Un encuentro inesperado

Una depresión post-ruptura sentimental, tener que organizar una comida de empresa, una tarde-noche de copas... Todo eso se confabuló para que tuviese uno de los encuentros más inesperados de mi vida...

Hola amigos. Hace ya tiempo que no escribo nada relativo a mis andanzas personales, habiéndome dedicado a publicar relatos producto de mi imaginación, traducciones, etc., y quisiera pediros disculpas por ello. No es que durante este tiempo no haya ocurrido nada digno de ser relatado, al contrario, sino que quizá el problema haya sido no saber cómo enfocar esas situaciones para que no os resulten aburridas, tópicas, etc. Así que, como dicen en mi pueblo, no hay nada que no tenga remedio y, aunque tengo varios relatos de varias temáticas en la recámara a la espera de ser subidos a esta web, voy a intentar sacar un poco de tiempo para contaros algunas vivencias…

No sé si llegué a contároslo en algún relato, pero ya hace un tiempo que mi ex novio Nacho y yo rompimos fruto de una infidelidad por su parte. Sí, aunque os suene raro por las experiencias que habíamos vivido juntos, la confianza entre nosotros se acabó cuando me enteré de que mantenía una relación paralela con otra chica (una antigua compañera de colegio, “sólo una amiga”), pero llamadas a deshoras, el hecho de llegar tarde a casa muchas veces, etc., fueron cosas que me hicieron tener la mosca detrás de la oreja hasta que finalmente tuve la prueba palpable cuando les vi en un pub en una actitud más que cariñosa. Ya os podéis imaginar la que se lió en casa cuando llegó, una bronca de las que hacen época, hasta que decidimos tirar cada uno por su lado.

Desde nuestra separación, aunque durante un tiempo estuve totalmente hecha polvo, no me han faltado pretendientes u oportunidades para tener algún rollo ocasional pero, la verdad, aunque en ocasiones las he aprovechado, he preferido centrarme en mi trabajo y en estudiar para mejorar mi formación y aumentar mi currículum, cosa que me ha dado resultado para mejorar mi situación laboral aunque eso me haya supuesto algunos sacrificios personales, como son no poder salir tanto con mis amigas, irme de vacaciones cuando quisiera, etc., aunque ya digo que las satisfacciones han superado con creces mis expectativas, y por eso ahora mi puesto de trabajo es de secretaria de Dirección en el departamento de logística de una empresa dedicada a transporte y distribución, departamento en el que, además de mí y tres jefes, trabajan otras 12 personas atendiendo teléfonos, gestionando pedidos y repartos, etc., por lo que no tenemos tiempo de aburrirnos.

Bueno… Creo que os estoy contando cosas que quizá no os interesen y puede que os estéis aburriendo, así que voy a cambiar de tercio y voy a contaros una experiencia que tuve hace un par de meses más o menos, antes de Navidad, y que, la verdad, me tiene bastante… revuelta, podríamos decir.

Ya os he contado cuál es mi situación actual en la empresa, lo que hace que tenga que relacionarme bastante con los jefes para pedirles su opinión, directrices, etc., lo que ha hecho que me haya ganado su confianza casi desde el principio, y puedo notar que muchas veces prefieren encargarme a mí cosas que son más delicadas. Por eso, cuando aquella mañana Ricardo me llamó a su oficina pensé que sería para cualquier otra cosa relacionada con el trabajo propiamente dicho antes de lo que realmente fue.

Cuando entré en su oficina con la libreta en una mano y el bolígrafo en la otra (para eso soy bastante clásica, lo reconozco), me recibió de pie delante de su mesa, pidiéndome tras saludarme que me sentase para poder hablar conmigo con tranquilidad.

No me enrollaré en describirle más de lo necesario, salvo que mide aproximadamente 1’80, moreno con un cuerpo digamos atlético (ni gordo ni delgado), bastante atractivo y que es más o menos de mi edad (unos 34 o 35 años suyos por 32 míos). Es familia directa de los propietarios de la empresa, pero eso no significa que haya llegado a su puesto por apellido o parentesco, sino que se lo ha ganado a pulso (de hecho, empezó en los almacenes cargando palés, así que ya os podéis hacer una idea). No negaré que en alguna ocasión nos hemos enrollado, pero mi trato hacia él siempre ha sido de absoluta cortesía y respeto, tratándole siempre en el ámbito laboral, aunque luego le haya tuteado. De hecho, esa mañana cuando me senté tras saludarle, me pidió que le tutease, ya que lo que quería encargarme requería un trato más cercano entre ambos.

  • ¿Se puede, Don Ricardo?

  • Adelante, Tania, pasa…

  • Dígame, ¿en qué le puedo ayudar?

  • Por favor, siéntate, no te quedes ahí de pie… Y tutéame, por favor…

  • Muchas gracias. Dime, ¿de qué se trata?

  • Eso está mejor... A ver, Tania, como todos sabemos ya se acerca la Navidad, ¿no?

