Un diablo disfrazado

Amy jamás se hubiese imaginado ser la protagonista de una historia como esta. Todo comienza con el clásico grupo de amigas tomando algo en un pub, despellejando hombres, pero... ¿Quién es ese?

Después de haber visto a algunos de mis compañeros escritores especificar el carácter de su relato antes de la narracion, creo que debo hacer lo mismo, para evitar decepciones innecesarias.

Mis relatos son eróticos; no pornográficos. Quiero decir que se trata de una historia sensual, sexy o como querais llamarla, con muchas escenas subidas de tono que van aumentando en frecuencia e intensidad a lo largo de la historia y los capítulos... Pero ante todo es eso: una historia. Así que si lo que buscas es algo con lo que masturbarte directamente, no lo encontrarás aquí. Ahora bien, si lo que quieres es algo para ir abriendo boca y ponerte a tono, entonces sigue leyendo.

Si lo haces, lo terminas y te gusta, por favor me encantaría conocer tu opinión. Si no te gusta, también (aunque solo si eres capaz de formular una crítica constructiva con educación y consideración). Y si eres escritor/a de relatos y te apetece compartir una afición, dejame un mensaje privado: ando buscando un grupo de gente con el que compartir mis hobbies, y este es claramente uno de mis favoritos.

Gracias por leer.

NdT: Este es de los antiguos. Lo escribí en mi adolescencia y creo que es algo que vale la pena compartir, aunque solo sea para que os riais un ratito con mis desvaríos. He decidido no retocarlo porque me parece especial así como está, con todos sus fallos y sus carencias. ¿Conservais algo de esa época? Yo creo que todos los escritores aficionados tenemos alguno escondidillo por ahí... XD


La chica miró a su mejor amiga de mala gana.

-“¿Y por qué tendría que babear por un tío que no sabe ni atarse los zapatos?”

-“¡Pues bien que no parabas de decirnos lo bueno que estaba!” - contestó Meg, riendo a mandíbula batiente.

Amy la dejo por imposible.

Ya no recordaba el número de veces que había tratado con ella aquel mismo tema. Además, no le apetecía hacerlo en aquel momento. Se había reunido con sus cuatro amigas de Londres y, dado que las veía poco, prefería hablar de temas más interesantes que de sus apetencias sexuales.

Se encontraban en un local de música latina.

Ellas, sentadas en una mesita apartada de la pista de baile, abarrotada hasta el momento de  parejas de jóvenes (y digo jóvenes a pesar de que Amy tenía 29 años). Escuchaban la música, un poco alta para hablar tranquilamente, pero perfecta para tapar los silencios incómodos en según qué temas.

Amy se sentía algo fuera de lugar con sus amigas en aquellos momentos: tres de ellas parecían muy ilusionadas con sus nuevas parejas. En cambio, Meg, la siempre fiel y serena compinche de la pelirroja, aun no parecía haber encontrado a su tipo ideal… Como ella.

La verdad es que no me apetece ser el perrito faldero de nadie… ” -  intentaba consolarse Amy mientras se apartaba un mechón de pelo de color de fuego de la cara.

Se levantó a pedir otra copa, acomodándose bien los pantalones de cuero y la camiseta de lycra negra antes de dar un solo paso. Cuando volvió con su copa de Martini seco, no le sorprendió que el tema de conversación hubiese cambiado radicalmente:

-“Amy debería fijarse un poco mas en el género de por aquí”- comentaba una de sus amigas –“Le haría bien distraerse…”

  • “Pues yo creo que los rollos de una noche no le sientan nada bien”- decía otra.

  • “Es verdad”- corroboraba la tercera-“Lo que debería de hacer es buscar un novio y dejarse de tontear con chiquillos…”

-“¡Pero bueno!”- exclamó Meg, saliendo automáticamente en su defensa.- “¿Qué mas os da si tiene novio o no? El caso es que puede desahogarse cuando le hace falta...”

De pronto se dieron cuenta de la presencia de Amy, e intentaron disimular bebiendo de sus copas y evitando mirar a la chica, que tenía el ceño fruncido y los ojos llenos de chispas.

