Un fin de semana en Gualeguaychú II
Continúo relatando lo que me ocurrió un fin de semana, cuando a mis 18 años, fuimos de mini vacaciones con mi novio y una amigo a Gualeguaychú, una ciudad de Argentina. Cada vez más complicada...
Después de ir al baño del camping, cerramos la carpa y nos fuimos los tres al río Uruguay, que forma una ribera increíble en donde se organizan fiestas durante todo el día, se toma mucho alcohol y se fuma todo tipo de cosas.
Luego de escuchar silbidos y gritos durante todo el trayecto hasta el auto, nos subimos y por fin nos fuimos al río. Al llegar se bajaron con sus mochilas y yo con las manos vacías, ya que seguía sin ninguna de mis pertenencias. Traté de acomodarme la musculosa para que me tape lo máximo posible por lo menos hasta llegar a la playa, aunque fue medio inútil. La gente empezaba a notarlo.
Nos acomodamos en un claro en la arena, y los chicos –Facundo y Lucas-, se dispusieron a desplegar sus cosas. Estiraron sus esterillas de mimbre para tomar sol, sacaron una gaseosa y se pusieron a hablar entre ellos como si yo no existiera. Me quedé unos segundos parada mirándolos fijamente, esperando ilusamente que se percataran de que yo había quedado sin nada en donde recostarme, ni toalla, ni manta, ni esterilla. Al no lograr nada de esta manera, les dije:
Chicos, no tienen algo para mí?
Sí, ésta! Jajajaja... Dijo obscenamente Lucas y Facundo festejó alegremente su chiste chocándole la palma sonoramente.
No, en serio, no tengo donde acostarme, les aclaré.
No sé nena, arreglátelas, bastante estamos haciendo ya por vos. Mirá, ahí viene un vendedor de esterillas. Fijate si lo convencés de que te regale una, porque plata no te pensamos dar, que te mantenga tu madre o tu novio, jajajajaja…
Así que lo detuve al señor que vendía las esterillas, que ya había llegado al lado de donde estábamos nosotros. Le pedí si por favor me podía prestar una, y que yo al otro día, cuando recuperara mi dinero, se la pagaría. El señor, que aparentaba casi unos 60 años, con la piel oscura, curtida por tantas temporadas bajo el sol vendiendo sus productos, se rió y me dijo que ese cuento ya lo conocía bastante.
Pero me podés pagar de otra manera, dijo mientras se rascaba con una mano su prominente abdomen por debajo de su sucia remera. Los chicos festejaron la ocurrencia con gritos, aplausos y risas, lo cual llamó la atención de toda la gente que se encontraba a nuestro alrededor. Yo me ruboricé completamente y traté de ocultarme dentro de la musculosa.
Yo te voy a prestar la esterilla por 24 horas, pero quiero me des un beso bien intenso, como si fuera tu novio, que dure 1 segundo por cada hora que te voy a prestar esto. Es un precio muy accesible, no?
Ya la gente empezaba a murmurar y yo lo único que quería era que ese momento terminara, de una forma o de otra. No soportaba tener tantas miradas sobre mí, y estaba segura que si demoraba más toda esa situación, la cosa se pondría peor. Le dije que sí, y me acerqué a él, pero me detuvo en seco.
- A tu novio no lo besás con la remera puesta, no? Jaja.. Dale, sacatela, si igual venís a tomar sol acá.
En eso tenia razón. Como no quería que todo eso se estire más aun, me la saqué de golpe y lo único que logré es atraer más la atención de la que lo estaba. Seguramente algunos se había percatado de que mi bikini era inusualmente diminuta, algo en lo que yo no dejaba de pensar todo el tiempo, pero en ese momento caí en la cuenta de que la mayoría no lo había notado. Me acerqué nuevamente y dirigí mi boca hacia la suya. Él la abrió y noté cómo estaba su boca: los dientes desordenados, oscuros, manchados e incluso faltaban algunas piezas. Pero ya era tarde para echarme atrás. Era la primera vez que besaba a alguien de la edad de ese señor.