  • Sí, ya queda poco, un mes y medio más o menos...

  • Efectivamente... Y como tú sabrás, durante en todos estos años en esta empresa no hemos hecho ni comida ni cena de empresa, no se han repartido cestas, etc., ¿verdad?

  • Bueno... La verdad es que sí, pero tampoco podemos quejarnos de las gratificaciones que nos dais a finales de enero...

  • Eso es una cosa, pero lo que te quiero encargar es otra...

  • Tú dirás...

  • Bien... Se trata de que busques un restaurante donde celebrar algo, comida o cena da igual, lo que la mayoría prefiera, y que te encargues de preparar algunas cestas para repartirlas ese día entre la gente del departamento...

  • Pero... Eso puede hacerlo cualquiera, Ricardo, ¿por qué yo?

  • Porque confío en ti, Tania, y sé que lo vas a hacer bien... Además...

  • Además, ¿qué...?

  • Pues que con lo guapa que eres y con tu encanto seguro que podrás regatear un poco y conseguir buenos precios... - esto lo dijo sonriendo abiertamente.

  • O sea, para entendernos, que quieres que sea la cara bonita y amable de la empresa, ¿no?

  • Acertaste de pleno...

  • Vaya, pues muchas gracias – dije ligeramente ruborizada, aunque casi de inmediato me recuperé y volví a hablar - Y… ¿con qué fondos cuento…? Te recuerdo que tendré que mirar presupuestos, etc…

  • Por eso no te preocupes. No vamos a escatimar en gastos, siempre y cuando sea razonable, claro está, pero ya te digo que no vas a tener problema…

  • Bien, pues empezaré a moverme. Te tendré informado de cualquier cosa, ¿de acuerdo?

  • Esa es mi Tania. Venga, que cuanto antes empieces antes lo tendrás resuelto…

  • De acuerdo. ¿Algo más?

  • No, nada más.

  • Está bien, entonces me retiro. Ya te iré diciendo…

Tras decir estas palabras y despedirme de él salí de su despacho, aunque un poco abrumada por el encargo. No era que no me considerase capaz de cumplirlo, sino que sabía que me iba a suponer bastantes quebraderos de cabeza: hacer cuentas, llamar a gente, mirar restaurantes, empresas de regalos, etc., ya que sabía que las cestas iban a ser lo más complicado.

Durante los siguientes días me dediqué a visitar restaurantes, pedir menús, visitar tiendas, hasta que por fin logré dejarlo todo bien atado, momento en el que volví a la oficina de Ricardo a presentarle las cuentas. Cuando le tendí los folios con las cantidades hizo un falso gesto de contrariedad, aunque casi de inmediato sonrió y me dijo que le parecía perfecto, que era incluso más barato de lo que ellos habían supuesto, a pesar de que en las cestas (compuestas de cosas habituales como jamón, queso, bombones, botellas de licor, etc.) también iban unos juegos de bolígrafo y pluma para todos, un juego de pisa corbatas y gemelos para ellos, y un conjunto de pendientes, pulsera y cadenita de plata para ellas, ya que opté por romper con lo habitual y darle un toque más moderno. También, en unas pequeñas tarjetas en cada una, iba un número de tres cifras que, en caso de coincidir con la terminación del premio “Gordo” de la Lotería de Navidad, premiaba al ganador o ganadora con un fin de semana para dos personas a gastos pagados en un hotel de 3 estrellas.

  • Espero que me toque el viaje para ir contigo – me dijo.

  • ¿Perdona...? - dije con cara de sorpresa.

  • No, tranquila, no pretendo flirtear contigo, no te lo tomes como un acoso, por favor... Es que...

  • No, tranquilo, no me lo he tomado a mal, es simplemente que me has pillado de sorpresa. Pero, ¿qué ibas a añadir?

  • Pues que hay que ser un verdadero descerebrado o un idiota para dejar ir a una chica como tú…

  • Ricardo, eso que me dices… Me has dejado descolocada…

  • Tranquilízate, por favor. Sabes que tengo novia, que me voy a casar, pero te puedo asegurar que si estuviese libre no te me escaparías...

  • La verdad es que… no sé qué decir... Tanta sinceridad me ha dejado un poco tocada...

  • Me lo imagino, pero por eso mismo lo he hecho, porque sé que te hace falta una palmadita en la espalda de vez en cuando…

  • Hombre, pues la verdad es que a nadie le amarga un dulce… Muchas gracias.

  • A ti, Tania. Sigue así, no cambies, y te aseguro que las cosas te van a ir mejor todavía…

Tras decirme esto me ofreció un pañuelo, ya que una lágrima de agradecimiento había brotado de mi ojo, pidiéndome a continuación que le dejase llevarme a casa, cosa a la que accedí. Cuando me dejó en mi portal, tras tomarnos una copa en un pub para relajarnos un poco, antes de bajarme de su lujoso BMW no pude evitar besarle en la mejilla en señal de agradecimiento, tras lo que me dirigí a la puerta, dándome cuenta de que no arrancó el coche hasta que la puerta no se cerró tras de mí.