Desviaron la conversación, sacando cualquier otro tema al azar. Y comentaban ahora las casas de cada una cuando, de repente, Meg produjo un ruido ahogado al  atragantarse con su copa, y manchando con el líquido a una de ellas:

  • “¡Pero bueno! ¿Qué...?”-comenzó la pobre, mientras intentaba limpiarse ante las risas de las demás – “¿Se puede saber que te pasa, Meg?”

  • “Lo... Lo siento, yo...” - quiso disculparse ella.

Pero Amy noto que su mirada no la dirigía hacia la mujer, sino hacia la puerta del local: justo frente a ella. Se había puesto colorada y tenía los ojos muy abiertos. Se dio la vuelta para saber a que se debía.

Pero cuando se giró, solo pudo decir un comentario.

  • “¡Vaya tela!”

El resto de amigas también se giraron. Y tampoco pudieron reprimir una exclamación respecto al físico del hombre que acababa de irrumpir en el local. Su magnetismo atrajo no solo sus miradas, sino las de todas las mujeres que se sentaban cerca de la puerta. Y es que, el cabello rubio platino, su metro ochenta de estatura, su torso ancho y sus brazos musculosos y ligeramente tostados, ocultos parcialmente bajo una camiseta sencilla y negra, sin mangas, con cuello alto... O esos pantalones de cuero negro brillante, ceñidos perfectamente a su cuerpo, aparentando ser una segunda piel... No pasaban desapercibidos.

-“Bueno, bueno…” -murmuró Amy, muy sorprendida e inexplicablemente excitada, a pesar de no conocer de nada al individuo.

La pobre Meg solo pudo asentir frenéticamente con la cabeza, respondiendo a los pensamientos de la chica, mientras examinaba al tipo de arriba abajo.

El joven, advirtiendo las miradas, decidió intentar dejar de llamar la atención, yéndose hacia el rincón más oscuro del local... Muy cerca de la mesa donde se sentaban  las cinco amigas, que intercambiaron miradas emocionadas.

Todas comenzaron a hablar en voz baja de aquel hombre; todas menos Amy, quien lo observaba mientras le servían un whisky en vaso ancho.

Su postura era despreocupada y cómoda, aunque Amy sabia perfectamente que era consciente de que todas le contemplaban sin discreción. Una vez se fue el camarero, él se quedo rozando el borde del vaso con los dedos, bastante ensimismado. Así que ella aprovecho la ocasión para mirar esos “pequeños detalles”, como ella los llamaba, que hacían que un hombre valiera la pena.

Llevaba un pequeño pendiente de plata en la oreja izquierda, que le hacia tener un aspecto rebelde; más llamativo si cabía. Su pelo no era tintado (eso se veía a la legua); sus manos estaban cuidadas y parecían suaves. No tenía excesivo vello en los brazos, por lo que supuso que tampoco lo habría en el resto de su cuerpo... Dios, a saber como seria ese cuerpo desnudo, firme, musculoso y cuidado...

Pero en aquel momento, su análisis fue interrumpido por una mirada. Unos ojos de color gris azulado. Unos ojos profundos y especiales. Sus ojos.

Se quedo anonadada por unos instantes, hasta que finalmente tuvo la delicadeza de apartar la mirada, pues él no parecía tener intención de desviarla. Sin embargo, le pareció intuir una sonrisa pícara…

Meg le dio un leve toque en el hombro:

  • “¿Me oyes?”- le preguntó divertida, agitando la mano ante su rostro.

  • “¿Qué?”-respondió ella de mala gana.

  • “¡Que te empanas !” - repitió la joven.

  • “Estoy mirando el género, como me dijisteis que hiciera...” – rió ella, algo cortada.

Todas rieron al verla incómoda.

  • “¿Y?” - preguntó su amiga.

  • “Pues... Por el momento parece de primera calidad”- respondió sonriendo maliciosamente.

Mientras las demás volvían a reír, ella echo una ojeada disimulada a la mesa de al lado: estaba segura de que la había oído. Y, efectivamente, desde las sombras, percibió una sonrisa condescendiente.

  • “¿Entonces lo probaras, no?”- se atrevió a decir una de ellas.

  • “No sé, si se deja...” - contesto Amy en un arrebato de descaro, mirándolo directamente.

