Un domingo cualquiera
Coautora: LorenaZeta. Una tarde de domingo, cualquier momento es bueno para echar un buen polvo. Con algo de dominación y sado light
Este relato ha sido escrito a medias con la escritora de esta pagina LorenaZeta.
Y le dedico este relato a LorenaZeta. Gracias por escribir conmigo, ha sido muy divertido. Y Gracias por las opiniones y criticas, las risas, las buenas y largas conversaciones y por enseñarme el mundo de la astrologia.
Es un domingo como cualquier otro. Has vuelto de tu paseo, y haz realizado tu sesión de pilates. Ahora, tras una reponedora ducha, descansas recostada en el sofá. Tan solo llevas una larga camiseta de mangas largas, tipo camisón, que te cubre hasta los muslos y tus braguitas. Te relajas leyendo un libro de S.King, tu autor favorito. Al otro lado del sofá, yo leo el mismo libro. Nos hemos retado a leerlo al unísono y luego comentar cada capítulo. Pero ya hace rato que deje de prestar atención a la prosa del señor King. Mis ojos llevan tiempo recorriendo tus piernas, deleitándose con la curvatura de tus muslos hasta que se esfuman bajo la camiseta. Tú ya te has percatado, pero te divierte ignorarme y sigues en la lectura. Desplazo mi pie hasta que mi dedo gordo se posa como un ave sobre tu piel, y comienzo a recorrer tu pierna, las cosquillas llaman tu atención.
Mmmm ¿Qué quieres? Yo sonrío poniendo mi carita de niño bueno, con mi mejor sonrisa
Bueno… tú ya lo sabes. Podríamos acostarnos y echar un buen polvo Devuelves la mirada al libro, y con un tono burlón y picaresco me contestas
Buf… hoy no me apetece, además está a punto de llegar el pedido de la cena Te divierte ponerme las cosas difíciles. Yo abro la boca para protestar pero en ese momento suena el timbre de la puerta. Salvada por la campana pienso. Pero cuando te levantas a abrir, mueves tus caderas de forma descarada, provocándome. Así que en el fondo quieres hacerme rabiar…
Abres la puerta. Dejas el pedido en la mesita y despachas al repartidor de Glovo, un chico jovencito con el que te paras a hablar unos instantes. Cuando cierras la puerta, y te giras, te encuentras conmigo a escasos centímetros.
Ya está aquí la comida Hay una sonrisa burlona en tu cara. Yo permanezco inmutable mirándote desde mi metro noventa de altura. Tú me sostienes la mirada, alzando tu cuello. Firme. Retadora. Rebelde.
¿Ocurre algo? Mi voz suena tan fría y calculadora como proveniente del fondo de una caverna. Con un tono dominador que te hace dar un respingo
Dímelo tú zorrita. ¿acaso crees que no me he dado cuenta como mirabas a ese chico? ¿Qué pasa? ¿de pronto tienes ganas de follar? ¿con él? Pues mira – respondes con sarna – era bastante mono. Seguro que sabe como follarme bien Lo siguiente es el silencio, precedido por el sonido de la bofetada en tu rostro. Es una bofetada suave, casi una caricia, pero basta para dejarte callada. Noto el ligero temblor en tu barbilla, disfrutando el reto, excitada como cada vez que jugamos a esto. Y antes de dejarte hacer tu movimiento, te agarro por el pelo y te empujo hasta que tu espalda se golpea con la puerta. Tenso mi brazo para dejarte inmovilizada. Me miras con una mascara de furia mientras mi mano se abre paso entre tus piernas. Palpo la tela de tus braguitas apartándola e introduzco la yema de mi dedo índice entre tus labios, presionando suavemente. Estas tan caliente y húmeda como me esperaba
