Un día menos en este puto infierno
Todo puede pasar en los baños de una cárcel. Todo. (Reeditado)
Respiren, ¡un día menos en el infierno!
La luna se derrama sobre los muros húmedos de la “fortaleza” y la noche dicta supremacía a fuerza de sombras y finales. La felicidad es una palabra sin significado dentro de estos muros, una sensación ajena, utópica, tan lejana como el horizonte, aquella línea olvidada que dividía al cielo de la tierra, los sueños de las realidades. Esa carencia llamada infelicidad se encarga de acariciar las lágrimas del dolor o los puños del resentimiento y desfiguran aún más a las cicatrices de un puñado agonizante de vidas sin más futuro que la negrura de ser ¡Un día menos en el infierno! sollozan y sus miradas se apagan en la profundidad de la oscuridad que oculta bajo su ala azabache a tanta vida desmadejada.
Escalera metálica, uno, dos, tres, veinte, cincuenta escalones, luego el pasillo largo como el calvario cristiano y ladeado por una baranda de hierro de un lado y barrotes del mismo material del otro. Sus pasos retumban junto a los de dos “carceleros” que lo acompañan a través de la penumbra de ese infierno en la tierra, un averno de ángeles caídos y gárgolas sin alas, de ojos negros y almas al tono, de muerte en espera y vida sin vida.
Se detienen frente a una de las puertas; barrotes gruesos y un cerrojo inmenso violado por una llave de bronce que yacía colgando junto a decenas iguales desde una cintura gruesa y uniformada. El sonido del metal dando sus dos vueltas y el picaporte halado hacia fuera se convierten en la banda sonora de la poca libertad que queda... si es que queda, pues dentro de esos muros, libertad es otra palabra sin significado, una sensación ajena, utópica, pero que en su caso, jamás acaricia ni golpea... es indiferente y punto.
Al abrirse la puerta, una habitación cuadrada, pequeña, ínfima, una ventana vestida de rejas enfrentando a la entrada, un pedazo de goma espuma que juega – sin mucho éxito – a ser cama en uno de los laterales mientras en el otro, un inodoro resquebrajado lleno de mierda y con el fétido olor que le corresponde erigiéndose como el “trono” de un rey sin reino. En síntesis, una panorámica tan alentadora como la mueca triste de un niño sudanés con los ojos llenos de moscas o la espuma de los jabones que el Tercer Reich utilizaba para lavar sus manos bañadas en sangre.
- Entra, pedazo de mierda – dos manos abiertas en la espalda de Javier, un dedo anular rodeado por un anillo dorado, una pulsera de plata, el empujón que lo estrella contra la pared que enfrenta a la puerta y ésta que se cierra.
¡Un día menos en el infierno!
Javier nació en Madrid, un día tan frío como triste. Y su personalidad no la heredó de su padre pintor ni de su madre costurera, ni siquiera de sus abuelos obreros; la heredó precisamente de ese día en que nació, un día de mierda, tan frío y triste como las lágrimas que no se lloran, como las palabras que no se hablan, como los silencios que no se quiebran. Javier es un día frío y triste que come, mal pero come, habla de vez en cuando pero habla, duerme menos de lo necesario pero duerme, recuerda más de lo debido pero apenas recuerda y caga con un olor insoportable, sin peros.
Cuando Carlos lo conoció en el patio interno del penal descubrió que el destino, al fin de cuentas, no era tan hijo de puta para con los que se encontraban en ese sitio. Nadie recordaría que día hubo en Villamanín cuando nació Carlos, pues sus padres murieron cuando él no cumplía el primer año de vida, pero seguramente fue un día de mucho calor en el cual los rayos de sol violaban los cueros cabelludos y los hombros desnudos. Carlos es la compañía que el condenado a muerte pretendería antes de caer bajo el filo de la guadaña o el fuego de una silla eléctrica y a Javier eso le quedó claro desde la primer mirada.
Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo...
