Un fantástico menage a trois

Por fin Javier va a tener su premio. Un trío explosivo que os va a poner a cien. Yo he tenido que parar cada veinte líneas... ya os imagináis para qué.

Javier salió algo tambaleante del camarote de Esther. De hecho, las piernas le temblaban aún. Nunca pudo imaginar que resultara tan placentero el lance. Salió a respirar a cubierta antes de retirarse a su propio camarote y se llevó la sorpresa de encontrarse a Ricardo fumando un cigarrillo bajo las estrellas.

  • ¡Ricardo! ¿No tienes sueño?

  • No, la verdad es que no - respondió en voz queda el profesor - Estaba dando vueltas en el camastro y he salido a echar un pitillo. ¿Quieres?

  • No, gracias. Prefiero un puro. ¿Qué cuentas, hombre? - preguntó mientras rebuscaba en sus bolsillos interiores.

  • Nada. Estoy algo...melancólico

  • ¡Ja, ja, ja! Pues no veo por qué. Me parece que Jazmín ya tuvo un intercambio de pareceres contigo, ¿No es así?

  • Sí - respondió algo cohibido - Antes... bueno, ya sabes. Jazmín es muy buena conmigo...

  • Querrás decir, muy mala

  • Bueno, eso. Tú ya me entiendes.

Javier encendió el puro y se apoyó en la borda. Nadie lo iba a lanzar por encima; Esther había quedado satisfecha con sus artes amatorias. Pero veía preocupado y abatido a su amigo. Espero en silencio, fumando y mirando la línea del horizonte, que un reflejo de la luna entre las nubes dibujaba.

  • Me ha provocado con una cosa que yo le conté. ¡Me ha excitado tanto oír cómo me reprendía...!

  • ¿Y qué le habías contado?

  • Pues... Ya sé que no es una cosa decente, ni digna, pero hoy, Esther me pidió que le hiciera una friega en las piernas y luego, se subió más la falda.Llegué a acariciarle los muslos y...

Se hizo un silencio algo embarazoso.

  • Te excitaste, vamos - remató la frase Javier

  • ¡Te juro que no era mi intención! Ella estaba jugando inocentemente. ¡Pobrecilla! Es incapaz de tener un mal pensamiento, estoy seguro. Pero yo me dejé llevar, y al cabo de unos minutos estaba tan excitado que lo notó. ¡Qué vergüenza, Javier! Aprovechándome de una inválida...

  • Pero, Ricardo. No hiciste nada contra su voluntad - le consoló Javier, disimulando la carcajada que empezaba a gestarse en su pecho.

  • Es una muchacha tan bella, tan frágil... Me inspira sentimientos muy puros - se justificó Ricardo

  • Sí, pero también  te la pone dura - contraatacó Javier

  • ¡Por Dios, hombre! ¡No hables así! - se avergonzaba el incauto.

  • Creo que te ha ofrecido trabajo en su plantación...

  • Bueno, una cosilla de nada. Que haga de lector y de maestro de sus empleados. Oye ¿No tendrán esclavos?

  • No, chico, tranquilo. Roberto es abolicionista hasta la médula. Sólo emplea a españoles además. Es un trabajo delicado este del tabaco y no se puede fiar de los negros, que son bastante manazas para esas cosas según dice.

  • Pues eso. Me encantaría trabajar para ella, estar a su lado. Pienso que le resulto atractivo, fíjate. Pero vaya martirio sería vivir con una mujer tan bella y tan dulce y saber que nunca podrías ya tener relaciones sexuales.

  • ¡Hostia bendita, Ricardo! ¿Porqué piensas eso?

  • Es evidente, Javier. Yo no podría engañarla con otra, hoy ya me sentía mal con Jazmín. Y con ella, nunca podría ir más allá de algunos besos, caricias inocentes. Ya es imaginable, en su estado...

  • ¡Ay, amigo! Tan leído y culto que pareces y eres más tonto que Abundio. ¡Ya puedes cortejar a tu amada y a nada tendrás que renunciar en lo que a jodienda se refiere!

  • Pero ¿Cómo puedes decir eso? ¿Sabes algo que yo ignoro?

  • Dejémoslo así, compañero. Hazme caso, que en materia de fornicio sabes que te doy cien mil vueltas.

La silueta rechoncha de mamá Cloé se dibujó en la segunda cubierta y Javier se excusó con su amigo y corrió a hablar con ella

  • Todo ha salido bien - la informó - Esther ha sido sometida a su entera satisfacción.