Sin embargo, su sonrisa se desvaneció cuando, tras decir esto, el rubio se levantó de la mesa y puso rumbo hacia donde estaban las chicas, quienes se pusieron a soltar risitas tontas. Pero el colmo de su sorpresa llegó cuando él tendió su mano hacia ella, haciéndole una clara invitación para bailar. Y la radiante y seductora mirada de él, junto a su sonrisa, no dejaba lugar a la negativa.

Sus amigas comenzaron a murmurar desaforadamente, mientras le hacían gestos, animándola a aceptar la invitación. Amy se encogió de hombros, intentando ocultar su vergüenza y puso su mano sobre la de él, que estaba agradablemente fría.

Él la llevo hacia el centro de la pista, donde se bailaba una bachata lenta y muy peligrosa , o al menos esa fue su primera sensación al observar al resto de parejas, rozándose sensualmente...

Él la atrajo hacia sí, haciendo que quedaran a escasos centímetros, desde donde ella pudo observar mucho mejor sus ojos, que no se desviaban por más descarada que la chica fingiese ser.

Comenzó a moverse, muy despacio, y ella le siguió los pasos. Él coloco su mano derecha firmemente sobre su cintura, estrechando la poca distancia existente de por sí, con lo que a Amy no le quedaba más opción que poner las manos alrededor de su cuello, rozando con los nudillos lo que le pareció suave terciopelo en sus cabellos.

La música se volvió algo más intensa, y el desconocido respondió insinuando su cuerpo contra el de ella de la manera más seductora. Amy, casi embriagada por el erotismo del momento, bajó la mano desde la nuca hasta su pecho, descubriendo la firmeza de unos pectorales trabajados y casi perfectos.

La reacción de su propio cuerpo no fue tan predecible como habría pensado: su corazón latía desesperadamente; sus manos emitían un calor que delataba su nerviosismo, además de la humedad latente por la excitación que estaba experimentando en aquellos momentos. Y si se le añadía la escasa distancia existente entre los labios de ambos, se creaba una bomba de sensaciones en la boca del estomago, que hacían que se le secara la boca por las ansias por besarlo.

Él pareció notarlo... No; lo notó , sin duda, ya que en aquel momento entre abrió seductoramente su boca, invitándola, tentándola de sobremanera a probar aquellos carnosos, y seguramente dulces labios llenos. Y pensó que lo más seguro era que él no la creyera capaz de lanzarse. Pero su límite normal con respecto a ese tipo de situaciones ya se había pasado hacía rato.

Y así mismo se lo demostró cuando, aceptando de lleno su invitación, se acerco aun más, rozando sus labios con una sensualidad de la que nunca se habría creído capaz. Sin embargo, su  la respuesta  la hizo contener un suspiro, porque en cuanto los rozó, él comenzó a besarla muy despacio, sin perder los pasos del baile, y bajando sinuosamente la mano de su cintura.

¡Aquello no era un beso!, ¡Era el paraíso! El movimiento de sus cuerpos, unido a la humedad creciente de aquel beso que la exploraba, la saboreaba y la llevaba a un estado de éxtasis que le costaba controlar, hacia que la lujuria aumentara en su interior, como un animal hambriento. Además, la invadía el deseo de conocer más; de saber que más podía hacer ese hombre.

No hizo falta expresarlo con palabras. Él se separó un instante y la contempló, con un asomo de sonrisa en la comisura de sus labios. Daba la sensación de que sabía perfectamente lo que ella estaba pensando; lo que ella deseaba hacer...

La cogió de nuevo de la mano, y sin decir palabra, la llevó hacia la puerta del local, pasando por delante de las cuatro amigas, que se quedaron petrificadas al verlos salir.

Amy solo pudo soltar una sonrisa emocionada.

Afuera, solo había una moto negra de gran cilindrada, aparcada en la acera.

Ella lo miro inquisitivamente cuando sacó unas llaves del bolsillo del pantalón y subió en la máquina.

Sonriendo, ella monto inmediatamente detrás, rodeando su cintura con los brazos y arrimándose (quizás mas de lo estrictamente necesario) para oler su perfume... Fresco y seductor: como él.