Tras entrar en mi modesto piso y darme una ducha y cenar algo, esa noche os puedo decir que dormí como una niña, aunque durante un rato no pude evitar darle vueltas a por qué no encontraba yo un chico como él. También pensé que tanto esfuerzo empezaba a dar su fruto, ahora sólo tenía que mantenerme e intentar mejorar. A la mañana siguiente, cuando volví a la oficina, lo hice con un paso quizá más decidido de lo habitual, percatándome las veces que me crucé con Ricardo de que me sonreía, incluso llegó a guiñarme un ojo, lo que hizo que me centrase en mi trabajo para hacerlo todavía mejor.

Los días fueron pasando sin excesivas novedades hasta que llegó el día de la comida. Ese día los jefes nos dejaron irnos un rato antes, ya que la mayoría nos teníamos que cambiar de ropa y ponernos presentables para la ocasión. Así que, para no perder excesivo tiempo, me cambié en la oficina (había elegido para la ocasión una falda vaquera conjuntada con una blusa blanca y un cinturón ancho, complementado todo ello con unas sandalias de tacón y una cazadora marrón de cuero) y la cerré para subirme a mi coche y dirigirme al restaurante, al que fue llegando poco a poco el resto del personal.

La comida, celebrada en un conocido restaurante especializado en pescados y carnes del Cantábrico español, fue realmente deliciosa, regada con estupendos vinos, cerveza, etc., y discurrió entre un ambiente bastante distendido, divertido incluso, ya que abundaron las bromas aunque siempre dentro del respeto total. Cuando llegó la hora de los postres y el café se repartieron las cestas, pudiendo notar las caras de asombro de todos, pero la sorpresa mayor fue la mía, ya que Ricardo propuso un brindis por mí por haberlo organizado todo tan bien, lo que me hizo sonrojarme, y tras pedir que fuese a su lado, me entregó una pequeña caja envuelta en papel de regalo. Cuando la abrí y vi su contenido, un reloj que debía valer un verdadero dineral, me dijo que había sido cosa de todo el personal, como si fuese la empleada del año o algo así, lo que hizo que no pudiese reprimir unas lágrimas de emoción y agradecimiento hacia todos.

Por fin pude tranquilizarme y tomar un sorbo de la copa que me tendió Ricardo, ya que había llegado la hora de los combinados, la primera ronda por cuenta del restaurante. A esa copa la sucedieron varias más, hasta que sobre las 8 de la tarde decidimos continuar la fiesta en algún pub cercano, aunque los más mayores y casi todos los casados se marcharon, quedándonos los más jóvenes, otro de nuestros jefes y Ricardo. Poco después se nos unió Laura, la novia de Ricardo. Pude hablar con ella en varios momentos, resultando ser mucho más natural y simpática de lo que su fachada de niña pija y estiraba dejaba ver, por lo que hicimos buenas migas casi de inmediato, mientras la fiesta continuaba a nuestro alrededor entre risas, bromas, coros desafinados cuando alguna canción nos resultaba especialmente conocida, etc. Sin embargo, mi sorpresa fue mayúscula cuando me encontré con mi habitual grupo de amigas, así que las saludé y se las presenté a los demás, sorprendiéndome Ricardo cuando me dijo que lo que tomasen también estaba incluido en la cuenta. No pude evitar reírme como una loca cuando se lo dije y empezaron a corear su nombre como un coro de lobas, aunque casi de inmediato le dieron las gracias y le dijeron que no querían molestar, a lo que les respondió que no suponía ninguna molestia y que unas copas más no iban a hacer que quebrase la empresa.

Me lo estaba pasando genial, la verdad, y ya me había tomado varias copas, por lo que reconozco que estaba un poquito achispada. Apuré la copa que tenía en la mano y me dirigía a pedir otra cuando vi un hueco en la barra por el que me colé para poder pedir. Acababa de atenderme la camarera cuando escuché una suave voz a mi espalda...

  • Perdón... ¿Me permites?

Cuando me giré me encontré cara a cara con una chica realmente preciosa, una verdadera belleza pelirroja de ojos verdes, aproximadamente de mi edad, y me quedé un poco cortada sin saber qué decir o contestar.

  • Es que mi bolso está ahí – continuó –, y esa copa es mía.

  • Perdona, no me había dado cuenta – dije cuando pude contestar – Vi un hueco en la barra y pensé que no había nadie.

  • No, no, tranquila, no pasa nada. Sólo quería coger mis cosas para no molestarte.

  • Si alguien ha podido molestar he sido yo, disculpa. En cuanto coja la copa te vuelvo a dejar el sitio, ¿vale?

  • Vale, pero parecemos dos tontas disculpándonos una con la otra.

  • Pues la verdad es que sí...

  • Me llamo Cristina, Cris para mis amistades, ¿y tú?

  • Tania... Encantada de conocerte, Cris...