  • Vengo de verla. Me parece que has cumplido. Toma el filtro, pero no lo debes usar hasta dentro de dos días.

  • ¿Y eso porqué? - se escamó Javier guardándose la botellita en el bolsillo interior.

  • Porque antes debes granjearte del todo el respeto de esa mulata. Si siente aversión por ti, no funcionará el brebaje.

  • Está bien - se resignó - Le seguiré haciendo la pelota y mostrando mi admiración por sus cualidades.

  • Eso es cosa tuya. Otra cosa, a mi niña Esther no la vuelvas a tocar. ¿Entendido?

  • ¿Porqué dices eso? - preguntó con un punto de indignación Javier. No pensaba repetir, pero le molestó que aquella antigua esclava le diera órdenes con tanta autoridad.

  • Ella se ha fijado en otro. Tenía curiosidad y ahora ya la ha satisfecho. En adelante, amigos y basta.

  • No tenía intención de volver a visitarla, tranquila. - Y se dio la vuelta para regresar muy digno al lado de su amigo.

A pocos pasos de allí, en la recámara mayor, las cinco fingidas monjas yacían en sus camas. Beatriz y Mercedes dormían felices una junto a otra y Jazmín roncaba con una beatífica sonrisa en la boca. La cabalgada sobre la polla de Ricardo la había dejado

satisfecha y relajada. No podía pasar tantos días sin llevarse algo caliente a la raja...

Leonor y Rosita no dormían. Habían corrido la cortina del camastro que compartían y se habían entregado, como era habitual dos veces al día, a sus juegos. Rosita yacía muy cómodamente sobre varios cojines, con las manos tras la nuca y los ojos cerrados. Leonor se acuclillaba entre las interminables piernas de su amante, separando los fuertes muslos de bronce con sus manos y enterrando su boca entre las ingles de su amiga. Era una práctica habitual entre ellas: Rosita recibía el placer que Leonor le proporcionaba y Leonor gozaba del inmenso gozo de someterse a los caprichos de su amante sin recibir apenas recompensas. Esto la hacía permanecer todo el día en un delicios estado de excitación, con los pezones duros bajo sus hábitos monjiles y la entrepierna chorreante. Algunas veces el deseo era demasiado fuerte y se masturbaba sin permiso o buscaba desesperada el coito, como cuando se introdujo en la cama de Javier para ser rechazada por éste.

Pero en su naturaleza estaba vivir permanentemente en ese estado de sumisión y maltrato por parte de sus amantes, fueran del género que fueran. Necesitaba amos o amas, no parejas amorosas, aunque se sentía entregada también el alma y no sólo en cuerpo a Rosita.

Su lengua se movía ágilmente entre los voluminosos labios, experimentando el cosquilleo placentero de los rizos púbicos, duros como el esparto, de Rosita. Con la nariz,  aplicaba suaves masajes al clítoris de su amante, que se endurecía estremecido, a pesar de la aparente indiferencia de la muchacha, que apenas dejaba escapar algún leve suspiro y parecía dormir ignorante de la excitación que crecía en su vientre y amenazaba ya con explotar.

Leonor había observado las últimas horas las maniobras de Javier, que con sutiles galanteos había conseguido vencer la resistencia de Rosita, que había reído con alguna de sus ocurrencias y le escuchaba con atención y hasta cierta ilusión cuando hablaba él de los proyectos en el ingenio que pensaba comprar, allá en Cuba y en el que ella sería la virtual capataz. Leonor amaba a Rosita, pero estaba literalmente loca por que Javier la follara, así que debía pasar a la acción y conseguir su propósito, lo que conllevaba administrar a su amiga el filtro del amor que le iba a proporcionar el caballero y además convencerla para buscar la ocasión de entregarse a él las dos.

Dejó de lamer y chupar y salió de entre las piernas de Leonor para ponerse a su lado. Primero la beso con gran pasión. Sabía que saborear sus propios jugos en la boca de su amante era una sensación que encantaba a la muchacha. Luego introdujo sus dos dedos en forma de gancho en la dilatada y resbalosa vagina y buscó esa zona rugosa de la parte anterior de la cavidad, la que hacía perder el control a Rosita y correrse aparatosamente a pesar de su deseo de mantenerse impávida para reafirmar su poder sobre Leonor.