Nos enroscamos en un beso obsceno, mientras yo cerraba los ojos y trataba de pensar en cualquier otra cosa. La gente a nuestro alrededor comenzó una especie de cuenta regresiva, arancando desde el 24 y contando cada vez más lentamente hacia atrás. Tener tanto público envalentonó al vendedor, quien me abrazó con una de sus manos, ubicando una de sus manos en la parte más baja de mi espalda. En menos de dos segundos ya estaba jugando con mi hilo dental entre sus dedos, y tres segundos más tarde, me acariciaba sin complejos mi cola. La otra mano no tardó en llegar a mi otra nalga, para comenzar un lento pero profundo manoseo.
La gente, haciéndose la graciosa, enlentecía cada vez más la cuenta atrás, y algunos incluso comenzaban a preguntar ingenuamente qué numero seguía al que había proferido, sólo para postergar cada vez más el final del espectáculo. El señor, mientras tanto continuaba jugando con mi hilo dental al tocarme descaradamente la cola, corriéndolo de entremedio de mis nalgas, con lo que quedó expuesto mi ano en varias oportunidades, hasta que yo me iba acomodando la parte de debajo de mi bikini, y retirándole las manos como podía. Cada vez que lograba que deje de tocarme la cola, el vendedor arengaba al público levantando las palmas hacia arriba, a ambos lados, y volvía a depositarlas sobre mi linda colita cuando la gente gritaba al máximo.
Hasta que por fin, llegó el tan anhelado “uno”. El señor me dejó y me dio una esterilla, mientras pedía un aplauso para mí. Yo, por mi parte, roja hasta la punta de los pies, sólo la tiré en la arena y me escondí entre los chicos que me acompañaban.
Esta no es más puta porque no tiene tiempo, le dijo Facundo a Lucas. Éste asentía, mientras me miraba sin ningún disimulo todo el cuerpo, y respondió:
Lo decís por lo bien que usa la boquita? Jaja. Yo no dije nada, porque si bien el comentario me hizo acordar a cuando se la chupé a Lucas, supuse que hablaban del beso al vendedor. Además, sólo quería que todos me olviden.
Me dispuse a tomar sol y por suerte la gente se tranquilizó bastante. En un momento en que estaba ya casi relajada, un amigo de Facundo se detuvo al lado nuestro, saludando efusivamente a ambos y mirándome con los ojos muy abiertos a mí. Yo aproveché el momento para ir rápido a mojarme al río, de modo que podía evitar la mirada de este nuevo chico desconocido sobre mí. Ni hace falta detenerme en la cantidad de barbaridades que me fueron gritando los chicos a lo largo de todo el trayecto, a causa de mi pequeñísima bikini, y de las miradas de odio que fui recolectando por parte de todas las chicas que quedaban opacadas por esta atrevida nena que se paseaba casi desnuda. Incluso no faltaron chicas que me dijeran al pasar: -Putaaaaa…
No les di cabida a tantos comentarios salvajes, y volví a mi esterilla, que tanto esfuerzo me había costado conseguir. Al llegar, los tres estaban muy contentos, muy entusiasmados, y yo no sabía por qué, por lo que pregunté qué estaba sucediendo. Me comentaron que este chico que recién conocía, Javier, era tatuador profesional, y que estaba con una casa rodante en la playa realizando tatuajes temporarios y permanentes. Y que ellos dos, Facundo y Lucas habían decidido realizarse uno temporario cada uno. Además, Javier, me podría realizar uno gratis a mí, si yo quería. Me explicaron que duraba menos de una semana, pero durante esos días, parecería como uno de verdad. Yo nunca me había hecho un tatuaje y me pareció una buena oportunidad, por lo que dije que sí, principalmente porque no debía abonar por el mismo.
Los dos chicos pasarían primero y luego sería mi turno. Estábamos los cuatro en la casa rodante, ellos riéndose todo el tiempo, y yo algo tensa ya que no había podido encontrar la musculosa. Lucas me decía que la había visto tirada medio lejos de nuestras esterillas, por lo que era probable que alguien se la hubiese llevado por equivocación. Intentaba taparme algo con las manos, pero era imposible con tan poca tela en la malla.
