Un fin de semana especial

Ricardo decide pasar un fin de semana especial en una casa rural junto con otros hombres, bajo la estricta tutoría de cinco mujeres que los mantendrán a raya.

UN FIN DE SEMANA ESPECIAL

Con los nervios atenazados al estomago aparque el coche en el aparcamiento trasero de la casa rural dando comienzo a un fin de semana lleno de incertidumbre, de nuevas sensaciones. Intuí que debía de ser el ultimo por el número de coches ya aparcados en el, por lo que acelere el paso mientras echaba una ojeada rápida al reloj para saber si llegaba tarde o temprano a aquella cita de fin de semana. Llame a la puerta principal y espere a que me abrieran, pensando que abrirla por mi mismo era un poco irrespetuoso.

-Hola, soy Ricardo. Había contratado un pack completo para este fin de semana. – le dije a  la mujer que me abrió la puerta.

-Hola Ricardo, eres el último. Pasa y siéntate en el salón, enseguida estamos con vosotros.

La seguí hasta el salón, y aunque la distancia era poca, fue la suficiente para fijarme en su anatomía y en su vestimenta. Falda negra por debajo de las rodillas, blusa del mismo color y zapatillas de estar por casa de color rojo. La verdad es que no estaba ni demasiado flaca, ni demasiado gruesa, y todas sus curvas se dibujaban con una claridad clarividente. Dicho de otra forma me encandilo enseguida haciendo que con su dulce voz se me quitaran un poco los nervios.

Llegamos al salón y me senté entre el resto de los elegidos para disfrutar de aquel fin de semana, aunque estaba seguro de que aún ninguno de nosotros sabía si íbamos a disfrutar de el, o por el contrario nos íbamos a arrepentir de haber contratado aquel pack de disfrute, o sufrimiento. Lo que tenía claro es que a todos nos atraía algo en concreto, y era lo mismo. Al cabo de unos minutos de espera, entraron en el salón seis mujeres, una por cada uno de los allí presentes, quedaba evidente que a cada uno se nos asignaría una de ellas, o al menos eso es lo que pensé. La que me había abierto la puerta se situó frente a nosotros tomando la palabra, quedando las otras cinco a un lado en fila.

-Hola a todos, me llamo Raquel y lo primero es presentarnos. – y dando paso a cada una de las restantes compañeras con un gesto de la mano, las invito a presentarse. Gire mi cabeza y fui escuchando el nombre de cada una de ellas, así como el tono de su voz, y como no fijándome en sus cuerpos. La verdad es que todas eran bastante atractivas, y su indumentaria no distaba mucho de la ya conocida Raquel. Así fui oyendo Clara, Silvia, Nuria, Victoria y Sandra. Raquel retomo la palabra y así tal como dijo ella quedaba inaugurado el fin de semana.

-Bien, una vez presentadas, damos por comenzado el fin de semana y el juego, por lo que toda falta a partir de ahora será ya castigada. Lo primero que vamos a hacer es asignar a cada uno de vosotros, una de nosotras, a forma de tutora, y para ello vamos a hacer lo siguiente. En este recipiente de la derecha hay seis bolas con nuestros nombres, y en este de la izquierda hay cinco palitos del mismo tamaño, menos uno que es mas corto. Por orden de llegada iréis extrayendo primero una bola cada uno, y así cada una de nosotras quedara asignada a cada uno de vosotros, y acto seguido extraeréis un palito del otro recipiente, y el que coja el palito mas corto recibirá aquí, y delante de todos la primera azotaina de parte de su tutora. Digamos que es una forma de que empecéis a comprender lo que os espera, y la forma en que va a funcionar esto. Ya se, que habréis leído el pdf que os enviamos, y que incluso por teléfono ha quedado todo más que explicado, pero así espero que quede todo aun mas claro, y si alguien decide irse, este y no otro será el momento. ¿De acuerdo?.