  • Hay una cosa que me hace mucha ilusión cielo - murmuró muy bajito haciendo que el aire caliente que transportaba sus palabras recorriera el cuello y la oreja de su amiga.

  • Mmmm? - No era una pregunta sino apenas un ronroneo, pero daba pie a una respuesta.

  • Tengo ganas de que metamos un hombre en la cama, con nosotras.

Rosita hizo una mueca de infinita paciencia. Ya había pasado por eso otras veces.

  • ¿Quieres traer a Ricardo? - preguntó con voz ya muy enronquecida por la excitación.

  • No. Había pensado en Javier - La vagina de Rosita se estremeció un momento y no era por un orgasmo precisamente.

  • Pero Javier no... - No sabía muy bien qué alegar en ese momento. Su relación con el caballero era ahora muy diferente de unas semanas atrás, cuando incluso pensó en descerrajarle un tiro entre las piernas si seguía cortejando a su novia del alma.

  • Yo te quiero a ti, mi amor - ronroneo como gata maula Leonor, pellizcando con los dedos el erguido y oscuro pezón de su morena amiga y acelerando levemente el movimiento del gancho digital sobre el punto G - pero sabes que tener un hombre a veces, me da un gran placer. Eso sí, quiero que lo disfrutemos juntas.

Rosita meditó la propuesta, en la medida que las caricias le permitían pensar fríamente. No sentía aquel rechazo visceral de antaño, pero tampoco estaba dispuesta a entregarse a hombre alguno. Sin embargo, reconocía que se excitaba viendo a Leonor follar con Ricardo. ¿Pasaría lo mismo con Javier?. No lo tenía claro, pero en aquel momento no estaba en condiciones de hacer análisis demasiado complejos; Su rajita estaba a punto de entrar en erupción y no quería que nada la privara de aquella deliciosa explosión de placer. Cuando Leonor le metió la lengua en la boca, Rosita ya estaba decidida a complacerla. Los espasmos recorrían sus piernas y subían por su columna vertebral. La sensación se prolongó casi un minuto, con sucesivas sacudidas que hacían rechinar las fijaciones del camastro.

Rosita abrazó a su amante satisfecha y Leonor se quedó con el consabido calentón del quince como era habitual, velando el plácido sueño de su dueña. Pero la esperanza de recibir muy pronto entre sus muslos el deseado rabito de Javier la contentó y se durmió también.

Pasaron los dos días de preparación de la orgía a tres. Leonor recibió secretamente la botellita con el filtro. Para asegurarse de que no sería venenosa probó unas gotas antes de echarla en el té de su amiga. No observó cambios significativos en su libido, pero seguramente estaba ya tan exaltada, que que se le mojara la raja un poco más o menos no era perceptible. Javier estaba nervioso y aleteaba alrededor de las dos esperando comprobar los efectos. Continuó adulando a Rosita y mostrandole su confianza y buena disposición. Le pareció observar algún brillo especial en los negros ojos de la muchacha y algunos gestos que se podían interpretar como coqueteo cuando ya estabas tan arrebatado como el pobre Javier.

Mientras tanto, Ricardo había progresado en su acercamiento a Esther. Era habitual que le aplicara masajes en las piernas y la espalda sobre la cubierta, ocultos tras un parasol. Una tarde Esther se quejó de que había sido muy brusco y le reprendió con palabras desabridas. No dejó de apreciar el bulto enorme que empezó a henchir la bragueta del profesor a medida que era reconvenido con más saña por la jovencita. El colmo de su dicha fue que Esther le ordenara trasladarla en brazos a su camarote y, una vez allí, le hiciera desnudarse y tenderse en la cama para recibir un escarmiento con su chapín. Después de los alpargatazos hizo que se tendiera boca-arriba y procedió a mamar su delgada verga hasta que recogió el preciado néctar en su boca y lo distribuyó con las manos por la cara de su nuevo servidor, que no cabía en sí de gozo. Luego Esther mandó  que la tumbara en la cama, la desnudara y la lamiera todita ella a conciencia, de la cabeza a los pies. Aquellos juegos eran muy del gusto del profesor, que no salía de su asombro, que rayó en la alucinación mental cuando Esther le mandó colocarla sobre la cama y follarle el culo a conciencia, con la boca, la mano y la ya reanimada polla. Recordó vagamente que Javier había pronosticado algo parecido, a saber con qué criterio...

