Un extraño bajo el vestido
Cuando se va la luz y estás entre mucha gente, alguien puede aprovecharse.
Era una tarde tonta y caliente, de esas que te quema el sol la frente, era el pasado verano y Sergio y su mujer Rebeca habían decidido pasarse por un mitin político organizado en el pabellón más grande de la ciudad. Una vez hubo acabado, entre el éxtasis de los cánticos de los más acérrimos al partido, la gente se agolpaba en los pasillos para salir, pues aunque dentro, el recinto, estaba refrigerado, la gran cantidad de personas acumulaban mucho calor.
Ese día Sergio había sugerido a su mujer que no se pusiera ropa interior, ya que a él le daba morbo que ella fuese así por la calle. Rebeca no se lo pensó dos veces y lo hizo, no era la primera vez, pero tampoco era lo habitual. La última vez que salió así, empezaron el polvo en el ascensor de casa, antes de volver y terminaron como debían terminarlo, en su propia cama.
Cuando se encontraban entre la multitud en uno de los túneles de salida, la luz se fue de repente. Tan solo alumbraban las pequeñas bombillas de seguridad a los costados. Alguien desde un altavoz manual, indicó que la gente estuviese calmada, que arreglarían el problema en un minuto y que no se avanzara para evitar caídas o cualquier otro percance. La gente quedó en una tensa calma pero pronto comenzaron los cánticos y palmas de los <>. Rebeca cogió a Sergio por la espalda y se abrazó, agarrando sus manos, que el besó de forma cariñosa.
Mientras esperaban estáticos, la gente se iba apretando un poco más a su espalda y pronto Rebeca notó como una mano rozaba su culo. <
Ella entonces se dio cuenta que no había vuelta atrás, que había permitido hasta un punto de no retorno y decidió dar rienda suelta al placer. Abrió ligeramente las piernas y se agachó muy poco, lo suficiente para que el extraño, tuviera más fácil el acceso. Lo cual aprovechó instantáneamente para terminar de introducir primero uno y luego dos dedos en el coño de Rebeca. <> dijo Sergio al escuchar suspirar a su mujer <
Aquella mano unida al morbo que sentía en esa situación, le estaba proporcionando una excitación fuera de lo común y cuando el ritmo de la masturbación aumentaba, ella sujetaba más fuerte el cuerpo de su marido y se apoyaba contra su espalda, para dejar total acceso. Cuando el roce del clítoris y el entrar y salir de los dedos era frenético, Rebeca tensionó las piernas y terminó por correrse, llenando la mano del extraño de un delicioso líquido.
Unos segundos después, volvió la luz y Rebeca, de la mano con su marido, se fue del recinto sin mirar atrás en ningún momento.