  • Lo mismo digo, Tania – dijo mientras ambas nos dábamos dos besos.

Mientras hablaba y ambas rozábamos nuestras mejillas podía notar sus ojazos verdes fijos en los míos, lo que me hacía sentirme ligeramente turbada. Ya os comentaba en anteriores relatos que soy plenamente bisexual, aunque ya hacía tiempo que no tenía nada con ninguna mujer, pero había algo en aquella chica que hizo que mi corazón latiese más rápido de lo normal. Reconozco que me sentí atraída por ella casi de inmediato, y estaba tan distraída que apenas pude escucharla cuando volvió a hablar.

  • … bien, ¿no?

  • Perdona, ¿cómo dices?

  • Que os lo estáis pasando muy bien...

  • Disculpa... Sí, es que estamos de comida de empresa...

  • Me he dado cuenta hace rato. Eso está bien, que haya buen ambiente entre compañeros...

  • Nos llevamos muy bien, la verdad... ¿Y tú a qué te dedicas?

  • Soy peluquera, y tengo un pequeño taller de tatuajes...

  • Pero tú no llevas ninguno – dije observando la piel que su vestido de tirantes dejaba al descubierto, aunque donde mi vista se fijó durante un breve segundo fue en el canalillo que mostraba su escote.

  • Es que, personalmente, no me gustan, aunque sé que hay gente que sí, así que qué mejor manera de ganarme unas pelas, ¿no crees?

  • Genial, totalmente de acuerdo – le contesté – Pero, ¿tú no llevas ninguno?

  • Bueno, sí, hace tiempo me hice una par de ellos, pero son muy pequeños y no se ven... - dijo con una leve sonrisa cómplice.

  • Yo también tengo alguno – le contesté – Pero tampoco se ven, no me gusta que sean cantosos...

  • Me gustaría verlos, quizá pueda hacerte algo interesante – dijo, y no sé si fue mi imaginación, pero por un instante me pareció que me guiñaba un ojo.

  • Bueno, puede ser interesante… Quizá si me dices dónde tienes tu estudio pueda pasarme un día.

  • Genial, te doy mi tarjeta y te pasas cuando quieras – dijo mientras me tendía una pequeña cartulina que sacó de su bolsito de mano – Nos vemos, Tania, ahora me marcho con un par de amigos, que me están esperando.

  • Un placer, Cris. Ya me pasaré.

Tras despedirnos con otros dos besos pedí otra copa, ya que la anterior me la había tomado mientras charlaba con Cristina, y volví con el grupo para seguir bailando y disfrutando de la fiesta, aunque desde lejos podía verla en compañía de dos chicos y otras dos chicas, bailando y pasándoselo tan bien como lo estábamos haciendo nosotros.

Allí estaba bailando al son de la música hasta que empezó a sonar un tema que reconocí de inmediato: “After Dark”, de Tito & Tarántula, de la banda sonora de “Abierto hasta el amanecer”, una canción que me encanta, y casi sin darme cuenta, inconscientemente, empecé a moverme al son de la música, encontrándose de repente mi mirada con la de Cristina, que también me observaba desde la distancia. Mis caderas empezaron a moverse lentamente, oscilando de lado a lado intentando imitar el sensual baile de Salma Hayek, sin que mis ojos se apartasen de los de Cristina mientras mis manos sujetaban por detrás de mi cabeza mi melena rubia, y sin darme cuenta los cerré dejando que el ritmo casi hipnótico tomase el control de mi cuerpo.

Cuando sentí unas manos en mis caderas y el roce en mi espalda supe casi de inmediato que era ella, y tan sólo me dejé llevar echándome un poco hacia atrás para dejar que su cuerpo se rozase más con el mío, mientras ambas nos movíamos lentamente al compás de la música. En ese momento fue cuando su voz susurrándome al oído hizo que un leve escalofrío recorriese mi cuerpo. “Me encantas, Tania”, pude escuchar de sus labios, y poco a poco me fui girando hasta quedar frente a ella, con nuestros ojos clavados en los de la otra, sin dejar de movernos hasta que terminó, momento en el que nos separamos.

  • ¿Me acompañas...? – me dijo.

  • ¿Dónde...?

  • Fuera, quiero fumarme un cigarro...

  • Vale – contesté – No suelo fumar, pero ahora me apetece, la verdad.

  • Vamos entonces – dijo a la vez que me tomaba suavemente de la mano para guiarme hasta la puerta.

Cuando salimos abrió su bolso y sacó un mechero y un paquete de tabaco, del cual me ofreció un cigarrillo. Tras encenderlo y dar una leve calada solté el humo, sin dejar de mirarla. A la luz de la calle era todavía más guapa que con la iluminación del local, resaltando aún más sus grandes ojos verdes. Su pelirroja melena, levemente ondulada, caía hasta sus hombros, cubiertos por los tirantes de un corto vestido negro brillante que se ceñía a su cuerpo como una segunda piel, bastante escotado, y cuya falda, aún más corta que la mía, dejaba ver unas hermosas y torneadas piernas enfundadas en unas medias negras. Pude notar como su mirada también recorría mi cuerpo.