Yo había llegado el último por lo que me tocaría aquello que nadie escogiera antes, de modo que me relaje y vi como mis compañeros de penurias fueron eligiendo. En mi interior había una vocecilla que gritaba para que a nadie le tocara a Raquel, la verdad es que había una conexión especial entre los dos, o al menos eso me parecía cuando sus ojos se cruzaban con los míos. La cosa empezó bien, y Nuria, Sandra y Victoria fueron a caer a tres de mis compañeros. Las posibilidades aumentaban, y sin que nadie se diese cuanta cruce los dedos como intentando tener suerte. Lo que no me había percatado en ese momento es que el palito cortito aun no había salido por lo que las posibilidades de estrenarse el primero probando azotes también había aumentado para mí. Clara y Silvia fueron las dos siguientes, yo sonreí porque Raquel quedaba asignada a mí, pero también me toco el palito más corto y eso significaba que era yo sobre el que iba a recaer el ejemplo de lo que pasaría cuando no siguiéramos las normas.

-Bueno Ricardo, eres el último y solo queda mi nombre por salir del recipiente de la derecha y por desgracia para ti, del de la izquierda también queda por salir el palito más corto, de modo que supongo que lo tienes claro. Extrae de ambos para que no haya ninguna duda sobre ello. – y con una indicación me incito a que extrajera la bolita y el palito más corto.

-Bien Ricardo, levántate y sitúate aquí a mi derecha, y por tu bien sigue todas mis indicaciones, por mucha vergüenza que pueda darte, o por muy poco que te apetezca, porque de lo contrario todo lo que va a sucederte será mucho peor. Y los demás tomad nota.

Raquel coloco una silla delante de todos nosotros al tiempo que me iba indicando lo que tenía que hacer, algo que comencé a hacerlo sin titubeos. Había ido allí convencido, queriendo saber si aquello que me atraía también me gustaría, o por el contrarío mi cuerpo lo rechazaría. Me levante, avance hasta situarme a su lado y espere hasta que ella se sentó.

-¡Bájate los pantalones y la ropa interior y túmbate sobre mis rodillas! – Su voz dejo de sonar tan dulce y paso a ser algo mas sería y fría, aun así la excitación de mi cuerpo comenzó a sentirse por cada poro de mi piel. Lo hice lentamente pero con decisión, y aun con vergüenza por mostrarme así ante mis compañeros, que no ante Raquel y las demás tutoras. Me postre sobre sus rodillas y acto seguido sentí como su mano derecha comenzaba a acariciar mi trasero.

-Esta primera azotaina será un poco mas liviana, ya que no has hecho nada para merecerla, pero que no os lleve a engaño, la próxima que os ganéis a pulso y que podrá ser impartida por cualquiera de nosotras, o lo que es lo mismo por la que os pille infraganti, ya no será tan suave. Además aprovecho para deciros que esta noche en vuestro cuarto recibiréis una muy buena azotaina extra de parte de vuestra tutora, independientemente de si os habéis portado bien a lo largo del día, o no. ¿Entendido?.

Yo tumbado sobre su regazo y con la cabeza ladeada a hacia mis compañeros, vi como estos asentían con su cabeza a modo de entendimiento, al mismo tiempo que sentía las caricias que Raquel me estaba brindando aun con su mano derecha. Fueron solo unos segundos mas, porque de inmediato sonó, y probé el primero de los azotes que me iban a caer, y mi boca al abrirse fue testigo inconfundible de que aquello había picado. Mis ojos miraron al suelo, y los azotes fueron cayendo uno por uno sobre mi desprotegido culo. Me fije en aquellas zapatillas rojas que habían llamado mi atención cuando Raquel me había abierto la puerta al llegar, y de inmediato supe que aquellas zapatillas si que debían de picar de lo lindo, en comparación con los azotes que me estaba llevando con la mano. La verdad es que no supe exactamente los azotes que me cayeron, si supe que el trasero comenzaba a echar chispas, que lo tenía bastante calentito, y que por alguna extraña razón me estaba excitando.

La azotaina termino y Raquel dio por terminado el castigo. Indico a los cinco hombres que lo habían contemplado que se levantaran uno por uno y contemplaran mi trasero y el color del mismo, para acto seguido seguir a su tutora hasta la habitación que les había sido asignada. No me sentí demasiado cómodo al sentir la mirada de cada uno de ellos clavado en mi culo, pero agradecí que cuando me hizo levantar no estuvieran ni ellos, ni sus otras cinco aventuras de correrías, pues mi excitación había despertado cierta parte de mi cuerpo que quedo totalmente visible al ponerme en pie.