Ricardo no comprendía cómo podía Esther estar tan al tanto de sus aficiones. Parecía que ella ya sabía de antemano que aquellas prácticas no le iban a repugnar en absoluto. Su naciente amor romántico no se vio truncado al constatar aquel entendimiento de los dos en los juegos eróticos. Al contrario, sintió que había encontrado a la mujer de su vida. Y Esther se sentía lanzada a un carrusel de nuevas sensaciones. Se comportaba con tal naturalidad en su rol de dominanta que pensó que lo debía llevar en la sangre. Algo había percibido de los comportamientos de su padre en la hacienda, donde las criadas recibían severas reprimendas y desaparecían periódicamente durante unas horas muy a menudo para regresar con los colores subidos y frotándose las nalgas. Ella había intuído lo que pasaba desde muy niña y quizás secretamente deseaba por eso emular a su progenitor y a las sirvientas alternativamente.

Después de dos días, Rosita se había tragado la botellita del elixir de amor toda entera, a pequeñas porciones servidas en el té, que tomaban muy a menudo, ya que era una forma de potabilizar el agua, ya bastante corrompida en sus depósitos después de dos semanas de navegación.

Así, Javier indicó a Leonor que era el momento de realizar esa orgía a tres que tanto esperaban. A eso de las diez se retiró él a su camarote, se aseó y encendió varios candiles. Desechó la idea de yacer en el camastro, en el que apenas cabía él y colocó el jergón en el suelo, junto con algunos cojines y una manta doble. Había dejado abierta la calefacción de agua durante toda la tarde y el ambiente era cálido, con luces tenues y un suave vaivén del mar, que quería sumarse a la fiesta.

Se sentó a esperar con una botellita de brandy que le había comprado al cocinero para la ocasión. Por fin llamaron a la puerta.

  • Pasa - ordenó con voz autoritaria.

La puerta se abrió y las dos monjas entraron en silencio. Javier las aguardaba vestido sólo con su camisa y un calzón corto, sentado en la única silla. De inmediato detectó el nerviosismo de Rosita, que no acababa de tener claro qué iba a pasar. Leonor la tomó de la mano y la hizo quitarse las sandalias como ella había hecho, y sentarse en el colchón mientras se libraba de la toca y la invitaba a hacer lo mismo. Javier sirvió tres copas y se arrodilló ante ellas para servírselas. Tenía la mirada clavada en Rosita, pero comprendió que el proceso no era fácil y debía ser prudente. Leonor se quitó el hábito y lo dejó sobre la cama. Estaba completamente desnuda. Entreabrió los muslos para mostrar su vulva, ya bastante poblada, en la que brillaban las dos anillas de oro que no había querido eliminar. Se desenredó el vello y tiró de ellas con los dedos, mirando alternativamente a Javier y a Rosita. Javier se quitó la poca ropa que llevaba puesta y abrazó a Leonor, buscó sus labios y la besó de una forma bastante obscena, para ser la primera aproximación. Leonor correspondió con igual pasión y se tendió en el colchón dejando la cabeza entre las piernas de Rosita mientras empujaba la cabeza de Javier hacia sus senos. Javier los lamió con largas pasadas de su lengua, hizo que se balancearan y pellizcó los pezones uno tras otro, luego los mordió y metió la mano entre las piernas de la mujer, que se estaba deshaciendo de placer. Leonor extendió los dedos buscando a la otra participante, que de momento, la verdad es que poco participaba, más allá de mirar con cara embelesada lo que ocurría. Estaba pensando que con Ricardo no era ni parecido, desde luego. Javier era activo, dominante y muy sensual. En cinco minutos tenía a Leonor chorreando babas por todos los orificios. Rosita se estaba calentando, pero no sabía muy bien si le apetecía recibir el mismo tratamiento que Leonor. En todo caso, se quitó el hábito y acarició tímidamente la cabeza de su amiga.

Javier se retiró a beber un trago y dejo espacio a Rosita para que disfrutara. Leonor tiró de ella hasta colocarse bajo sus ingles y atrajo la vulva hacia su boca para pasar la lengua ensalivada por la raja. Rosita gimió de gusto, pero no hizo gesto de corresponder con caricia alguna. Javier esperó a percibir el éxtasis en la expresión de la muchacha. Vio cómo se erguían los gruesos pezones en aquellos senos firmes y duros, perfectos aunque no voluminosos. Entonces se acercó con gran cuidado y los besó tiernamente, pasó la lengua por ellos sin violencia, adorándolos, ensalivándolos sin prisas. Rosita dio un respingo, pues tenía los ojos cerrados y no esperaba aquello. Pero no se retiró. Se mantuvo quieta y erguida y pronto dirigió con las manos la cabeza de Javier en la dirección deseada y con la presión correcta para obtener más placer. De los senos pasó él al cuello. Las manos reemplazaron a la lengua amasando con cariño aquellas maravillosas esferas cósmicas. Cuando la lengua rozó la oreja, Rosita dio un gemido y asió a Javier, no por la mano, como ella pensaba, sino por los ya duros y palpitantes genitales. La retiró de inmediato, pero él se la tomó y la atrajo de nuevo sobre su verga, imitando el movimiento que esperaba que ella le obsequiara.

