Un encuentro casual (1)
Una casualidad da lugar al inico de una apasionada historia de sexo y sentimientos.
- El encuentro
Faltaba una media hora para que embarcara mi vuelo y, como de costumbre antes de volar, me dirigí al aseo. Al entrar, me topé de frente con otra persona, nos disculpamos mutuamente y, en una de esas tontas situaciones, no había manera de darnos paso el uno al otro; pues siempre nos apartábamos ambos hacia el mismo lado. Por fin, nos detuvimos los dos y sonriendo cada uno se echo hacia su derecha, dejando el paso franco al otro. En todo este movimiento, nuestras miradas se cruzaron varias veces y yo percibí en sus ojos una chispa, un algo difícil de explicar.
Cuando pasamos uno junto al otro, de una manera casi instintiva, gire la mirada y lo contemplé mientras se alejaba. Poco antes de desaparecer en una esquina y perderlo de vista, él también se volvió y de nuevo una sonrisa iluminó su cara.
De pie frente al urinario, escuché unos pasos detrás de mí y como una sombra iba tomando forma a mi lado. Miré de soslayo y me encontré una vez más con su sonrisa. Tenía la bragueta abierta y me mostraba su sexo erecto mientras nos apartaba su vista del mío.
- Sólo tengo tiempo para una paja rápida. Mi avión está apunto de salir. Le dije sin más preámbulos.
Sin contestar, se dirigió a cubículo más lejano de la entrada, le seguí y cerró la puerta tras de nosotros. Nos besamos con lujuria, mientras él tomaba nuestras pollas juntas y nos masturbaba como si fuera un solo sexo. Pronto la tuve tan dura como él y pensé que nos correríamos así. Iba a subir al avión con una mancha de semen bien visible en mis pantalones; pero en aquel momento no me importaba nada más que gozar y maldecía el poco tiempo que tenía disponible.
Se detuvo y, mirándome fijamente a los ojos con su mirada profunda, exclamó suspirando:
- ¡Quiero que me folles ahora!.
Intenté resistirme, le argumente que no tenía tiempo, que no llevaba condones; pero simplemente me puso el dedo índice sobre los labios para que me callara, metió como pudo su verga dentro de los pantalones y salió del cubículo. Primero escuché sus pasos, luego sonidos metálicos y nueva sus pasos me indicaron que volvía. Abrió la puerta y apareció con un paquete de preservativos en la mano. Había ido a buscarlo a la máquina expendedora que suele haber en los aseos.
Me bajó los pantalones, se los bajó él y se agachó metiéndose mi polla en la boca lo justo para ponérmela como una piedra y calzarme el condón. Me dio la espalda ofreciéndome el trasero y le clavé la verga hasta el fondo mientras escuchaba sus gemidos.
Mi mano buscó su sexo. Lo tenía duro como el acero, suave, cálido y palpitante como un pájaro y ya rezumaba liquido seminal. No tardó nada en correrse, contrayendo espasmódicamente su esfínter y llenándome la mano de abundante esperma.
En eso, escuché en la lejanía que repetían mi nombre por la megafonía del aeropuerto. Si no me daba prisa, perdería el avión. Así que saqué la polla de aquella maravillosa madriguera, me quité el condón y salí precipitadamente a lavarme las manos.
- ¿Vives aquí?. Me preguntó
- Sí, pero tardaré un par de semanas en volver. Le respondí mientras salía corriendo al oír de nuevo mi nombre.
- ¡Espera! . Me dijo, entregándome un papel. Llámame cuando vuelvas
Entré en el avión sintiéndome observado por todos. Me senté en mi asiento a esperar el despegue. Me dolían los huevos y no sabía como colocarme para que no se me notara el bulto de la erección y la presión de la ropa me molestara lo menos posible. En cuanto se apagó el indicador de cinturones abrochados, me encerré en el lavabo a hacerme una tremenda paja y acabar lo que había dejado a medias.
- El reencuentro
A la vuelta a casa, sacando la ropa de la maleta encontré el papel con el teléfono. Bueno, mentiría si dijera que no me acordaba del polvo interrumpido y que encontré en papel por casualidad; en realidad, todos estos días pensaba con el momento de llegar a casa y telefonearlo. Era un móvil, marqué y al escuchar su voz caí en la cuenta de que no siquiera sabía como se llamaba.
- Hola soy yo, él del aeropuerto. ¿Te acuerda de mí?. Balbuceé tímidamente.
- ¡Cómo no voy a acordarme, Ricardo!. Exclamó.
