Un fin de semana con Lucía y compañía... (2)

... cuando nos puede el instinto y el deseo, nos arriesgamos a vernos en situaciones comprometidas, y cuando nos puede la razón, nos arriesgamos a arrepentirnos toda la vida...

Un fin de semana con Lucía y compañía… (Continuación)

Caballero, yo de usted entraría mejor al aseo de señoras, creo que alguien se había dejado el grifo del lavabo abierto y está el suelo todo encharcado. Parece mentira que en un restaurante tan nuevo no tengan grifos con temporizador, voy a avisar al encargado para que venga a recoger el agua, porque si no tendremos que salir del restaurante en patera – dijo Carlos airado al hombre que esperaba su turno para entrar al baño mientras cerraba la puerta y prácticamente acompañaba al señor a la puerta del aseo de señoras que afortunadamente se hallaba vacío. El desconocido le dio las gracias, se notaba el poder de convicción de Carlos, que en sus comienzos había hecho sus pinitos como comercial -.

Se dirigió a la mesa donde estaba su señora esposa con toda la sangre fría que se puede tener después de haberse tirado a su amante en las propias narices de ésta, y entonces se percató de que no habían pasado ni diez minutos desde que comenzó su ‘odisea’, por lo que nadie sospechaba gran cosa, sólo él decía para sí:

Dios, jamás pensé que me alegraría de ser ‘precoz’ una vez… - se decía mientras ya sentado en la mesa esbozaba una sonrisa maliciosa -.

Mientras, Lucía acababa de vestirse y de re-maquillarse gracias a que hoy en día en el bolso de una chica hay de todo, abrió ligeramente la puerta, y tras comprobar que no había moros en la costa, enfiló el pasillo dispuesta a reunirse con sus amigas. Probablemente, el caballero al que Carlos persuadió para que entrase al baño de chicas, aún seguiría recreándose allí. Elena y Virginia la esperaban para el postre hablando animadamente.

Niña, a mí la comida no me ha triunfado mucho, así que me voy a pedir un postre hermoso porque con cuatro bailes el sushi éste se me habrá bajado a los pies, y no os quiero dar la noche, - decía Elena animada mientras le echaba un ojo a la carta en busca del clásico ‘pijama’ -.

Por cierto, ¿os habéis fijado en que está aquí el jefazo con la Doña? – decía Elena indecisa entre el helado de té verde o el de sésamo -.

Sí, me lo he cruzado antes cuando he ido al baño, ni me ha mirado, últimamente está de un repelente… – disimuló Lucía mientras instintivamente llevaba su mano al pecho, palpando el bocado que Carlos le había propinado en pleno ataque de frenesí -.

Virginia sugirió pedir un vino dulce japonés hecho a base de ciruela para acompañar los postres, y entre chistes brindaron animadas.

¡ Por nosotras, y por ésta noche que es joven ! - se lanzó Virginia animada -.

Sí, por nosotras, por la noche joven… ¡ Y porque follemos ! – dijo Elena poniendo el toque picarón al asunto, mientras las chicas se desternillaban de risa, haciéndose objetivo de las miradas de todos los clientes del restaurante -.

Eso, por nosotras, por la noche, y porque follemos… (otra vez), - dijo Lucía para sí mientras bebían aquel vino de ciruela, que según Elena, era lo mejor que habían inventado los ‘japos’ aquellos -.

Después de pagar la cuenta y dejar una propina generosa a la camarera del kimono vistoso, las chicas se dirigieron a la salida del restaurante, y los ‘amantes’ se despidieron con una mirada furtiva y una sonrisa picarona, aprovechando que la señora de Carlos se encontraba en el aseo de señoras, contiguo al que había sido esa noche el protagonista de los escarceos amorosos de su marido.

Niña, ¿y esa mirada? – dijo Virginia, que la había pillado en plena mirada lasciva -. ¡ A Lucía le mola el jefe ! – gritaba ésta divertida mientras caminaban pensando dónde proseguir la juerga esa noche -.