  • ¿Qué me has dicho ahí dentro, Cris?

  • ¿Cuándo, Tania?

  • Mientras bailábamos... Me has susurrado algo, pero no te he oído bien – dije mintiendo, ya que la había escuchado perfectamente.

  • ¿Seguro...? – me preguntó mientras se acercaba más a mí y la larga uña de su dedo índice recorría la piel que mi escote dejaba al descubierto.

  • Seguro... De verdad...

  • No me lo ha parecido...

  • Ah, ¿no?

  • La verdad es que no...

  • ¿Y por qué no te lo ha parecido...?

  • Porque cuando te he susurrado te tenía tan pegada a mí que he notado como te estremecías... O eso me ha parecido...

  • Lo reconozco, te he escuchado, pero quiero que me lo repitas...

  • Te pregunto otra vez... ¿El qué?

  • Lo que me has dicho...

  • ¿Que me encantas...? Está bien, te lo repito... Me encantas, Tania, me gustas mucho...

  • Y tú a mí, Cristina…

Le contesté sin apartar mi mirada, pareciendo casi más un desafío que otra cosa, aunque no sé si en realidad lo que le hice fue una abierta invitación. Instintivamente cerré los ojos cuando nuestros rostros se aproximaron, notando a continuación el roce de sus labios en los míos y como volvía a recorrer mi cuerpo el mismo escalofrío que sentí cuando bailábamos. Hacía tiempo que no sentía la sensación de besar a otra chica, y mis labios se entreabrieron cuando se retiró, anhelando volver a sentirlos. En lugar de eso se quedó unos instantes expectante, esperando mi reacción…

  • ¿Qué has sentido, Tania?

  • Pues… Hacía tiempo que no besaba a otra chica…

  • ¿Y…? ¿Te ha gustado…?

Las palabras surgían como susurros, íntimas, con una complicidad como hacía tiempo que no había sentido hasta que, por fin, pude contestarle.

  • Mucho, Cristina…

  • ¿Entonces…?

  • Bésame otra vez, por favor…

La voz salió de mi garganta casi como un susurro, como un ruego, con mis labios entreabiertos hasta que de nuevo sentí el roce de los suyos. De nuevo el contacto me hizo estremecer de deseo, pasando casi al instante a prácticamente devorarnos mutuamente, nuestras lenguas enredándose mientras nuestras manos tampoco se estaban quietas y acariciaban nuestros cuerpos, pensando durante un instante de lucidez lo dominantes que resultaban su trato, sus caricias, sobre todo cuando pude sentir sus manos asiendo mis redondeadas nalgas para apretarme más contra ella, por lo que no pude evitar sentir cierto asomo de humedad entre mis piernas y un casi olvidado latir en mi clítoris… Debíamos estar dando un espectáculo digno de ver, tanto para los pocos transeúntes que pasaban a esas horas por la calle como para los nuevos clientes que llegaban al local.

  • ¿En tu casa o en la mía, cielo? – le pregunté cuando por fin pudimos separarnos, con el rubor de la excitación coloreando mis mejillas.

  • ¿Dónde vives tú….?

  • Pues… en la calle…

  • Ni hablar, cielo, eso está muy lejos. Ven, vamos a mi casa, está más cerca y tardaremos menos…

  • Como tú quieras…

Tras decir eso entramos a por nuestras cosas y nos marchamos, caminando por la calle tomadas de la mano, llegando incluso a rodear mi cintura con su brazo. El camino no fue muy largo, su casa estaba a unas 5 o 6 calles, aunque tardamos más por pararnos de vez en cuando para besarnos en algún portal, tal era la excitación que ambas sentíamos.

Por fin llegamos a su portal y subimos hasta su piso, un coqueto estudio decorado con muy buen gusto, la verdad, y con una terraza desde la que se podían ver unas espectaculares vistas de la ciudad. Tras dejar nuestros bolsos y abrigos en una percha me dediqué a mirar las fotos que tenía colgadas en las paredes mientras ella servía un par de copas. Pude escuchar como empezó a surgir la música de su equipo estéreo, hasta que por fin sentí como se acercaba a mi espalda y su brazo volvía a rodear mi cintura.

  • ¿Te gustan las fotos, cielo?

  • Mucho, la verdad. ¿Son tuyas?

  • Sí, todas…

  • ¿Es que además de tatuadora eres modelo o algo así?