Cogieron velocidad, saliendo a carretera. Atravesaron un par de gasolineras y moteles, y pronto llegaron a una bonita zona residencial, llena de parques y de chalets, de un alto nivel económico. Torcieron a la izquierda por una calle que no tenía salida, pero si un gran garaje que se abrió ante ellos.

Tras apagar el motor, él se quitó el casco, mirándola por primera vez desde que salieran del pub: una mirada intensa y llena de deseo.

Amy se descubrió intentando disimular el enrojecimiento de sus mejillas, ya fuera por el deseo mismo, o por la perforadora mirada de su anfitrión.

No solía hacer ese tipo de cosas… Aunque, a decir verdad, aquella situación no se daba demasiado a menudo. Pero, aún así, no conseguía parar de temblar suavemente.

Para quitarle hierro al asunto, decidió bromear un poco: algo que nunca fallaba.

  • “Oye... ¿Tienes nombre? ¿Lo busco en la guía? Así conseguiré tu teléfono sin tener que preguntártelo...”

El tipo se desconcertó un momento. Luego sonrió abiertamente:

  • “Keirat”- se presentó, tendiéndole la mano- “¿Y tu?”

  • “Amy”

  • “Lo de los dos besos mejor lo dejamos para mas tarde, ¿te parece?”-rió coquetamente.

  • “Si, será lo mejor. Tengo algunas cosillas más urgentes que eso en mente...”

Hubo un silencio durante el cual se miraron sin tapujos, dejando ver el deseo que aumentaba sin control con el paso de los segundos. Ambos parecían esperar el siguiente movimiento del adversario. Pero, al ver que ninguno se movía, decidieron hacerlo a un tiempo.

Volvieron a besarse, aunque esta vez con más ganas; mas apasionadamente que antes.

Ella arqueaba su cuerpo hacia el de Keirat. Él la acariciaba muy lentamente, reconociendo sus líneas, sus curvas... Sus manos eran fuego puro, y hacían que comenzaran a entrarle las prisas por entrar.

Y en el momento álgido del beso, él abrió la puerta con la mano libre, levantó por la cintura y entró en la casa.

Ella no se fijo precisamente en el salón: estaba muy ocupada intentando quitarle la camiseta, ansiosa por palpar su pecho.

Subieron unas escaleras, una puerta se abrió y él la lanzó sobre la cama entre risas, mientras prácticamente le arrancaba la camiseta.

Pero Amy, no contenta con tener su torso desnudo, al alcance de sus manos, se levanto de nuevo y se acerco a él, tocando de manera significativa la hebilla del cinturón. Aunque después, cambiando de idea, le abrazó por la cintura, subiendo las manos muy despacio por su espalda, acariciando la suavidad de su piel, increíblemente fresca bajo sus manos ardientes. Se dejó caer en la cama y lo arrastró consigo, besándolo mientras sentía la rigidez de su entrepierna en su vientre.

Sin embargo, cuando sintió el contacto directo de su piel, que imaginaba tan caliente como sus besos, descubrió su pecho era gélido como el hielo: lo aparto de ella inmediatamente.

Él, sonriendo maliciosamente, se dejó sin decir una palabra.

Ella pasó una mano, explorando su pecho de nuevo a conciencia. Y fue consciente de que no lo había imaginado: su piel era fría, aunque él estaba sudando. Y el tacto tampoco era normal: no era piel en sí. Era algo como el terciopelo, aunque el color no variaba del de la piel de sus propios brazos, o de los de cualquier persona.

Fue entonces cuando lo miro inquisitivamente, esperando una explicación pero incapaz de pronunciar palabra. Pero él se limito a sonreír. Le cogió una de las manos y se puso en pie frente a ella, pasando esa mano desde su pecho hasta mas abajo de la cintura.

Ella lo miro con curiosidad: ¿Quién era?, ¿o que era? Humano no, desde luego. Ningún ser humano podría tener la piel así, con esa textura y esa temperatura tan fría... Pero en lugar de asustarla, la intrigaba. Cosa que traía bastantes problemas...

Entonces lo miro a los ojos, a plena luz de la habitación, y pudo contemplar claramente que el color que había visto en la discoteca no tenía nada que ver con el que estaba viendo en aquellos momentos. Nadie, que no llevara lentillas, podía tener los ojos color plata liquida.