Vaya, vaya, la gatita… Mírala como le gusta que la toquen. ¿Asi te imaginabas al repartidor? ¿Metiéndose entre tus piernas? ¿Follándolo duro? Mis palabras te activan y comienzas a patalear y a propinarme puñetazos en mi pecho. Me encanta cuando sacas las uñas y disfruto de nuestro baile hasta que en una de tus acometidas me golpeas con tu rodilla y logras zafarte de mi. Sin pensarlo dos veces, echas a correr por el pasillo. Te encanta este juego. Y yo me dejo arrastrar por ti. Eres rápida, posiblemente en un terreno abierto no podría cogerte, pero entre estos muros, me basta un par de pasos para lograr darte caza en el salón. No puedes hacer nada mas cuando mis brazos te rodean desde la espalda por tu cintura y, aprovechando mi fuerza, te elevo sobre el suelo. Ahora pataleas en el aire, de forma inútil, en el fondo te sabes atrapada y sin salida. Tu lucha acaba aquí, tu resistencia es inútil, eso te frustra pero en lo mas profundo lo andabas anhelando. Poco a poco vas agotándote y cediendo, y es ahí cuando te arrojo al sofá, boca abajo, y me sitúo sobre ti, inmovilizándote con el peso de mi cuerpo, mucho mas grande que el tuyo. Aun asi, y para asegurarme de terminar con tu resistencia, mis manos atrapan las tuyas fuertemente contra la superficie del sofá. Solo unos instantes después, tu cuerpo se amolda, abandona la tensión y comienzas a ser mi gatita sumisa. Te suelto las manos, para ocuparme de tu camiseta. Delicadamente tomo la tela y voy arrastrándola por tu cuerpo. Lo primero que veo es tu maravilloso culo, envuelto en tus braguitas, nunca me canso de contemplarlo. Luego voy descubriendo tu espalda. Ya rendida, estiras los brazos para facilitarme el quitarte la prenda. Sigo deslizándola pero no contabas con que parase antes de quitártela completamente. Con rapidez, uso el extremo de la camiseta para anudarte las muñecas, no es mi mejor trabajo, pero servirá para tenerte quietecita. Agarro el otro extremo de la camiseta, con tu cabeza aun dentro, y tiro fuerte hacia mi. La tela te rodea la cabeza y se pega a tu rostro tensándose. Tiro aun con mas fuerza y logro elevar tus hombros, ahora la presión de la tela es tal que te impide hablar con claridad, casi amordazada en esta improvisada capucha que además te presiona la nariz obligándote a un esfuerzo mas grande por respirar. Ahora te tengo totalmente atrapada, casi eres una marioneta tirada por cuerdas. Mantengo mi brazo firme sujetando la tela, mientras mi otro brazo baja hasta acariciar la redondez de tus nalgas. Tu piel tan lisa y delicada como siempre que parece reaccionar con las suaves pasadas de mis dedos. Y en ese momento la palma de mi mano descarga el primer azote sobre tu piel. Le siguen algunos mas. Te encanta. Cada golpe es una descarga eléctrica que re recorre toda la columna vertebral. Mis dedos juguetones vuelven a acariciar suavemente tu piel trazando círculos. Ahora las caricias son mas intensas al deslizarse por tu piel irritada tras la azotaina. Y tan rápido la caricia desaparece, vuelven los azotes. Ahora ya no solo en tu culo, también en tus muslos y en tu coñito. Son suaves, pero poco a poco van dejando tu piel sonrosada, mas sensible a mis caricias. Mantengo la tortura mientras escucho como gimes tras la tela de la camiseta. Veo como tus braguitas están empapadas, incluso huelo tus flujos mas íntimos desde aquí. Dejo los golpes y llevo mi mano a la entrada de tu coño. Vuelvo a introducir un dedo. Tiemblas de excitación. Y me lo llevo a la boca. Lamo mi propio dedo saboreando tus jugos. Me encanta. Y vuelvo a penetrarte con el dedo una vez mas. Ahora todo tu cuerpo esta sonrosado, y no de los azotes. Veo el sudor deslizándose por tu espalda. Estas muy excitada, estas deseando que te haga estallar, y me lo pedirías de poder hablar. Y esta ves vas a tener suerte. Yo también estoy tan ansioso que no tengo mas ganas de juegos
Muy bien gatita, ahora voy a follarte por fin, se que lo estas deseando, ¿verdad? Tratas de decir que sí, casi me suplicas que lo haga ya pero apenas puedes balbucear por la tela metida en tu boca. Y lo que mas te enciende es mi voz, aquel tono frio y dominante a sido sustituido por un anhelo, una mezcla de súplica y deseo por hacerte mia una vez mas.
