Un espía en la azotea

Preparaba temas de mi oposición en la azotea cuando les vi completamente desnudos.En un momento, hizo chorrear el envase de aceite sobre su pelvis, hasta los testículos.Luego acercó su miembro a las nalgas de su compañero.

UN ESPÍA EN LA AZOTEA

Desde la azotea de casa, una sexta altura, se veían perfectamente los pequeños balcones y hasta parte del interior de algunas habitaciones del hotel cercano. El pasillo interior nos separaba no más de siete metros.

A primera hora de la tarde, subí, como casi todos los días, a repasar en solitario los temas de mi oposición. Tenía por costumbre hacerlo de pie, recorriendo las cuatro esquinas de la azotea. Me enfundé la gorra y me quedé en calzón corto.

Al cabo de unos minutos, me detuve en la pared de una de las esquinas sobre cuyo borde apoyé el manual con el que estaba memorizando. Al asomarme, observé sobre el balcón más próximo, a un hombre de espaldas completamente desnudo que, de pie, aplicaba aceite o crema bronceadora a otro hombre que también estaba de espaldas con sus brazos estirados apoyados en la pared de fondo del balcón.

Me contraje y me retiré unos metros pues me parecía haber invadido un espacio ajeno. Ellos no se percataron. Seguí estudiando, sin volver a asomarme desde aquel punto. A lo lejos, escuchaba las voces de aquellas dos personas que hablaban de asuntos poco trascendentes. El calor apretaba. En determinado momento, oí decir a uno de ellos:

-Me ducho un momento y me pones más crema. Me pica la piel.

Me pudo la curiosidad y volví a asomarme. En el balcón, de pie, descansando sobre la baranda, adecuadamente protegida, fumando un cigarrillo, estaba uno de los dos hombres. Joven, como de treinta años, pelo largo, de piel bronceada, desnudo integral. Parecía depilado. Me fijé en su pene, delgado y oscurecido. Volví a retirarme.

Cuando les escuché de nuevo, sin soltar mi libro, me acerqué a la posición desde observaba el balcón con claridad. Allí estaban, dándome las espaldas por lo que no podían verme. Uno, al que había contemplado anteriormente, untaba con aceite la espalda del otro, ligeramente abierto de piernas. Llegó un momento en que dejó el envase en el suelo y utilizó las dos manos. Bajó a los glúteos y a la parte interior de los muslos. En uno de los movimientos, que ya asemejaba un masaje, pareció hurgar con los dedos de su mano derecha en el culo de su pareja. Este volteó la cara ligeramente y dijo: "No sigas por ahí que pones cachondo y me vuelvo a descontrolar".

El otro hizo caso, subió las manos aceitosas hasta las caderas y acercó su cuerpo al dorso de su compañero, con un ademán claro de pegar su miembro a las nalgas. Se medió sorprendió, hasta el punto de separarse sin brusquedad. Aquel volvió a tomar el envase e hizo chorrear el aceite para aplicarlo sobre su pelvis, testículos incluidos. Su pene había empezado a crecer y él comenzó a moverlo agitadamente con su mano derecha.

-Pero, ¿qué haces? ¿No me digas que me vas a ‘enchufar’ otra vez?-, preguntó su compañero volviendo apenas la cabeza.

Ocurrió. Con su mano izquierda esta vez, la acercó hasta la parte posterior del cuello. Y extendió el brazo derecho para buscar con la mano el miembro de su amigo, casi abrazándolo.

-Quiero que te empalmes -le dijo-, como yo lo estoy ahora.

En efecto, comprobé fugazmente su erección porque de inmediato, ayudándose con la mano izquierda, enculó a su pareja que despidió un gemido de placer. Estuvo metiendo y sacando acompasadamente y sin violencia durante unos segundos. Hasta que quien recibía las acometidas le pidió que parase y se giró.

En ese momento, me eché a un lado con presteza para no ser descubierto. No debí conseguirlo del todo porque pude escuchar:

-Creo que he visto a alguien que debía estar ahí como espectador. Vamos, pasemos dentro.

Ya no quise volver a asomarme. Y ya no supe más de aquellos efebos del balcón a los que espié e interrumpí.