-Ummm, veo que te ha gustado, de lo contrario esta parte de tu cuerpo no estaría en este estado. Me gusta.

Nuestras miradas se cruzaron, fue como decirnos mucho sin decir nada. Su sonrisa ilumino mi corazón, mitad picarona, mitad ternura. Se levanto y me hizo subirme aquello que previamente me había hecho bajarme, y con una indicación con su dedo índice me hizo seguirla hasta mi cuarto. No se si lo hizo a propósito o no, pero el movimiento de su culo me hizo desear algo mas de ella que recibir azotes, aun a sabiendas que aquello no estaba dentro del menú. Ella estaba actuando, estaba representando un papel, y aquello que pasaba por mi mente, estaba muy claro que no lo hacía por la suya.

Me dio media hora para instalarme, y luego debía de salir y hacer vida normal con el resto de mis compañeros y compañeras, o tutoras. El juego acababa de comenzar, y presentía que iba a recibir algún que otro azote mas antes de la ya conocida zurra antes de irme a dormir. Me cambié de ropa y me puse una camiseta negra y un pantalón de chándal, algo fácil y rápido para bajarse y recibir los castigos que sin duda iban a ir cayendo. Llevaba dos horas en la casa cuando me apeteció un cerveza, y como todo era a gastos pagados me dispuse a tomarme una sirviéndomela en vaso recién sacado del congelador. Me supo tan rica que casi de dos tragos me la tome, volviendo a la cocina para dejar el vaso dentro del fregadero, y volver rápido con el grupo con el que me encontraba hablando de cosas triviales, pero interesantes. La verdad no sé como ocurrió, pero en lugar de dejar el vaso en el fregadero, lo deje sobre la mesa de la cocina, y no había dado tres pasos en el jardín cuando una voz severa y firme me llamo desde el interior de la casa. Era Silvia la que me reclamaba, y supe en ese mismo momento que ya la había cagado en algo. El consuelo que no era el primero, pues ya dos de mis compañeros habían pasado por recepción, por decirlo de alguna manera. Desanduve lo andado y entre en la casa. Silvia me cogió de la oreja y me llevo tirando de ella hasta la cocina señalando el vaso que acaba de dejar en el sitio equivocado.

-¿Crees que ese es el lugar donde debes de dejar un vaso sucio? – me dijo situándose frente a mi a menos de un metro de distancia.

-No, la verdad es que no. – conteste titubeando.

-Bájate los pantalones y ponme el trasero. – me indico mientras contemple como levantaba su pie derecho y se quitaba la zapatilla.

Trague saliva y obedecí, ella se acerco y cogiéndome por la cintura me atrajo hacia ella, inclinándome lo suficiente para poder dejar mi trasero en la posición perfecta para recibir mi castigo. La posición era inmejorable para ello, y también para contemplar su trasero que sin lugar a dudas era impresionante y llamativo. ¿Qué tenían todas aquellas mujeres?.  Era espectacular, aunque no se porque me vino a la mente Raquel, y el suyo, la prefería a ella, me estaba hipnotizando por momentos. Y en ese himpas de pensamiento sentí el primer zapatillazo tras haberla escuchado decir.

-Serán doce zapatillazos cariño, verás como la próxima vez dejas el vaso en el fregadero, o aun mejor lo lavas y los dejas allí donde lo cogiste.

La verdad es que fueron seis zapatillazos en cada nalga, muy bien dados, y que dejaron calentito mi trasero, aunque pudieron ser aguantables, mas por el numero de ellos, que por la fuerza con la que me habían sido administrados, pues aquella zapatilla escocía de lo lindo, y el doble de ellos seguro que hubieran provocado alguna que otra lagrima en mis ojos. Tras recibir los doce zapatillazos correspondientes, me subí el chándal y tire hacia el jardín como si nada hubiera pasado. Deje tras de mí a Silvia que aun portaba en sus manos la zapatilla, y que me observaba con las manos en jarra como diciendo, esta ya la has catado cariño. En su mirada pude notar el placer que había sentido al darme con la zapatilla, lo había disfrutado, y estaba seguro de que estaba deseando que volviera a fallar en algo, para darme otros doce zapatillazos, o incluso mas, no lo sabía muy bien, sobre mi desprotegido culo.