Sin mas esperas te ayudo a flexionar las rodillas dejando tu culo a la altura idónea, pero para tu sorpresa no solo no cedo la tela, si no que tiro aun con mas fuerza, elevando mas tu cuerpo. Tus manos aun alzadas y atadas pierden el contacto con el sofá y quedas suspendida en el aire de cintura hacia arriba, descansando solo pro la camiseta que yo mismo aguanto. Asi su abrazo se hace aun mas intenso en tu cara. Casi con desesperación me sitúo detrás de ti. No hay mas preámbulos juegos o caricias. Basta un único movimiento de pelvis para que mi pene explore tu interior hasta el fondo. Lo notas taladrarte casi sin esfuerzo por lo lubricada que ya estas. No dejo que vuelva a salir, de inmediato vuelvo a apretar. Usando la tela a modo de correa, te monto como si de una yegua te tratases. Golpes fuertes, rápidos. Jadeas porque hacia rato que esperabas este momento. Siento como tienes un primer orgasmo casi solo con mi roce. Aumento el ritmo de mis embestidas. El sudor ya baña tu espalda. La tela apenas te deja respirar pero en ningún momento me pides que pare, no empleas nuestra palabra de seguridad. Y confiado por ello, me dejo perder el control y darte aun con mas fuerza. En tu piel aun delicada por los azotes, cada embestida es una explosión de sensaciones que te recorren hasta llegar a la planta de los pies. Casi como un animal, echo mi cuerpo contra el tuyo, rodeando tu cintura con mi brazo libre, el cual se aferra a tu pecho estrujándolo. Aun logro mantener la tela. El sudor es constante, pero sigues sin pedir que pare. Y eso es porque vuelves a correrte mientras el aire se llena de mis propios jadeos. Aun podría parar, elegir si correrme sobre tu espalda, o hacer que me lamieras, pero solo tengo ganas de estallar dentro de ti. Y con una última embestida salvaje, notas el chorro de semen llenándote por dentro. Ambos gritamos varias veces hasta que tras un último esfuerzo pierdo intensidad, y la tela del camisón se desliza entre mis dedos liberándote. El aire fresco es un bálsamo que te resucita permitiéndote disfrutar de un nuevo orgasmo. Presionas tu vagina para dejar prisionera mi polla y así terminas de frotarte y relamer las últimas gotas de placer. Nuestro sudor, nuestros fluidos, nuestros cuerpos languidecen uno sobre el otro en un delicioso mar de tranquilidad.
Un rato después hemos acabado de cenar. Con el estómago lleno me desperezo en la silla. Estiro mis pies hacia delante y mis brazos por detrás de la silla. Demasiado tarde me percato de que no estas a mi lado en la mesa. Y tal cual, el sonido inconfundible de las esposas. Trato de recuperar mis brazos, pero me has esposado las muñecas a la espalda de la silla. Voy a refunfuñar cuando apareces delante mío, te sientas sobre mis rodillas, agarras mi pelo y tirando me obligas a mirarte.
-Pero que coño haces?
Ahora es tu mano la que me abofetea y me silencia. Es un golpe mas fuerte que los que yo te he dado.