Sí, me mola el jefe… me mola tanto que me lo he tirado en el cuarto de baño, contra la pared, a lo salvaje, como los conejos – declaraba Lucía irónica, en realidad le excitaba soltar una verdad como esa a los cuatro vientos con la convicción de que a ninguna de sus amigas se les ocurriría creerla en ningún momento -.

Después de debatirlo unos instantes, las chicas decidieron ir al ‘Moonlight’, el local de moda. Era uno de esos sitios con dos plantas, un espacio chill out arriba, más tranquilito, y una zona house abajo más cañera. En el Moonlight trabajaba de vez en cuando Christian, que era un chico que Lucía conoció hacía un tiempo en un Chat friki. Desde entonces hablaban de vez en cuando, y se conocieron una vez que Christian trabajó en otro pub cercano al Ático de ésta. Aunque esa noche no pasaron de la conversación de besugo entre camarero y clienta tal como - ¿Qué te pongo? – Un Barceló con limón, gracias - , Lucía observó que Christian era un chico bastante atractivo, y en sus conversaciones del Messenger había apreciado que tenía el coco bastante bien amueblado, o sea que si Cristian trabajaba en el Moonlight esa noche, al menos tenía la certeza de que habría un chico interesante entre la multitud.

Subieron al chill out del pub, aún era temprano, no era ni medianoche, por lo que no había mucha gente. Sonaba ‘Crazy’ de ‘Gnarls Barkley’, detrás de la barra, una chica y dos chicos, pero ni rastro de Christian, y Lucía, algo decepcionada, pidió dos Barceló-cola y otro con limón, de los que bebieron mientras bailaban y hablaban divertidas.

A medida que avanzaba la noche el ambiente se fue animando y el pub se fue llenando, las chicas seguían bebiendo y riendo, ya algo más desinhibidas puesto que llevaban varias copas, hasta que un chico agarró a Lucía con una mano por la cintura y con la otra le tapó los ojos diciéndole al oido:

¿Quién soy?

Lucía, pensando que era el típico buitre que quería hacerse el gracioso ante sus amigas, soltó un rotundo:

Pues eres… eres… un muñeco de mierda con un tío dentro… - Virginia y Elena estallaron en una enorme carcajada mientras el desconocido retiraba la mano de los ojos de la chica y le decía al oído: -

Vecina, eres una borde del carajo, me encantas

Lucía se excusó algo ruborizada por la bordería, e hizo las presentaciones de rigor entre su vecino Luis y sus amigas, quienes entablaron una animada conversación con aquel chico tan cachondo, dejando a Lucía en un segundo plano. Ésta, viendo como Luis había captado por completo la atención de sus amigas, sobre todo de Elena con la que parecía flirtear constantemente, aprovechó la ocasión para bajar a la zona house del Moonlight, ya que el ambiente de arriba le comenzaba a aburrir.

El ambiente abajo era más cálido, la gente bailaba animada entre una espesa nube de humo de tabaco, y lo que no era tabaco… Lucía se escabulló como pudo entre la multitud intentando alcanzar la barra, dónde para su sorpresa distinguió a Christian poniendo copas a diestro y siniestro. Se acercó para pedir su Barceló con limón de rigor y saludar al chico, quien al verla, la agarró efusivo de los hombros, le propinó dos sonoros besos y le puso su copa, la cual cobró, porque el chico gozaba de tal integridad que era incapaz de invitar a nadie en su lugar de trabajo, detalle que agradaba a Lucía, que se tomó su copa bailando animada entre la multitud mientras Christian no dejaba de mirarla, por desgracia estaba tan ocupado que no pudo prestarle toda la atención que habría deseado dedicarle.

El calor y el ambiente tan cargado de aquella zona del Moonlight, y por supuesto los cuatro cubatas que llevaba Lucía entre pecho y espalda contribuyeron a que necesitase salir a la calle a tomar el aire, pues se empezaba a encontrar indispuesta. Salió sin despedirse de nadie y se sentó en el banco de un parque cercano, cerró los ojos y se echó hacia atrás facilitando que la ligera brisa de aquella noche de verano impregnase su rostro y la ayudase a salir de su aturdimiento.