Ya en jardín proseguí hablando con mis compañeros, ellos sabían perfectamente que me acababan de calentar el trasero, igual que yo sabía perfectamente cuál de ellos me acababa de preceder, y por lo tanto estaba allí hablando como si cualquier cosa, con el trasero calentito. Había alguno que se había librado a este momento, pero ninguno decía nada, pues sabían que mas tarde o temprano iban a pasar por tal trance, de hecho no pasar por él y haber pagado por ello, pues de eso trataba el juego de la semana y el estar allí todos juntos con esas mujeres, no tenía mucho sentido.

Pase toda la tarde sin meter la pata, lo mismo que la cena, viendo como algunos de mis compañeros ofrecían su trasero a aquellas mujeres cada vez que metían la pata según ellas, que no siempre nosotros. Pero cualquier cosa podía valer para quitarse la zapatilla y plantarle a cualquiera unos buenos azotes en el trasero. La verdad es que todas utilizaban aquella arma de castigo muy bien, y sabían la fuerza que debían aplicar sobre ella para que aquello fuera la mitad placentero, la mitad doloroso. Solo al final de la noche un joven de nombre Ernesto fue castigado por algo que me hizo gracia, aunque con retardo he de admitir, pues me reí cuando a él le estaban ya calentando el trasero. En esta ocasión era Clara la que administraba la zapatilla a base de bien sobre aquel trasero, pero esto no fue suficiente para que mi risa la pasara desapercibida.

-No te vayas Ricardo, ya que te hace tanta gracia, ven aquí a mi lado y prepara ese culo que vas a ser el siguiente.

Raquel pasaba por allí y me miro sonriéndome, yo la sonreí a ella como un tonto enamorado, situándome al lado de Clara y contemplando de primera mano como su zapatilla iba dejando alguna marca sobre el trasero de Ernesto, que era sin lugar a dudas el que mas veces había catado aquel manjar, pues a esas horas ya había probado la zapatilla de las seis tutoras, incluido la de Raquel, en la que en dos ocasiones se refirió como la que zurraba mas fuerte. En eso estaba pensando, pues me tocaba esta noche ella antes de irme a dormir, cuando Clara me llamo a su regazo, mientras mi predecesor aun se estaba subiendo los pantalones. Clara me acomodo en su regazo y me dijo que igualmente serían doce los zapatillazos que me había ganado. Me picaron de lo lindo, administrados con una pequeña pausa entre cada uno de ellos. Agarrado a uno de sus tobillos y con la mano sujeta a mi espalda tras el sexto zapatillazo por intentar consolarme el trasero, salí del salón dando pequeños saltitos, y frotándome  el culo. Aquellos si que me habían dolido, y si Clara pegaba mas flojo que Raquel, presentí que antes de dormir iba a sentir en mis posaderas una zurra de las que no se olvidan.

Como mucho tiento pase desapercibido durante toda la velada, hasta que nos mandaron a dormir, no sin antes esperar con el pijama ya puesto a cada una de nuestras tutoras, para recibir nuestra tunda de buenas noches. Raquel llego al poco tiempo de haberme puesto el pijama, sonrió me dio las buenas noches y sentándose sobre la cama me hizo una indicación con el dedo para que me acercara a ella. Con nuestras miradas fijas la una en la otra, me bajo el pijama hasta las rodillas y me guiaba hasta su regazo, mientras me hablaba con dulzura.

-Te va a doler, porque de eso se trata cariño, pero estoy seguro que al mismo tiempo la vas a disfrutar. Lo veo en tu mirada, lo he notado cuando Clara y Silvia te han llamado a su presencia, y mientras has recibido sus castigos. Ahora, vas a probar una zapatilla de verdad, y si te gusta, estoy seguro de que repetirás mas fines de semana.