Sssshhh… sssshhhhh….ssssshhhh… ¿tu no tenías tantas ganas de echarme un polvo? Pues ahora te callas, porque me toca disfrutar a mi….. perrillo… Llevas tu mano a mi pantalón y lo bajas lo suficiente para dejar salir a mi pene, que aun está flácido. Escupes directamente sobre él
No te preocupes, que ya me encargo yo de ponerte a punto la herramienta… la vas a necesitar…. Y con tu sonrisa juguetona y algo siniestra comienza otro de nuestros juegos
—No te preocupes, que ya me encargo yo de ponerte a punto la herramienta... la vas a necesitar. Te mueves incómodo en la silla. Te gustan nuestros juegos, pero prefieres ser el que domina. Pocas veces utilizo el rol de Ama, pero cuando lo hago, sabes que mis castigos pueden ser... diferentes a los tuyos. Me pongo frente a ti, de pie entre tus piernas abiertas. Pongo mi mano en tu barbilla y levanto tu preciosa carita para clavar mis ojos en ti. —Mírame, perrito. Sabes que con tu jueguecito de la camiseta en el sofá, me la has estropeado? Fíjate, la has dado de sí por tus tirones. Te tiro la camiseta a la cara, de forma suave, juguetona. La tela cae sobre ti como una caricia, cubriendo tu cabeza. —Puedo comprarte otra... —Cállate. No quiero escucharte. Estiro la camiseta desde la parte de atrás de tu cabeza. Se te pega a la cara. Sé que no te gusta mucho esta sensación, pero me dejas hacer. —Espera, sé cuidadosa, sabes que no... —Cállate. No me has escuchado? No quiero oírte, niñato malcriado que rompe las cosas de los demás. Comienzo a besarte en la boca, a través de la tela. Meto mi lengua profundamente en la tuya, empapando la tela con mis babas. Te cuesta respirar y das un pequeño respingo en la silla, tirando de las esposas. Yo continúo con mi beso, sujetando la tela, mientras me siento a horcajadas sobre ti. Mis piernas cuelgan a los lados de la silla, mi pecho se junta con el tuyo y ahora puedo besarte más cómodamente. Retiro la tela de tu cara, y te encuentro enrojecido por la falta de aire y con ese brillo en tus ojos, esa chispa de placer. Te miro, seria. Jugueteo con la prenda en mis manos, fuera de tu alcance. —Ni se te ocurra abrir la boca, niñato malcriado. Voy a cobrarme el precio de una nueva camiseta. Esto es lo que pasa cuando rompes mis cosas. Pongo la tela alrededor de tu cuello y tiro hacia atrás. Levantas la cabeza y me miras fijamente. Otra vez te estás poniendo colorado por la falta de aire. De nuevo, comienza un beso lento, profundo en tu boca. No suelto la camiseta. Aprieto tu garganta. No puedes coger aire porque mi boca tapa la tuya. En ese momento, noto en mi entrepierna un golpe. Es tu polla. Quiere salir del pantalón, y al estar en braguitas, he notado el espasmo perfectamente. —¿A mi perrito le gusta su collar? Te lo dejaré puesto entonces. Me levanto y me pongo a tu espalda. Enrollo firmemente la larga camiseta alrededor de tu cuello y ato sus extremos a las esposas que juntan tus muñecas. Ahora tienes los movimientos restringidos, y si tiras de las esposas, te costará más respirar. Además, tu cabeza queda erguida, hacia atrás. —Veamos si tienes cosquillas en tu cuello, malcriado. Comienzo a acariciarte, despacio, con mi lengua. Lamo tu cuello, los lóbulos de tus orejas y te doy pequeños mordiscos. Te hago cosquillas soplando suavemente sobre tu piel mojada, y eso hace que tires de las esposas y la camiseta se te apriete más al cuello. Gimes. Te toco la entrepierna, aunque no hace falta, ella sola se delata. —Parece que te gusta sufrir. Mira como estás, perro malcriado. Vuelves a mirarme con tu preciosa carita enrojecida, altivo, duramente. La chispa de tus ojos ha dado paso a un volcán en erupción. Estás deseando que te monte. Y eso hago. Te quito el pantalón. Intentas darme pataditas suaves mientras te ríes. Las esquivo. Te desnudo. Me quito las braguitas. Vuelvo a montarme a horcajadas sobre ti, meto mis dedos en tu boca y me los paso, mojados, por las tetas. Será lo último que hagas con tu boca, porque hago una bola con las bragas empapadas y te las meto dentro. Comienzo a cabalgarte. Arriba y abajo, de forma dura. Me agarro en tus hombros para acomodarme. Empiezo a sudar. Tus ojos se cierran, te cuesta respirar mientras te violo y echas la cabeza un poco más hacia atrás por puro placer. Pero aguantas. Aguantas, aunque te tire del pelo y eso haga que aún se te corte más la respiración, hasta que me corro sobre ti. Estallas conmigo, gritas tu orgasmo a través de mis bragas. Me quedo abrazada a ti mientras nos recuperamos, pero me estoy pensando si soltarte por si llega la revancha...