Es increíble, pero todos los que sienten de cerca la elipse del final de sus vidas se encargan de alojar sus penas y sus miedos en las faldas de un dios que de existir, los ha abandonado apenas dieron el primer grito de vida. Entonces, ¿qué es peor? ¿un trono celestial sin ocupante o un dios que le es indiferente a su propia creación? Quizá sea posible creer en lo que no se ve, ¿pero en lo que no se ve y tampoco da muestras de su existencia? ¿se puede creer en la eternidad de la ausencia? ¿es justo esperar toda la vida una recompensa divina que sólo la muerte puede mostrarnos? Sea como sea no tiene importancia, el rebaño continuará caminando con una sonrisa de oreja a oreja hacia el filo de la guadaña y sinceramente, es preferible pensar en que siempre existe otra oportunidad más allá del final. De lo contrario, cuán vacío todo esto.
Javier se recuesta sobre la goma espuma que pretende ser cama y antes de cerrar sus ojos para que el sueño venga, observa detenidamente el intrincado de grietas que se encuentran en el techo, entrelaza sus dedos finos y continúa orándole a dios y su corte de ángeles para que la hiel en su alma no sea tan amarga y el día de mañana termine lo antes posible.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
AMËN
El amén parece ser la palabra mágica que cierra al libro de las almas y lo archiva en la biblioteca del cielo, pero no es más que otra palabra sin significado, como tantas en ese hoyo de mierda.
Hoy no ha sido un buen día para él, es más, sin dudas fue el peor de todos y es que amaneció como siempre pero terminó como nunca. Quiere evitar recordar y a su vez lo quiere recordar todo. Cierra sus ojos y una estampida de imágenes comienzan a pisotearle la memoria y el rechinar de sus dientes.
“Un día menos en el infierno, un día menos en el infierno, un día menos...”
“Cuando sea grande quiero ser como ella” piensa un Javier de ocho años mientras sentado en el borde de una mesada observa con unos minúsculos anteojos como su madre le sonríe y acomoda un trozo de carne cruda dentro de una bandeja, con la paciencia y la sapiencia de quienes adoran hacer eso. Es que la pasión con la que una madre prepara cada almuerzo puede quemar la rabia o las desgracias rutinarias haciendo que las puntas de sus dedos rocen una especie de pequeña felicidad que queda reflejada en su cara sin arrugas.
La niebla del recuerdo se cierne sobre la escena y ese Javier de ocho años, su madre, el trozo de carne, la bandeja y esa extraña felicidad desaparecen tras la bruma del tiempo para arrojarlo al pedazo de pollo crudo y dos batatas calcinadas sobre un plato metálico en un comedor lleno de cuerpos encerrados y almas condenadas. No puede evitar insultar por lo bajo y meter con rabia el primer bocado en su boca.
¿Qué ocurre, Javier? Con ese ímpetu tendrás un terrible dolor de estómago al terminar de comer el plato más aceptable de toda la semana. Carne, es carne, una mierda de carne pero carne al fin – dice Carlos abarcando su rostro con una sonrisa irónica. Siempre se sientan juntos, estén donde estén, y ese ritual es llevado a cabo desde que cruzaron sus miradas por primera vez.
Carlos, no te burles, por favor. Estoy harto de comer la misma mierda todos los putos días –murmura Javier masticando con rabia lo que pretende ser pollo al horno con batatas y no es más que una masa deforme y sin gusto – Esto no es vida, lo sabes y lo sé.
Pues deberás acostumbrarte de una vez o estás jodido. Por si no lo recuerdas, te han dado cadena perpetua como a mí, o sea, estarás todos los putos días de tu vida encerrado entre estas paredes de mierda – Carlos deja los cubiertos a un costado de su plato y con una de sus manos le acaricia el mentón – Sé que no es fácil, estás en este hoyo hace diez años y aún queda toda una vida... pero debes aferrarte a lo positivo de la situación... de no estar aquí no nos hubiésemos conocido ¿No te parece? Además, ¿qué queda para mí? Estoy en éstas hace quince y soy más joven que tú... vejestorio .
