Un ecuentro contigo (1)
Hace tiempo que no escribía y hasta ahora sólo tenía una idea vaga de lo que debía ser mi próximo relato. Lo he pensado como un experimento, no porque constituya algo original sino porque sería un desafío escribir como si fuésemos el lector y yo los protagonistas de esta historia. Un relato ya no en 1º o 3º persona sino dirigido a ti.
Un encuentro contigo (1º parte)
Hace tiempo que no escribía y hasta ahora sólo tenía una idea vaga de lo que debía ser mi próximo relato. Lo he pensado como un "experimento", no porque constituya algo original sino porque sería un desafío escribir como si fuésemos el lector y yo los protagonistas de esta historia. Un relato ya no en 1º o 3º persona sino dirigido a ti.
Me quedé mirándote disimuladamente y debo admitir que me gustó de inmediato tu rostro. Sobre todo esa mirada lasciva pero distante, que te hacía especialmente atractivo. Presentía que no sería difícil, después de unos cuántos tragos, llevarte a mi departamento o a la oscuridad del estacionamiento o en el peor de los casos al baño de hombres. Te movías bien, y la chica con la que bailabas te ponía cachondo debes en cuando, pero para mí estaba claro que, tal como a mí, te iban bien, como dirían mis amigos españoles, "las tías y los tíos". Es por eso que era francamente excitante cruzar nuestras miradas mientras bailabas con esa muchacha, quizá tratando de decidir en tu cabeza si esa sería una noche, digamos, hetero o gay. Pero lo que más me calentaba, lo que me ponía a mil era ese hermoso y firme trasero que tus pantalones marcaban tan generosamente, definiendo perfectamente la línea de tu culo, sabroso y palpitante como descubriría luego.
Afortunada coincidencia que esa chica y sus amigas tuviesen que irse por un problema con su auto y afortunado yo que supe estar a tiempo con dos tragos cerca de tu mesa. Tu amigo, ebrio ya, se había llamado un taxi y caminaba también hacia la puerta por lo que no fue difícil para ti darle a entender que no te irías todavía. Para ambos era obvio lo que queríamos, pero para ambos también sería más atractivo dilatarlo hasta no poder más de la excitación. Tomamos un par de tragos en una conversación yo diría demasiado desenfadada para ser la primera y ciertamente menos nerviosa, aun de mi parte, que lo que esperaba que fuera. Me encantaba tu desinhibición y tu humor, si bien a veces francamente burdo, pero tu coquetería de macho confundido, tu continua exposición a mi proximidad, los roces fugaces, las palabras al oído por la música fuerte y tu ronca risa, hacían un conjunto difícil de ignorar. Sobre todo, porque me pone sobremanera calentar a un "machito" que luego se dejará hacer como una vulgar puta. Un culo firme y una gran espalda, ojos negros y unos labios gruesos que pronto estaría saboreando el precum que ya bañaba el inicio de mi herramienta. Mientras me deleitaba con tus historias de chicas y tus osadías sexuales y trataba yo en algo de equilibrarlas con mis propias anécdotas, historias que, pese a todo, me sabían más que nada a candidez y a adolescencia. Eso era otra cosa que me incitaba: tu cara de niño, tus rasgos casi andróginos, instalados en ese trabajado cuerpo, coronado por tu cara lampiña, y tu pelo largo.
Y de repente, simplemente me agarraste del brazo e hiciste que te siguiera; bajamos al subterráneo y buscaste tu auto, suerte la mía, nos iríamos ya y seguramente a tu casa, pues desde el principio parecías saber muy claramente a dónde íbamos y qué haríamos. Mientras tocabas intensamente mi paquete, ya sin miedo a las posibles miradas indiscretas, y encendías un cigarro con una prestidigitación sorprendente, arrancaste el carro y saliste en dirección a lo que sabría después era tu apartamento de soltero.
Pero hubo una estación previa: a 5 minutos de tu casa, y tan ansioso como yo, paraste el auto en un callejón lo suficientemente sombrío y sin decir palabra bajaste mi cremallera y literalmente te engulliste mi verga. Luego, ya sabiéndote poseedor de aquello que esperabas, bajaste el ritmo y comenzaste a trabajármela con un talento que me hizo enmudecer, cómo pasabas tu lengua, y paladeabas mi verga con fruición, hasta hacerla crecer y endurecer tanto como pocas veces había podido, mi glande ensalivado y palpitante era devorado por esos labios que siempre dedicados parecían besarlo en cada contacto, moldeándose a éste como si fuera otra boca. Me fuiste empalmando con tanta fuerza que en un momento dado tu boca pasó a ser el agujero perfecto para la mejor penetración, tu garganta supo adaptarse aun cuando se veía excedida por mi mete y saca frenético, tus ojos cerrados y tu pelo en contacto con mi miembro eran mi delicia, tus manos que masajeaban mis muslos y a veces ascendían hasta mis tetillas hacían más intenso y eléctrico el fuego que subía desde mi entrepierna hasta mi cabeza.
Era una sensación completamente nueva el sentir mi herramienta tan gozada y tan bien manejada. Mis manos salieron entonces de su letargo y comenzaron a trabajar ese trasero que desde el primer minuto me había deslumbrado y encontraron lo que buscaban : un agujero especialmente estrecho y suculento, peludo, como los prefiero. Comencé a dilatarte muy lentamente, cada uno de los tres dedos por regla indicados fueron encontrando en tu orto el mejor ambiente, ese hoyo ensalivado cuidadosamente por mí iba abriéndose con singular presteza pese a su estrechez inicial, parecía invocar una fuerza misteriosa de la cual hacer uso hasta ya no poder más, parecía respirar yo diría como si de una fauces se tratase, pues mis dedos eran devorados cada vez más profusamente. Estando en ese ejercicio de mis dedos en tu orto, masajeando sus paredes y accediendo cada vez más dentro vino luego de tu virtuosa mamada el resultado esperado: acabé en múltiples chorros de semen caliente y espeso que supiste lamer y tragar hasta no dejar gota tanto de tu cara como de lo caído en mis piernas. Tu cara había cambiado : esto era ya un camino sin retorno.