Un encuentro con otro autor de Todorelatos
Gracias a esta web nos conocimos, quedamos y follamos...
Desde que escribo en Todorelatos mi lista de contactos del Messenger ha aumentado notablemente. Claramente es culpa mía por tener mi dirección visible, pero por algún motivo que no sabría explicar no soy capaz de hacer clic en la tecla de desactivar. Supongo que esperas que te digan "me ha encantado tu relato" o "escribes bastante bien" o cosas de ese estilo. Yo sé que no lo hago mal del todo, pero a los que aspiramos a ser "artistas" nos gustan los halagos. Pero el caso es que de todas las personas que se han tomado la molestia de incluirme en sus contactos ninguna me ha dicho nada parecido. Los hay que ni siquiera saben de qué me han conocido, y que supongo que me agregaron en un momento de calentón. Luego están los que tienen un grandísimo interés en saber si lo que cuento en mis relatos es real o pura ficción. También están los que me preguntan directamente si soy pasivo o activo, cuánto me mide la polla, con qué frecuencia follo Y luego está Raúl.
Raúl es un chico de veinticinco años de Granada. Me agregó también a través de esta misma página de Internet. Tampoco me dijo lo bien que escribía, sólo que le gustaban algunos de mis relatos. Y tampoco me interrogó acerca de mis aventuras, el tamaño de mi miembro o mi agenda sexual. Era el primero con el que hablaba que también escribía en la web. Esto no le hace ni mejor ni peor que al resto, pero sí supongo que hizo que el motivo para copiar mi dirección fuera distinto. Distinta era también nuestra manera de escribir. Sus narraciones son mucho más directas y morbosas. Las mías son un intento de contar alguna historia más allá de la pura experiencia sexual. Tampoco creo que esto nos haga a uno mejor que a otro, simplemente son formas distintas de expresar nuestras aventuras. Pero el hecho de que Raúl vaya más al grano condicionaría mi forma de comportarme con él.
Pronto nos convertimos en ciberamigos. Hablábamos de cualquier cosa y casi a cualquier hora gracias a la ingente cantidad de tiempo libre que permiten las vacaciones. A él de sus estudios universitarios, y a mí de mi habitual trabajo de profesor. Y en esa incipiente amistad asomó la idea de quedar para conocernos. Todo surgió porque me iba un fin de semana a la playa y Granada me pillaba más o menos de paso. He de decir que la idea fue suya, puesto que yo no tengo demasiada iniciativa para esos casos. Así pues, organizamos el encuentro para el viernes por la tarde.
Salí de Madrid temprano para llegar al hotel al mediodía. Era una habitación pequeña en comparación con otras en las que había estado, pero acogedora y con unas increíbles vistas al centro de Granada. No rompí con mi manía de llenar la bañera, echarle jabón, poner el hilo musical y fumarme un cigarro mientras me arrugaba bajo el agua. Y como ocurre siempre, en aquella situación me excité, así que me masturbé usando sólo la alcachofa de la ducha, sin las manos; sólo el chorro del agua en su justa presión me provocó la corrida.
Y por fin llegó la hora. Los nervios por la cita persistían. No estaba acostumbrado a verme con desconocidos y además no había quedado muy claro el porqué de la cita. Ya que éramos "amigos" no hizo falta matizar nada. Supongo que él sabía que yo no soy de los que quedan para echar un polvo sin más. Y en tal caso, tampoco necesitaba ir a una ciudad lejana, pagar un hotel y tener que dar explicaciones a mi entorno. O sea que simplemente era por conocernos puesto que nos llevábamos muy bien a través del ordenador, pero tampoco quería decepcionarle si se diera el caso.
Salí del hotel y allí estaba: alto, moreno de pelo liso y algo largo, con flequillo hacia un lado y unas grandes patillas. Vestía una camisa azul de lino y manga larga aunque doblada hasta los codos, unos pantalones cortos de color blanco y unas sandalias de piel marrón. No parecía el típico tío irresistible que llama la atención a primera vista como se intuía tras leer sus relatos, pero tenía cierto atractivo con su aspecto de pijo y supongo que algún arma secreta si era verdad lo que contaba en Todorelatos.
Tomamos un café envuelto en una amena e interesante conversación que nos llevó hasta el atardecer. Propuse ir a tomar unas tapas, algo muy típico de aquella zona, pero Raúl quería que fuéramos a mi hotel. Su franqueza me sorprendió. Por un lado me sentí halagado puesto que se supone que si quería ir a follar ya es que le gusté, pero mi cabeza, que siempre va más allá, pensaba si sería por un calentón sin más. Pero como dije antes, no quería decepcionarle.