Los dos sonríen, claro está que el día frío y triste seguirá siendo lo que es, un día frío y triste pero acariciado por los rayos de sol de un día de calor agobiante y lleno de vida – Gracias Carlos, eres un sol – hace una pausa, pierde su mirada más allá del pollo crudo y las batatas calcinadas y una lágrima comienza a rodar por una de sus mejillas – No sé qué haría sin ti.
- Por lo pronto come, eso es lo que ahora puedes hacer por mí – le acaricia el mechón de pelo azabache que le cae sobre el párpado derecho – Luego, en las duchas... ya sabes, lo que tanto nos gusta – dice con una sonrisa pícara.
- Ni que lo digas.
“Un día menos en el infierno, un día menos en el infierno, un día menos...”
Luego de almorzar, formar decenas de filas para que los “perros” constaten la presencia de todos los componentes de su rebaño, ir al patio interior del penal, jugar fútbol, levantar pesas y descansar a la sombra del muro - todo bajo las órdenes de los “carceleros”, sus palos y las sirenas de aviso - se dirigen a escondidas hacia las duchas aprovechando los minutos en que permanecen desiertas, justo antes que la oleada de reclusos la atesten de cuerpos transpirados y cansados.
Como dos enamorados escapando del yugo de familiares inquisidores, o para ser más realistas, como dos reclusos que intentan tener sexo lejos de todo el mundo, se alojan en uno de los rincones oscuros del lugar y con todas las hormonas estallando en cadena, comienzan a tocarse de manera apasionada.
Javier apoya sus espaldas contra la pared ennegrecida de humedad mientras Carlos posa su palma abierta sobre la creciente dureza de su amante. Aprieta, restriega y vuelve a apretar logrando que Javier mueva sus caderas de manera imperceptible y arranque de sus adentros un gemido envuelto en el manto de la excitación. Con la perversidad nublándole las pupilas y las ganas ardiendo tal cual brasas del infierno, Carlos le baja los pantalones hasta los talones - ayudado por su pie derecho - se pone de rodillas, lo mira a los ojos y sonríe de lado.
Pídemelo... pídeme lo que quieres que haga – le implora mientras su aliento cálido es brisa acariciando la ondules del bulto alojado dentro de esa ropa interior – Pide lo que quieras, puede que lo tengas apenas termines de hacer el pedido – y se relame perverso y ansioso.
Devórame la verga... lámela, muérdela... quiero que la tragues toda como a ti te gusta – suspira Javier con la espalda adherida a la pared. Sin quitar la sonrisa diabólica, Carlos acerca su rostro a esa montaña de carne palpitando bajo las telas y restriega sus labios sobre ella – No aguanto más... chúpame la polla– clama Javier entre resoplidos, pero las caricias incitadoras y torturadoras de aquellos labios le dan paso a pequeños mordiscos que recorren todo el dibujo del tronco, el aro del glande, la punta caliente. La ropa interior empapada deja percibir el aroma sagrado del desenfreno y la desesperación – Ya hombre, cómemela ahora porque no resistiré mucho más. Me tienes más que caliente, siempre logras eso en mí -
Carlos ofrece una sonrisa endemoniada y con sus manos en forma de garras le baja el slip hasta los tobillos dejando libre ese hierro caliente que gotea desde el glande, oliendo a macho, “su macho” Con suma delicadeza lo rodea con una mano y le baja la piel hasta dejar el tronco desnudo en todo su esplendor, venoso, enrojecido, tieso, hirviendo - ¡Cómo me gusta tu verga... la adoro y siempre la necesito! Te amo mi sol – y posando la lengua en el orificio del pene comienza a saborear ese néctar viscoso y tórrido, el génesis de la leche sagrada, la sabia de la vida.