  • Pues sí, he hecho algunas sesiones, aunque nada profesional. Tengo algunos amigos fotógrafos que de vez en cuando me llaman para alguna sesión, sobre todo para publicidad de discotecas, pubs, etc., aunque también he trabajado de azafata en fiestas y otros eventos…

  • Chica, que vida más interesante la tuya – dije tras dar un sorbo a la copa – La verdad es que me estás sorprendiendo bastante…

  • Gracias, me lo tomaré como un halago – dijo sonriendo – Ven, sentémonos y así me cuentas algo más de ti…

Me senté junto a ella en el sofá y empecé a contarle a grandes rasgos algo de mi vida, centrándome en algunos aspectos cuando sus preguntas eran más concretas, mientras ella sonreía de vez en cuando o asentía en silencio. No pude evitar cierta tristeza cuando le conté mi ruptura. La verdad es que esa historia la conocía muy poca gente, pero ella me inspiraba tanta confianza que, sin querer, terminé llorando entre sus brazos.

Cuando nos separamos, bastante más reconfortada, nos quedamos en silencio un instante, mirándonos, hasta que sin decir palabra volvió a besarme, esta vez ya sin recato. Ambas sabíamos lo que iba a pasar, para lo que estábamos allí, así que me dejé llevar.

Mientras sus manos acariciaban mi cuerpo y desabrochaban mi blusa las mías hacían lo mismo con su vestido y bajaban los tirantes para dejarlo caer hasta su cintura, quedando desnuda de cintura para arriba ante mis ojos. Sus pechos, redondos y firmes, eran perfectos. Operados sin duda, pero realmente bonitos. Pude notar en sus ojos una mirada de aprobación cuando los míos, cubiertos por el sujetador de encaje negro que había elegido para la ocasión, quedaron libres por fin cuando mientras me besaba y su lengua jugaba en mi boca lo desabrochó y lo dejó caer al suelo. Sentí sus manos acariciármelos, apretarlos ligeramente, y como sus uñas rozaban mis pezones, lo que hizo que se pusiesen aún más duros y erectos de lo que ya pudieran estar. Cuando nos separamos me di cuenta de que su vestido había desaparecido, quedándose vestida únicamente con un precioso tanga negro, las medias y sus sandalias de tacón. Sin decir palabra cogió suavemente mi cabeza con sus manos y me acercó a sus pechos, que empecé a besar y lamer con mi lengua alrededor de sus pezones para provocar los primeros gemidos que surgieron de su boca. Así estuve, como una niña pequeña con la teta de su madre, hasta que me hizo parar y levantarme del sofá para quedar en pie ante ella.

“Quítate la falda, cielo”, me dijo cuando me levanté, cosa que obedecí desabrochando los botones de mi falda para dejarla caer a mis pies, quedándome únicamente con mis braguitas negras, a juego con el sujetador, que me quitó a continuación mientras sus labios besaban mi vientre, mis caderas, y su lengua recorría mi piel, entreteniéndose de tanto en tanto en mi ombligo, caricias que me hicieron sentir un escalofrío de placer. Hacía tanto tiempo que nadie me acariciaba de esa manera que no pude evitar un gemido de placer. “Es precioso”, pude escucharla susurrar cuando mi coñito quedó expuesto ante sus ojos. “Hacía tiempo que no veía un coñito tan bonito”, dijo poco antes de besar mi depilado pubis y rozar con sus dedos mi empapada vulva tras hacerme separa un poco las piernas, lo que me hizo gemir nuevamente sintiendo aquel delicioso roce, con sus ojos mirándome fijamente.

Cuando menos lo esperaba me hizo parar, dejándome con el deseo de que siguiese tocándome, para hacerme sentar en el sofá, casi tumbada, con las piernas abiertas para, a continuación, tumbarse sobre mí y volviendo a besar todo mi cuerpo. Sus labios volvieron a recorrer mis pechos, mi barriga, descendiendo hacia mi coño. Sin embargo, pasó de largo, recorriendo con sus besos la parte interior de mis muslos aunque, a veces, sus besos se aproximasen a mis abiertos labios y pudiese sentir su aliento en la entrada de mi vagina.

  • Lámeme, por favor. Cómeme, cielo – fue lo único que mis labios pudieron suplicar.

  • ¿Quieres que lo haga, cariño?

  • ¡¡¡Sí, por favor!!! – Exclamé – Lo estoy deseando…

  • ¿De verdad? ¿Quieres que haga esto…? – dijo antes de que su lengua lamiese suavemente, apenas un roce, mi vulva.

  • ¡¡¡Sí!!! Dios, por favor… ¡¡¡Hazlo!!!

  • Ummm… Así me gusta, que mi niña sea ardiente…

Esa expresión, “Mi niña”, me hizo sentir más deseada que muchas otras veces, y apenas pudo decir eso cuando mis manos asieron suavemente su cabeza y la acercaron a mi coñito, que empezó a lamer de inmediato, pasando su experta lengua de tanto en tanto su lengua por mi erecto clítoris, deseoso de atención. Mis gemidos aumentaron, y por un instante pensé si me estarían oyendo los vecinos mientras mis caderas se movían para restregarme más contra su cara y no dejar de sentir sus caricias, hasta que con un grito de placer por fin el orgasmo recorrió mi cuerpo y me derramé en su boca con los ojos cerrados de placer. Eso no la hizo parar, cosa que pensé que haría, sino que por el contrario siguió lamiéndome durante un rato hasta que de nuevo me corrí.