-¿Qué eres?- pregunto sin rodeos.

El ladeo la cabeza sin dejar de sonreír:

-¿”Que”? Querrás decir “quien”...

-No. Lo he dicho perfectamente: ¿“QUE” eres?

Él sonrió ante el aplomo de aquella mujer. Estaba contemplando a un ser claramente sobrenatural y se tomaba la delicadeza de preguntarlo para asegurarse. Le gustaba...No era muy normal mantener una conversación sobre ese tema con un mortal. Pero de cualquier forma, se había dado cuenta. Hecho ya de por sí curioso, pues aquello no debería de haber ocurrido. ¿Cómo lo había notado? Actuaba como siempre...

-Me llamo Keirat... - repitió con total naturalidad, dando coba a la conversación.

-No he preguntado tu nombre, sino el de tu especie.

-¿Cómo dices?- pregunto divertido él.

-Lo que has oído. ¿Qué eres?-insistió una vez más.

-...Alguien... - comenzó él.

-... “Algo”, más bien... - corrigió ella.

-Pues “algo”, que no es... muy... - se quedo atascado. ¿Cómo se lo decía? Estaba claro que después de aquello tendría que matarla. Pero era una situación sorprendentemente divertida.-... Normal.

-¿Algo que no sepa? Esta claro que no eres normal. Pero ¿”Qué” eres exactamente?

-No quisiera asustarte...

-...Tarde.

Él la contemplo un minuto, de pie, frente a su figura sentada, sin camiseta. Tan sexy, tan tentadora, tan bella... ¡Y tan valiente!

-Soy lo que tu quieras que sea... - respondió de la manera más sensual que ella había oído jamás.

-Si lo fueras, no serias... Lo que quiera que seas... - replico Amy, dándose cuenta al instante del complicado trabalenguas en el que se habían convertido sus palabras.

La ponía claramente nerviosa, y eso lo excitaba de sobremanera.

Ahí, sentada en su cama, medio desnuda... Con esa mirada tan tiernamente asustada y con sus manos apoyadas en su pecho; tan cálidamente humanas... ¿Por qué no decírselo y acabar con su incertidumbre?, es más: ¿Cómo iba a reaccionar ante semejante afirmación? ¿Conservaría el aplomo que hasta ahora había mantenido? La curiosidad era demasiado fuerte...

-¿Conoces la mitología, Amy?- dijo sonriendo mientras caminaba lentamente por la habitación.

-Si.- respondió ella.- Bueno, eso creo...

-Y, ¿qué tal se te da la religión católica?

-...Si te refieres a la Catequesis... - dijo ella encogiéndose de hombros.

-Me refiero a la eterna batalla entre el bien y el mal; a Dios el “todopoderoso” contra Satán; a ángeles contra...

-¿Y qué diablos quieres decirme con todo esto?- interrumpió Amy desconcertada.

Keirat la contempló inmóvil, sonriendo:

-De eso mismo quería hablarte: de “diablos”.

Amy lo miró en silencio unos minutos.

En un principio, pensó que ya iba siendo hora de buscar el número de teléfono del manicomio, porque a este hombre se le había debido de perder por completo el juicio.

Luego, sobrevino el miedo: podría ser un psicópata de esos que llevan a las pobres imbéciles mujeres confiadas a su casa, para soltarles ese rollo antes de estrangularlas, o algo peor... Sin embargo, había algo demasiado realista en todo aquello. Él no tenía pinta de ser un enfermo mental (ninguno la tiene, claro), pero hablaba con demasiada confianza de todo aquello.

¿Diablos?, No... No iba a caer en aquella estupidez. No iba a poder asustarla...

Keirat seguía la línea de sus confusos pensamientos, que le resultaban humanamente divertidos:

Al parecer, al mismo tiempo que la joven se auto-convencía con sus palabras de que no había nada que temer estando en su compañía, Amy era capaz de sentir esa sensación de inminente peligro cuando él se le acercaba. Era una chica muy lista, para ser humana. Y él no quisiera dañarla... Pero ya no había vuelta atrás.

-Oye... - suspiró él, sintiendo un leve atisbo de misericordia.- ¿Por qué no dejamos la conversación para más tarde? Me parece que vinimos a divertirnos un rato...