Mientras terminaba su prerrogativa, y ya colocado en posición, comencé a sentir la palma de su mano dándome lo suyo. Sabía que era como el precalentamiento para lo que me iba a caer después. Mire sus pies y contemple sus zapatillas, aquellas zapatillas rojas que comenzaban a volverme loco. Estaba deseando probarlas, y eso me hizo sentir como si estuviera loco, como si aquello fuera el pensamiento de un enfermo, pero al mismo tiempo sentía como me excitaba, y solo eso fue suficiente para omitir cualquier otro pensamiento y disfrutar del momento junto con mi diva, porque Raquel era ya como una diosa para mi, queriendo llegar mucho mas lejos con ella de lo contratado, algo que no iba a pasar evidentemente.

Al cabo de un buen rato me hizo levantar para quitarse la zapatilla ante mis ojos y volverme mandar a ocupar mi sitio sobre su regazo. El hecho de verla descalzarse a sabiendas de lo que venía después me excito de tal manera, que me empalme casi de inmediato, algo que no paso desapercibido. Una vez en posición y sabiendo que mi erección estaba siendo notada en sus piernas, en su bajo vientre con total seguridad, comencé a sentir el sabor de aquella zapatilla en mi trasero. Y desde el primero supe que si, que Raquel era la que hasta ese momento zurraba mas fuerte. Los zapatillazos sonaban como auténticos trallazos, y dolían como auténticos cañonazos. De fondo oía el sonido de alguna que otra zapatilla, y me imagine a los seis caballeros en aquella casa rural en la misma posición que yo, recibiendo cada uno de parte de su tutora, una pero que muy buena tunda. De seguro que todos íbamos a dormir calentitos. El ruido de fondo ceso, pero el de mi cuarto no, por lo que era claro que mi tutora estaba aplicándose mas a conciencia sobre mi culo, que el resto de las tutoras sobre el de sus alumnos. No paraba de mover el culo de uno a otro lado, y eso hacía que mi miembro se restregara aun mas contra sus muslos, y mi erección en lugar de bajar, permaneciera. Las lagrimas saltaron de mis ojos sin remedio alguno, sentía que mi culo ardía por momentos, y cuando cesaron las sacudidas sobre el, lo agradecí en manera alguna, pues no hubiera podido aguantar mucho mas. Algo que parecía saber Raquel, que me infringió un castigo llevándome casi hasta mi límite, disfrutándolo como ningún otro.

Me mando levantar y mientras me frotaba el culo delante de ella sin ningún reparo, ella observo el tamaño de mi erección dibujando una sonrisa que me indico inevitablemente de que estaba mas que orgullosa del trabajo realizado. Se levanto delante de mí y se dirigió hacia la puerta tirando previamente la zapatilla al suelo y calzándosela.  Un movimiento que me volvió a excitar locamente nada mas verlo. ¿Qué tenía aquella mujer para provocar eso en mi?. ¿Me hubiese pasado lo mismo con cualquier otra?. Había probado tres de las seis zapatillas hasta ese momento, y solo con ella había llegado a la erección, la respuesta era no, claramente.

-¡Metete en la cama, y duérmete sin hacer ruido. ¿Entendido?. Y no manches las sabanas, hombretón. – Y dicho esto cerro la puerta del cuarto dejándome solo, con una amplia sonrisa en sus labios.

Al día siguiente me observe el trasero en el espejo del baño,  comprobando que no me quedaba señal alguna de la azotaina recibida la noche anterior. Era casi medio día cuando hice acto de presencia en la cocina, donde nuevamente Ernesto estaba probando la zapatilla, en esta ocasión la de Victoria. Supe que a aquel muchacho le encantaba aquello, de hecho parecía buscarlo incesantemente.

La comida transcurrió sin incidentes, luego llego el café y un momento de relajación. Tan solo nos quedaba la tarde, y como parecía que yo no buscaba la zapatilla de nadie, Victoria me llamo a la cocina para comunicarme algo. Pensé que había hecho para ganármela, porque desde el principio supe que me iban a calentar de nuevo el trasero. Cuando llegue, la vi apoyada sobre la encimera, mirándome fijamente al tiempo que sonreía.