En el ascensor empezaron los primeros besos. Intensos, apasionados.
-¡Eh! Guarda algo para después, que me vas a dejar sin aliento- interrumpió Raúl.
Yo paré de comerle la boca sin decir nada. Tras cerrar la puerta de la habitación nos volvimos a fundir en otro alargado beso, aunque esta vez sin tanta pasión por mi parte.
-¿Se te han quitado las ganas? preguntó.
-No, no. Para nada- fueron las únicas palabras que pude pronunciar.
Y no hicieron falta más. Nos despojamos de las camisas en un segundo dejando libres nuestros torsos. El de Raúl robusto, con algo de barriga y bastante vello. Me ponía muchísimo. No tardé en lamerle los pezones, subir al cuello, volver a la boca, bajar al pecho velludo. Mientras, él gemía, me agarraba del pelo con fuerza intentando dirigir mis movimientos. Me empujó a la cama y se sentó encima quitándome al mismo tiempo los pantalones y los boxer. No tardó en hacerse lo mismo. Se inclinó a darme un beso y acercó su polla a mi cara, sentado sobre mi pecho.
Se confirmaba que le gustaban las cosas claras, sin rodeos. Yo acabé por someterme. Y aunque en un principio no era el rol del esclavo y su amo (de ser así se me hubiesen quitado todas las ganas porque no me va) sí que permití que siguiera llevando la iniciativa. Y si me había puesto sin dilaciones la polla en la cara se la chuparía hasta reventarle de placer.
Así que sin más moratorias me la tragué entera de golpe hasta que noté su capullo en el fondo de mi garganta. Si esperaba que se la lamiera o besara primero se equivocaba. Notaba su verga hinchada en mi boca, apreciando sus venas en mis labios.
-¡Sí, chúpamela!- dijo, mientras se flexionaba hacia la cama, apoyando los brazos sobre ella, liberando a mi pecho de su culo y cumpliendo una de mis fantasías.
Porque sí, aquella mamada se convirtió en una follada de boca, la situación en la que más pienso cada vez que me hago una paja. Yo sólo tragaba y jugaba con mi lengua y mis dientes mientras Raúl la sacaba y metía a su antojo a la vez que gimoteaba y suspiraba de placer.
-¡Sí tío! Vas a hacer que me corra- logró decir con voz entrecortada.
Obviamente yo no pude responder. Mi boca estaba ocupada recibiendo aquella verga que provocaba en la mía tal excitación que sería capaz de acompañarle en su corrida sin apenas tocarme. Pero no se corrió. Sacó la polla de mi boca, se sentó sobre sus piernas y volvió a ofrecerme su falo que no tardé en llevarme a la boca de nuevo bajo las directrices que Raúl me hacía manejando mi cabeza con una de sus manos mientras la otra luchaba sola por mantener el equilibrio.
Esta vez fue diferente, le cogía los huevos, me los metía en la boca, los lamía Hacía lo propio con su capullo, rojo y ansioso por soltar la leche. Lo rozaba con la punta de mi lengua, abriendo con ella su agujero. Raúl casi no podía más.
-¿Te la vas a tragar, eh? ¿Sí, sí?
Y en ese instante, y sin darme opción a responder, descargó su leche sobre mi lengua, con tal fuerza que se me escapaba bajo los labios. Yo seguía lamiendo y disfrutando de su leche caliente y amarga, pero increíblemente sabrosa. Notaba como se iba poniendo flácida dentro de mi boca tras un par de espasmos a modo de sacudida que anunciaban que no saldría más, de momento.
Raúl me cogió de la cabeza y juntó nuestras bocas. Nos besamos, probó su propio semen y me hizo sentir un momento de éxtasis, un momento muy especial.
-Lo has hecho muy bien- dijo, mientras agarraba mi polla, la masturbaba y me preguntaba si era lo único que sabía hacer. Aquellas palabras ratificaban sus ganas de seguir llevando la iniciativa y adelantaba la idea de que no nos habíamos conocido tanto por Messenger porque sabía que ese último comentario y la forma de hacerme la paja me dejaba a mí en un lugar inferior. Parecía seguir el papel de ser mi amo y yo su putita y no me gustaba. Quizá esa era su arma de la que hablaba antes, y la tenía asumida, o quizá se estaba comportando como un amigo tratando de hacerme olvidar la vergüenza y llevar los encuentros sexuales de una manera más natural, tal cual son.