Y mientras hablaba, fue acariciando uno de los brazos que Amy intentaba mantener rígidos. Aquel tacto tan extraños provocaba en la mujer crecientes escalofríos... Y no precisamente “desagradables”.

¿Por qué diablos no podía ser normal? Era condenadamente atractivo. Aquellos ojos... Aquel pecho... Aquellos brazos tan perfectos... Era mala suerte. Quizás un mal de ojo, o algo peor... Odiaba ser curiosa; odiaba no poder sentir pánico ante las situaciones ante las que el resto de la gente se volvería completamente loca de miedo. Pero no podía evitarlo. Incluso en aquel momento, en el que una mano suave y gélida se deslizaba entreabriendo sus piernas, y haciéndola soltar un imperceptible gemido, Amy se planteaba cómo seria dejar a un ser como aquel hacer lo que se le antojara.

Él sonrió. Era completamente incomprensible aquel pensamiento en un humano. Keirat sabía que los seres humanos eran sumamente fantasiosos, pero aquello era

algo fuera de serie.

Sabía que no debería continuar con aquel juego. Pero ahora sí que se sentía verdaderamente excitado.

Sus muslos, cálidos y suaves, respondían a sus caricias. Aquellos escalofríos que ella sentía, él los recibía con cada una de las caricias que le regalaba.

Tenia que haber alguna forma de demostrar que su raza si podía relacionarse con los mortales en aquellos tiempos tan locos que corrían... Y mucho más que eso, como estaba comprobando.

Aquella mujer comenzaba a gemir, mejillas encendidas de pasión, con las simples caricias que Keirat realizaba.

Deseaba perder la cabeza por una vez. Deseaba volver a sentirse mortal. Deseaba hacer todo aquello que anhelaba por una noche... Con ella.

Amy se rindió al placer. Abrió completamente las piernas, echándose de espaldas en la cama y acercando a aquel ser, amarrándole del cinturón.

¿Estaba sorprendido, quizás? ¿Qué importaba? Ella también tenia derecho a disfrutar de su cuerpo.

Rasgó levemente con las uñas aquella piel visible mas abajo del ombligo, obligándole a encoger el estomago. Desato el cinturón, y tiró fuertemente del pantalón, dejando ver un paraíso a su alcance, bello y extraño.

Keirat arrancó la ropa interior de ella, se retiro el resto de la suya, y se puso de rodillas en la cama, dejando admirar aquello que tanta curiosidad le causaba.

Amy pestañeo un momento. Luego, con un solo dedo, acarició aquella parte del cuerpo de ese extraño ser que parecía un inusual y dulce... ¿peluche?

Tentador y desafiante al mismo tiempo, un tronco grueso, aunque no excesivamente largo, estaba recubierto de una textura parecida a la felpa. Era de color carne, y no era para nada desagradable. Parecía estar dotada de una sensibilidad extraordinaria.

Keirat contuvo la respiración. Ella pasaba su dedo índice por su miembro completamente despierto. Mil sensaciones recorrían su cuerpo durante aquella ruta que ella trazaba lenta y desesperantemente.

-Está frío.- sonrió ella mirándolo directamente a los ojos.

Él acarició su nuca. Sus cabellos, ahora sueltos, resultaron ser tan sedosos como su propia piel. Enredó sus manos en la mata color fuego, sin estirar, y luego bajó estas por sus hombros, sus brazos, sus pechos, tan dulcemente firmes; su vientre liso y tibio...

Según avanzaba, se iba recostando junto a ella. Continuo por las piernas, los pies, tan pequeños y simpáticos. Incluso esos deditos eran cálidos.

La miró, sin expresión alguna, comprobando que no había ningún atisbo de miedo o duda en aquellos ojos azules. Y quiso besarla otra vez.

Lamió y casi devoró aquel candor de sus labios. Su barbilla, su lengua sedosa y juguetona. Acarició su vientre mientras lo hacía. Entreabrió sus muslos. Con un solo dedo, rozó aquella parte que, a esas alturas, ardía de pasión. Pasión por él. Después de tanto tiempo, aun recordaba como hacer sentir a una mujer...

Dios. Aquella sensación era tocar el cielo con los dedos.