Así, en aquel banco y con la brisa pegando en su acalorado rostro, se acordaba de Carlos, que en parte era eso para ella, un soplo de aire fresco que había entrado en su vida, sacándola de la absurda monotonía en la que se encontraba para hacerla sentir más mujer que nunca.

Recordaba la anterior noche en el Hotel con él, donde en la habitación, por temor a que alguien les viese juntos, también ellos habían disfrutado de su cena íntima y particular.

Aquella noche sólo pidieron fresas y una botella de Möet Chandon, tenían ambos el estómago hecho un lío por los nervios de aquella escapada, pero también había mucho que celebrar.

Recordaba como entre risas y besos compartieron las fresas, habían hablado un montón esa noche de las cosas que cada día no podían decirse, pero la ocasión les permitió expresar todo lo que sentían con mucho más que palabras.

Carlos sirvió las copas, ella se encontraba tumbada en la cama, se había quitado sus zapatos rojos para estar más cómoda. Él, sentado a su lado con la copa en la mano, la besaba y con la otra mano desabrochaba con maestría y parsimonia los botones del vestido negro que ella llevaba esa noche para él, para descubrir que debajo del vestido sólo había un minúsculo tanga de encaje negro, pudiendo así contemplar el cuerpo de su amada en todo su esplendor. Comenzó derramando un poco del dorado y burbujeante líquido de su copa encima del pecho de ella, así como por accidente, sin dejar en ningún momento de besarla. La miró fijamente a los ojos un instante, y descendió cubriendo de besos el cuerpo de Lucía con el objetivo de recoger con sus labios y su lengua el preciado líquido antes derramado. Ella ronroneaba como una gatita en celo disfrutando de sus caricias, él besaba ya sus pechos y lamía sus rosados pezones, despacio, sin prisa, deleitándose al ver crecer la excitación en ella, que dejaba escapar algún que otro suspiro sinuoso.

Carlos continuó con la exploración de aquel cuerpo que lo volvía loco, sin descuidar por supuesto aquellos pechos que anhelaban tanto sus caricias, descendió por el vientre de Lucía mientras vertía más líquido en su cuerpo, ésta vez en su ombligo, para recogerlo igualmente con su lengua, contrastaba el calor del cuerpo de la chica con el frío metal del piercing que ella llevaba en el ombligo. Siguió bajando para detenerse justo delante de la delicada pieza de lencería que cubría la excitada intimidad de Lucía. Sentir la respiración agitada de Carlos tan cerca de su sexo la excitaba muchísimo, y en un acto que delataba que quería sentir el aliento de éste mucho más cerca, levantó la pelvis para ayudar a Carlos a despojarla de la minúscula prenda. Él, para sorpresa de ella, sujetó con sus dientes una de las tiras del tanga y en un hábil tirón la rompió, generando en Lucía un gesto de sorpresa seguido de una sonora carcajada, para abrazarlo después y entre húmedos besos y caricias recostarlo en la cama, quedando ella a horcajadas sentada encima de él, controlando así la situación.

Lucía notaba la excitación de Carlos debajo, pero decidió alargar más los preámbulos desnudándolo con deleite. Le quitó la camisa y acarició su pecho, se paró a pensar entonces que Carlos tenía unos pezones preciosos, realmente apetecibles, y una idea malévola invadió su mente.

Cogió un trozo de hielo de la cubitera donde reposaba el champán, lo sujetó entre sus labios y entrelazando sus manos con las de su hombre, se inclinó sobre su pecho y comenzó a acariciarlo, para continuar propinándole unos ligeros mordiscos que hicieron a Carlos suspirar, delatando así que aquello que ella le hacía lo volvía loco.