Sin apartar su boca del falo baja hasta los huevos y los lame con desenfreno metiéndoselos en la boca, jugando con ellos mientras una de sus manos sube y baja aferrada al cetro palpitante. Javier gime de manera desaforada, enloquecido por el placer que le están dando y apoya sus manos en los hombros rectos de “su chico”, que abandona los testículos empapados de su saliva y con la punta de la lengua llega nuevamente hasta el glande, al cual rodea en círculos de baba.
Carlos abre su boca y esconde la punta del mástil entre sus labios, apoya sus manos sobre el abdomen de Javier y empieza a tragarse esa polla gruesa y larga que tanto lo hace delirar. Su cabeza sube y baja descontrolada, le fascina sentir como el glande se aplasta en su paladar y el falo es rasgado suavemente por sus dientes.
- Sí, como a ti te gusta, como nos gusta. Así de dura me la pones, así queda por ti– jadea Javier con el mentón elevado al cielo, mejor dicho, al techo mientras esas palabras logran que Carlos trague y succione a toda velocidad. De pronto entierra su nariz respingada en el pubis de Javier y el mentón le acaricia los huevos. El placer que le da tenerla toda dentro de su boca es supremo, incomparable, casi divino si es que existiesen las divinidades, y la degusta, la aprieta, la disfruta.
“Si tan sólo pudiera recordar los momentos de brillo dejando a todo el ejército de sombras en el patio interno del penal” piensa Javier y abre sus ojos. El intrincado de grietas que abarcan al techo de la celda permanece en su sitio, así como su cuerpo recostado sobre este trozo de goma espuma que juega a ser cama. Quiere evitar recordar y a su vez quiere recordar todo. Vuelve a clausurar sus párpados.
“Un día menos en el infierno, un día menos en el infierno, un día menos...”
- Putos de mierda, así los quería encontrar – grita a boca abierta el Ario, uno de los mazamorreros de mayor cargo y el más hijo de puta de la penitenciaria. Golpea con fuerza la palma de su mano izquierda con una porra gris perla con inscripciones ilegibles. Dos “perros” más lo ladean – Sabía que algún día los encontraría haciendo cosas de putos y como es costumbre, no me equivoqué – remata con una sonrisa socarrona y la mirada inyectada de odio.
Carlos se pone rápidamente de pie y Javier intenta tomar el slip y los pantalones que se encuentran enredados en sus tobillos pero el Ario lo detiene de un porrazo en la espalda – No, no, no, deja los pantalones allí, no hace falta que te los vuelvas a poner. Te encanta mostrarte en pelotas y con la verga dura, puto de mierda y así te vas a quedar, en pelotas y caliente – gruñe y mirando a Carlos que posee la boca colorada y húmeda, remata – ¿Así que te gusta chupar pijas, puto goloso? – lanza una carcajada al aire para luego hundirla en un tenso silencio que lo devora todo.
- ¿Qué es lo que quieres? En este país llamado cárcel todos lo hacen y lo sabes. Las duchas, la cocina, hasta la lavandería son utilizadas para follar. Somos seres humanos y como tal nos mueve el deseo sexual, aunque nuestro caso es diferente, también lo hacemos por… – Carlos no puede y quizá no quiere terminar la frase mientras ve como su hombre se muerde la lengua de rabia.
Uno de los “perros” se ubica al lado de Javier, saca un arma de gran calibre y le apoya el caño en el torso. El Ario se acerca a Carlos, lo observa de pies a cabeza y sonríe por enésima vez con esa maldad que lo caracteriza – A ver si ahora nos entendemos un poco, putito de mierda. Me importa un carajo que cojan por deporte, calentura, adicción, sopor o porque se sienten Romeo y Julieta en versión homosexual. Aquí soy el que impone las reglas, tu puto dios, el que se carga a los Montescos y Capuletos – aferra su mano derecha a la porra mientras con la otra se baja la bragueta del pantalón – Hoy se me apetece que un puto enamorado me chupe la verga y no se te ocurra negarte porque tu amiguito termina con un plomo en sus entrañas – le guiña un ojo al otro “perro” y éste se ubica a un costado de Carlos.