No sólo se acordaba, si no que se sabía mi nombre, que había sido repetido hasta la saciedad la megafonía del aeropuerto. Quedamos que al día siguiente pasaría por su casa, tomaríamos una copa y luego iríamos a cenar.
Pase toda la jornada pensando en la noche. Al llegar a casa me arreglé con mis mejores galas y me dirigí a la dirección que me había dado.
Vivía en el centro del casco antiguo de la ciudad, en una calle estrecha de aires medievales, extraordinariamente limpia y cuidada. El número que me había dado correspondía a una casa de muros construidos con grandes bloques de piedra, que más que antiguos eran arqueológicos, y un gran portalón cerrado con una magnífica puerta decorada con herrajes de fundición. La única nota discordante era el panel de timbres del portero eléctrico. Llame al timbre del piso que me había dicho y enseguida escuche su voz.
- ¿Quién es?
- Hola, soy Ricardo.
- Hola. Entra y sube la escalera.
El sonido del zumbador que abría la puerta hirió el ambiente. Empuje la puerta y me encontré en un patio porticado con grandes arcos sin columnas y una escalinata que arrancaba del arco central al otro lado del patio. El ambiente era extraordinario y la serena belleza del lugar sobrecogedora.
Subí lentamente, atrapado por el entorno y por la emoción del encuentro. Arriba, al fondo de una corta galería con arquerías góticas, estaba él esperándome. De pie, su figura a contraluz se recortaba en el dintel de la puerta.
- Pasa, pasa. Me dijo, casi susurrando.
Me acerqué y me sorprendí de su vestimenta. Llevaba una simple camiseta de manga corta, unos pantalones de deporte y una zapatillas de playa. Me hizo entrar, me dio un beso y enseguida notó mi reacción.
- Perdona por recibirte así. Veo que te has vestido para salir y yo en cambio voy hecho una facha. He pensado que no vale la pena que vayamos a ningún sitio y he preparado cena para los dos. Pero si lo prefieres me visto y nos vamos. Explicó disculpándose.
- No, no. Ya está bien. Simplemente es que no te esperaba así.
- Para que estemos en igualdad de condiciones, te dejo ropa cómoda mía. Parece que usamos la misma talla.
La verdad es que estaba tremendamente atractivo. No recordaba nada de él más que su mirada, su sonrisa, su culo y su polla y ahora podía admirarlo sin prisas. No tenía un cuerpo espectacular; pero era tremendamente atractivo. Era de complexión atlética; pero no tenía ni un músculo demasiado desarrollado. Era simplemente un cuerpo masculino, sin más.
Acepté la ropa que me ofrecía y, ya en igualdad de condiciones, nos sentamos el uno junto al otro en un sofá amplio y cómodo.
- Conociéndose
Sin que yo le preguntara, empezó a hablar de sí mismo y de su vida. Armand (por fin sabía como se llamaba) me explicó que era arquitecto y que aquella casa había sido de su familia durante muchos años; pero que nadie había vivido en ella durante generaciones. Era huérfano desde niño y lo habían criado sus abuelos paternos. Él había muerto hacía años, casi no lo recordaba, y ella le había hecho de madre y abuela hasta que también había muerto no hacía demasiado tiempo. Habían podido vivir sin problemas del patrimonio de su familia; pero, al fallecer su abuela, descubrió que no quedaba nada más que el piso donde vivían y el viejo caserón donde ahora estábamos, que apenas si se mantenía en pie.
Hipotecó la casa y con el dinero se propuso restaurar el edificio casi en ruinas y por poco se arruina él. Dividió el espacio en cuatro viviendas, el se quedó una y con el alquiler de las otras pensaba costear el mantenimiento; pero el proyecto de restauración ganó un premio y los precios se dispararon. Esto le dio fama para conseguir clientes y dinero suficiente para mantener el edificio e incluso mejorarlo poco a poco.
Mientras me relataba sus experiencias, bebía lentamente el refresco que nos había servido y no dejaba un momento de clavarme su profunda mirada que tanto me había impresionado desde el primer momento.
Al terminar, me sentí en la obligación de hablarle de mí mismo. Le expliqué sin demasiada convicción mis orígenes de familia obrera, mis estudios de ingeniería mientras trabajaba en una pequeña empresa familiar y como, al terminar la carrera, el dueño me había hecho Director Técnico de la fábrica y había convencido a sus hijos para modernizar el negocio.