Casi sin advertirlo, Rosita estaba haciendole una paja a Javier mientras él la besaba y pellizcaba sus tetas cada vez con más vigor, y Leonor le metía la lengua por todas las hendiduras disponibles y la masturbaba con dos dedos, friccionando el clítoris hasta hacerlo crecer y crecer. Se dejó caer rendida en el jergón, totalmente entregada a aquellos placeres dobles que la llevaban al éxtasis. En aquel momento, no sentía la menor prevención contra Javier y se había hecho ya muy amiga de su verga, que ordeñaba suavemente desde el capullo hasta el escroto. ¡Por Dios! ¡Ella trajinando una polla! No entendía qué pasaba, pero no quería parar.

Había acudido a aquella cita pensando que sería una convidada de piedra y que simplemente haría el amor con su amante alternando con Javier y daría gusto a Leonor en sus ansias de coito permitiendo que un varón la empotrara a fondo, como sabía que era su afición. Pero ahora mismo ya no tenía claro qué iba a pasar, sobre todo cuando finalmente Javier acercó su boca y la besó en los labios con una dulzura increíble, totalmente diferente del apasionado morreo que le había aplicado a Leonor.

Y Leonor empezaba a estar cansada de hacer de asistente, estimulando a su amiga y no recibir ninguna atención de lo otros dos. Así que paró, se arrodilló y se inclinó para meterse la polla de Javier en la boca. No dijo éste que no, pero siguió besando a Rosita con romántica entrega. Ésta gimió de gusto. La boca de Leonor había sido reemplazada por la mano de Javier y aquellos dedos sabían tratar unos genitales femeninos. Suaves y firmes, recorrieron la hendidura, presionaron levemente en el ano y volvieron hacia delante hasta introducirse en la grieta y presionar el botoncito. Javier se quedó muy impresionado del volumen de éste. Los genes africanos operaban manifiestamente en la configuración del coño de Rosita. ¡Vaya clítoris! Le pareció a Javier grueso y duro como una alubia pinta o deberíamos decir, frijol, ya que el continente americano estaba ya a un tiro de piedra.

Así, con precisión matemática, Javier, Rosita y Leonor iban ejecutando la coreografía de su "pas a trois"

Leonor consideró que ya era hora de cobrarse la comisión por sus gestiones y se vino a poner prácticamente encima de Javier, derribándolo sobre la manta y cabalgándolo sin más consideraciones. La polla entró con pasmosa facilidad, como una espada en su vaina, y Leonor inició un baile exótico empalada en aquella deseada verga que llenaba la hendidura a su plena satisfacción. Rosita se tuvo que conformar con las caricicas de los dedos del caballero, que se esforzó por mantener el ritmo y la calidad de su masaje vaginal. Entonces Rosita tomó una inesperada iniciativa. Con resolución cabalgó a su vez la cara del afortunado Javier acoplando sus labios a la boca abierta de él. No estaba acostumbrado a proporcionar placeres orales a sus amantes, pero comprendió que aquella era una excepción, puso la lengua tan dura como pudo y empezó a bombear aquella vagina que pronto esperaba llenar con su ahora ocupada verga.

Y Leonor se dedicó a resarcirse con creces de la falta de riego masculino en su huerto. Se hundió profundamente aquella gruesa aunque no muy larga verga, giró en círculos, metió y sacó y volvió a meter y a sacar hasta quedar bien satisfecha. Rosita se había colocado frente a ella y se sumó a los homenajes mordiendo y pellizcando sus tetas con encono mientras iba poco a poco perdiendo el control por obra y gracia de la lengua de Javier, que empezaba a encontrarle el gusto al cunnilingus.