-No has hecho nada cariño, pero no te vas a ir de esta casa sin probar mi zapatilla, así que trae tu lindo culo hasta aquí, bájate los pantalones, apóyate sobre la encimera, y pon ese trasero en pompa para que pueda catarlo.

Obedecí de inmediato, colocándome justo a su lado con las manos sobre la encimera y en posición. Aquella me lo acaricio con las uñas, sonreía y me miraba indistintamente al culo y los ojos. Luego se incorporo y se quito la zapatilla. Me la enseño, moviéndola en el aire. También ella disfrutaba haciendo aquello. Se giro hacia mi y me sujeto por la cintura con su mano izquierda, mientras con su derecha comenzó a darme lo mío. Veinte zapatillazos que me dejaron el trasero bien marcado, y calentito. Luego tiro la zapatilla al suelo, se la calzo y se marcho dejándome con el sabor de su castigo impregnado en mi trasero. Si, aquella experiencia me estaba gustando.

Ya al final de la tarde cuando todo estaba ya casi terminando,  incluso habiéndose ido ya algún compañero, Raquel me hizo llamar al salón para adelantarme cual iba a ser mi último castigo.

-No te has portado del todo mal cariño, pero no has probado todas las zapatillas de la casa, y eso es algo que no puedo permitirte. De modo que Clara, Nuria, Silvia, Victoria y Sandra se van a colocar en fila. Y tu vas a ir una por una pidiéndolas que por favor te den cinco zapatillazos porque te los has ganado a pulso. Yo estaré al final de ellas, esperándote para darte la ultima azotaina del fin de semana.

Yo trague saliva, y sin quejarme, pues sabia que sería peor, me dispuse a comenzar aquel último juego, del que ya sabía no iba a salir bien parado. Las vi a todas en fila mirándome fijamente y sonriendo, esperando a que las pidiera por favor, que me calentaran el culo. Me acerque  a la primera con temblorosas piernas y dije.

-Clara, por favor puedes darme cinco zapatillazos bien dados.

-Claro que si cariño. – y tras decir eso, me baje los pantalones y con las manos sobre mis rodillas, puse el culo en pompa y clave mi mirada en Raquel, que me esperaba al final de la fila, esperando su turno.

Clara me dio cinco zapatillazos que dejaron mi trasero un poco ya malherido. Pase a la siguiente, Silvia, y  la pedí lo mismo, de la misma forma. Cinco zapatillazos más, y un culo despidiendo las primeras llamas. Luego la tercera.

-Sandra, por favor, puedes darme cinco zapatillazos bien dados.

La zapatilla de Sandra era una de las que no había probado, y creo que se aplico a conciencia, dejándome claro que su zapatilla era una de las más temibles. Mi mirada seguía clavada en Raquel, en sus pechos, en su pose en general con las manos sobre las caderas. Sonriéndome, disfrutando lo que me estaba pasando. Pase a la cuarta, Victoria, y termine mi periplo ante Nuria.

-Nuria, por favor, puedes darme cinco zapatillazos bien dados.

Tenia a Raquel a escasos dos metros, y a Nuria dándome mi merecido. Mi culo me ardía de manera considerable, y por fin llego el momento final. Raquel me esperaba ya con su zapatilla en la mano. Se abrió de piernas, se subió la falda hasta los muslos y me dijo.

-Entre mis piernas, y con el culo bien en alto, que todas puedan ver lo rojito que te lo vamos a dejar entre todas.

Yo me metí entre sus piernas, no sé porque me excite por momentos imaginándome que no tendría las bragas puestas. La verdad es que no pude pensar en ello mucho, porque de inmediato sentí su zapatilla dándome lo mío. Primero en la izquierda, luego en la derecha, repitiendo de nuevo en cada una sucesivamente. Sabía que el resto de las tutoras estaban mirándome, y eso me estaba excitando por momentos. Una vez más mi erección fue más que patente. He de reconocer que me cayeron no menos de cincuenta zapatillazos, que sumados a los veinticinco anteriores, me dejaron el culo más que dolorido y con una quemazón considerable. Cuando me hizo levantar creí tocar sus partes intimas con mi cabeza, y eso aun me excito mas. Me frote el trasero con ganas, dándome cuenta que el resto de la gente ya se habían ido, incluido las cinco tutoras. Raquel me miro de arriba a abajo, y fue en ese mismo momento cuando sus ojos centellearon tanto como los míos.