  • Pa… para, cariño – apenas pude decir.

  • ¿En serio? ¿Quieres que pare?

  • Sí, cielo – contesté con la voz entrecortada por el placer – Apenas hemos empezado y ya me he corrido dos veces…

  • ¿Y…? Todavía nos queda noche, ¿no?

  • Sí, sí… Por eso, cielo. Quiero hacerte disfrutar también yo a ti…

  • Pero…

No la dejé terminar, y esta vez fui yo quien quedó encima, tumbadas en el sofá, y empecé a besar su cuerpo como ella había hecho con el mío. Mis labios volvieron a recorrer toda su piel, mis manos acariciaban sus pechos cuando mis labios los dejaban libres para después acariciar sus caderas, hasta que en un hábil gesto pude deslizar su tanga por sus piernas. En ese momento una exclamación de sorpresa surgió de mi boca…

  • ¡Oh! – fue lo único que pude decir.

Allí, entre sus piernas, en lugar del coñito que esperaba encontrar pude ver una polla, como pocas había visto en mi vida, que se erguía desafiante ante mis ojos, gruesa y con las venas marcadas. Me quedé como hipnotizada ante aquella visión, alternando mis ojos entre ella y sus ojos.

  • Debí avisarte antes, cielo – dijo mirándome fijamente, como con una disculpa en sus ojos.

  • N…no es eso – Apenas pude decir – Es que…

  • ¿No te gusta lo que ves?

  • S..sí… N…no… Yo… Es sólo que no me lo esperaba…

  • ¿Y qué opinas?

  • Es tan… raro… Con ese cuerpo que tienes y ver eso ahí…

  • Que no estás acostumbrada, ¿verdad? ¿No has estado nunca con una chica como yo?

Por un instante pasaron por mi mente imágenes que había visto en Internet, videos porno de chicas transexuales, y mi cuerpo sintió un escalofrío cuando recordé el morbo que me había causado verlas.

  • No, la verdad.

  • Pero te da morbo, ¿no es cierto? – me dijo como si hubiese podido leer mi mente.

  • Pues sí, la verdad, no lo niego – dije mientras mis dedos empezaban a acariciarla suavemente, con mis dedos rodeándola para, inconscientemente, empezar a continuación a masturbarla lentamente, con mi mano subiendo y bajando por ella.

  • Pues ya sabes, cariño – respondió – Relájate y disfruta…

Tras decir eso tomó suavemente mi cabeza con sus manos y la acercó a durísimo miembro, momento en el que pude verla en toda su magnitud. No era excesivamente larga, unos 15 o 18 centímetros, con su pubis completamente depilado y sin un solo pelo, pero su grosor hacía que mis dedos apenas pudiesen rodearla, y casi inmediatamente mi deseo tomó el control de mi cuerpo y mi lengua se acercó a su glande para lamerlo, sintiendo el sabor del presemen, para a continuación rodearlo. Sin duda mis caricias debían gustarle, ya que suaves gemidos empezaron a surgir de su garganta, y sin dudarlo empecé a metérmela en la boca, aunque en un principio de costase un poco debido a su grosor.

Seguí mamando cada vez con más deseo, mientras ella movía sus caderas y de vez en cuando empujaba hacia arriba, hasta que por fin pude sentirla en mi garganta. No me lo podía creer, pensé cuando sentí sus huevos en mi barbilla, sin duda llenos de leche calentita y espesa, y decidí seguir con mi garganta profunda, succionándola un poco cuando me la sacaba para después volver a metérmela entera.

  • Pa…para cielo – apenas pudo decir.

  • ¿No te gusta como lo hago?

  • Joder, cariño, me encanta, pero estoy a punto de correrme…

  • ¿Y qué malo tiene eso?

  • Pues que si me corro tan pronto me va a costar recuperarme, cielo, y tú misma has dicho que nos queda mucha noche…

  • Entonces… ¿Por qué no me follas, cariño…? – le dije, ya totalmente poseída por el deseo.

  • Será un placer…

Y sin mediar palabra, sonriéndole, me fui deslizando sobre su cuerpo hasta que pude sentir como su polla rozaba mi coñito. Me froté suavemente sobre ella, sintiéndola entre mis labios, hasta que por fin la cogí con mi mano y la orienté hacia mi vagina, empezando a metérmela poco a poco, mientras mi cuerpo descendía, hasta que por fin pude sentirla totalmente dentro de mí. Con sus manos tomándome de mi culo empecé a mover mis caderas lentamente, sintiendo como se movía en mi vagina, hasta que al rato empecé a brincar sobre ella, como haciendo sentadillas, aunque de vez en cuando dejaba caer mi cuerpo hacia delante para sentir sus expertos labios lamer y besar mis pezones, lo que me hizo sentir mi tercer orgasmo de la noche, el primero con su polla en mi coño. Sin dejar de moverme, aunque más lentamente esta vez, fui sintiendo como la electricidad que había recorrido mi cuerpo desaparecía poco a poco, aunque leves ondas de placer seguían recorriéndome al sentirla todavía dentro de mí.