- Carlos, no lo hagas, por favor. No tienes que hacerlo – es el grito de Javier que al moverse hacia delante es empujado por el arma nuevamente contra la pared – No te muevas putito o te mando sin escalas al infierno de los culo rotos – le dice el “perro” masticando una goma de mascar, doce horas de trabajo a cuestas en el hoyo y menos humor que un entierro.
El Ario saca su pene a media asta, lo toma entre sus manos y lo masturba – Labios a la obra putito de mierda. No tenemos todo el día. Respinga el culito, inclínate ante mí y chúpamela como si fuese la única pija que has visto en toda tu maldita vida. De tu boca depende la vida de tu novio y de mi humor, la vida de los dos – una lágrima de impotencia y dolor atraviesa la mejilla de Carlos que muerde sus labios con mucha rabia y se agacha lentamente hasta dejar su rostro frente al mástil del mandamás. No quiere mirar a Javier, teme ver en su cara rastros de dolor – León, has tu trabajo – le dice el Ario a su “perro” que obedece sin pestañear ubicándose detrás de Carlos para luego bajarle de un tirón los pantalones.
- Basta, hijos de tres mil putas. Si quieren matarme háganlo de una buena vez pero terminen con esta mierda ya mismo – brama Javier caminando hacia delante pero el arma que lo apunta se clava en su torso y el “perro” que lo ladea rodea su cuello con un brazo – Quieto pedazo de mierda, quédate quieto o la próxima vez que te amotines vas a ver las margaritas desde abajo. No pienso decírtelo otra vez, o te quedas quieto o te quemo -
Dueño de una sonrisa amarga y dos ojos húmedos, Carlos baja sus párpados y asiente con la cabeza – Tranquilo Javier, por favor, no lo hagas más difícil... hazlo por mí, quédate tranquilo que todo va a pasar – masculla con la intención de calmarlo – Si Javier, quédate tranquilo porque a ti te damos un tiro en las bolas y a tu Julieta dos en la cabeza. Tú eliges – ruge el Ario con los ojos entreabiertos y la porra apoyada en la cabeza de Carlos – León, ¿qué carajo estás esperando? Métesela por el culo de una puta vez – agrega mientras el “perro” de nombre León se baja los pantalones, saca su pene, posa una mano abierta en el coxis de Carlos y empuja hacia abajo para abrirle las nalgas y así apoyar el glande en la entrada del ano. Empuja una, dos, cuatro, siete veces y no logra entrar – Putito de mierda, es mejor que dilates tu culo o te dolerá y mucho – le dice mostrando una mezcla de malhumor con fastidio, enrojeciendo los nudillos de la mano que sostiene el arma. Carlos separa más sus piernas, lleva sus glúteos hacia atrás y el glande se abre paso en su interior.
Comienzan los embates, un pubis velludo se pega a su cuerpo, y Carlos siente unos testículos golpear en su carne, una garra enterrándose en su cintura mientras el Ario lo hala de los cabellos y entierra el pene en su boca. Jadeos, chasquidos de unos labios viajando a través de un tronco tieso, dureza clavándose en su ano, más jadeos y entre ellos el llanto silencioso de Javier que quisiera matar a todos, quemarlo todo, revivirlos y volverlos a matar.
- ¡Qué cara te traes! Dime la verdad, ¿te calienta ver como le dan a tu puto por todos lados? – esgrime el “perro” a Javier mientras le aprieta el abdomen con el caño de su arma. La respuesta es una mirada cargada de odio y pesar mientras rechinan sus dientes como pretendiendo deshacerlos en la carne grasosa del tipo. Carlos aprieta sus párpados, una, dos, tres, diez, veinte lágrimas afloran de sus ojos mientras el falo del Ario se entierra con desenfreno dentro de su boca, provocándole arcadas. Le duele la mandíbula, siente asco y rabia, desea matarlo una y otra vez, imagina como lo haría. León continúa embistiendo desde atrás con fuerza animal y eso le provoca un dolor intenso en su ano – Chiquilla, estoy seguro que nunca te cogieron así. ¿No es cierto Javier? ¿a qué jamás te lo cogiste así? – carcajea el Ario que mira al techo y lanza un escupitajo al aire – Por cierto, ¡qué bien la chupas, puta! – agrega mordiendo su labio inferior mientras sus caderas se mueven cada vez más rápido.