-Estamos solos cariño, y  ya no aguanto más. No sé que tienes, porque nunca me había pasado esto, y espero no arrepentirme, de modo que no digas nada.

Con el corazón latiéndome a mil, Raquel se acerco, se acuclillo ante mí y comenzó a hacerme una mamada como nunca antes nadie me la había hecho. Aquello era un sueño, estaba pasando de verdad, ella sentía por mi lo mismo que yo sentía por ella. Sus labios succionaban mi miembro, su lengua recorría todo mi mástil, saboreándolo, disfrutándolo. Al cabo de un rato, la invite a levantarse, me senté en el sofá y la atraje hacia mí. Como si supiera lo que deseábamos, juntos nos compenetramos hasta comunicarnos solo con la mirada. Ella se subió la falda lentamente, dejándome ver lo que ya antes había intuido, no llevaba bragas puestas. Por un momento creí que se caía la baba, pues tal era mi excitación y las ganas de poseerla que no encontraba momento de hacerlo. Ella se subió ante mí cogiendo mi miembro para llevárselo hasta su conejito a medio depilar, y con un gesto significativo en su cara se lo introdujo lentamente hasta el final. Pude sentir como me abría paso entre ella, como iba sintiendo mi penetración. Primero lo hizo lentamente, luego acelero, y al final subía y bajaba por mi miembro clavándoselo cada vez con mas fuerza. Comencé a morder sus pechos sobre aquel jersey verde, luego se lo levante y libere sus pechos deshaciéndome de su sostén con una agilidad que ni yo sabía que poseía, y mientras ella seguía disfrutando de mi virilidad subiendo y bajando hasta correrse.

Ella ya había llegado pero yo no, y no quería llegar, no quería que aquello acabase. Me levante con ella en brazos y camine hasta la mesa del salón. La tumbe sobre ella, sacando mi miembro de su sexo para reemplazarlo por mi lengua. Comencé así a comerme aquel jugoso coñito que sabía a ella, a mi, escuchando sus jadeos, sus gemidos. Notando como me apretaba hacia ella, como me atenazaba entre sus muslos.

-¡No quiero que esto acabe Ricardo! – la escuche decir en susurros, jadeante.

Mi lengua se aplico como antes ella sobre mi miembro provocando una vez mas que ella llegara al éxtasis total. La deje descansar unos segundos, y sin mas preámbulos ella se bajo de la mesa, se dio la vuelta ofreciéndome su trasero, su lindo trasero, al tiempo que me decía.

-Mas te vale que llegues ahora cariño, o me veré obligada a utilizar de nuevo la zapatilla contigo.

Sabía que esta vez no iba a probarla, aunque ella si que iba a sentir algo mas que mi polla. Se la clave de una sola embestida, Raquel volvió a abrir la boca una vez mas sintiéndola en todo su esplendor, y empecé a follarmela con toda la fuerza que pude. Sin embargo al cabo de un rato comencé a sentir mas placer al hacerlo mas lentamente, sintiendo como entraba y salía de su ser. Raquel gemía como una perra en celo, movía su melena morena de un lado a otro, y sin pensármelo dos veces la propine un azote dejándola mi mano marcada en su nalga derecha. Ella gimió, me miro dando la vuelta a su cabeza, me sonrío y me dijo.

-Si, dame fuerte, porque yo no me voy a cortar de ahora en adelante con tu culito cariño.

Cada tres o cuatro envestidas la propinaba un azote, en una u otra nalga, hasta que al cabo de un buen rato me corrí sobre ella como una fuente al quitarla el tapón que la impide su fluir. Gemimos juntos, nos abrazamos y con la mirada supimos, que estábamos hechos el uno para el otro. Yo repetiría aquella experiencia, pero esta vez a solas, y con el tiempo en pareja, pues ambos sabíamos que estábamos predestinados el uno para el otro.