Sin decir palabra me levanté y la sentí salir aunque a continuación, mirándola con deseo, me puse de rodillas sobre el sofá, con mis tetas apoyadas en el respaldo y mi coñito totalmente ofrecido para que siguiese follándome en esa postura. “Ven, amor, fóllame otra vez”, le dije con la voz más sugerente que pude, pudiendo sentir casi de inmediato como sus manos tomaban mis caderas y su polla volvía a introducirse dentro de mí, lentamente al principio, aunque poco a poco pude sentir como aumentaba el ritmo para empujar como un pistón dentro de mi coño, llegando en ocasiones a azotar mi culo, lo que me hizo gritar de placer. Así estuvo un rato, empotrándome sin piedad, hasta que sentí como se ponía tensa, así que también aumenté el vaivén de mis caderas, empujando hacia atrás cuando la sentía retirarse, hasta que un grito suyo me anunció su inminente orgasmo.

  • ¡Cariñooooo! ¡¡¡Me corrooooo!!!

  • ¡Hazlo, cielo, córrete dentro de mí!

  • ¡Diosssss…! ¡¡¡Yaaaaaaaaaaaa!!!

De golpe pude sentir como se derramaba dentro de mí, sintiendo el caliente fluido llenarme, lo que hizo que un nuevo orgasmo me recorriese para quedar a continuación apoyada en el respaldo del sofá, con ella sobre mi espalda y sus manos acariciando mis tetas desde atrás.

  • ¿Te ha gustado, cielo? – me susurró al oído cuando por fin recuperó el aliento.

  • Amor… Me ha encantado – fue lo único que pude responder, mientras sentía como poco a poco su polla se relajaba y salía de mi interior.

  • Eres realmente deliciosa, nena. La verdad es que he probado pocos coñitos como el tuyo…

  • Pues tu polla tampoco se queda atrás. Follas mejor que muchos tíos…

  • Eso es por el deseo que me has provocado. Desde que te vi en la barra te deseé, pero cuando te vi bailando mientras me mirabas sabía que terminaríamos así.

  • ¿Tan segura estabas?

  • Tanto no, más… – me respondió – El brillo en tus ojos te delató cuando nos besamos la primera vez…

  • Yo también… No sé, pero también me sentí atraída por ti…

  • ¿Quieres que lo repitamos…?

  • Cuando desees, cariño. Por cierto… ¿Qué hora es?

  • Sólo son las dos y media, cielo.

  • ¡Qué pronto! – exclamé con sorpresa. El tiempo se me había pasado volando mientras follábamos – Pensé que era más tarde…

  • ¿Y eso…? No me dirás que te tienes que marchar, ¿verdad?

  • Yo no… No sé… ¿Quieres que me quede?

  • Será un placer dormir contigo esta noche, amor. Esta y muchas más… – dijo mientras giraba suavemente mi cabeza para, a continuación, besar mis labios.

  • En ese caso… Me quedo…

  • Genial, cariño. Anda, ven, vamos a ducharnos y nos vamos a la cama, ¿te apetece?

  • Claro que sí…

Y así, tomándome de la mano, me ayudó a levantarme para a continuación guiarme hasta el baño. Bajo el agua caliente volvió a acariciarme y de nuevo quedé de rodillas ante ella para volver a saborear aquella deliciosa polla hasta que salimos. Casi sin tiempo para secarnos, aún húmedas, recorrimos besándonos el camino hasta su cama, donde la hice tumbarse para volver a mamársela. De nuevo volvió a follarme, esta vez en la postura del misionero, con nuestras tetas rozándose mientras nos besábamos con más ternura esta vez, hasta que ambas volvimos a corrernos.

Cuando salió de mí nos quedamos abrazadas, sin dejar de besarnos, hasta que nos quedamos dormidas una en brazos de la otra. Cuando nos despertamos a la mañana siguiente volvimos a hacer el amor en su amplia cama, para después de ducharnos vestirme y dirigirme a mi casa, aunque tardé un poco ya que no recordaba dónde había dejado mi coche. En verdad, no lo voy a negar, lo que hice cuando llegué fue cambiarme, coger algo de ropa en un bolso de mano y volver a su casa para disfrutar del fin de semana junto a Cristina. Esa noche de sábado salimos a cenar y de fiesta, presentándome ella a algunas de sus amistades, y el domingo salimos a comer y después nos fuimos al cine, para después tomarnos una cerveza juntas antes de despedirnos, ya que el lunes yo tenía que volver al trabajo.

Desde ese día nos hemos visto más veces y una idea nos está rondando la mente. No seremos convencionales, pero ambas nos estamos planteando ser algo más que un par de buenas follamigas…

Besos a tod@s de vuestra amiga,

Tania.