Ante la violencia de las arremetidas, Carlos se ahoga, quita el miembro de su boca, intenta recuperar el aliento y se incorpora provocando que el pene de León salga de su interior – Perra, vuelve a meterla nuevamente en tu boca y agáchate para que te la claven en el culo– grita el Ario y lo obliga halándolo de los pelos hacia su entrepierna – Ya te dije que aquí soy tu puto dios. Nadie se detiene o se mueve si la orden no fue impartida desde mi boca, pedazo de mierda – y con su porra lo golpea sobre uno de los omóplatos.
- ¿Qué estás haciendo hijo de puta? ¿Cómo te atreves a golpearlo? – grita Javier entre dientes mientras sus manos se convierten en puños llenos de rabia, entierra las uñas en sus palmas y hasta se abre heridas que comienzan a sangrar – No vuelvas siquiera a rozarlo con esa porra de mierda o te la meto por el culo – añade sin titubear aunque el arrepentimiento llega dos segundos después.
El Ario levanta la mirada y en sus ojos pueden verse las llamas del odio; empuja a Carlos contra la pared, ubica la porra a un costado de su cintura, respira profundamente y tras colocar su sexo dentro de la ropa interior se sube la bragueta del pantalón – Creo que no han entendido una mierda de todo esto. En este sitio no hay juegos, no hay órdenes de mentira, no se habla por hablar – sonríe de lado, saca un arma de entre sus ropas, gira el cilindro cargado de balas, la eleva, apunta con ella a la cabeza de Javier y camina hacia él - ¿Qué parte de soy su puto dios no han entendido? Sabía que el amor hace de las personas simples rebaños de idiotas pero lo de ustedes supera mis expectativas. Hasta las del imbécil de León que apenas puede hacer una suma de primer nivel – le apoya el caño del arma entre las cejas y levanta el martillo.
Carlos tiembla como un junco en el ojo de un huracán, teme por la vida de su amado; se aparta de la pared y se dirige hacia León que aún posee el falo erguido y fuera de su pantalón – Por favor, tranquilicémonos, sin dudas eres nuestro dios y este sitio el purgatorio. Ahora me quieres a mí, pues tómame… sigamos en lo que estábamos – traga saliva y continúa - Estaba gozando un mundo con ese pedazo que tienes entre las piernas. Ven que muero por sentirla en mi boca – y esboza una sonrisa tan falsa como la gracia de dios.
Quédate en donde estás, deja la obra de teatro para los orgasmos que le finges a tu Romeo y cierra el pico, mamón – retruca el Ario sin quitar su mirada de los ojos de Javier – León, súbete los malditos pantalones... no puedes ser tan idiota y pretender que lo haga por ti – hace un silencio moviendo la cabeza hacia lados - Ve a la entrada de las duchas y cerciórate que nadie entre – ordena con su voz inmersa en el fango del despotismo – Y tú, pedazo de mierda – aprieta sus dientes, respira profundo y gira el caño sobre la frente de Javier – Cabroncete, ¿quién te has creído? No eres más que un pedazo de carne pudriéndose en las sombras del olvido. Nada de lo que tienes aquí es tuyo... ni siquiera este puto de mierda al que defiendes porque te entrega el culo todos los días sin poner “peros” No has entendido absolutamente nada, este sitio es la tumba de todos ustedes, de aquí nadie saldrá vivo -
Señor, es hora de irnos – le recuerda el “perro” que segundos atrás permanecía sin decir palabra alguna como expectante de todo ese show del horror. Una gotera tan insistente como molesta y la respiración agitada de Carlos se convierten por un instante en los únicos sonidos que resquebrajan al reinado del silencio. Los ojos del Ario se clavan en la barbilla del osado uniformado y escupe hacia un costado – Castillo, la próxima vez que me digas lo que debo hacer te meto un tiro en las pelotas – y vuelve su mirada al rostro de Javier.
