Un encuentro en el mar

Noté algo frío encima de mí, habías colocado un cubito de hielo en mi ombligo, eso me hizo arquearme, fuiste subiendo el cubito hasta mi pecho, lo rodeaste.

UN ENCUENTRO EN EL MAR

Era un día soleado, decidí ir a dar una vuelta en bicicleta por el puerto, después de varios kilómetros por la playa me paré en un banco a descansar y recobrar fuerzas. Cerré los ojos y escuché los sonidos del mar, el sol me quemaba la piel pero era un calor placentero. Dentro de mi escuché mi nombre, pero no hice caso, lo volví a escuchar y me incorporé, ahí estabas tú con un bañador verde y una camiseta blanca. Me sorprendió verte, cuando mi mente volvió a su sitio me explicaste que un amigo tuyo tenía un pequeño barco amarrado en el puerto y que como estaba fuera de la ciudad, de vez en cuando ibas a dar una vuelta con él. Tu mirada me lo preguntaba antes que tus palabras, antes de que dijeras nada ya te había dicho que sí. Fuimos paseando hasta el amarre, mis ojos se abrieron como platos. Era grande, espacioso, un sueño para cualquier navegante.

Me ayudaste a subir y atamos la bicicleta en uno de los lados, mi ignorancia sobre la navegación era evidente pero tus indicaciones me ayudaron a superar el miedo, en pocos minutos, estábamos saliendo del puerto de Barcelona.

El ambiente era agradable, la brisa del mar agitaba tu pelo y el sol lo hacía brillar de un color oro desconocido para mí. Nos mirábamos, nos reíamos y hablábamos de tonterías. Llegó un momento que no divisábamos la costa, estábamos solos, el mar, tú y yo. Mi mente se relajó mirando el horizonte hasta que un ruido me despertó de mi letargo, eras tú, te habías lanzado al mar.

  • Ven, el agua está buenísima.

  • No tengo bañador.

  • Es igual, vamos tírate, ¿tienes vergüenza?

  • No pero estamos en desventaja, tú llevas bañador.

  • Eso se arregla pronto.

En un movimiento rápido, sacaste tu bañador del agua y lo tiraste al barco. Una sonrisa socarrona salió de mi cara, poco a poco me fui quitando la ropa hasta que quede totalmente desnuda y me tiré al agua.

Cuando salí a la superficie, no te vi, te llamé varias veces pero no aparecías, hasta que noté como unas manos me agarraban desde abajo y tu cabeza apareció de repente, tu cuerpo tocaba el mío, me abrazaste, notaba los latidos de tu corazón. Estuvimos un rato jugando, nadando bajo el sol, hasta que nuestras energías se agotaron. Subimos al barco y nos tumbamos al sol. Poco a poco nuestros cuerpos fueron secándose. Desapareciste de mi lado unos minutos pero cuando volviste, llevabas dos vasos grandes de agua con hielo, hasta ese momento no me había dado cuenta de que estaba sedienta. Bebí un trago y el frío recorrió mi cuerpo, la piel se erizó, tus ojos me miraban mientras tu mano recorría mi brazo intentado calmar mis escalofríos, pero el resultado era lo contrario, aun me estremecía más.

Me tumbé intentado aliviar mis sentidos, pero mi mente iba más rápido de lo que yo quería. Noté algo frío encima de mí, habías colocado un cubito de hielo en mi ombligo, eso me hizo arquearme, fuiste subiendo el cubito hasta mi pecho, lo rodeaste, y lo llevaste directo a mis pezones, se pusieron duros y rojizos por el frio. Mis ojos estaban cerrados no querían ver ese espectáculo, solo notarlo. Cogiste otro cubito y lo volviste a poner en el ombligo pero esta vez lo dirigías con tu lengua, lo llevaste hasta mis caderas, hasta que lo aguantaste con tu lengua y lo depositaste en mi sexo, como un diamante, como un ofrecimiento, un escalofrió recorrió mi cuerpo, tu lengua jugaba con mi sexo, intentabas introducir el hielo dentro de mí. Tus intentos me excitaban cada vez más, tus manos recorrían mi cuerpo mientras yo temblaba de placer. El momento llegó, mi garganta emitió un gemido de placer. El hielo había desaparecido hacía rato pero tú seguías insistiendo, hasta que te cogí del pelo y acerqué tu cara a la mía, nuestras lenguas se buscaron, fue el beso más apasionado que nunca había dado ni recibido. Nos abrazamos y nos quedamos tumbados bajo el sol.

No sabemos si pasaron dos minutos o dos horas pero estábamos tan relajados que no éramos conscientes del tiempo. Cuando me giré estabas sentado apoyados a unos cojines, mirándome. Me levanté y me senté encima tuyo, tu sexo estaba flácido pero pronto se hizo notar. Mi lengua recorría tu cara, tus labios, tu cuello. Tus manos recorrían mi espalda ardiente por el sol. Mis piernas rodeaban tu cintura, mil y un beso unían nuestros cuerpos, me cogiste las nalgas y acercaste mi sexo hacia el tuyo. Se frotaban con firmeza, necesitaban penetrarme, necesitaba que me penetraras, me alzaste hasta que tu sexo estuvo enfrentado con el mío y poco a poco se fue introduciendo en el abismo de mí ser. Nos quedamos unos segundos así, sintiendo ese placer sin movimiento, pero mi espalda se fue arqueando poco a poco, mi cuerpo seguía el movimiento del mar, un vaivén adormilante, un vaivén de deseo incontrolado. Yo saltaba encima tuyo, gozaba, deseaba tu cuerpo desnudo, tu boca recorría mis pechos, los lamía, los mordía, notaba tu rigidez dentro de mí, mi sexo se contraía para tener más fricción, tus manos se aferraban a mis caderas guiándome en esta aventura de placer hasta que nuestros cuerpos explotaron en gemidos y fluidos, nos abrazamos fuertemente, no queríamos soltarnos, no queríamos que esa magia desapareciera.

Un beso y una mirada sellaron un juramento de placer eterno.