A pesar de todo, seguimos follando toda la noche y a la mañana siguiente antes de dejar la habitación. La despedida vino acompañada de un café en una terraza cercana. Y con él, un reto: ambos escribiríamos un relato sobre nuestro encuentro y lo publicaríamos en la web. Al montarme en el coche un abrazo y un adiós. No hubo besos ni ñoñerías ni hasta luegos ni hasta la próxima.
Conduje hacia la playa y me limité a disfrutar de unos días al sol con mis amigos. Al volver a Madrid retomé la idea de escribir el relato, de su planteamiento, de los detalles. Raúl se adelantó. Al ver que ya lo había escrito se me hizo un nudo en el estómago. La ansiedad me llevó a leerlo sin demora:
Llevaba tiempo sin tener sexo por haber sido época de exámenes y estar recluido en casa estudiando sin más vida social que mis aburridos compañeros de clase. Y cuando acabé el último examen en julio la mayoría de mi gente se había marchado a la playa. Entre eso y el sofocante calor de este verano pasaba más tiempo en casa del que hubiese deseado. Por tanto, Internet se convertía en mi mayor acompañante. Pajas y más pajas frente a la pantalla del ordenador. Visitaba con frecuencia Todorelatos.com para desahogarme. Alguna vez, incluso, llegué a publicar algún relato allí narrando mis aventuras sexuales. La verdad es que hay relatos malos, pero de vez en cuando te llevas alguna sorpresa. Leí uno que me llamó la atención, y al ver que el autor era español y más o menos de mi edad, me decidí a escribirle (no por racismo, sino por cercanía si se diera el caso de conocernos).
Y se dio. Tras un par de semanas charlando por Messenger quedamos aquí en Granada. Él venía de Madrid y se alojaría en un hotel, así que las posibilidades de echar un polvo eras muchas. Por foto el chaval no parecía gran cosa, pero se le veía un tío simpático, con las ideas claras y ganas de pasarlo bien.
Apareció al otro lado de la calle desde la puerta del hotel. Era algo más bajo que yo, pero bastante guapo. Es cierto que las fotos no le hacían justicia. No parecía un cachas ni mucho menos, pero tenía estilo y resultaba bastante atractivo. Tomamos un café en una terraza y nos fuimos para su hotel. Ambos sabíamos para qué estábamos allí, así que no había razón para retrasar el encuentro. De cañas y copas estaba ya harto.
Hubo empatía desde el principio, y tal como me besó en el ascensor confirmaba que él también lo estaba deseando. Por ello, no tardamos mucho en quitarnos la ropa, echarnos sobre la cama y comenzar a darnos placer. Nada de rodeos, le brindé mi polla que se tragó con ganas. Follarle la boca me retorcía de placer. No tardé en correrme en su boca que agradeció todas mis sacudidas.
Su polla, no muy grande, estaba a punto de estallar mientras nos comíamos la boca, aún con restos de mi semen, que lamí con gusto. Le hice una paja y su verga no tardó en responder con un par de trallazos que llegaron a mi mano y al colchón. El tío me la había chupado bien, veríamos de qué más era capaz.
Después de correrse no parecía estar tan entregado, es normal, pero ambos sabíamos que nos quedaba mucha noche por delante. Pedí que nos subieran algo de cenar mientras él se duchaba. Yo no lo hice. Sabía que el olor a sudor y semen reseco le excitaría más tarde. Tras unas cervezas y un par de bocatas, retomamos lo que habíamos dejado.
-¿Te has quedado con hambre?- le pregunté algo avergonzado por aquella frase tonta que solté. No le di tiempo a responder. Yo sí me he quedado con ganas de más- añadí.
Se rió y sus labios volvieron a los míos. No tardamos en empalmarnos de nuevo. Yo estaba sentado sobre la cama con la espalda apoyada sobre el cabecero. Se puso sobre mí y comenzó a lamerme el cuello, morderme los pezones, pasar su lengua por mi pecho. Quería bajar hasta mi polla, pero no se lo permití. Le empujé y le hice girar hasta que quedó a cuatro patas sobre la cama.
-Déjame a mí ahora- le sugerí.