Al escuchar mi nombre, me levanté y me dirigí a la mesa en donde Javier tatuaba. Le dije que quería uno temporario en la zona lumbar, arriba de mi cola, una especie de tribal. Se lo señalé en su cuaderno de dibujos y a pesar de que casi ni me miró al señalárselo, asintió como indiferente mientras preparaba todo. Me pidió que me recueste boca abajo, y así lo hice. Él se ubicó detrás de mí, y comenzó a prepararme la zona, para lo cual me tocaba permanentemente la cola con los brazos, con las manos, con los elementos de trabajo. Yo no terminaba de saber cuánto llegaba a verme desde esa posición de conchita y mi ano, y eso me mantenía preocupada, pero procuré relajarme.
A medida que el tatuaje avanzaba, los chicos iban riéndose cada vez más efusivamente, haciendo permanentes referencias a lo “fácil” que había sido el proceso del tatuaje, de lo “fácil” que les iba en la vida, de lo “fácil” que fue conseguir lugar en la playa, en el camping, etc. Yo no llegaba a entender porqué hablaban así, imaginando sólo que eran más tontos de lo que yo pensaba.
En un momento, Lucas me dijo:
- Gaby, tenés que pasarme el número de tu celular, porque más tarde volvemos a ver si por lo menos eso se secó. Para saber si no se rompió voy a llamar y listo. Te parece?
Me pareció razonable, por lo que se lo dije ahí mismo, mientras esperaba que el tatuaje quedara listo. Sin haber muchas razones para ello, las sonrisas y las miradas cómplices entre ellos se fueron incrementando.
Una vez finalizado su trabajo, Javier me dijo:
Bueno, ahora nena, andá al río, mojate el cuerpo así se va hidratando la zona, quedate ahí parada de espaldas al sol la mitad del tiempo y luego te das vuelta de frente al sol hasta que te seques. Después volvé a mojarte una o dos veces más, que el agua del río ayuda a que esto quede mejor. Una vez que hagas eso, te podés quedar tranquila de que el tatuaje te va a durar alrededor de una semana.
Me tengo que quedar parada delante de toda la gente al lado del río un buen rato??? Me muero!, le dije. – Encima la mayoría está muy borracho ya...
Si querés que te quede bien nena, tenés que hacerlo. No hagas quedar mal mi trabajo que todos vieron que entraste acá, después me vas a espantar todos los clientes cuando todos vean lo mal que te quedó el tatuaje. Dale que es “fácil”, remató, y una vez más, todos estallaron en una carcajada.
Así que no me quedó más opción que cruzar toda la playa sin la musculosa para que el tatuaje temporal se vaya asentando, y concientizándome por el momento que iba a tener que pasar delante de todos. Lo que no podía imaginar era que todo esto iba a resultar mucho más costoso para mí que estar parada delante de chicos borrachos con una bikini de putita durante un buen rato. Aunque algo empecé a notar cuando ya no sólo me miraban y me gritaban cosas, sino además, resacaban fotos ya sin disimular, y anotaban algo en sus teléfonos celulares a medida que yo iba pasando.
Luego de estar el rato que el tatuador me había pedido que cumpliera, no aguanté más tanta incertidumbre acerca de por qué la gente reaccionaba como lo estaba haciendo, y fui derecho al baño del bar para averiguarlo por mí misma. Luego de esperar un rato a que la fila de chicas avance, me llegó mi turno y encaré derecho al espejo para tratar de ver cómo había quedado mi tatuaje. Lo que vi casi hace que me desmaye ahí mismo: El tatuaje decía con letras bien claras: “COLA FÁCIL” y debajo de la terrible frase, mi número de celular! Qué diría mi novio cuando lo viera? Y cómo iba a hacer los días que me quedaban en Gualeguaychú con un tatuaje como ese???