Javier estaba aguantando lo que podía, esperando descargar toda su simiente en la vasija de Rosita, pero Leonor se estaba esmerando tanto que no pudo conseguir su propósito y sintió que perdía todo control cuando las paredes vaginales de la mujer empezaron a agitarse con vida propia y un chorro de líquido le bañó hasta los testículos. Leonor empezó a gritar palabras incomprensibles e indecorosas y Rosita dejó escapar un gemido sordo y grave mientras llenaba de flujo la boca de Javier. Y esto ya fue demasiado para el hombre, que empezó a verter chorros y chorros de esperma en el fondo de aquella grieta.

Así los tres terminaron uno sobre otras enredados en una madeja de carne y secreciones diversas, con los corazones desbocados por el placer, jadeantes y fatigados.

Rosita no reaccionaba a las caricias de Leonor y Javier parecía definitivamente derrotado. Sólo Leonor continuaba activa, besando a la otra mujer y acariciando la maltratada polla del hombre, que parecía haber lanzado su último suspiro. Viendo la deteriorada situación de sus compañeros de fiesta, Leonor optó por servir unas copas de Brandy y ofrecérselas a ambos. Poco a poco se incorporaron y tomaron unos sorbos. Había sido fastuoso.

Rosita se disculpó con una necesidad fisiológica y salió apresuradamente echándose el hábito por encima. Leonor se vino a acurrucar amorosa junto a Javier y buscó su boca. Pero el beso no se materializó. Leonor se vio asida por el pelo y recibió con sorpresa una fuerte bofetada.

  • ¡Me has jodido bien, estúpida! No era a ti a quien quería follar ahora. Me has hecho una buena jugarreta

  • ... Por favor.. tu me prometiste que ibas a... - Leonor se atropellaba con las excusas mientras una lágrima rodaba por su enrojecida mejilla. Sus tetas recibieron dos buenos azotes y luego uno de sus pezones fue retorcido con tal saña que no pudo evitar lanzar un aullido.

  • Ahora vas a ayudar a recomponerme y procura que tu amiga no se vaya sin hacerlo conmigo, porque te rompo el culo a bastonazos, ¡cerda! - exclamó Javier algo borracho pero muy resentido.

Cuando Rosita volvió, se encontró a Leonor arrodillada sobre el caballero, dando lustre al debilitado manubrio mientras él le azotaba las nalgas hasta teñirlas de carmín

Pero en el momento de entrar la morenaza disimuló e hizo ver que acariciaba el culo de Leonor, que estaba esmerándose en activar la polla alicaída de Javier. Rosita se sentó risueña. Estaba sorprendida por las nuevas sensaciones pero reconocía que aquel encuentro con un varón no estaba siendo tan desagradable ni tan insulso como los que había tenido hasta la fecha... Javier apartó a Leonor con poco miramiento y atrajo a Rosita entre sus brazos y la besó con mucha pasión y bastante lengua. Ella correspondió y eso fue más efectivo que la mamada de Leonor para inflamar al máximo la polla del caballero. Con gran cuidado tumbó a la muchacha de piel canela y empezó a recorrer su cuerpo con la lengua, los dedos, frotó sus genitales contra el vientre de ella, y finalmente se dispuso a penetrala sin más dilación. Lo hizo despacito, con amor, con delicadeza, tomándose todo el tiempo. Haber descargado sus reservas de semen unos minutos antes fue de gran ayuda para lograr su propósito. Rosita gimió, contrajo las piernas, Leonor corrió a ponerse junto a ella y le sujetó la mano, la besó con pasión también y le acarició los senos, como no podía hacer Javier, con las manos apoyadas a ambos costados de la muchacha. Durante diez minutos el tiempo se detuvo. La verga entraba y salía, cada vez más rápido, cada vez más hondo... Rosita atrajo a Javier para besarlo mientras su vagina erupcionaba de placer. Leonor, sin rencor, se inclinó sobre Javier y le introdujo la lengua entre las nalgas y la hizo vibrar sobre el escroto que estalló de gusto con aquel estímulo suplementario. Luego Leonor se tumbo sobre la espalda del hombre, regalándole un emparedado indescriptiblemente delicioso. Las cuatro tetas arropaban al buen señor, las dos bocas recorrieron su piel y el roce de los dos peludos y jugosos coños acabó de dejarlo absolutamente satisfecho y feliz.

Así se durmieron los tres, hasta que oyeron voces y ruido de pasos que les despertaron con sobresalto. "Todos a cubierta, zafarrancho de combate", oyeron gritar al capitán.