Y regalándome su culo se dejó hacer. Escupí en su ano que olía a gel de ducha. Mi lengua se acercó y empecé a lamérselo mientras él lanzaba suspiros de verdadero placer. Con mis manos apartaba sus nalgas y con mi lengua seguía intentando que su agujero se dilatara. Me ayudé con un dedo que recibió de buena gana y tras escupirme sobre la polla me dispuse a metérsela.
-¿Te gusta, eh?- me aventuré a decir. Un sí involuntariamente alargado fue su respuesta.
La punta entró bien, pero a la vez que iba introduciendo mi polla sus gemidos denotaban algo de dolor. Pero no dije nada. Continué con el mete y saca mientras nuestros suspiros se encontraban en algún rincón de la habitación. "Ah, sí" fueron los únicos sonidos guturales que se escuchaban, acompasados por el sonido de mis huevos golpeando su culo y el inconfundible sonido casi de ventosa que mi polla hacía a la salida de su ano junto con la saliva. Ambos disfrutábamos sobremanera y él aguantaba bien el tipo, pero aun así, casi sin despegarnos, nos giramos para tenerle literalmente clavado sobre mi polla, con sus brazos sobre mi cuello y su lengua dentro de mi garganta.
Ahora sólo los besos sonaban entre el silencio, liberando algún gemido que otro que el placer que ambos sentíamos necesitaba expulsar. Ni yo paraba de subir el culo hacia sus entrañas ni él paraba de cabalgar sobre mi verga tiesa y caliente. No nos dábamos tregua, pero ante aquella complicada postura ambos comenzábamos a desfallecer. Así que le tumbé boca arriba sobre la cama, le aparté las piernas y su ya dilatado y hambriento ano volvió a recibir a mi polla y mis embestidas con más ganas que nunca. Ahora, sólo mis movimientos tomaban partido y mis sollozos anulaban sus suspiros menos frecuentes gracias a que su culo aceptaba ya a mi polla sin ninguna reticencia.
El esfuerzo, el placer y las ganas de correrme dentro de él mantenían la excitación en una fase increíble, sólo superada segundos después por el tremendo gusto al soltar toda mi leche en su interior, sin previo aviso. El blanco líquido se liberaba de su agujero goteando sobre mis huevos.
-¡Dios tío, vaya follada! le dije. Tampoco habló esta vez.
Me eché hacia atrás separándome de él, pero se limitó a seguirme en busca de mi verga. "¡Quería comérsela de nuevo!" Traté de impedírselo, pero así como yo tenía mis ideas claras, él parecía saber también lo que le gustaba, así que me dejé hacer de nuevo, no con muchas ganas al principio, pero pronto mi polla reaccionó empalmándose mientras me comía los huevos, me la lamía de abajo a arriba y jugaba con su lengua en mi capullo. Su boca era insaciable, pero le demostraría a lo largo de aquella noche que mi polla lo era más.
Ahí se resume todo, "su polla lo era más". Estaba claro cuáles eran las expectativas que ambos teníamos y las conclusiones que ambos nos llevamos. Claro que también será hipócrita si dijera que yo no disfruté. Claro que lo hice. Volver a comerme su polla con aquel olor a sudor y semen reseco de la corrida de antes y aquel sabor a semen recién liberado después de que me reventara el culo me deleitaba demasiado como para no hacerlo. Es verdad que recuerdo que al principio no le agradó la idea de que me tragara su falo después de correrse, pero en algún momento tendría que llevar yo algo de iniciativa. Como digo, yo disfruté. Pero ese gesto de apartarme la cabeza no me gustó en absoluto. No quería que se confirmara su papel de machito dominante. Ahora tras leer su relato veo que sí "su polla lo era más". "Démosle a la putita lo que quiere", pensaría el muy Bueno, ya veo que al final cada uno lo vio de una manera distinta. A no ser que ambos lo tengan igual de claro desde el principio, siempre hay una parte que se queda con ganas de algo más, y no sexualmente hablando, que eso nos gusta a todos, pero casi siempre hay uno que quiere más del otro.
Al día siguiente nos despedimos. Me quedé con las ganas de decirle lo bien que me lo había pasado, lo mucho que me gustaba y las ganas con las que me quedaba de volverle a ver. Quise darle un beso antes de que se montara en su coche azul. No lo hice y me arrepiento. Quizá no se hubiese ido a la playa. Quizá yo no hubiese escrito este relato que tarde o temprano leerá porque quedamos en que ambos lo haríamos. Claro que él también podía haberlo hecho, no un simple y frío abrazo y un seco y distante adiós.
La fastidié otra vez.