Impregnado de rabia abyecta aprieta el mango del arma al punto de hacer polvo de sus nudillos y prácticamente la entierra entre las cejas de Javier - Soy tu dios, soy tu diablo, soy el ángel de la muerte, soy tu puto ángel de la guarda. Aquí, en este hoyo de almas roídas por sus propios recuerdos, en este infierno que les incinera las ganas de vivir, en este abismo del que jamás podrán salir con vida, aquí... aquí soy dios. Y ni tú, ni mis guardias, ni este puto de mierda me harán quedar como un imbécil – sonríe de lado, el cinismo es amo y señor de su rostro – Recuérdalo, escoria... aquí tengo el poder de otorgar la vida o la muerte – sus pómulos se hunden, sus labios se devoran, sus ojos se humedecen de sangre y las venas del brazo armado se inflan como tubos – Ahora muere, puto de mierda.
“Un día menos en el infierno, un día menos en el infierno, un día menos...”
¡Amén una mierda! Amén es sólo el consuelo del rebaño que camina a través del valle de la vida rumbo a la inevitable y desconocida muerte, es el último manotazo del ahogado, el réquiem de los que aún laten porque los impulsos vitales perduran a pesar de todo. Amén es la marca registrada de la empresa más grande y fraudulenta de toda la historia, la religión y su puñado de esperanzas huecas, de felicidades artificiales. Amén es la firma que un dios ausente pone al pie de lo vivido mientras sonriendo repite eternamente “que pase el que sigue” ¡Amén una mierda!
Abre los ojos resquebrajado de tanto dolor. Una procesión infinita de lágrimas se escapa desde ellos y en esa estampida de imágenes que le pisotean la memoria se refleja todo lo perdido. Todavía resuena en los pasillos de su mente el estallido del disparo y las reminiscencias de su eco definitivo, aún siente el olor a pólvora y a carne quemada; no puede desterrar de sus oídos el grito de Carlos, la carcajada del Ario, el golpe seco de un cuerpo contra el suelo, la respiración espaciada, la antesala del último suspiro y el silencio para siempre.
- ¿Por qué lo hiciste? ¿por qué lo mataste a él si te obedeció en todo? He sido yo quién de alguna manera te desautorizó delante de tus putos perros; yo te falté el maldito respeto... hijo de puta... yo me cagué en ti ¿por qué a él? ¿por qué me arrancaste lo más hermoso de mi vida? ¿por qué me arrebataste el calor de mis días? - solloza Javier arrodillado en el suelo con el rostro empapado en lágrimas, las manos llenas de sangre y el cuerpo sin vida de Carlos entre sus brazos. Un hilo carmesí desciende desde el pecho de su amado, un agujero negro del cual se han fugado los latidos que eran la razón de su felicidad y su fuerza – Carlos, mi amor, despierta, por favor, mírame como lo haces cada día, dime que esto no está ocurriendo, que es un mal chiste, Dios, esto no puede ser verdad... necesito que me abraces, que me mires a los ojos y me digas que te quedas a mi lado – hunde su cabeza entre el cuello y el hombro de la única persona, que ese día frío y triste con alma, amó en toda su vida y le da un beso en la frente que dura una eternidad.
Satisfecho, impune, todopoderoso, el Ario sonríe cínicamente mientras guarda el arma asesina entre sus ropas y escupe hacia un costado - ¿Por qué no te maté a ti? Acabo de matarte de la peor manera.
“Un día menos en el infierno, un día menos en el infierno, un día menos... tal vez el último”