Un fetiche inesperado: leggings de cuero

Dentro de una relación totalmente sexualizada, aún quedan algunos secretos sin salir a la luz; mi pasión por el cuero en el sexo.

A pesar de llevar varios años de relación, María y yo éramos una pareja enormemente abierta sexualmente, sin ningún tipo de tabúes. Ambos con 24 años, deportistas y con la intención constante de probar cosas nuevas, y, sobre todo, de disfrutar y de hacer disfrutar al otro.

Prácticamente sexualizábamos cualquier actividad cotidiana. Era difícil ir de compras y no acabar follando en el vestuario, o en la playa o en un parque. Muchas veces hablamos acerca de las ganas de hacer un trío, aunque fue la única línea que no llegamos a cruzar, porque temíamos que afectase a la relación y que supusiese su fin. Sin llegar a invadir ese terreno, en alguna ocasión tuvimos sexo en la misma habitación en la que otra pareja estaba haciendo lo mismo, sin llegar a producirse intercambio. El hecho de tener a alguien masturbándose y corriéndose por ver como tu novia te cabalga nos hacía rozar el cielo.

Pero había algo que se me resistía a contarle. Desde siempre, el cuero ha sido mi fetiche favorito. No en cuanto a prendas Bondage como fustas o arneses. Me vuelve loco empleado en prendas comunes de vestir, como una falda, un vestido o unos leggings. Habíamos hecho cosas infinitamente más fuertes, pero me daba cierta vergüenza ese tipo de fetiche. El simple hecho de imaginármela follándome con un vestido o unas botas de cuero me producía una erección instantánea. Lo admito, durante mucho tiempo fue mi búsqueda favorita en páginas porno en momentos de soledad, obteniendo orgasmos increíbles.

Una tarde, estando de compras, le aconsejé que se probase unos leggings de piel, con la idea de deleitarme un poco. Aunque reacia al principio, finalmente accedió a probárselos y el resultado le pareció tan increíble que decidió comprarlos. Yo me relamía únicamente de imaginármela con ellos de fiesta, metiéndole mano. Lo que yo no sabía es que me iba a hacer uno de los mejores regalos de mi vida.

A los pocos días, quedamos para cenar fuera con unos amigos, con lo que procedimos a arreglarnos. Cuando salió del baño la vi espectacular; llevaba un top lencero, los leggings bien apretados, marcando su increíble culo y unas cuñas. A mí se me nubló la mente, pero con las prisas de llegar tarde me calmé un poco.

Se pasó toda la noche provocándome, poniendo mi mano en su entrepierna por debajo de la mesa, subiéndose el pantalón para marcar el pubis y bailando restregando su culo contra mi inquieto pene. Así estuvo toda la noche, pero, a diferencia de otras veces, me rechazaba cuando intentaba llevarla al baño para follarnos.

A pesar del alcohol, no conseguía pensar en otra cosa. La noche terminó y llegamos a casa en taxi. Me tumbé en la cama mientras ella se desmaquillaba y se ponía el pijama (o eso creía), cuando, de repente, abrió la puerta y apareció con sus pequeños y redondos pechos al aire, descalza pero aún con los leggings puestos. Lo que más me marcó fue verla llegar con el tanga en la mano. En ese momento la cabeza me iba a explotar.

Se tumbó encima y me confesó al oído que en algunas ocasiones me había pillado haciéndome una paja mientras veía algún vídeo en el que la chica llevaba el pantalón roto y follaban con él puesto. No me lo podía creer, pero antes de poder contestar, ella se puso de rodillas, bajándome la ropa hasta los tobillos para que saliese a relucir mi brillante polla.

Automáticamente se la introdujo en su boca, y comenzó a chuparla y lamerla como si le fuese la vida en ello. Estaba totalmente centrada en mi pene y en mis testículos mientras yo no podía dejar de mirarle el culo. Le dije que parase, que me iba a costar aguantar pero ella siguió hasta que, sin poder más, terminé corriéndome salvajemente en su boca. Me miró con sonrisa pícara y se lo tragó sin más.

Ese simple hecho hizo que mi pene no terminase de bajarse. Ahora era mi turno. Le bajé los pantalones por las rodillas y la situé encima de mi, mientras yo me tumbaba en la cama. Quería que me follase la cara y la boca. Estaba totalmente empapada. Comenzó despacito, pero mis agarrones de los pechos hicieron que el ritmo creciese. Comencé a presionar su culo contra mi cara, haciendo que subiese vaivén. Ella estaba gritando y fui acercando poco a poco mi dedo a su ano, haciendo pequeños círculos alrededor, hasta que, finalmente, me decidí a introducirlo. El gemido fue brutal. Con una mano le agarraba el pecho, con otra metía y sacaba un dedo de su culo mientras ella me follaba la cara sin parar. Unos segundos después quedó petrificada, para, inmediatamente después soltar un grito estremecedor y caer rendida en la cama.

Mientras le comía el coño, mi erección fue creciendo, hasta encontrarme totalmente recuperado para un segundo asalto. Mi sorpresa fue cuando ella se levantó, me volvió a tirar a la cama y se subió los leggings todo lo que pudo. A pesar de ser de cuero, notaba perfectamente su raja y lo mojados que estaban.

Pronto entendí lo que quería; los estiró un poco por debajo y comenzó a meter el dedo poco a poco hasta que consiguió romperlos, dejando su coño mojado a la vista. Me miró y me pidió que la follase como tantas veces lo había visto en los vídeos.

En ese momento no lo dude, la tiré en la cama y la puse a 4 patas. Le puse lubricante para empaparla aún más y fui introduciendo mi polla en su coño, como tantas otras veces lo había hecho, pero ahora observando un culo enfundado en unos leggings de cuero. Empecé a bombear cada vez más y más fuerte. Era increíble el esfuerzo que estaba haciendo por no correrme, puesto que estaba cumpliendo una fantasía que rondaba mi cabeza desde hacía años.

Ella comenzó a correrse como nunca lo había hecho y yo, me dejé llevar, llenándole todo el coño de semen.

Así comenzó una nueva vida, en la cual los fetichismos entraron en ella para no irse jamás.