Un encuentro casual

Sin nombres, ni palabras y a plena luz del día, lo único que necesitabas para tenerme era un no. Dos desconocidos se encuentran en una cafetería, se miran y se reconocen, la zona más profunda y primaria dentro de ellos se inflama, ¿quién dará el primer paso? SIN DIÁLOGOS.

Estaba de pie esperando el autobús y ya estaba nerviosa en ese momento. Me andabas siguiendo desde que nos vimos en la cafetería. Yo te vi a ti, luego tú me miraste, y se deslizó lentamente una sonrisa de lobo en tu boca que me asustó.

Al ir a la barra para hacer el pedido me daba vergüenza y apuro pensar que estabas detrás de mí, mirando, hasta que me vino un olor especial varonil pero casi cítrico. Una sombra apareció por el rabillo de mi ojo derecho y no me atreví a mirar pues estaba estúpidamente centrada en ver cómo una camarera me servía y pesaba los croissants . Hasta que la sombra me rozó la piel del brazo. Me giré y ahí estabas, esperando a que te cobraran, sin mirarme. No quería rollos, soy muy de ir a la mía, pero era uno de “esos” días y tú una de esas raras excepciones a las que  me siento atraída con un simple vistazo.

Aparté el brazo porque no quería que pensaras que me interesabas de ninguna manera. Los tíos tenéis  algunos el ego muy alto y una sola mirada de una chica normal os lo eleva hasta el quinto cielo. Esperaba alguna estúpida contestación tan manida como mil veces dicha por cada persona del planeta: "tranquila, no muerdo de normal" seguida por un "sino me lo pides". Pero te quedaste donde estabas, y seguiste sin mirarme. Y a la que le bajó el ego fue a mí. Mi interés subió. Pero te despacharon y te fuiste sin pronunciar una palabra, dejando a tu paso la esencia de tu olor que casi me parecía ver en el aire.

A mi alrededor todo seguía su ritmo normal, la chica de detrás de la barra me miraba sin pestañear. Le di lo que le debía y salí. Di unos pasos y busqué alrededor, pero no te vi. Así que, desilusionada, seguí el camino hacia mi siguiente parada, el semáforo. Esta zona de la ciudad está cerca de su aeropuerto por lo que, a veces, algunos aviones vuelan muy bajos y su ruido de motores acalla todo sonido diurno y, por un instante, la vida me parece detenida excepto por una mancha negra que seguía en movimiento hacia delante: tú.

Estabas en la acera de enfrente, nos separaba una carretera de doble sentido. Te paraste cuando te miré y giraste la cabeza hacia mí. Todos volvieron a hablar, se volvió a escuchar los coches, los gritos de repartidores descargando la mercancía de sus furgonetas y yo seguí adelante, mirando al suelo tragándome la angustia del miedo que me produce el placer y la vergüenza de mí misma ante tu mirada. Ante tu descubrimiento del abandono en mi propio cuerpo. Ante la fuerza de tu expresión confiada. Y me seguiste.

Estaba cohibida y apurada. Tenía miedo de todo. De hacer lo que deseaba y despreciarme. Pero eso lo solucionaste poniéndome más cachonda que nerviosa y sólo ansiosa por llenar el hueco más profundo de mi cuerpo: el que tapan mis bragas.

Ya no podía parar de mirarte sabiendo que continuabas tu camino en paralelo a mis pasos. Ambos llegamos a la vez a un semáforo, situado en medio de la larga avenida. Nos quedamos quietos, esperando a que se pusieran verdes, yo para seguir adelante y tú... para cruzar a mi acera.

Se me paró el corazón y los pies. Empezaste a caminar en línea recta hacia mí, la sangre empezó a bombearme de lleno de puro terror, vergüenza y deseo. Te detuviste al llegar y miraste al frente sin verme. Y desperté. Respiré y empecé a caminar deprisa intentando evitar girarme para ver tu camisa negra de nuevo detrás de mí.

Puse mi mente en blanco dejando que toda la alarma se evaporara para sentirme yo misma, al cargo de nuevo. Me relajé un poco, y me decepciona el no haberme atrevido a devolverte el toque, a sonreírte en la cafetería.

Una luz roja me paró en el camino y una mancha negra se desplazó por mi lado derecho. No parpadeo. No respiro. Sólo giro lentamente el cuello para volver a verte ahí, a mi lado.

El semáforo ya se había puesto en verde pero ambos seguíamos parados, tú mirando hacia delante y yo hacia ti.

Al final me cohibió la gente a nuestro alrededor que nos miraba con curiosidad. Y anduve unos pasos tentativamente hasta el siguiente bordillo. Y me quedé frente a ti, esta vez lo hice, me daba igual. Te quedaste ahí dándome espacio. Y se puso rojo otra vez, me di media vuelta y seguí mi camino en línea recta.

Bastante convencida de que habíamos comenzado un juego, me cercioré de ello: tus ojos me miraban fijos, después apareció esa sonrisa lobuna, de caza. La sangre bombeó hacia mi cara, mis piernas y brazos, débiles, mi andar desequilibrado. Me estabas siguiendo y quería que lo hicieras. Yo también sonreí, estaba al cargo de nuevo, ¿no? No cambié mi rumbo, no paré, quería hacerte dudar, ponértelo difícil. Pero tú desinhibición y seguridad exudan experiencia, seguro que hueles la verdad del ser, del miedo y la excitación a distancia. Respiras a tu presa ideal. La localizas, la tientas, la pruebas, y si te gusta, te la comes. Y hoy, ambos estábamos hambrientos.

Una ligereza me entró, pues pensaba que ahora me estaba divirtiendo pero eso no me quitaba la gelatina de las piernas. Seguía nerviosa y acojonada y excitada. Tenía la sonrisa de histérica, la boca cerrada pero los labios bien estirados. No cambio mi destino al ver la parada. Me crecen matojos de dudas que deshecho antes de leerlas más detenidamente, pero las sensaciones se quedan grabadas, para cuando tenga tiempo de pensarlas.

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