiéndome hacer otra cosa que succionar sus pechos.
Fue entonces cuando sus gemidos dejaron de ser dulces, y pasaron a ser escandalosos, comenzó a sacar mi polla lentamente y a meterla de nuevo con deseo, cada vez más fuerte y más rápido.
Llegamos al punto en el que los dos parecíamos enloquecidos, las embestidas eran ya tan violentas que me era imposible mantener sus pechos en la boca, iban de un lado a otro de arriba a bajo.
Comencé a oír a Elsa decir algo, era casi un susurro, no llegué a entenderlo hasta empezó a decirlo más y más alto.
-No pares cabrón, no pares...
El ver que estaba apunto de correrse, me puso más cachondo, quería irme con ella, agarre cada nalga de su carnoso culo con una mano, las apreté mientras acompañaba el vaivén de sus caderas ahora ya frenético.
Sus gemidos eran gritos, gritos de placer, se estaba corriendo, jadeé tanto como puede para hacer coincidir nuestros orgasmos, un río de placer salió de mi, el ritmo fue disminuyendo hasta quedarnos parados, abrazados el uno al otro, interrumpidos únicamente por los últimos espasmos de placer de Elsa cada vez que movía mi pene.
El viaje de vuelta casa fue muy silencioso, al poco de salir Elsa se quedó dormida, y yo aparte de conducir no hacía otra cosa que mirarla intentando asimilar lo que había pasado.
Ya en casa nos despedimos con un dulce beso que dejaba claro que ambos deseábamos que volviese a pasar.