Él era frío. Ella, por más que intentara entibiar su pecho, era inútil. Pero ese ser la estaba volviendo loca de placer.

¿Estaba pecando?

No pudo más que gemir, reír y retorcerse de placer a un tiempo.

Esos labios, esas manos... Sabían demasiado bien lo que era un cuerpo de mujer.

Ella no quería ser menos.

Estaba fría... Pero tan suave... ¿Se tocaría igual? Solo tenia que comprobarlo...

Un gemido fue su respuesta. Un gemido hondo y grave... Algo anormal... Pero sexy.

Sus cuerpos, en pleno éxtasis, se buscaban mutuamente.

Sus manos, acariciando cada rincón, reconocían el placer de su adversario en aquella lucha de placer. Sus labios guerreaban sin tregua, y sus lenguas parecían tener mucho que decirse, sin sonido alguno.

Keirat hundió la nariz en su pelo... Aspirando su aroma.

Amy rozó todo su cuerpo contra aquella piel divina. Ambos gemían, sudorosos.

Tenia que sentir de nuevo aquella explosión.

Keirat se incorporó, colocando su cuerpo sobre el de Amy, acariciando sus labios con los pulgares mientras se iba introduciendo entre sus piernas.

Ella lo aguardaba ansiosa. Movía sus caderas, alzándolas para recibirle.

Y, por fin, él presiono con la cadera aquello que ella anhelaba sentir dentro.

Casi gritó de la sensación gélida que dejaba a su paso, pero una vez dentro, el orgasmo llegó casi de inmediato.

Amy arqueo su cuerpo contra él. Ahora sabia que no era un ser divino, pues algo celestial no podría crear una sensación tan pecaminosa.

Keirat embestía con firmeza mientras abrazaba su delicado cuerpo, presionándolo contra el suyo. Ella enloquecía a cada tiempo. Gritaba, estaba segura, pero ¿qué importaba? Él tuvo que agarrar las sabanas, pues no sentía lo suficiente. Quería estar aun más cerca. Quería sentir más. Quería arder de pasión junto a ella.

Una embestida tras otra. Un grito, seguido de mil gemidos. Sudor escapando de las llamas de la pasión que envolvían los cuerpos de aquellos dos seres, tan sumamente distintos; tan idénticos para sentir; tan unidos...

Ella arañó con fuerza su espalda. Un gigantesco nudo de sensaciones pugnaba por explotar. Keirat sujeto su nuca, besó sus labios y tensó su propio cuerpo.

El orgasmo se produjo en un estallido de sentimientos y placer, que dejó a la pareja completamente exhausta, luchando por recuperar el aliento y el control sobre su cuerpo.

Él había quedado tendido sobre ella: inerte.

Ella rozaba sus caderas contra las sabanas, intentando retener aquella sensación, tan increíble y nueva. Pero fue inútil.

Sonriendo, acarició el cabello platino de él. Respiraba agitada.

Él alzo la cabeza para mirarla.

Amy no supo si gritar o desmayarse.

Unos ojos negros por completo la contemplaban inexpresivos.

No podía moverse, bajo el peso de aquel ser. No podía apenas respirar.

El no se retiraba. Solo la observaba. La acechaba.

Sin embargo, cuando había creído ver el principio del fin, el se incorporo, sonriendo.

Amy, atónita y desconcertada, lo escudriñó sin éxito. Pero sus ojos ya habían vuelto al color plata familiar. ¿Que había significado aquello?

-¿Qué esperabas?

-¿Qué?- respondió sorprendida.

El se acercó con el pantalón desabrochado, cogiéndola por los hombros.

-Los humanos siempre teméis estar en lo cierto. Y lo cierto, es que la mayoría de las veces lo estáis, aunque nunca queréis reconocerlo.

-¿Qué intentas decirme con eso?

Sonriendo, Keirat se apartó de ella.

-Tú ya sabes lo que va a ocurrir ahora, Amy.

Los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas de angustia. Sí que lo sabia. Era imposible no intuirlo.

-Lo único que me pregunto es... si ha valido la pena.- susurro.

Keirat sonrió y se encogió de hombros.

-Eso solo podrás llegar a responderlo tú.

Amy se cubrió la cara con las manos. Notó un frío intenso cerca de su rostro...