Él la abrazó fuerte, quedaron sentados en la cama frente a frente, ella entrelazaba sus piernas alrededor de él, sus respiraciones agitadas hacían que los punzantes pezones de Lucía rozasen continuamente los de él, que se moría de ganas de hacerle el amor como un loco, pero a Lucía aún le quedaba un pequeño deseo que cumplir en esa noche mágica.

Se deshizo de los brazos de su amante, se puso de pie en la cama y buscó la botella de aquel caro champán al que había que sacar partido, y emulando esa escena tan sensual de la película ‘Abierto hasta el amanecer’, levantó una pierna llevando su fino pie hasta los labios de Carlos, y dejó resbalar rodilla abajo aquel líquido helado que él recibía como si fuese ambrosía digna sólo de dioses. La imagen de ella en esa postura, con el tanga roto que dejaba ver ya más de lo que ocultaba, resultaba de lo más excitante y evocadora para Carlos, que bebía y lamía de aquel pie extremadamente sexy, haciendo que ella se estremeciese una y otra vez. Después de esto Carlos estaba ya fuera de sí, le quitó a Lucía lo que quedaba de su perjudicado tanga y se sumergió entre sus piernas, besando y lamiendo el mojado sexo de Lucía mientras se aferraba a sus caderas. Ella gemía y suspiraba cada vez más, movía sus caderas indicándole a Carlos que necesitaba que la tomase sin más dilación. Lo recordaba ahora encima de ella, penetrándola despacio, llevándola al séptimo cielo e impregnándola de besos y caricias hasta hacerla llegar al clímax, pero fue en ese momento cuando recordó que su Carlos estaría haciendo esa noche a esa hora lo propio con su mujer, culminando como buen marido la maravillosa velada de esa noche… y un par de lágrimas recorrieron sus mejillas

Lucía se hallaba inmersa en sus divagaciones cuando se percató de que alguien se sentaba a su lado en el banco, ella mantuvo los ojos cerrados, dejando que el aire secase sus lágrimas mientras que las imágenes de la anterior noche dejaban de pasearse por su mente.

Perdona, ¿te encuentras bien? – escuchó Lucía, quien sin abrir los ojos ni inmutarse lo más mínimo se limitó a contestar -.

Sí, me encuentro bien, gracias… - de nuevo se hizo el silencio -.

Ejem… a lo mejor te iría bien una tónica… o algo… - sugirió el chico en tono amable -.

Al escuchar esto, Lucía salió del estado ‘catatónico’ en el que se encontraba, abrió los ojos, se incorporó, y le dirigió una sonrisa a aquel chico tan atento.

Estoy algo mareada, pero aún conservo la consciencia ¿eh?

Voy a buscar a mis amigas para decirles que me voy a casa, muchas gracias por interesarte – dijo la chica haciendo un amago de ponerse en pie -.

Sería mejor que no cogieses el coche esta noche, si quieres yo puedo acercarte a casa, por cierto, me llamo Paco – dijo el chico de sonrisa encantadora -.

Mi amiga Elena puede llevar mi coche, aunque… por otra parte, no quiero aguarles la fiesta… me iría contigo, pero es que mi madre siempre me ha dicho que no suba al coche con extraños – dijo Lucía riendo -.

Bueno, entonces si vienes conmigo no harás oídos sordos a los sabios consejos de tu madre, porque he venido en moto – dijo Paco señalando hacia la puerta del pub, donde estaba aparcada su Kawasaki Ninja, que para él era como la niña de sus ojos -.

¡ No me digas que esa ‘Kawa verde’ tan cantosa es tuya ! Ya decía yo que me sonaba de algo – dijo ella con gesto de sorpresa -.

Pues sí, esa es mi moto, pero… ¿por qué dices que te suena? – dijo el chico algo extrañado -.

Pues… ¿te suena a tí esto? – dijo Lucía divertida mientras levantaba el dedo corazón ante la mirada atónita del chico por segundo vez esa noche -.

Los dos estallaron en una sonora carcajada, cayendo en la cuenta de que ya se habían visto antes esa noche

  • Continuará *