Quedamos ambos en silencio, mirándonos a los ojos hasta que nuestras bocas se unieron en un beso profundo. Su mano buscó mi sexo y la mía el suyo. Mi boca abandonó la suya buscando nuevas tierras de conquista y exploré sus delicadas orejas y su recio cuello; mordisqueé los pezones de su pecho viril, arrancándole los primeros gemidos y seguí viajando hacía el paraíso de su sexo. Él no dejaba de acariciarme la verga, mientras yo sentía la suya dura como un monolito resbalando entre mis dedos.
Acabamos sobre él sofá, desnudos, con mi boca apunto de tomar su sexo y el mío a la altura de su cara, deseoso de sentir el calor de su boca, las caricias de su lengua y sus dedos dilantando mi ano, como preámbulo a se penetrado por su acerada verga. Pero Armand se detuvo diciendo:
- No tengas prisa, Ricardo. Tenemos toda la noche por delante.
Su reacción me dejo atónito; me parecía que ambos estábamos tremendamente excitados y deseosos de disfrutar de nuestros cuerpos, y sin embargo había parado en seco.
Con su adorable sonrisa en el rostro y creo que adivinando lo que pensaba, me tomo de la mano diciendome:
- Ven, sígueme.
Iba tras de él, asiendo su mano con fuerza, como temiendo que me abandonara. Se dirigió hacia un rincón de la sala, en las que las paredes chapadas de madera formaban un chaflán, presionó sobre la pared y esta se abrió mostrando un pasadizo, como en una historia de castillos y princesas. Desnudos, subimos por una estrecha escalera de caracol hasta que ésta se abrió en un recinto acristalado.
- Bajo el cielo
Estábamos en la parte superior de una torre almenada cubierta con una cúpula de cristal. Situada en la parte trasera del edificio, había quedado rodeada por construcciones más recientes y no se podía ver desde el exterior.
- Este es mi refugio.- Me dijo, abrazándome por detrás.- Subo aquí cundo quiero aislarme les mundo y la vista sobre los tejados de la ciudad me hace fantasear sobre lo que estará pasando bajo los mismos.
No se podía decir que la vista fuera especialmente bella; pero tenía algo que impresionaba. Su abrazo se intensifico, y el contacto de su pecho en mi espalda de su sexo entre mi nalgas y sus besos y caricias me hicieron estremecer como nunca nadie lo había hecho. Sin darme la vuelta, gire la cabeza buscando su boca. Nos besamos, primeramente, de manera suave y delicada, apenas rozando nuestros labios una y otra vez; luego su lengua entro en mi boca y la mía salió a su encuentro. Se movía lentamente haciéndome sentir la dureza de su verga en mis glúteos y la suavidad de sus manos en la mía.
Los dos sabíamos lo que queríamos, y me incline hacía adelante apoyando mis manos en las paredes. Sentía la misma dureza en las piedras en que se apoyaban mis manos que en su polla dilatando las paredes de mi ano; pero el frio tacto del muro contrastaba con la calidez de su sexo avanzando lentamente en mis entrañas.
MI polla parecía que me iba a estallar y notaba como el líquido seminal rezumaba abundantemente de mi glande dándome la sensación de que me iba a orinar. Se detuvo cuando sus cojones tocaron mi culo y se quedó así, besándome el cuello, mordisqueándome los lóbulos de la orejas, pellizcándome los pezones y acariciándome la polla y los huevos. Aquello era el éxtasis, la gloria, el nirvana, el vahala, todos los paraísos prometidos juntos.
- -¡Fóllame!, no puedo resistir más.- Musité con los ojos cerrados y casi mordiéndome los labios. .
Y empezó el vaivén más maravilloso que recuerde. Mantuvo el mismo ritmo cadencioso y firme todo el rato excepto cuando los espasmos de su polla y su respiración profunda me indicaba que se detenía para contener la eyaculació.
Yo no pude contenerme más y ,me corrí con un grito salvaje, disparando mis húmedos proyectiles contra la pared y esa fue la señal para que él se dejara ir y se vaciara en mis entrañas. Caímos los dos al suelo, sentados el uno junto al otro, con las espaldas apoyadas en la pared, las piernas estiradas y separadas con mi pierna izquierda sobre la suya derecha y cada uno jugueteando con el sexo húmedo del otro provocando los últimos estertores de placer. Nos miramos, sonreímos y sin decir nada nos fundimos en un profundo beso. Estirados en el frío suelo de piedra abrazados y besándonos estuvimos un buen rato bajo la transparente cúpula que nos mostraba y claro y sereno cielo estrellado.